Sacerdotes que se enamoran de mujeres y mujeres que se enamoran de sacerdotes.

Sacerdotes que se enamoran de mujeres y mujeres que se enamoran de sacerdotes.

Habiendo escrito la entrada anterior acerca de la doctrina y la tradición de la Iglesia del celibato sacerdotal que se remonta hasta tiempos apostólicos según estudios serios realizados hace unas décadas, deseo tratar el tema del enamoramiento entre sacerdotes y mujeres, mayormente de su propia parroquia. Vaya por delante el hecho que el mundo secular de hoy lleva una campaña feroz en contra del celibato sacerdotal, y por ende contra toda la moral sexual y la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia. Para los medios secularistas,  el primer bastión católico que hay que batir es el celibato de los sacerdotes. En los años 50 se dieron los primeros pasos hacia la revolución sexual con los pseudo estudios de Kinsey que tanta influencia nefasta ha tenido en dar sustento a la posterior revolución sexual de los años 60. Lamentablemente los años 60 coincidieron con un debilitamiento de la Iglesia y cuestionamiento primero de su doctrina sobre los anticonceptivos, reafirmada por la famosa encíclica del Papa Pablo VI Humanae Vitae en el año 1968. El año siguiente se dio el famoso festival de Woodstock (una pequeña localidad en el Estado de Nueva York) que fue un hito en el proceso de instalación de la ideología de la revolución sexual primero en Estados Unidos y luego en el resto del mundo. Parece que es un nuevo dogma que el ser humano tiene “derecho” al máximo goce sexual, con tal de que no sea con menores de edad. En realidad, se considera que el hombre es un animal un poco más evolucionado y que como cualquier animal tiene instinto sexual, al que debe entregarse supuestamente para ser feliz y realizado. Claro, esto ha sido posible gracias principalmente a la píldora anticonceptiva y la masificación de los preservativos, que antes no estaban tan libremente disponibles en lugares como los servicios higénicos de areopuertos y otros locales, además de farmacias. De la mano con esta maximizacion del goce sexual, ha venido el aumento de los embarazos juveniles, de los abortos porque no siempre funcionan los condones y demás parafarnalia anticonceptiva y se recurre al aborto o la así llamada píldora del día después. Con el Internet ha venido un aumento exponencial de la pornografía y por ende la práctica de la masturbación, considerada por muchos incluyendo psicológos como un aspectos normal del desarrollo del joven y no tan joven.

Dentro de la Iglesia, en la misma época se dio el rechazo de la Encíclica Humanae Vitae del Papa Pablo VI, que de paso fue publicada en el mismo años fatídico 1968, año de las revueltas estudiantiles en toda Europa y en Estados Unidos protestas contra la Guerra de Vietnam. Desde 1978 hasta 1995, al Papa San Juan Pablo le tocó lidiar una respu esta más eficaz al desafío de los teólogos, mayormente curas, ya no solo contra la Humanae Vitae, sino contra toda la moral sexual de la Iglesia, rechazando la posibilidad de principios morales absolutos, como los que se recogen en el Decálogo. Este esfuerzo culminó con la importante encíclica Veritatis Splendor de 1995,  y también la Evangelium Vitae que da respuesta al problema de la vida y por supuesto el aborto.

El Concilio Vaticano II terminó en 1965 con grandes esperanzas de parte de algunos de que se fuera a reinventar la Iglesia y cambiar radicalmente la doctrina de la Iglesia sobre todo en la moral. En vez de una nueva primavera o Pentecostés en la Iglesia, parecía, en palabras del mismo Papa Pablo VI, que “el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia”. Recordemos que Juan XXIII había utilizado la expresión de “abrir las ventanas de la Iglesia”, al mundo contemporáneo. Miles de monjes, monjas, frailes y curas abandonaron la vocación en aquellos años. Esta desbandada indicaría que había fallos graves en el edificio eclesial pre-conciliar. El Concilio había llamado a una vuelta a las fuentes y a los religiosos a reformarse volviendo al carisma de sus fundadores. En cambio, lo que sucedió en el caso de los Jesuitas, Franciscanos y bastantes congregaciones femininas, que siguieron su ejemplo, que se pusieron en manos del famosos psicólogo humanista Carl Rogers y su psicología no directiva. Luego de una año de su llegada a varias órdenes, algunas congregaciones casi desaparecieron, dejaron de creer en la autoridad de Dios o la Iglesia y poner una fe ciega en todo lo dictado por Rogers. Curiosamente los Jesuitas fueron de los más férreos seguidores de Rogers, olvidando que la Orden fundada por San Ignacio se llama Compañia de Jesús. Entre las técnicas piscológicas de Rogers y sus acólitos no aparecía Jesús por ningún lado. Es probable que todo esto tiene no poco que ver con la futura crisis de pederastia en la Iglesia norteamericana. Además, también mayormente de la mano de los Jesuitas se introdujo la noción de la tercera vía, es decir, que un sacerdote o una religiosa puede tener una relación romántica sin que por eso se ponga en peligro su compromiso religiosa de castidad, es decir, ni casados ni verdaderamente consagrados en castidad. Esto trae a la memoria el tema de las vírgenes “sub introductae”, es decir, la convivencia bajo el mismo techo de parte de ciertos monjes y monjas o en el siglo IV, denostada repetidamente por San Juan Cristóstomo y otros Padres de la Iglesia.

A lo largo de su historia la Iglesia ha tenido grandes problemas tanto con la ignorancia como la inmoralidad del clero. En los siglos X y XI bajo el impulso renovadora del monasterio de Cluny y la enérgica reforma promovida por el Papa Gregoria VII, él mismo proveniente del mismo gran monasterio, se logró dar un gran impulso a la disciplina antigua del celibato o continencia de los sacerdotes. Ya en vísperas de la Reforma Protestante la situación era muy mala otra vez hasta que el Concilio de Trento puso manos a la obra en la reforma general de la Iglesia, obra que llevó siglos en aplicarse. Ha habido también fuertes presiones a la Iglesia para que abandone el celibato, pero a viento y marea se ha mantenido fiel a esta tradición.

A continuación voy a intentar dar un resumen de la problemática de sacerdotes que se enamoran con mujeres, desde el punto de vista de ambos. Creo que lo anteriormente mencionado nos da el contexto necesario para comprender este fenómeno. Señalo primero unas causas.

1) Primero, sigue habiendo deficiencias en la formación en la madurez afectiva en los seminarios. También la vivencia del celibato está muy relacionada con la identificación con Jesucristo único sacerdote y la prioridad de la vida espiritual y la oración en la vida del sacerdote, como también la ascética. Si no salen del seminario con un amplio bagaje en este campo, es difícil pensar que no va a haber defecciones debido a que se enamorarán con mujeres. Se recomienda acudir a exámenes y entrevistas psicológicas para discernir los problemas que puede tener el joven que entra en un seminario o noviciado que dificulten una vida de servicio al Señor en el celibato. En algunos casos se ha encomendado tal labor a unos psicólogos o poco competentes en el tema o faltos de fe y conocimiento de la vida de la Iglesia y la naturaleza del ministerio sacerdotal. También puedo haber apuros por dejar pasar a la ordenación a unos sujetos no idóneos debido a la escasez de vocaciones. En países pobres, para el joven y su familia ingresar en un seminario y llegar a ser sacerdote implica una subida en su nivel social, de manera que puede que no haya una verdadera vocación, pues se trata de discernir si tiene vocación al sacerdocio célibe. No puede faltar ni uno ni otro aspecto.

2) El joven sacerdote ha logrado una formación mayormente teórica en el seminario y luego recién ordenado se le envía a una parroquia a veces como párroco pese a a no tener experiencia ni que el obispo prevea que lo acompañe y oriente un sacerdote mayor y de experiencia. No es de extrañar que en España 15% de los sacerdotes jóvenes abandonan el ministerio luego de haberse involucrado con una mujer. Un obispo me dijo que no encuentra a un sacerdote ni dispuesto ni capacitado para tal misión. A mi parecer es muy importante.

3) En el seminario el joven se ha acostumbrado a un régimen de vida comunitaria de clases, estudio, oración deportes y otras actividades. Ya no tiene tal estructura y si no tiene disciplina en su vida va a tener problemas. Por ejemplo, cualquiera que ha llevado una intensa vida de oración sabe que existen los períodos de aridez, que también tienen su papel en el camino de intimidad con el Señor. Si el joven sacerdote ya no tiene director espiritual, como ha tenido en el seminario, es probable que no encuentra satisfacción en este tipo de oración y al poco tiempo abandone la oración totalmente, movido por la urgencia del activismo que caracteriza nuestra época. La fidelidad a la vocación sacerdotal en el celibato requiere una bien estructurada vida espiritual también con sus aspectos acéticos como el ayuno y penitencia, además del Sacramento de la Penitencia. Si esto sucede, será un milagro que no llegue a tener problemas con el celibato.

4) Toda la culpa de las crisis del sacerdote en referencia al celibato no proviene de él mismo. Puede que esté en una diócesis o congregación con problemas, donde el obispo o los superiores no son capaces de proveer un ambiente de comunión y fraternidad, de confianza entre los sacerdotes y con los superiores, donde haya envidias, chismes, maledicencia y otros males. A veces el obispo o los superiores  no tienen  las cualidades necesarias  para la misión encomendada. No hay que descartar que el obispo tenga sus problemas y que sea homosexual o también el ande enamorado, por lo cual obviamente no va a poder ayudar debidamente a los sacerdotes con este tipo de problema. El número de obispos pillados en escándalos sexuales en estos años no es menor considerando que en todo el mundo no hay más de 5100 de ellos. Uno se pregunta ¿cuántos más malos obispos hay que no han pillado en algún escándalo? El Papa Benedicto XVI pidió la renuncia de al menos 77 de ellos, un buen porcentaje por escándalos sexuales. El Papa Francisco sigue en la misma línea. Entonces, habría que preguntarse por qué no se hace algo para reformar el sistema de selección de obispos, porque a todas luces hace aguas.

5) Los principales documentos eclesiales a partir de la Presbyterorum Ordinis, pasando por la Pastores dabo vobis,y El Directorio de la vida del presbítero insisten en la necesidad de la formación permanente y de la comunión y fraternidad ente los sacerdotes. Se realizan reuniones mensuales de sacerdotes jóvenes y otras iniciativas en algunas diócesis. En el Perú, que tiene una geografía complicada que hace que los que viven en lugares retirados en la Sierra y la Selva tengan dificultades en llegar a reunirse o en las jurisdicciones eclesiásticas pequeñas que presentan muchas dificultades para los traslados no se reúnen más de una vez al año para el retiro anual, que a su vez suele tener características de una convivencia con charlas espirituales que un verdadero retiro en oración y silencio. Además, el sacerdote diocesano se encuentra en muchas ocasiones bastante desamparado en cuanto que no existe un sistema de remuneración del clero, como lo manda el Derecho Canónico, ni un sistema de cobertura de la salud o seguridad social, con el resultado de que se dedican a celebrar muchas misas, verdadera simonía con el fin de recaudar lo mínimo para sobrevivir, o el absurdo que un párroco tenga que dedicar un gran porcentaje de su tiempo a dar clases de religión y de esta manera cobrar un sueldo del Estado. No suele tener la posibilidad de tener algún día libre durante a la semana y menos vacaciones anuales. Tampoco suele tener otros interés de tipo cultural o artístico para que le ayuden a tomar distancia de los problemas de su ministerio y tener unos necesarios períodos de ocio. Ha un refrán en inglés que dice: “Todo trabajo y nada de juego o descanso hace que Juanito sea un muchacho triste”. Creo que si el sacerdote se encuentra en tal situación sin descanso u ocio legítimos, será más fácil que caiga en tentaciones que pongan en peligro su celibato.

El problema del enamoramiento desde el punto de vista del sacerdote

Ante todo hay que reconocer que así como un buen esposo cristiano puede enamorarse de otra mujer, también puede pasar lo mismo a un sacerdote. En ambos casos tendrían que hacer un examen de conciencia para descubrir si han estado cultivando diligentemente, sea la relación de íntima amistad con el Señor en el caso del sacerdote, y en el caso del casado si no ha descuidado la delicadeza y el cariño en la relación con su esposa, además de su vivencia de la vida cristiana fervorosa. Ambos tienen dos caminos abiertos, o por un lado, reaccionar y hacer todo lo posible por superar el problema. Se trataría de reducir el trato con la mujer a lo mínimo necesario. En ningún caso el sacerdote ha de aceptar una invitación a ir a comer en un restaurante solo con la mujer, ni tampoco visitarla sola en su casa, ni salir a pasear solo con ella en un parque, playa o algo semejante, ni aceptar propuestas de consultaría pastoral de parte de ella. En este caso, podría recomendarle que hable con otro sacerdote diciendo que él es más competente en el tema. Debería de intensificar su oración tanto al Señor como a la Sma. Virgen sobre todo el rosario. Ella es considerada en la tradición de la Iglesia como “omnnipotentia suplex”, la todopoderosa intercesora. Así actuó de parte de los novios en Caná. El sacerdote tiene una relación esponsal con la Iglesia y ella es como la Iglesia en persona. Recuérdese que en su aparición a Juan Diego en México en 1531 le dijo: “No te preocupes, ¿no soy yo tu madre?" Si luego de todo el esfuerzo hecho no logra quitar de su mente y su corazón este amor romántico por esa mujer, debería de pedir un cambio a su obispo o a los superiores o . La planta tierna es mucho más fácil de arrancar que una planta más desarrollada. Hay un dicho en latín que va: Parvus error in principio fit maius in fine (un pequeño error al inicio se hace mayor al final).  No debe admitir a la mujer que siente tal amor por ella, ni permitirse ciertas miradas o trato de favor. También puede ayudarle a un sacerdote enfrentado con tentaciones sexuales el ejemplo de varios santos como por ejemplo San Benito que se arrojó desnudo entre zarzas para superar la tentación. Las tentaciones está más a la mano hoy en día que en tiempo de San Benito en un lugar retirado lejos de la civilización, sobre todo en la televisión y el Internet. 

También conviene que esté consciente de las características del enamoramiento, que no se identifica con el amor. Es un proceso que comienza en el cerebro y que suele haber transformaciones químicas y psicológicas. El fenómeno es prácticamente inmediato e involuntario, y se presenta una necesidad casi imperiosa de acercarse a la otra persona. En el momento del enamoramiento las dos personas se conocen poco o casi nada. El enamorado tiende a exagerar las cualidades y no fijarse en los defectos del enamorado, de manera que el enamoramiento es una suerte de enloquecimiento. Claro, la persona no está privada del uso de su razón, ni de la conciencia de los compromisos que tiene asumidos, como puede ser el matrimonio o la promesa del celibato en el caso del sacerdote. Enamorarse de esta manera no es pecado, pero si luego el sacerdote no reacciona adecuadamente y se deja engañar y comienza a racionalizar ante tales sentimientos, ya está jugando con fuego. No es amor porque no se fundamenta en la realidad. Se cuenta que Einstein comentó en alguna ocasión que dos cosas lo impresionaban, en primer lugar el orden del universo, y luego la capacidad de autoegaño que tiene el hombre. En nuestro caso, esto se da ante todo por la racionalización o el recurso a pretextos vanos cuando la conciencia nos advierte del peligro de algún tipo de comportamiento ("no está prohibido amar a las personas", ni la amistad, no se puede rechazar las peticiones de ayuda de los feligreses, que no se siente valorado por las autoridades eclesiásticas etc).

También conviene señalar que existen varios tipos de amor y que el amor entre hombre y mujer que culmina legítimamente en la unión sexual dentro del matrimonio no es el único tipo de amor. La cultura actual completamente sexualizada, caracterizada por los amoríos comunes en las telenovelas está lejos de brindar a un sacerdote o una mujer católica un concepto correcto del amor. El amor entre padres e hijos es un tipo de amor, y el del padre no es el mismo que el de la madre, pues cada uno tiene su misión específica.   Igualmente,  el amor entre hermanos y entre amigos, pues son diversos tipos de amor que no tienen nada que ver con la sexualidad. El Papa San Juan Pablo II, en su libro Amor y responsabilidad, escrito cuando era obispo, indica que la respuesta adecuada a una persona ese el amor, llamada la norma personalista,  pero hay que amar a cada persona en la situación y dentro de la vocación que el Señor le ha dado. Por lo tanto, el sacerdote ha de amar a sus feligreses, pero con lo que se llama caridad pastoral, que exprese la solicitud que debe de tener hacia cada uno de ellos para que lleguen a conocer y amar al Señor y alcancen la verdadera vida a través del cumplimiento de la voluntad concreta de Dios para cada uno. Por lo tanto, el sacerdote tiene que aprender a practicar un amor que controla y previene contra todo lo que no le conviene a ese amor humano y cristiano. Por ello, ha de amar a las mujeres de su parroquia como si fueran sus hermanas, pues en realidad lo son, hermanas en Cristo. Un hermano que ama a su hermana en manera alguna quiere que otro se aproveche de ella o la haga perder su virginidad, o sea infiel a su esposo. ¿Es posible este tipo de amor? Claro que sí, y no debemos de desconfiar del poder de la gracia de Dios, pues tampoco Dios permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Para llegar a practicar este tipo de caridad, el sacerdote, como hemos señalado más arriba, ha de ser asiduo en la oración y en la mortificación como por ejemplo el ayuno y otros sacrificios corporales, además de una vida ordenada según las exigencias de su deber. Las exigencias que Jesús pone para cualquier cristiano, por ejemplo las que se encuentran en el Sermón de la Montaña, como dar la otra mejilla o perdonar a los enemigos, serían imposibles de cumplir si el Señor no nos hubiera dado su Espíritu para poderlo hacer. Lamentablemente muchos sacerdotes se dejan engañar por los criterios mundanos y caen en pecados graves en este campo.

Otro aspecto que hay que tener en cuenta es lo que se llama “limites” o en inglés “boundries”. Se trata de los límites de una relación profesional como la del psicólogo o médico con sus pacientes, de manera que no se les permite tener relaciones sexuales con ellos. Igualmente el sacerdote que se involucra sexualmente con una feligresa de su parroquia comete un abuso, pese a que sea una persona adulta. Él ha sido nombrado párroco con la misión de ser pastor en el nombre del Buen Pastor, para proclamar la palabra de Dios, celebrar las liturgia y en general ejercer lo que tradicionalmente se llama la cura animarum. Significa que ha de preocuparse por la santificación de sus feligreses, y en ningún caso ser instrumento de perdición o caída en pecados graves para una de ellas, más aun si se trata de una mujer casada con hijos. Para el sacerdote la cosa es más complicada que el caso de los médicos y psicólogos que atienden en en su cunsultaría y no tienen más interacción con sus pacientes. En cambio, el párroco cumple muchas funciones como la celebración de la liturgia, la animación de las múltiples pastorales que se realizan en la parroquia, la catequesis, la confesión y eventuales consultas pastorales de sus feligreses. No se está exhibiendo a ella de su parte de la responsabilidad, pero solo el varón puede iniciar el sexo. Aunque no llegara a la unión sexual, igualmente es pecado grave. En tales situaciones el ser humano es experto en la autojustificación y la racionalización, como hemos señalado arriba.  .

Si una mujer se acerca a un sacerdote en una situación de vulnerabilidad, como por ejemplo pidiendo consejo respecto a problemas matrimoniales, o si el sacerdote se encuentra en una situación de vulnerabilidad debido por ejemplo a la muerte de uno de sus padres u otra desgracia, tiene que andar con sumo cuidado. Hace unos meses se dio en Inglaterra un escándalo mayúsculo respecto a un obispo que ha tenido al menos dos relaciones con mujeres casadas que se acercaron a él para pedir consejo en relación con problemas matrimoniales. Las conoció en la peregrinación anual de la diócesis a Lourdes. La primera la tuvo de amante durante varios años pese a que tenía tres hijos. En el otro caso, se trata de una mujer de 43 años, y el obispo tiene 63, siendo ella profesora de una colegio católico. En vez de referirlas a un centro de consultaría familiar para intentar arreglar sus problemas matrimoniales, las enamoró y en el proceso contribuyó a destruir sus matrimonios. Renunció pidiendo disculpas por haber sido infiel a sus promesa sacerdotal de celibato. De hecho, fue pillado probablemente porque el esposo de la última amante contrató a un detective privado y se publicó una foto de él de compras con ella. También acudió a la ópera con ella y los dos se enviaron miles de mensajes de texto y cartas de amor. Incluso ella vivió un tiempo en su casa. Pese a todo esto, dijo a prensa que sentía un alivio porque ya no tenía que mantener secreto la relación, y que consideraba que la gente lo recordaría como buen obispo. Es más, dijo que se cuidaba de predicar sobre la moral sexual. Traigo todo esto a colación como ejemplo de la deformación de la conciencia tan común hoy en día y las racionalizaciones en las que se cae, incluso entre obispos y sacerdotes. No son pocos los obispos y sacerdotes que traicionan al Señor y a su grey y en el proceso intentan minimizar la gravedad de lo que hacen.

La mujeres que se enamoran con sacerdotes

En el caso de ellas, creo que sería bueno que tuvieran en cuenta lo que llevo dicho arriba acerca de la naturaleza del enamoramiento y que no se identifica con el amor. Si se trata de un fenómeno requiere una reacción racional de acuerdo a los principios cristianos. Si una chica se enamora de un alcohólico o un drogadicto, y piensa que con su amor lo va a cambiar, normalmente vive una ilusión y debería de analizar su situación para darse cuenta de que eso no le conviene y romper con la relación. Para muchas esto es fácil de decir y difícil de hacer. En general los sacerdotes son personas amables, cercanas que tienen un verdadero interés en el bien de sus feligreses. Ahora bien, algunas de ellas se enamoran con su sacerdote y entre ellas hay varios tipos. Algunas son católicas fervorosas que en ningún caso quieren caer en el pecado o contribuir que el sacerdote caiga tampoco. Si son casadas no quieren ser infieles a sus esposos, y si son solteras no quieren perder su virginidad. Ellas no manifiestan lo que sienten al sacerdote e intentan superar la situación, tal vez yendo a misa en otra iglesia, reduciendo su contacto con él al mínimo. Sin embargo, en algunos casos no logran eliminar estos sentimientos y la cosa dura muchos años con gran frustración de parte de estas mujeres buenas que han luchado por evitar el pecado y ser buenas discípulas del Señor. Otras que tienen principios cristianos menos sólidos encuentran el modo de entablar lo que llaman una amistad con el sacerdote y si él se presta entonces los dos están jugando con fuego. Hay sacerdotes que se aprovechan de los sentimientos de estas mujeres para dar rienda suelta a su lujuria. Las hay también seductoras, algunas que tienen problemas matrimoniales o divorciadas que andan buscando otra pareja.

Creo que conviene tratar dos temas relacionados, por una parte, la relación entre el amor romántico y la amistad, y por otra, la posibilidad de una verdadera amistad entre un hombre y una mujer, en este caso, un célibe y una mujer sea casada o soltera. En esta discusión tenemos que tener en cuenta el ambiente super sexualizada en el que vivimos, de manera que, por ejemplo, no es poco común que le gente considere que dos hombres con una gran amistad son “gay”. Tendremos en cuenta también algunos casos de santos y santas que tenían una gran amistad espiritual entre ellos, como por ejemplo, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, entre otros bien conocidos. Sin ir más lejos, tenemos el ejemplo de Jesús y su relación de amistad con Marta y María de Betania, y de San Pablo con diversas mujeres colaboradoras suyas en su apostolado a quienes dirige unos saludos cordiales en varias de sus cartas.

No podemos entrar a fondo en el tema de la relación entre el amor romántico y la amistad. Sobre esto se puede ver el libro de San Juan Pablo II cuando era obispo, Amor y responsabilidad, Deus Caritas est de Benedicto XVI entre otras fuentes católicas iluminadoras. El amor romántico surge del enamoramiento y nuestra cultura actual expresada en películas, telenovelas y demás canales prácticamente considera exclusivamente este tipo de amor, basado fundamentalmente en los sentimientos. Si se agotan éstos, entonces ya no hay amor. Sin embargo, la Iglesia enseña, que este tipo de amor tiene que ser fortalecido con el amor de amistad, en griego filia.

A diferencia de las lenguas modernas, el griego tiene cuatro palabras para expresar el amor, eros, al que pertenece el amor romántico, que busca “qué hay en esto para mí” y es un primer paso, luego la filia, o amistad que un amor basado ya no en el puro sentimiento o emoción sino en la voluntad y tiende a buscar el bien del otro; agape que es el amor sacrificial de entrega, modelado en la entrega de Jesús en la cruz para liberarnos del pecado y la muerte. Finalmente hay otra palabra, storge, se refiere al afecto que existe entre los miembros de una familia. Ahora bien, los cuatro están entrelazados y uno tiene que cumplir y perfeccionarse en el otro, de manera que se tiene que dar la amistad conyugal entre los esposos, cosa que se tiene que desarrollar a lo largo del noviazgo. El amor romántico tiene su lógico desarrollo que tiene que llegar a la entrega de la persona al cónyuge en el matrimonio. Es obvio que este tipo de amor no corresponde a un célibe que precisamente ha renunciado a él por un bien superior, es decir, el Reino (Mt 19, 10-12). Ciertamente se trata de un sacrificio, una renuncia a algo bueno y hermoso, por esto Jesús utiliza la palabra “eunuco”. En cambio, la amistad no es solamente aconsejable sino necesario para cualquier ser humano, pero probablemente más para un célibe. Ahora bien, no es posible tener una amistad profunda y duradera con muchas personas, y a los amigos se les escoge. Por ello, el sacerdote no puede ser amigo de sus feligreses en general, sino posiblemente algunos. Pasa lo mismo con un profesor, y hay peligro de trato de favor que provocaría envidias y habladurías en la parroquia o entre los alumnos en el caso del profesor. Siempre habrá algunos a los que les cae mal, que prefieren al párroco anterior etc. Por ello, conviene que restrinja su amistad a personas fuera de la parroquia, como algunos de sus compañeros en el ministerio con quienes compartía desde el seminario, y también algunos laicos. Sin embargo ha de tratar a todos sus feligreses con caridad pastoral, buscando cumplir su misión de la predicación de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos y en general su misión pastoral en sus diversas dimensiones. Todos sabemos que esto es fácil de decir y difícil de hacer. Podemos constatar en el Evangelio de San Marcos, que Jesús, luego de haber estado en la casa de San Pedro y San Andrés, y haber curado a muchos enfermos y endemoniados, se retiró a un lugar retirado a orar. Cuando los discípulos le dijeron que "todos te están buscando", respondió "Vámonos de aquí a los pueblos vecinos, para predicar también allí, pues a eso he venido" (Mc 1, 37-38). Para Jesús la prioridad no era el cariño de la gente a la que había predicado y curado en Cafernaum, sino el cumplimiento de su misión, y esto es una constante en el evangelio. 

Si bien es cierto que la historia de la Iglesia nos deja ejemplos de santos y santas con una íntima amistad, como hemos señalado arriba. Sin embargo, no conviene que un sacerdote, particularmente uno joven trabe una amistad con una mujer joven de su parroquia por razones obvias. Los santos alcanzaron un nivel poco común de santidad, pues practicaron la virtud heroica, y por ello un sacerdote no debería de tener tanta confianza en su propia virtud como para emularlos en este aspecto. El peligro de que la amistad llegue a ser una amor romántico es muy fuerte y siempre presente. Todos somos pecadores, cosa que confesamos en el Rito Penitencial de cada misa, tenemos los restos del pecado original y de los propios pecados de manera que nos conviene reflexionar sobre lo que es el pecado. San Ignacio, en su primera semana de los Ejercicios Espirituales, propone una meditación sobre el pecado, y al inicio propone al ejercitante que pida a Dios “conocimiento del pecado para aborrecerlo”. Según Santo Tomás de Aquino, la prudencia es la virtud regidora de toda nuestra conducta, incluso del modo en el que practicamos la caridad. La prudencia tiene como fin facilitarnos el escoger los medios adecuados para alcanzar nuestro fin. Nuestro fin último es la salvación eterna y luego en el caso del sacerdote la de todos aquellos a quienes el Señor le ha encomendado a través de la misión pastoral que ejerce en la Iglesia. También Jesús recomienda con frecuencia la vigilancia para no caer en la tentación, como en el caso de los apostoles en Getsenamí: “Estén atentos y oren para no caer en la tentación. El espíritu está dispuesto pero la carne es débil” (Mt 26,41). Hoy en día es necesario que el sacerdote se esmere en el cumplimiento de esta advertencia del Señor dada la cultura hedonista que se manifiesta por doquier.

El sacerdote renuncia al amor romántico, pero no al amor de amistad, aunque hay diversos niveles de amistad, tiene que vivir el amor cristiano por el ejercicio de la virtud infusa de la caridad. El soltero, en cambio, mientras no puede llegar a la unión sexual propio del matrimonio, puede vivir el amor romántico con la intención de discernir si la persona amada es la que puede ser su esposo o esposa en el futuro. Por ello, también tiene que ejercer mucho autocontrol y la virtud de de la castidad, igual que el sacerdote, o la persona casada en cuanto que está llamada a vivir la castidad conyugal. De hecho, la castidad es el esplendor de la caridad y en el caso de cada uno requiere unos sacrificios notables por amor al Señor y el propio bien, como el bien de la misma Iglesia. Todos han de ayudarse y estimularse mutuamente a través de su testimonio y facilitar a sus hermanos la vivencia del verdadero amor y la castidad que le corresponde según su estado. En esto el sacerdote tiene una mayor responsabilidad por su particular misión de Pastor llamado a practicar la caridad pastoral.

Tanto Santo Tomás como San Agustín indican que la caridad es el alma de todas las demás virtudes, la “forma” de las demás virtudes según Santo Tomás. Por la gracia santificante que a su vez proviene de la inhabitación de las tres divinas personas somos elevados al nivel de ser hijos de Dios. De esta manera somos nuevas creaturas, en palabras de San Pablo, es decir,  hay un cambio radical en nuestras almas, pero luego a nivel de acciones vienen las virtudes infusas, en primer lugar la fe, la esperanza y el amor o caridad. Las tres son inseparables y tienen su culmen en la caridad. Se trata de lo que el Aquinate llama también “amor benevolentiae”, expresado por Jesús en la última cena cuando dice que nadie tiene mayor amor que el que da su vida por el amigo. La caridad es la superación del amor de necesidad o de deseo que es eros. Como explica el Papa Benedicto XVI, no es que se puede prescindir de eros, tiene que ser subsumido en el agape.

El sacerdote que se enamora de una mujer o la mujer que se enamora de un sacerdote tienen que superar ese amor de deseo o necesidad y llegar a la verdadera caridad o la participación en el amor divino, como indica San Pablo “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5). Es difícil, claro, pero la gracia de Dios es poderosísima. ¿Alguna vez Jesucristo afirmó que lo que proponía a sus oyentes iba a ser fácil? Claro, si el sacerdote no tiene un gran deseo de santificarse siguiendo las huellas de Jesús que llevan al cumplimiento de la voluntad de Dios en la cruz, no tiene sentido que esté en esta vocación o que se haya comprometido a imitar al Señor también en el celibato. Si luego de haber asumido este compromiso al ordenarse diácono no ha cultivado la amistad con Él cada día a través de la oración y la entrega a la voluntad concreta de Dios en la misión pastoral que se le ha entregado, obviamente será imposible. Tres veces al día reza el Padre Nuestro que incluye las peticiones “venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. El Reino de Dios existe precisamente en el cielo, que no es un lugar remoto en las nubes sino donde se encuentra Jesús resusitado. El que está unido a Cristo por la gracia y la caridad sobrenatural se encuentra ya en el cielo, aunque todavía no plenamente, según indica San Pablo a los colosenses: “Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos y su vida esta escondida con Cristo en Dios” (3,1-13). En cambio, si está imbuido de criterios mundanos se llenará de rabia en en contra de la Iglesia por supuestamente haberle impuesto una obligación que “no le permite amar”. Condenará la tradición del celibato sacerdotal en la Iglesia como una carga insoportable que lo deshumaniza etc.

Conclusión

Como hemos señalado, en un mundo obsesionado con el sexo y el hedonismo en general, tanto el cristiano laico, casado o soltero, como el sacerdote tienen que armarse de valor y darse cuenta de que la vida cristiano es una lucha, un combate, también contra unas fuerzas espirituales del mal que son poderosas y cuentan con grandes medios. El antiguo axioma de los griegos que se encontraba en el oráculo de Delfos, conocete a ti mismo vale hoy también. Ya son demasiados los escándalos que han herido profundamente a la Iglesia en estas últimas décadas, sobre todo el de la pederastia. Tanto el Papa Benedicto XVI como el Papa Francisco han tomado medidas drásticas en contra de esta lacra. También han procedido a pedir la reuuncia de obispos involucrados en escándalos sexuales. Sin embargo, no bastan medidas de tipo jurídico. Ya es antiguo el axioma ecclesia semper reformanda también la necesidad de la reforma in capite et membris. Tenemos un problema de escasez de vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada. Parece que las antiguas órdenes religiosas que tanto han contribuido a la reforma de la Iglesia en épocas anteriores de crisis están ellas misma en problemas. Sin embargo, en épocas de crisis de la Iglesia en siglos anteriores, como la del siglo X, cuando surgió la reforma cluniacense con una profunda revitalización de la Iglesia de Roma y de toda Europa de mano de unos papas reformistas enérgicos como San Gregorio VII provenientes del Monasterio de Cluny en el sureste de Francia. Luego en el siglo XIII, surgieron las órdenes mendicantes, sobe todo los Franciscanos y Domínicos que hicieron una contribución enorme a la Iglesia de aquella época, Lo mismo dígase de la crisis de la Reforma Protestante, además de la obra reformadora del Concilio de Trento, la Iglesia pudo contar con una enorme cantidad de santos como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Carlos Borromeo, San Felipe Neri, y otros muchos. También en la misma época del descubrimiento de América se pudo realizar la obra misionera más extraordinaria de toda la historia de la Iglesia, cuando parecía que en Europa se iba a acabar con la Iglesia. Algo semejante sucedió luego de la Revolución Francesa. Por lo tanto, en los momentos más negros de la historia de la Iglesia han surgido por obra del Espíritu Santo unas fuerzas renovadoras inexplicables, pues la reforma de la Iglesia proviene ante todo de la santidad de sus miembros, en de manera especial de sus sacerdotes y religiosos. Hoy también debemos pedir a Dios que se dé algo así, aunque no sabemos cómo.

El Papa Francisco está involucrado en una reforma de la Curia Romana, pero eso no basta. También predica la austeridad y llama la atención de los obispos a que cumplan a cabalidad su misión. Me parece también que tendría que incluir una reforma del modo en que se selecciona a los obispos porque al parecer ha habido demasiadas malas manzanas. Con la publicación de la Pastores dabo vobis parte de San Juan Pablo II y la implementación de las consignas contenidas en ella, se ha progresado en la formación sacerdotal. Se está dando mucha atención a la familia, aunque parece que en el reciente Sínodo el tema de la familia ha sido secuestrado y suplantado por el imposible intento de dar la comunión a los divorciados y casados civilmente. Sin sólidas familias no va a haber vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa. Si un porcentaje notable de los sacerdotes jóvenes abandonan el ministerio a los pocos años de ordenados debido a que se involucran con mujeres, está claro que algo está fallando en la formación para la madurez afectiva en los seminarios y centros de formación de los religiosos, como también en el acompañamiento, o falta de él, de ellos en los primeros años de ministerio.

Gracias a una campaña constante contra el celibato sacerdotal en los medios de comunicación, una gran parte de los fieles que participan en las parroquias no llegan apreciar el valor que tienen y suelen repetir los mantra de la prensa. Se proclama la necesidad de que el celibato sea “opcional”, como si fuera obligatorio. No se impone nada a nadie. La Iglesia desde el principio ha unido primero la así llamada lex continentiae (obligación de los diáconos, presbíteros y obispos, aun casados con el consentimiento de sus esposas de vivir en continencia) y luego el celibato con el sacerdocio, de manera que el que vaya a ser ordenado tenga que tener la vocación al sacerdocio y la del celibato. Así como nadie puede inventar la Iglesia, porque es del Señor por la acción del Espíritu Santo, tampoco nadie puede llegar a ser ordenado o consagrarse religioso sin haberse discernido de parte del interesado y  los superiores la existencia de una vocación divina. Igualmente en el Antiguo Testamento, las vocaciones vienen de Dios, en el caso de Abrahán, Moisés, Samuel, Isaías, Jeremías, y en el Nuevo Testamento, María, los apóstoles etc. No hay ninguna imposición de parte de la Iglesia, sino un discernimiento. El Señor siempre actúa a través de su Iglesia por la acción del Espíritu Santo. Hay una aceptación libre de parte del sujeto. Claro, lo humano siempre está abierto a fallos y puede que se esté ordenando a personas carentes de las cualidades necesarias para vivir el celibato, debido tal vez a la escasez de vocaciones.

Los escándalos son dolorosos y perjudican mucho el testimonio de la Iglesia, sin embargo, hoy como siempre hay un gran número de sacerdotes santos entregados con toda el alma a su misión y atraen a jóvenes a los seminarios.

Conviene explicarles bien a los fieles el valor del celibato sacerdotal como un camino de seguimiento de Cristo e identificación con él. No faltan documentos, como la encíclica del Papa Pablo VI sobre el Celibato Sacerdotal de 1967 y muchos discursos y documentos tanto de San Juan Pablo II como de Benedicto XVI. También conviene que en la catequesis se dé a conocer a los niños y jóvenes las vidas de grandes santos sacerdotes y mártires. En esto pueden ayudar algunas películas bien realizadas sobre la vida de santos sacerdotes y religiosos. Los jóvenes necesitan héroes, y qué mejores ejemplos de heroicidad que los sacerdotes misioneros como San Francisco Javier y aquí en América conviene que se conozca más la obra misionera realizada en el siglo XVI gracias a la cual ha llegado la fe a estos pueblos y ha contribuido enormemente a formar su carácter.

Colaborar para que otro no caiga en pecado es una gran obra de caridad y misericordia. Una de las obras espirituales de misericordia es precisamente amonestar a los pecadores. Si el sacerdote que se encuentra en el peligro de caer en una tentación contra el celibato tiene unos hermanos en el ministerio que le son cercanos, fraternos y de verdad lo quieren, será un gran apoyo para que no caiga. Además, ha de tener su director espiritual o confesor para que le comunique lo que le pasa porque el demonio aísla y divide. De hecho la palabra diablo, significa en griego dividir o separar. La corrección fraterna es una parte importante de la caridad.

Muchos de los agentes de pastoral y la mayoría de los que participan en las parroquias son mujeres. Las compañeras en las actividades pastorales pueden estar atentas también por si descubren que alguna compañera comienza a “liarse” con el sacerdote para también ellas ejercer la corrección fraterna, y que también la ejerzan con el mismo sacerdote. La Iglesia es comunión y nuestro primer deber de caridad es contribuir a que un hermano o hermana no caiga en el pecado y dañe esta comunión. En vez de dedicarse al chisme, que intervengan oportunamente. De paso, digo que conviene que se aumente el número de hombres que participan en las parroquias, para que no se alejen pensando que la Iglesia es cosa de mujeres y niños.