sábado, 27 de junio de 2015

DIOS NO HIZO LA MUERTE

Nuestra primera lectura de hoy tomada del Libro de la Sabiduría, considerado por los exegetas el último libro del Antiguo Testamento escrito en el siglo anterior al nacimiento de Jesús, incluso alrededor del año 50 a.C, afirma: "Dios no hizo la muerte, ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera...." Tal afirmación tan rotunda parece contradecir una realidad empírica que podemos constatar todos los días, es decir, el hecho de que todo ser viviente necesariamente cumple su ciclo de vida y muere, así también el hombre que forma parte, aunque en la cúspide de los seres vivientes. Los seres materiales como los edificios antiguos nos quedan como ruinas, pero con el paso del tiempo  se van deteriorando inexorablemente, cuánto más cualquier ser viviente. Todos están destinados a morir,  a desaparecer. ¿Cómo se puede explicar esta afirmación de la Biblia?

En primer lugar, en la Biblia el concepto de vida no se reduce a la vida biológica. Más bien es un concepto teológico. Dios es el que vive por antonomasia y vivir significa estar en comunión con él. Esta idea queda simbolizada en el libro del Génesis en el relato de Adán y Eva en el paraíso. Ellos se encontraban en comunión con Dios, que según el modo antropomórfico de expresarse el autor sagrado, paseaba en el jardín en el fresco de la tarde. Obviamente no hemos de tomar tales afirmaciones en el sentido literal, sino simbólico. Luego cuando se rebelaron contra Dios y fueron expulsados del paraíso, su situación cambió radicalmente. Es decir, el pecado provocó un cambio radical en la vida del hombre y en el mundo entero, pues en buena medida la Biblia es un relato de los estragos provocados por la multiplicación del pecado y al mismo tiempo el hecho de que a pesar de todo Dios jamás se desesperó del hombre sino incluso hasta mandar a su Hijo a este mundo para llegar al extremo de la muerte en la cruz. Por lo tanto, podemos afirmar que aquí no se trata de contradecir un hecho evidente como es la muerte inevitable de cada ser vivo.El pecado provocó una situación de des-gracia, de falta de aquella comunión e intimidad con Dios que se tenía que realizar en la vida de todos los hombres. El pecado original fue una suerte de encrucijada y nuestro primeros padres escogieron la vía equivocada de manera que todos fuimos afectados por esta primera opción. Dios no abandonó al hombre sino, como dice la Cuarta Plegaria Eucarística, "tendiste la mano a todos para que lo encuentre el que lo busque". Abrió otro camino, pero ese camino pasa por la cruz, pues a través de la muerte de su Hijo en la cruz y su resurrección  abrió el camino al cielo para todos nosotros cargando sobre sí todo el peso del pecado del hombre desde Adán en adelante.

En segundo lugar, este cambio radical que produjo el primer pecado y que fue reafirmado por todos los pecados posteriores provocó un cambio radical en el modo como el hombre experimenta y anticipa la muerte. Hoy en día tratamos por todos los medios de no pensar en la muerte y prolongar la vida con la esperanza de que cada vez más va a haber mejores servicios médicos que nos ayudarán a evitar el dolor y vivir más años. En todo caso la idea de la muerte, sea la propia como la de nuestros seres querido provoca en nosotros una tremenda angustia, un rechazo instintivo no solamente al dolor que suele acompañar el hecho de morir sino todo el misterio de la muerte, el no saber qué viene después etc. Además, si reflexionamos sobre nuestra vida seguramente encontramos muchas deficiencias, egoísmo, defectos no superados y virtudes no cultivadas. Recordemos la parábola del mayordomo según la cual su señor le dice: "Dame cuenta de tu administración porque ya no vas a ser administrador".

¿Podemos imaginarnos cómo pudiera  ser la muerte  sin el pecado? La tradición cristiana sostiene que la Santísima Virgen María "se durmió" y la fiesta que llamamos la Asunción se llamaba la Dormición o también el Tránsito. Ella estando totalmente libre de cualquier pecado, tanto original como personal, experimentó la muerte como una dormición. Tanto el texto de la definición dogmática del misterio de la Asunción de parte del Papa Pío XII en 1950, como el Catecismo dicen que "terminada su vida terrena", fue asunta al cielo. Obviamente cuando nos retiramos a dormir no andamos con angustia sino que tranquilamente pasamos de estar despiertos a dormidos sin darnos cuenta, tranquila y serenamente. Algo así debió de ser el paso de María a la vida eterna y hubiera sido la nuestro si no hubiera habido pecado.

También nuestro evangelio de hoy trata el tema de la muerte. el jefe de la sinagoga Jairo, pidió insistentemente a Jesús que fuera a curar a su hija que estaba en grave peligro de muerte. Jesús se pone en camino hacia la casa de Jairo y en el camino se presenta la mujer con el flujo de sangre que toca el manto de Jesús y la cura de su enfermedad. Finalmente llega a la casa de Jairo y le dicen a éste que la niña ya ha muerte y para qué molestar al Maestro. De hecho ya estaban la plañideras que en aquella época como en épocas posteriores se dedicaban a llorar y lamentar la muerte de una persona. Jesús  le dice al jefe de la sinagoga, "No temas, basta que tengas fe". Esta invitación de poner nuestra confianza totalmente en el Señor es algo que se repite constantemente en toda la Biblia. Así también con Jesús,  y sólo con la fe Jesús puede hacer milagros, pues en una ocasión dice el evangelista que no pudo hacer milagros porque la gente no tenía fe. Jesús dice que la niña no está muerta sino que duerme. Podemos imaginarnos cómo la gente y los familiares tomaron esta afirmación. Parecería un insulto y una tomadura de pelo y de hecho la gente se mofa de él. Notemos que dice que "duerme".

Jesús manda echar a toda la gente, plañideras y demás, llegando al lado de la niña muerta con sus padres. San Marcos nos conserva las mismas palabras que pronuncia Jesús en su propia lengua, el arameo: Talita koumi, que significa "Niña, levántate" y enseguida se levantó y la entregó a sus padres. En este caso en el  caso de la resurrección de Lázaro y del hijo de la viuda de Naín, se trata de una resucitación en la que Jesús hace volver a esta vida a estas tres personas. Sin embargo, no deja de ser un signo de lo que será luego la resurrección nuestro "en el Señor". San Pablo recuerda a los corintios el hecho de que si no creemos en la resurrección, en nuestra futura resurrección para estar con el Señor para siempre, somos las criaturas más miserables y nuestra fe es vana.

¿Cómo debemos abordar el tema de la muerte y la angustia que naturalmente provoca de manera que intentamos no pensar en ella. Ciertamente por no pensar en ella no va a dejar de tocar a nuestra puerta un día posiblemente en el momento que menos pensamos. Ante todo hemos de aumentar nuestra fe, nuestra confianza en Jesús que a través de la cruz nos ha liberado de la segunda muerte, o la muerte eterna. San Pablo enseña en su Carta a los Romanos que hemos "con-muerto con Cristo, hemos sido sepultados con él y hemos resucitado con él" (ver Rom 6,3-5), todo esto simbólicamente en el bautismo, pero no por simbólico menos real. Ya mencioné la importancia de la confianza en Dios, en la fe, expresada por Jesús en el momento de llegar a la casa de Jairo cuando le dijeron que la niña estaba muerta. Nosotros también tenemos que aumentar cada día nuestra confianza en el Señor, reforzar nuestra fe en su Palabra y en su Presencia en la Eucaristía y los demás sacramentos. La Iglesia se preocupa mucho porque los fieles que se encuentran en peligro de muerte sean socorridos por los sacramentos. Pide a los sacerdotes, de manera especial a los párrocos a dar una gran prioridad a este ministerio de acompañar y administrar el Sacramento de la Penitencia o la Reconciliación, de los Enfermos y la Eucaristía como viático a los moribundos. También hay hermosas oraciones en el ritual que pueden ayudar a consolar tanto a los familiares y amigos del moribundo como él mismo. Ante todo, lo que la Iglesia quiere para nosotros al momento de morir o poco antes es que recibamos la Eucaristía, para que de la mano del Señor en le Eucaristía como pan para el camino nos lleve consigo a la vida eterna. A lo largo de los siglos ha existido la convicción de que el demonio se hace muy diligente en el momento de la muerte de los fieles, de manera que se nos ofrece la fuerza para superar cualquier tentación en ese momento final.

Hoy en día, en la cultura secularista en la que vivimos, muchos, incluso católicos le dan más importancia a los cuidados médicos que posiblemente nos podrán alargar la vida terrena y se olvidan de la importancia de llegar bien preparados al encentro con el Señor como Juez de Vivos y Muertos. Es obvio que él quiere que lleguemos a la vida eterna con los ángeles y los santos, pero en el caso de un católico fiel que no se encuentra en el estado de pecado moral,  puede que haya aspectos de su vida que sean un obstáculo para que pueda llegar inmediatamente a gozar de  la vida eterna, egoísmos, vicios, falta de caridad fraterna, y otros pecados veniales. Si esta es el caso, nos tocaría lo que se llama el purgatorio, que es un estado de purificación para que podamos liberarnos de todo obstáculo y entrar en la plena comunión con el Señor en el cielo. Por este motivo oramos por los fieles difuntos y ofrecemos misas por su eterno descanso. Obviamente, lo mejor es llegar bien preparados a ese momento y no necesitar la purificación. En el libro del Daniel el Señor dice "Has sido pesado en la balanza y has sido encontrado falto de peso" (Dn 5,27). No nos olvidemos de las grandes verdades de nuestra vida, entre ellas la muerte y el juicio, no para vivir en la angustia, sino confiando en el Señor evitando el pecado y creciendo en el amor a Dios y al prójimo para que lleguemos a escuchar el juicio que el Señor quiere pronunciar sobre nuestra vida: "Vengan, benditos de mi Padre a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo" (Mt 25,34)


sábado, 20 de junio de 2015

Tormenta en el Lago de Galilea

 En el evangelio de este domingo hemos escuchado el relato de la tormenta en el mar de Galilea. Éste es uno de los relatos que se encuentra en los cuatro evangelios. Seguramente dejó una honda impresión en los apóstoles y lo fueron contando a sus comunidades y éstas a otro hasta que llegó a escribirse en primer lugar de la mano de San Marcos.

Siempre que nos encontramos a los apóstoles en una barca se nos viene la imagen de la Iglesia, la barca de San Pedro, zarandeada por las olas. Parece que aun hoy en el lago de Galilea surgen tormentas fuertes imprevistas de un momento a otro y provocan gran angustia entre los pescadores. Aquí se trata de una de estas tormentas. San Marcos nos da unos detalles de lo peligroso de la situación indicando que "las olas rompía contra la barca y se estaba llenando de agua". Jesús se encuentra dormido en la popa sobre un cojín".

Los Padres de la Iglesia han interpretado este episodio como la travesía de la Iglesia a lo  largo de los siglos por las aguas borrascosas de la historia en las que encuentra muchas tormentas. Si estudiamos siquiera someramente la historia de la Iglesia nos damos cuenta de que en bastantes ocasiones parecía que la Iglesia iba a hundirse ante las tormentas que la atacaban. Así fue en el silgo XVI cuando se dio la Reforma Protestante que provocó la división de la Iglesia con la consecuente pérdida de gran parte del norte de Europa y tremendas guerras religiosas que provocaron grandes estragos en muchos países. De manera semejante se dio otra crisis en la ocasión de la Revolución Francesa y el posterior régimen napoleónico provocó grandes perdidas para la Iglesia con muchos mártires. Sin embargo, aunque obviamente no salió ilesa de estas tormentas, fueron seguidas de períodos que dieron a la Iglesia  grandes santos y mucha  actividad misionera. La Iglesia se dirige "al otro lado", es decir, a la vida eterna e inevitablemente sufre muchos y graves embates del demonio.

Finalmente los apóstoles llenos de terror despiertan a Jesús y le dicen: "¿Maestro, no te importa que que naufragamos? El se levantó, increpó al viento y ordenó al lago: Calla, enmudece. Jesús les dice: ¿Por qué son cobardes? ¿Aún no tienen fe?
Aquí aparece una palabra clave, la fe. En el hebreo del Antiguo Testamento la palabra fe de la raíz aman, de la que proviene también la palabra amén, significa estar firme. En griego es pistis que significa no solamente acoger unas verdades doctrinales sino confiar. "Confiar en el Señor" es uno de los conceptos claves de toda la revelación bíblica resaltado en ambos testamentos. En el evangelio siempre es la condición para que Jesús pueda realizar cualquier milagro.

Puede parecer escandaloso que Jesús se encuentre dormido en medio de tanto peligro para los apóstoles o en el caso de la Iglesia a lo largo de los siglos, en medio de tantas tormentas y embates sobre ella. No es que no esté presente o se tenga cuidado de nosotros individualmente o como Iglesia, sino que nos hemos olvidado de Él hasta que llega la tormenta. San Agustín interpreta este episodio de esta manera: "Cuando se dice que duerme él, somos nosotros quiénes dormimos, y cuando se dice que se levanta él, somos nosotros quienes nos levantamos. El Señor dormía también el la nave, que zozobraba porque dormía Jesús. Si Jesús hubiese estado despierto, no hubiera zozobrado. Tu nave es tu corazón. Jesús estaba en la nave: la fe habita en tu corazón. Si traes a la memoria tu fe, no vacilará tu corazón; si olvidas la fe, Cristo duerme y el naufragio está a la puerta. Por tanto, haz lo que falta, para que si se encuentra dormido,(Comentario al salmo 34,1,3. 

Nuestro mundo contemporáneo se encuentra en una situación de olvido de Dios, o secularización. Cada vez más se organiza la sociedad como si Dios no existiera. El Estado propicia ataques constantes en contra de la familia y el matrimonio. Tenemos propuestas de ley para matar a través del aborto a los no nacidos concebidos como resultado de la violación. A  muchos señores congresistas les parece bien que en vez de que haya una víctima de la violación haya dos, la mujer y el no nacido totalmente inocente. Uno de ellos dijo que "el Estado no puede hacerse cargo de estos niños", por lo cual piensa que queda justificado el matarlos. Otra dijo que "el derecho a la vida no es absoluto". Pero si no es absoluto, ¿quién decide cuando se va a matar a los inocentes y a cuáles? Recientemente en Chile, se dio una manifestación ante el Palacio de la Moneda de parte de personas con Síndrome Down, pues en los así llamados "países desarrollados" que los países de América Latina desean emular, la casa totalidad de los fetos con síndrome Down son abortados. En esto consiste el progreso, como también el así llamado "matrimonio gay", que ni es matrimonio ni es gay, ni los que supuestamente se casan son capaces de casarse de verdad.

En la vida de un gran porcentaje de los Católicos la fe influye poco o nada en sus decisiones diarias. ¿En un país considerado católico como el Perú, cómo es que se dan tantas estafas, cómo es que la vida política consiste en tanta corrupción, peleas y acusaciones de unos contra otros, que la delincuencia aumente exponencialmente? ¿Qué pasa con la Iglesia cuando hay una sangría constante de católicos bautizados que se unen a las sectas evangélicas porque la Iglesia no se ha preocupado de convocarlos, evangelizarlos e integrarlos en la vida comunitaria de las parroquias?  ¿Cómo es que en el Perú la mitad de las parejas son de hecho, conviven sin el Sacramento del  Matrimonio, cosa que en otros países está en aumento y no se daba antes?  Luego en las familias se dan muchos conflictos, falta la paciencia y la capacidad de dialogar, de escuchar y comprender lo que pasa con el otro? ¿Cómo es que tantos católicos ni se esfuerzan por participar en la Eucaristía que es el gran Misterio de nuestra fe, la presencia y la visita del mismo Jesucristo, Dios y hombre a nosotros, la proclamación de su Palabra y el debido culto a Dios?  Todos estos y otros males se deben en buena medida a la pérdida o el debilitamiento de la fe en el corazón de muchos católicos, de manera que Jesús se encuentra dormido en nuestro interior y las virtudes, entre ellas la fe,  son como un músculo que si no se ejercita se debilita. Antes se requería dos generaciones para que los así llamados "católicos no practicantes" se convirtieran en ateos o agnósticos, ahora este período se ha reducido a una generación. Antes las ideas ateas, agnósticas y antireligiosas afectaban a una pequeña porción de la sociedad, algunos filósofos e intelectuales, mientras hoy en día influyen en todos a través de los medios de comunicación que promueven la frivolidad, la primacía de lo económico, los anti-valores.

Si debido al debilitamiento de nuestra fe Jesús parece ausente, dormido dentro de nosotros, puede que las sacudidas de las tormentas que todos tenemos que enfrentar en la vida sea la manera que Dios tiene para despertarnos de nuestro letargo espiritual y lograr que de una vez pongamos nuestra confianza en el Señor. Hace un par de días leía un articulo en Internet acerca de la esclavitud. Los tremendos sufrimientos de los esclavos africanos traídos a América a partir del siglo XVI son bien conocidos, pero en aquellos siglos se dio otra esclavitud en el mundo mediterráneo, de manera especial en Italia y España de parte de piratas musulmanes que atacaban los pueblos y ciudades costeros y llevaba al norte de África un gran número de personas para convertirlas en esclavas (de allí el dicho "moros en la costa"). El tratamiento que les propinaban sus captores musulmanes era absolutamente atroz, de manera que se calcula que un 20% de las víctimas moría cada año. El artículo entrega unos detalles espeluzantes acerca de las condiciones en las que tenían que vivir estas personas raptadas de sus pueblos natales. Probablemente el personaje más famoso que sufrió este tipo de esclavitud fue el gran novelista Miguel de Cervantes, que fue liberado por los Padres Trinitarios que juntamente con los Padres Mercedarios se dedicaban a la misión de la redención de los cautivos de las mazmorras moras. Él manifestó un gran espíritu cristiano en tales circunstancias permitiendo que otros fueran liberados antes de él.  Lo que más me impresionó del artículo que se basa en un estudio serio de un norteamericano llamado Davis, fue la fe de esta gente. Resulta que siempre se encontraban unos sacerdotes también ellos raptados y hechos esclavos en África. Los esclavos procuraban encontrar oportunidades para confesarse con uno de los sacerdotes y en el caso frecuente de peligro de muerte recibir el Sacramento de la Unción de los Enfermos, pese a que tenían que trabajar turnos extra para que los sacerdotes pudieran dedicar tiempo a estos ministerios. Muchos de ellos también veían su estado de esclavitud como una suerte de penitencia permitida por Dios por sus pecados. En cambio, nosotros que tenemos cerca la Iglesia a veces no somos capaces de organizar nuestro domingo para participar en la Santa Misa.

Ojalá el Señor nos dé la gracia hoy de despertar de letargo espiritual en el que posiblemente vivimos y lograr también que el Señor se despierte en nuestros corazones para que aumente cada día nuestra fe.

sábado, 13 de junio de 2015

Caminamos por la fe, no por la vista

Este domingo volvemos al Tiempo Ordinario o Tiempo Durante el Año que nos llevará hasta el final del Años Litúrgico que culmina con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.

¿Qué significa la frase de San Pablo tomada de sus Segunda Carta a los Corintios que escuchamos hoy como segunda lectura? La meta de nuestro camino es la comunión con Dios Padre a través de Jesucristo Nuestro Señor por la acción del Espíritu Santo y con todos los ángeles y santos, o lo que llamamos el cielo. No es que la razón no tenga un papel importante en nuestra vida y que de alguna manera participe de la Providencia de Dios al guiarnos por este mundo, pero como nuestra meta está más allá de la capacidad de la razón y no podemos alcanzarla por medios meramente humanas, se requiere la fe en Dios.

Nuestra primera lectura está tomada del Profeta Ezequiel. Él fue uno de los exiliados que fueron llevados de Jerusalén a Babilonia en la primera deportación del año 693 antes de Cristo. Recibió su misión profética en Babilonia y se dirigía a sus compañeros en el exilio. Ciertamente ellos tenían motivos para estar desesperados, pues formaban parte de la élite del país y fueron expulsados de sus casas y de su tierra y llevados a una tierra extraña. Se trataba de una verdadera crisis de fe, pues ¿cómo es que Yavhé su Dios los había abandonado y permitido que el rey de Babilonia les hiciera un semejante barbaridad?

Dios, a través del profeta les hace a aquel grupo de exiliados desesperados una gran promesa: Tomaré la copa de un cedro del cedro alto y encumbrado; cortaré un brote de la más alta de sus ramas y yo o plantaré en un monte elevado y señero" (17,22). Se trata de una promesa poco verosímil en las circunstancias.  Es una promesa de la restauración del pueblo de Israel en su tierra e incluso promete que "a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves". Es decir, que Israel volverá a triunfar precisamente porque "yo, el Señor, lo digo y lo hago".   Aquí se necesita una gran dosis de fe, pues lo que promete el Señor parece simplemente fuera de toda posibilidad en aquel momento.

EL evangelio que hemos escuchado hoy está tomado de San Marcos, nuestro evangelio de este año y nos presenta tres parábolas. En primer lugar Jesús cuenta que el crecimiento del  Reino de Dios se parece al de la semilla de que agricultor sembró en su campo y día a día se levanta, se acuesta y sin saber cómo va creciendo la semilla hasta dar su fruto. San Pablo dice que "estamos llenos de confianza" intenta agradar al Señor sea que se encuentra "el el cuerpo", es decir, todavía en este mundo o con el Señor en el cielo. La confianza es un aspecto fundamental de la fe. Ciertamente, la fe incluye el hecho de que creemos en una doctrina revelada por el Señor que profesamos en el Credo, pero también ponemos nuestra confianza en el Señor y tenemos la seguridad de que el Reino va creciendo y avanzando, incluso cuando estamos dormidos. Nuestra recompensa, la meta del camino en el que estamos caminando depende de "nuestra vida en el cuerpo, de  lo que hacemos cada día en este mundo, de si caminamos según la fe.

Jesús procede a contar la parábola de la semilla de mostaza, que el reino de Dios es semejante a tal semilla, "la más pequeña de todas las semillas", pero poco a poco va creciendo y se va convirtiendo en un arbusto frondoso y volvemos a encontrar la misma afirmación acerca de que "las aves del cielo hacen sus nidos en él".  ¿Qué significa esto? Aquí Jesús se refiere a su Iglesia, que en los primerísimos tiempos, como podemos leer en los Hechos de los Apóstoles, era casi nada, como la semilla más pequeña de todas. Sin embargo, a lo largo de los siglos, incluso en la misma época en la que vivían los apóstoles, se extendió a muchos países y poco a poco fue transformando el mundo, el interior de las personas y contribuyendo al establecimiento del Reino de Dios en el mundo. Las obras de Dios funcionan así, comienzan con unos pequeños inicios que comparado con las grandes instituciones del mundo, por ejemplo, en tiempos de Jesús y los apóstoles, el Imperio Romano, sin embargo como una buena semilla, aunque pequeña, tenía la virtualidad de crecer y llegar a ser muy grande y frondosa. Por ello, los apóstoles tenían que tener una grandísima dosis de fe para lanzarse al mundo hostil tanto de los propios judíos como los paganos con el mensaje de Jesús y su testimonio.

Nuestra fe proviene del testimonio de los apóstoles que proclamaron con tanta convicción la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús, que el mundo, la vida de cada persona en ella no estaban abandonados al mero destino y a la fatalidad. Ellos habían visto, escuchado y tocado a Jesucristo "el Señor de la vida" tanto antes de su muerte en la cruz como después cuando resucitó a una vida nueva y plena como  "primicia", o el "primer nacido de entre los muertos", que no todo termina en el mal y la muerte sino que Dios, "nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, a una herencia que no puede destruirse, ni mancharse, ni marchitarse, reservada para ustedes en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los protege para que alcancen la salvación dispuesto a revelarse el último día" (1 Pe 1,3-5)

¿Cómo  caminar según la fe? Ciertamente, tiene un componente de interés en conocer la Palabra de Dios que se encuentra en la Sagrada Biblia y que explica la Iglesia, pues en nuestro bautismo fuimos bautizados en la fe de la Iglesia. Muchos católicos tienen un conocimiento vago e impreciso de lo que enseña la Iglesia. Existe el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio, que es una versión más breve en la forma de preguntas y respuestas. Podríamos escuchar Radio María que nos puede ayudar a conocer la doctrina de la Iglesia, la vida de los santos, que también es de gran importancia. San Lucas en dos ocasiones nos recuerda en su relato del nacimiento e infancia de Jesús que María meditaba y ponderaba en su corazón las cosas que iba viviendo, los misterios en los que ella misma iba participando. Nosotros debemos imitar este ejemplo y no es que nos exija una gran cantidad de tiempo. Muchos santos se preguntaban en cada circunstancia "¿que haría Jesús en esta situación?"  Si nos hacemos esta pregunta a lo largo de nuestro día y rescatamos momentos muertos para elevar nuestra mente y nuestro corazón al Señor, aumentando nuestra fe y amor a Dios de esta manera, el Espíritu Santo nos iluminará y nos indicará el camino a seguir en cada circunstancia.  También tenemos a nuestro Ángel de la Guarda a quien debemos de acudir en cada circunstancia para que nos guíe y conduzca por el camino de la fe y el seguimiento del Señor, pues si caminamos por la senda de la fe, necesitamos aumentar esa fe cada día pidiendo al Señor la gracia de aumentar nuestra fe, y a María Santísima y los santos que intercedan por nosotros y nos acompañan por el camino de la fe, que a veces puede ser oscuro.

sábado, 6 de junio de 2015

El Cuerpo y la Sangre del Señor como Sacrificio

Este domingo la Iglesia celebra la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, tradicionalmente conocida como Corpus Christi. Hay que decir que impresiona profundamente la unanimidad de los Padres de la Iglesia acerca de la doctrina de la Eucaristía, tanto como Presencia Real o lo que en la Edad Media se llegó a denomina transubstanciación, es decir que toda la realidad de Jesucristo, su cuerpo y sangre, humanidad y divinidad se hace presente en las especies del pan y de vino, se transforma, como también el otro aspecto fundamental de la doctrina eucarística o el sacrificio de la misa. A lo largo de la Edad Media se dieron varias controversias acerca de la presencia de Jesús en la Eucaristía, y al llegar al siglo XII, fue Santo Tomás de Aquino quien entregó a la Iglesia la síntesis más acabada de la doctrina de la Eucaristía, tanto el aspecto de su presencia real en las especies del pan y del vino, como el aspecto sacrificial, como prolongación y actualización el único sacrificio de Jesucristo en la cruz.

También en el siglo XII, probablemente como resultado de los cuestionamientos de la doctrina de la transformación del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo, un cierto número de sacerdotes y fieles llegaron a dudar de este dogma. En la época se dieron varios milagros eucarísticos, el más famoso siendo el que se dio en Bolsena cerca del a Catedral de Orvieto, una pequeña ciudad no lejos de Roma, cuando al celebrar la misa un sacerdote proveniente de Bohemia, el corporal quedó manchado con la sangre del Señor. Esta reliquia queda el la misma catedral hasta el día de hoy. También una monja en Lieja en lo que es ahora Bélgica, recibió una revelación privada del Señor que le pedía que la Iglesia instituyera esta fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor.

Las controversias se volvieron a dar en la época de la Reforma Protestante. Lutero no estaba dispuesto a rechazar la doctrina de la presencia de Jesús en las especies del pan y del vino, pero introdujo un concepto equivocado que se denomina impanación, o la permanencia del pan mientras se afirma la presencia del cuerpo de Jesús, mientras Zwinglio, reformador suizo, sostenía una concepción simbólica de la Eucaristía. Debido a su falta de comprensión de la verdadera naturaleza de la Eucaristía como sacrificio y su deficiente conocimiento tanto de la Sagrada Escritura como de los Padres de la Iglesia, los Protestantes rechazaron tajantemente la doctrina católica del sacrificio de la misa, o de la renovación el único sacrificio de Cristo en la cruz en la celebración de la Santa Misa.  Tal petición fue aprobada por el obispo del lugar, y posteriormente por el Papa Urbano IV que era del mismo lugar y conocía los hechos. El Papa  encomendó a Santo Tomás de Aquino la redacción del Oficio Divino para la nueva fiesta. El Santo Doctor puso manos a la obra y compuso los maravillosos himnos conocidos hasta el día de hoy como Pange Lingua Gloriosa, Lauda Sion Salvatorem, Adoro devote.

La fiesta tuvo una gran aceptación de parte de los fieles católicos en todo el mundo de entonces. También después del Concilio de Trento, que también reafirmó la verdadera doctrina católica acerca de la Eucaristía, la fiesta del Corpus Christi con su solemne procesión adquirió un auge extraordinario como manifestación de la fe del pueblo católico en la Eucaristía, llegando así hasta nuestro días.

A partir de la reforma litúrgica mandada por el Concilio Vaticano II, muchos prefirieron ponen énfasis en el aspecto de banquete sagrado en referencia a la Eucaristía, olvidando o dejando en la sombra la doctrina del del sacrificio de la misa. No cabe duda de la veracidad de la doctrina de la Eucaristía como banquete, pues el mismo Santo Tomás de Aquino no deja de ponerlo de relieve, pero no está en pugna con el aspecto sacrificial.

Hoy en día el concepto de sacrificio se entiende poco, a no ser referido a algo difícil que uno está obligado a realizar. En cambio en la antiguedad, y de manera especial entre los judíos,  los sacrificios eran algo muy importantes en la vida de cualquier judío contemporáneo de Jesús. Es difícil exagerar la importancia del tiempo en la vida del pueblo, y el templo, obviamente era el lugar donde se realizaban los sacrificios. Había varios tipos de sacrificio, los holocaustos, tal vez los más conocidos, en cuyo caso de quemaba la víctima entera como ofrenda a Dios, representando simbólicamente la ofrenda de la vida entera al Señor. Había sacrificios de comunión en cuyo caso se quemaba parte del animal ofrecido, normalmente la parte más grasosa que ellos consideraban con la parte más valiosa, y otra parte se entregaba al sacerdote que realizaba el sacrificio, y parte se comía como símbolo de la comunión con Dios. No se ofrecía solamente animales sino también frutos y cereales, particularmente las primicias de la cosecha se ofrecían a Dios como acción de gracias por la cosecha.

Nuestras tres lecturas hoy se refieren a los sacrificios de sangre, en primer lugar en el libro del Éxodo con Moisés en el desierto. Se trata del sacrificio con el que se selló la alianza, o pacto sagrado del pueblo con Dios, su Señor, Ellos se comprometen cumplir todo lo que el Señor les manda. Se dice que Moisés tomó la mitad de la sangre y la colocó en recipientes grandes y la otra mitad la roció sobre el altar. Luego tomó el libro de la Alianza, es decir lo que al alianza estipulaba, sobre todo los diez mandamientos, y la gente prometió cumplirlos. Luego aspersó la sangre sobre el pueblo diciendo: "Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes de acuerdo con todas éstas sus palabras". Notemos que la sangre en la Biblia simboliza la vida.

Nuestra segunda lectura es un pasaje tomada de la Carta a los Hebreos. Se trata tal vez no de una carta, sino más bien una homilía. Se ha atribuido tradicionalmente a San Pablo, aunque hoy en día prácticamente no se considera directamente de San Pablo, aunque tal vez de alguno de sus discípulos, y sería de alrededor del año 80. Aquí tenemos una comparación entre la Antigua y la Nueva Alianza. A Jesucristo se le presenta como Sumo Sacerdote, cosa que no era común antes, pues entre los cristianos de los primeros tiempo, no es que el sacerdocio del templo de Jerusalén haya tenido gran prestigio debido a su actitud negativa respecto a Jesús en la Pasión y posteriormente a los apóstoles.

Nuestro pasaje de hoy  de la Carta a los Hebreos se refiere a la celebración de la Fiesta de Yom Kippur o la Expiación,  que se celebra el el mes de octubre. Entre los ritos prescritos para esta fiesta que tenía que ver con el perdón de los pecados del pueblo, el Sumo Sacerdote entraba por única vez en todo el año en la parte interior del Templo llamada Santo de los Santos, o lugar más santo. El primer templo de Jerusalén  fue construido por el Rey Salomón alrededor del año 950 y en esta parte interior se encontraba el arca de la alianza, una suerte de cofre con una escultura en madera de dos serafines encima y dentro contenía las tablas del decálogo entregadas a Moises en Sinaí y unos restos del maná, el alimento de los israelitas en el desierto. En 587 o 586, según el cálculo que uno sigue, ese tiemplo fue destruido por los babilónicos bajo el Rey Naboconodosor. Luego del exilio de Babilonio  fue reconstruido y a unas décadas del tiempo de Jesús fue ampliado y embellecido por el Rey Herodes el Grande. El Sumo Sacerdote aspersaba el recinto interior con la sangre del sacrificio de la expiación pidiendo a Dos el perdón de los pecados. El autor de la Carta a los Hebreos toma este episodio anual de los judíos y utilizando todo el lenguaje sacrificial del Antiguo Testamento afirma que: Jesucristo como nuevo Sumo Sacerdote entró una vez por todas en el santuario, no con la sangre de machos cabríos o toros. "Y se la sangre de machos cabríos y toros y la aspersión de las cenizas de un becerro pueden santificar a los que están manchados , cuánto más la sangre de Cristo, que a través del espíritu eterno se ofreció a sí mismo a Dios sin mancha, podrá limpiar nuestras conciencias de las obras muertas para rendir culto al Dios vivo".  Aquí obviamente, el autor se refiere a la ofrenda de sí mismo de parte de Jesús al Padre realizada una vez para siempre en la cruz.

Nuestro evangelio de hoy tomado del relato de la Última Cena según San Marcos utiliza también lenguaje sacrificial al referirse a la institución de la Eucaristía de parte de Jesús. En primer lugar, se trata de la celebración de la fiesta de la Pascua en la que se sacrificaba el cordero pascual en memoria de la intervención maravillosa de Dios a favor de su pueblo liberándolo de la opresión del Faraón en Egipto. Jesús introduce algo nuevo en la tradicional cena pascual de los judíos cuando dice "Tomen, esto es muy cuerpo". Y de manera similar tomó el cáliz dio gracias y lo pasó a ellos y todos bebieron de él. "Este es la sangre de la alianza, que será derramado por muchos. Les aseguro que no beberé más el fruto de la vid hasta el que que lo beba de nuevo en el reino de Dios".  Recordemos que en el libro del Éxodo, nuestra primer lectura, se trataba de sellar la alianza con Dios en Sinaí de la mano de Moisés con el sacrificio y la aspersión del altar y del pueblo con la sangre del animal sacrificado. Ahora se trata de la entrega, la ofrenda de Jesús, de su vida entera simbolizada por su sangre derramado el día siguiente en la cruz. Luego les mandó hacer lo mismo en memoria de Él.

Desde el mismos inicios de la vida de la Iglesia, como nos indica San Pablo en su primera carta a los corintios, c. 11,  se cumplía este mandato de Jesús, se renovab o se actualizaba ese mismo y único sacrificio de Jesús en la cruz, realizada una vez para siempre a través del sacrificio de la Misa.

Cuando Jesús manda a los apóstoles "haced esto en memoria mía", no se trata solamente de la repetición de un rito o un recuerdo meramente psicológico, sino de un compromiso de ofrecer nuestra vida en ofrenda, como sacrificio en comunión con él. Vivir según el modelo, el paradigma que él nos dejó. San Juan lo resume al inicio de su relato de la última cena cuando escribe: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin". Al recibir la sagrada comunión, el ministro nos dice "el cuerpo de Cristo" y respondemos "Amén", es decir, se nos entrega al mismo Jesús, su cuerpo, su vida entera y nosotros nos comprometemos en la fe a aceptarlo y vivir de la misma manera que Él, es decir, entregando la propia vida por los hermanos, que es la máxima señal de amor.