sábado, 6 de junio de 2015

El Cuerpo y la Sangre del Señor como Sacrificio

Este domingo la Iglesia celebra la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor, tradicionalmente conocida como Corpus Christi. Hay que decir que impresiona profundamente la unanimidad de los Padres de la Iglesia acerca de la doctrina de la Eucaristía, tanto como Presencia Real o lo que en la Edad Media se llegó a denomina transubstanciación, es decir que toda la realidad de Jesucristo, su cuerpo y sangre, humanidad y divinidad se hace presente en las especies del pan y de vino, se transforma, como también el otro aspecto fundamental de la doctrina eucarística o el sacrificio de la misa. A lo largo de la Edad Media se dieron varias controversias acerca de la presencia de Jesús en la Eucaristía, y al llegar al siglo XII, fue Santo Tomás de Aquino quien entregó a la Iglesia la síntesis más acabada de la doctrina de la Eucaristía, tanto el aspecto de su presencia real en las especies del pan y del vino, como el aspecto sacrificial, como prolongación y actualización el único sacrificio de Jesucristo en la cruz.

También en el siglo XII, probablemente como resultado de los cuestionamientos de la doctrina de la transformación del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo, un cierto número de sacerdotes y fieles llegaron a dudar de este dogma. En la época se dieron varios milagros eucarísticos, el más famoso siendo el que se dio en Bolsena cerca del a Catedral de Orvieto, una pequeña ciudad no lejos de Roma, cuando al celebrar la misa un sacerdote proveniente de Bohemia, el corporal quedó manchado con la sangre del Señor. Esta reliquia queda el la misma catedral hasta el día de hoy. También una monja en Lieja en lo que es ahora Bélgica, recibió una revelación privada del Señor que le pedía que la Iglesia instituyera esta fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor.

Las controversias se volvieron a dar en la época de la Reforma Protestante. Lutero no estaba dispuesto a rechazar la doctrina de la presencia de Jesús en las especies del pan y del vino, pero introdujo un concepto equivocado que se denomina impanación, o la permanencia del pan mientras se afirma la presencia del cuerpo de Jesús, mientras Zwinglio, reformador suizo, sostenía una concepción simbólica de la Eucaristía. Debido a su falta de comprensión de la verdadera naturaleza de la Eucaristía como sacrificio y su deficiente conocimiento tanto de la Sagrada Escritura como de los Padres de la Iglesia, los Protestantes rechazaron tajantemente la doctrina católica del sacrificio de la misa, o de la renovación el único sacrificio de Cristo en la cruz en la celebración de la Santa Misa.  Tal petición fue aprobada por el obispo del lugar, y posteriormente por el Papa Urbano IV que era del mismo lugar y conocía los hechos. El Papa  encomendó a Santo Tomás de Aquino la redacción del Oficio Divino para la nueva fiesta. El Santo Doctor puso manos a la obra y compuso los maravillosos himnos conocidos hasta el día de hoy como Pange Lingua Gloriosa, Lauda Sion Salvatorem, Adoro devote.

La fiesta tuvo una gran aceptación de parte de los fieles católicos en todo el mundo de entonces. También después del Concilio de Trento, que también reafirmó la verdadera doctrina católica acerca de la Eucaristía, la fiesta del Corpus Christi con su solemne procesión adquirió un auge extraordinario como manifestación de la fe del pueblo católico en la Eucaristía, llegando así hasta nuestro días.

A partir de la reforma litúrgica mandada por el Concilio Vaticano II, muchos prefirieron ponen énfasis en el aspecto de banquete sagrado en referencia a la Eucaristía, olvidando o dejando en la sombra la doctrina del del sacrificio de la misa. No cabe duda de la veracidad de la doctrina de la Eucaristía como banquete, pues el mismo Santo Tomás de Aquino no deja de ponerlo de relieve, pero no está en pugna con el aspecto sacrificial.

Hoy en día el concepto de sacrificio se entiende poco, a no ser referido a algo difícil que uno está obligado a realizar. En cambio en la antiguedad, y de manera especial entre los judíos,  los sacrificios eran algo muy importantes en la vida de cualquier judío contemporáneo de Jesús. Es difícil exagerar la importancia del tiempo en la vida del pueblo, y el templo, obviamente era el lugar donde se realizaban los sacrificios. Había varios tipos de sacrificio, los holocaustos, tal vez los más conocidos, en cuyo caso de quemaba la víctima entera como ofrenda a Dios, representando simbólicamente la ofrenda de la vida entera al Señor. Había sacrificios de comunión en cuyo caso se quemaba parte del animal ofrecido, normalmente la parte más grasosa que ellos consideraban con la parte más valiosa, y otra parte se entregaba al sacerdote que realizaba el sacrificio, y parte se comía como símbolo de la comunión con Dios. No se ofrecía solamente animales sino también frutos y cereales, particularmente las primicias de la cosecha se ofrecían a Dios como acción de gracias por la cosecha.

Nuestras tres lecturas hoy se refieren a los sacrificios de sangre, en primer lugar en el libro del Éxodo con Moisés en el desierto. Se trata del sacrificio con el que se selló la alianza, o pacto sagrado del pueblo con Dios, su Señor, Ellos se comprometen cumplir todo lo que el Señor les manda. Se dice que Moisés tomó la mitad de la sangre y la colocó en recipientes grandes y la otra mitad la roció sobre el altar. Luego tomó el libro de la Alianza, es decir lo que al alianza estipulaba, sobre todo los diez mandamientos, y la gente prometió cumplirlos. Luego aspersó la sangre sobre el pueblo diciendo: "Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes de acuerdo con todas éstas sus palabras". Notemos que la sangre en la Biblia simboliza la vida.

Nuestra segunda lectura es un pasaje tomada de la Carta a los Hebreos. Se trata tal vez no de una carta, sino más bien una homilía. Se ha atribuido tradicionalmente a San Pablo, aunque hoy en día prácticamente no se considera directamente de San Pablo, aunque tal vez de alguno de sus discípulos, y sería de alrededor del año 80. Aquí tenemos una comparación entre la Antigua y la Nueva Alianza. A Jesucristo se le presenta como Sumo Sacerdote, cosa que no era común antes, pues entre los cristianos de los primeros tiempo, no es que el sacerdocio del templo de Jerusalén haya tenido gran prestigio debido a su actitud negativa respecto a Jesús en la Pasión y posteriormente a los apóstoles.

Nuestro pasaje de hoy  de la Carta a los Hebreos se refiere a la celebración de la Fiesta de Yom Kippur o la Expiación,  que se celebra el el mes de octubre. Entre los ritos prescritos para esta fiesta que tenía que ver con el perdón de los pecados del pueblo, el Sumo Sacerdote entraba por única vez en todo el año en la parte interior del Templo llamada Santo de los Santos, o lugar más santo. El primer templo de Jerusalén  fue construido por el Rey Salomón alrededor del año 950 y en esta parte interior se encontraba el arca de la alianza, una suerte de cofre con una escultura en madera de dos serafines encima y dentro contenía las tablas del decálogo entregadas a Moises en Sinaí y unos restos del maná, el alimento de los israelitas en el desierto. En 587 o 586, según el cálculo que uno sigue, ese tiemplo fue destruido por los babilónicos bajo el Rey Naboconodosor. Luego del exilio de Babilonio  fue reconstruido y a unas décadas del tiempo de Jesús fue ampliado y embellecido por el Rey Herodes el Grande. El Sumo Sacerdote aspersaba el recinto interior con la sangre del sacrificio de la expiación pidiendo a Dos el perdón de los pecados. El autor de la Carta a los Hebreos toma este episodio anual de los judíos y utilizando todo el lenguaje sacrificial del Antiguo Testamento afirma que: Jesucristo como nuevo Sumo Sacerdote entró una vez por todas en el santuario, no con la sangre de machos cabríos o toros. "Y se la sangre de machos cabríos y toros y la aspersión de las cenizas de un becerro pueden santificar a los que están manchados , cuánto más la sangre de Cristo, que a través del espíritu eterno se ofreció a sí mismo a Dios sin mancha, podrá limpiar nuestras conciencias de las obras muertas para rendir culto al Dios vivo".  Aquí obviamente, el autor se refiere a la ofrenda de sí mismo de parte de Jesús al Padre realizada una vez para siempre en la cruz.

Nuestro evangelio de hoy tomado del relato de la Última Cena según San Marcos utiliza también lenguaje sacrificial al referirse a la institución de la Eucaristía de parte de Jesús. En primer lugar, se trata de la celebración de la fiesta de la Pascua en la que se sacrificaba el cordero pascual en memoria de la intervención maravillosa de Dios a favor de su pueblo liberándolo de la opresión del Faraón en Egipto. Jesús introduce algo nuevo en la tradicional cena pascual de los judíos cuando dice "Tomen, esto es muy cuerpo". Y de manera similar tomó el cáliz dio gracias y lo pasó a ellos y todos bebieron de él. "Este es la sangre de la alianza, que será derramado por muchos. Les aseguro que no beberé más el fruto de la vid hasta el que que lo beba de nuevo en el reino de Dios".  Recordemos que en el libro del Éxodo, nuestra primer lectura, se trataba de sellar la alianza con Dios en Sinaí de la mano de Moisés con el sacrificio y la aspersión del altar y del pueblo con la sangre del animal sacrificado. Ahora se trata de la entrega, la ofrenda de Jesús, de su vida entera simbolizada por su sangre derramado el día siguiente en la cruz. Luego les mandó hacer lo mismo en memoria de Él.

Desde el mismos inicios de la vida de la Iglesia, como nos indica San Pablo en su primera carta a los corintios, c. 11,  se cumplía este mandato de Jesús, se renovab o se actualizaba ese mismo y único sacrificio de Jesús en la cruz, realizada una vez para siempre a través del sacrificio de la Misa.

Cuando Jesús manda a los apóstoles "haced esto en memoria mía", no se trata solamente de la repetición de un rito o un recuerdo meramente psicológico, sino de un compromiso de ofrecer nuestra vida en ofrenda, como sacrificio en comunión con él. Vivir según el modelo, el paradigma que él nos dejó. San Juan lo resume al inicio de su relato de la última cena cuando escribe: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin". Al recibir la sagrada comunión, el ministro nos dice "el cuerpo de Cristo" y respondemos "Amén", es decir, se nos entrega al mismo Jesús, su cuerpo, su vida entera y nosotros nos comprometemos en la fe a aceptarlo y vivir de la misma manera que Él, es decir, entregando la propia vida por los hermanos, que es la máxima señal de amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario