sábado, 19 de marzo de 2011

La Iglesia y la defensa de la vida

La vida es uno de esos conceptos cuyo sentido parece evidente y no nos preguntamos qué significa. Las noticias nos dan información acerca de los esfuerzos de científicos por encontrar vida en Marte o en otro planeta más lejano. Sin embargo, normalmente se trata de una forma ínfima de vida, como unas bacterias. También hay muchos que se preocupan por la vida de los animales e insectos de manera que a veces se tiene que interrumpir la construcción de una autopista debido al hecho de que se haya encontrado especímenes de alguna especie en peligro de extinción. A veces la legislación de los países les otorga más derechos y protección a las especies de animales en extinción que a los non nacidos humanos. También hablamos de "Dios vivo" y de la vida como don de Dios. La vida, pues, es un concepto amplio. Todos reconocemos el hecho de que dentro de los seres vivos el hombre ocupa una posición única entre las miles de especies de animales. Este hecho queda ampliamente demostrado en la Biblia desde su primer libro, el Génesis. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1,23). Es el único ser consciente de sí mismo y capaz de entrar en comunión con Dios. Es el único que posee la conciencia de sí y libre albedrío. La Biblia cuenta de manera imaginativa la caída del hombre en desgracia debido a su mal uso de la libertad. Jesús afirma "yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia".
A la vida se opone la muerte y tanto en la Biblia como en la experiencia de todos,nadie quiere la muerte. El hombre la rechaza con horror y le provoca angustia, hasta el punto que hoy día se tiende a no querer pensar el ella, como si de esa manera fuera a desaparecer. Si la vida es el don fundamental de Dios y la muerte no formaba parte del plan original de Dios. Se introdujo al mundo debido al pecado.

Todas las civilizaciones antiguas y primitivas tienen actos religiosos en recuerdo de los antepasados y de alguna manera piensan que los muertos sobreviven de alguna manera, aunque sea como sombra en una región frío y lúgubre debajo de la tierra denominado Hades por los griegos, "sheol" en la Biblia.

Si en la Biblia, la muerte es considerada como una desgracia y un castigo por el pecado, la vida es vista como una inmensa bendición de Dios, el Dios Viviente. En el Domingo de Resurrección, el tercer día después de la muerte de Jesús en la cruz, un ángel le dijo a las mujeres que se acercaron al sepulcro de Jesús para ungir su cuerpo: "¿Por qué buscan entre los muertos a Aquel que vive". Jesús es el que vive. También es el que da la vida, entrega su vida para para que nosotros podemos alcanzar la verdadera vida que supera la muerte. El libro del Apocalipsis dice: ""Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha pasado" (214). Éste es el sueño de todos nosotros, pero sólo Jesús con su muerte y resurrección es capaz de alcanzarla para todos nosotros.

Nueve meses antes de Navidad, el 25 de marzo celebramos en la Iglesia la Solemnidad de la Anunciación del Señor. Es el día que celebramos la concepción de Jesús en el seno de la Sma. Virgen María. Con la visita del Arcángel Gabriel a la Virgen María y con su consentimiento, empezó la vida de Jesús en este mundo. La vida de cada uno empezó así también, pero lamentablemente en nuestro mundo que se considera más civilizado que en otros tiempos, muchos millones de seres humanos que son concebidos en el seno materno, como Jesús y como cada uno de nosotros, encuentran a los pocos días o semanas no la vida sino la muerte y no por algún accidente, sino por voluntad de la misma madre que no quiere tener en ese momento un hijo.

La técnica ha proporcionado medios sofisticados, pero bárbaros para anular la vida humana incipiente en el vientre de la madre. Hay aspiradoras y otros instrumentos para romper los pequeños huesos de ese minúsculo ser humano que se encuentra gestándose en el vientre de la madre. Hoy en día se ha inventado hasta píldoras que pueden matar uno de esos seres humanos minúsculos. Se trata de la así llamada "Píldora del Día Después". ¿Quién alza la voz en contra de esa nueva barbarie tecnificada? Desde sus inicios la Iglesia se ha opuesto no sólo a la exposición de niños (en otras palabras, echarlos a un basural), sino también al aborto que era bastante común en el Imperio Romano de los primeros siglos de nuestra era. Así poco a poco con el influjo cada vez mayor de la fe cristiana y la creación de una civilización cristiana se fueron desapareciendo tanto la exposición de los niños ya nacidos, sino también el aborto de los no nacidos.

Desde los años 70 del siglo pasado, particularmente desde el año 1973 cuando la Corte Suprema de Estados Unidos legalizó el aborto libre con el argumento de la existencia de un supuesto derecho a la privacidad de la mujer en virtud del cual puede dar muerte al no nacido que lleva en su vientre. la Iglesia no ha cesado de levantar la voz en contra de la barbaridad del aborto. Es cierto que las mujeres con no poca frecuencia se encuentran en situaciones muy difíciles, pero el aborto no es ninguna solución. La Iglesia propone prestarle todo el apoyo posible a la mujer que se encuentra en tales situaciones. Ningún otro bien puede compararse al de la vida misma. En este caso no vale el refrán "muerto el perro,se acabó la rabia". Vienen una secuelas psicológicas graves que se denominan "Síndrome post Aborto". La mentalidad anti-vida que favorece el consumismo y el confort trae otras graves secuelas sociales también y tiende a llegar a la aprobación de la eutanasia, o como se llamaba antes "matanza por misericordia", es decir matar a los ancianos para evitar supuesto sufrimiento.

La tarea de la Iglesia a favor de la vida no termina con unas declaraciones de los Obispos o del Papa a favor de la vida, sino se extiende a todo católico. El Papa Juan Pablo II diagnosticó la existencia de una "cultura de la muerte" en nuestra sociedad. Hay que combatirla efectivamente en la educación de la juventud, entre los padres que son los que colaboran con Dios en la creación de nuevos hijos suyos, hay que promover una cultura de responsabilidad. No basta que se evite el aborto. La sociedad tiene que darse cuenta de la importancia del apoyo a la familia. Los políticos también tienen un papel importante a favor de la vida, tanto con la promulgación de leyes justas en contra del aborto y del la famosa píldora $U482 o del día después, sino también la promoción de todo tipo de políticos en favor de la familia y de los niños.

Ojalá que la celebración de la Fiesta de la Anunciación del Señor, ocasión en la que nno solamente celebramos el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre en el seno de María, sino también el hecho de que fue concebido, ciertamente de manera milagrosa, pero al igual que todos nosotros inició su andadura en este mundo con su concepción. Ojalá que todos los niños lleguen a recibir de Él el don de la plenitud de la vida que ofrece: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia".

sábado, 12 de marzo de 2011

La oración

Cuando yo era niño y me tocaba aprender el catecismo, cosa muy seria en la época en Irlanda, pues podía acarrear muchos golpes y había que aprendernos de memoria un librito verde entero con 303 preguntas y respuestas, también nos insistían en la importancia de la oración. De hecho teníamos que memorizar no sólo las oraciones comunes que todo católico se sabe, sino otros como un acto de fe, esperanza y de caridad. Por algún motivo el acto de esperanza era la más larga de todas. También aprendimos que era necesario confesar al sacerdotes el hecho de no haber hecho nuestras oraciones, pecado fácil de confesar porque se daba siempre. Pese a todo se nos quedó grabado que para un católico serio la oración era bien importante. Eso todo mundo lo sabe, pero a muchos les parece un cometido demasiado difícil o imposible de lograr el progreso en la oración. Los que han leído vidas de santos, particularmente del estilo de antes, pues daban la impresión que el santo o la santa era de otro planeta, un ser extraordinario y superior. Total, la santidad no era para nosotros mortales condenados a vivir el día a día de este mundo, con el trabajo, el trajín de la crianza de niños, tener que preocuparse por cosas como pagar la luz, el agua, la colegiatura de los niños etc. Muchos concluyen que la oración es importante sí pero "no tengo tiempo".

Ha llegado la Cuaresma y descubrimos que uno de los aspectos fundamentales de la disciplina cuaresmal es precisamente la oración. No sé si será la más importante, pues tanto la misericordia como el ayuno también tienen su importancia y ninguno deber de faltar en la vida de un cristiano serio. Antes de abundar más en la importancia de la oración, en el hecho de que el mismo Jesús pasaba muchas noches en oración a su Padre, también se levantaba muy de madrugada para orar, que antes de cualquier momento importante de su vida, según podemos constatar al leer el Evangelio de San Lucas, nos conviene preguntarnos en qué consiste la oración si tiene tanta importancia en la vida de Jesús y por ende de cualquier cristiano serio.

El Catecismo de la Iglesia Católica contiene toda una parte, la cuarta, dedicada a la oración y en concreto buena parte de ella dedicada al Padre Nuestro. De hecho el Catecismo dedica 20% de todo sus páginas a la oración. Nos entrega un tratado bastante completo del tema entrando incluso en detalles prácticas que pueden ayudar al católico a orar mejor. Da una explicación de los diversos tipos de oraciónn, incluyendo la contemplativa que antes se consideraba reserva exclusiva de los privilegiados con tiempo y ociosidad suficiente para dedicarse a la así llamada vida contemplativa.

El Catecismo nos entrega varias definiciones de la oración, todas ellas tomadas de los santos, todos ellos ciertamente expertos en el tema: "La oración es una conversación o coloquio con Dios" (San Gregorio Niceno). "La oración es hablar con Dios" (San Juan Crisóstomo). "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición de bienes convenientes" (San Juan Damasceno. cfr. CIC #2559). "Oración es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con Quien sabemos nos ama" (Sta. Teresa de Jesús). Da también la definición de Sta. Teresita del Niño Jesús: "Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría" (CIC #2558. La oración es una actividad sobrenatural, es decir, que arranca del hecho de nuestra incorporación en _Cristo realizada en el bautismo que nos ha hecho hijos de Dios y partícipes de la naturaleza divina (" Pe 1,4. En una palabra, es un don de Dios, pero como todos los dones de Dios tenemos que disponernos y colaborar con su gracia para recibirlo y lograr que crezca y se desarrolle en nosotros.

Quiero reflexionar un poco sobre la definición de Santa Teresa de Jesús citada por el Catecismo. La Santa dice que es un "tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama". Varios autores insignes paganos como Aristóteles y Cicerón nos han entregado unos tratados profundos e iluminadores sobre la amistad. Afirman que dos amigos son como dos personas con una sola alma. La Biblia contiene abundantes ejemplos de la amistad, tal vez el más impresionante el de David y Jonatán en el Primer Libro de Samuel. Jesús mismo afirma en el discurso de la Cena en el Evangleio de San Juan: "Ya no os llamo siervos sino amigos, todo lo que me ha enseñado mi Padre os lo he dado a conocer" (15,15). Jesús afirma compartir con los apóstoles sus amigos todo lo suyo, incluso su misma relación de amor y entrega a su Padre. En la Antiguedad los esclavos formaban parte de la familia, pero obviamente no con la misma intimidad que los hijos. Los esclavos no compartirían la herencia ni los secreto más íntimos de su amo. Además en el cuarto evangelio "el discípulo que Jesús amaba gozaba de una particular amistad con él, como también por lo que podemos saber la Magdalena que fue la primera en llegar al sepulcro para llorar su partida. Tal amistad es posible gracias al misterio de la Encarnación o la "kénosis" o anonadamiento de si mismo de parte delHijo de Dios tal como lo relata en el pasaje emblemático de San Pablo a los Filipenses (2,6-11, pues el Hijo de Dios se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado, haciendo posible también la amistad con Él en la persona de Jesús, muerto y resucitado.

La Santa de Ávila insiste también en la necesidad de la frecuencia del trato íntimo de amistad con el Señor. No basta un recuerdo esporádico cuando estamos en un apuro, o como los malos estudiantes que se ponen a orar al llegar el momento de los exámenes. En este sentido me acuerdo del ejemplo de San Patricio, pues egún cuenta en su Confesión, cuando a los 16 años fue secuestrado por piratas irlandeses y llevado a cuidar ovejas en as colinas de Irlanda: "Cuando llegué a Irlanda, todos los días tenía que cuidar ovejas y muchas veces al día oraba..." Luego cuenta que oraba hasta cien veces al día y cien veces más en la noche. Afirma también que hasta entonces no conocía al verdadero Dios pese a haber sido cristiano desde antes. Cuenta que se levantaba muy de mañana para orar sea en la nieve, la escarcha o la lluvia, que ciertamente no faltan en Irlanda. Debida a su oración afirma que "el espíritu estaba ferviente dentro de mí". Así pudo tener la sensibilidad para escuchar la voz de Dios en su interior en los diversos momentos de su vida.

Santa Teresa dice "con quien sabemos nos ama". Por lo tanto darnos cuenta, sentirnos amados por Dios es un aspecto muy importante en la oración. Es resultado de una fe viva y también de la familiaridad con la Palabra de Dios, sobre todo en relación con la persona de Jesús. Sobre todo el evangelio de San Juan manifiesta la intimidad de Jesús con su Padre. San Ignacio al final de sus Ejercicios Espirituales propone al ejercitante la "Contemplación para alcanzar amor". En ella propone recordar los inmensos beneficios que hemos recibido de Dios. Excelente manera de hacer oración.

En la Cuaresma tenemos una oportunidad de renovar a fondo nuestra vida cristiana a través de las tres prácticas tradicionales, la oración, el ayuno y la limosna o la misericordia. En el caso de la oración ojalá nos ayude el recordar lo que es la oración según la definiciones tradicionales que hemos recogido del Catecismo.

viernes, 11 de marzo de 2011

El Ayuno

¿Hoy en día quién ayuna? Pues sí se ayuna bastante porque muchos están de dieta. Otros dedican muchas horas al gimnasio y a otros tipos de cultivo del cuerpo. Pero el ayuno por motivos religiosos es poco común en nuestros días. Sin embargo, en la Biblia el ayuno va casi siempre de la mano de la oración como uno de los ejercicios más queridos por Dios y propicios para lograr favores de Él. El Miércoles de Ceniza escuchamos en la misa la lectura del Profeta Joel que invitaba al ayuno en la ocasión de una plaga de langostas. Es cierto que la Biblia exhorta mucho al ayuno, pero también pone en guardia contra el ayuno o cualquier otra actividad religiosa que se reduce a un automatismo o rutina. La lectura del libro de Isaías correspondiente a hoy Viernes Después de Miércoles de Cenizas afirma: "El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne" (cf. Is 58,1-9a). El ayuno no es todo ni lo más importante, pero junto con otras prácticas que hoy en día se denominan "solidariedad" es algo muy querido por Dios y beneficioso para el hombre. También Jesús relativiza el ayuno en el pasaje evangélico de hoy (Mt 9,14-15). Mientras reconoce la importancia del ayuno también disculpa a los discípulos por no ayunar debido a que Él, el Novio, está con ellos.

Todos sabemos que la Cuaresma es tiempo de penitencia que incluye el ayuno. Es tiempo también de oración y de limosna o misericordia. Sin embargo, la práctica del ayuno en los últimos décadas casi se ha perdido en la Iglesia. La misma noción de penitencia no se escucha mucho hoy día en la Iglesia. En la Iglesia Antigua las cosas no eran así, sobre todo en tiempo de Cuaresma y en el Triduo Pascual. El deber del ayuno era un deber sagrado. Antes del Siglo IV cuando se comenzó la celebración de La Semana Santa en Jerusalén, según nos relata la virgen Egeria en su diario de peregrinación a Jerusalén en la época, el deber de ayunar era universal el día de que ahora llamamos Sábado Santo, y luego también Viernes Santo. De hecho se tomaba ese deber tan en serio que todo el mundo tenía que ayunar, es decir, no comer nada, ese día, con la excepción de mujeres embarazadas y enfermos que podían tomar pan y agua. Se pensaba que sin ese ayuno no sería posible vivir el gozo exultante de la Pascua en la Gran Vigilia y luego en los cincuenta días que constituyen esa la fiesta cristiana más grande.

Una diferencia entre los cristianos de aquellos siglos y nosotros es que ellos vivían intensamente los tiempos litúrgicos y el gran momento, el gran misterio era y sigue siendo el Misterio de la Pascua, el paso de Nuestro Señor a través de la muerte a la vida nueva en la Resurrección. Era el momento de mayor solemnidad en el que se realizaba la mayor parte de los bautismos, mayormente de adultos. De hecho la Cuaresma tuvo su inicio como un período de preparación intenso de parte de los candidatos para el bautismo (también la Confirmación y a Eucaristía) que se denominaban "competentes". Ya habían hecho tres años de catecumenado durante el cual se iban iniciando en la fe, en el conocimiento de la Palabra de Dios y también tenían que demostrar verdaderos cambios de vida, a veces dejando su antiguo trabajo si tenía que ver con el paganismo u otra actividad inmoral, como pudiera ser por ejemplo ser dueño de un prostíbulo.

En aquellos siglos, se consideraba que así como había un sólo bautismo, había también una sola penitencia, es decir, la que llamamos la Penitencia Canónica. La reconciliación con la Iglesia, y por ende con Dios era algo verdaderamente trabajoso y podía durar siete o más años. En una palabra, se tomaba más en serio la gravedad del pecado, como ofensa a Dios y separación de la vida de la Iglesia. No cabe duda de que esta disciplina de la penitencia tuvo sus inconvenientes y en siglos posteriores se fue sustituyendo con el sistema de la confesión individual y la reconciliación inmediata da la mano primero de las monjes irlandeses. Sin embargo, las penitencias que éstos imponían eran verdaderamente extraordinarios, prueba de que tampoco perdían el sentido de la gravedad del pecado.

Hasta la llegada del Concilio Vaticano II en los años 60 todavía quedaba el sentido vivo de la necesidad del ayuno y la penitencia en la Iglesia. Como niño en Irlanda me acuerdo como nos inculcaban la necesidad de privarnos de caramelos y dulces en tiempo de Cuaresma. No es que tomáramos muchas chucherías como los niños de hoy. También el disciplina de ayuno para la comunión era más estricta y había que ayunar desde la medianoche para poder comulgar. Esto tenía un inconveniente y es que en las Misas parroquiales de 11.00 y 12.00 en mi parroquia no se daba la comunión, ni obviamente se tenía misas en la tarde. Además, la norma de la abstinencia se cumplía a rajatabla. El viernes era día de pescado y los vendedores de pescado salían a la calle e iban a las casas a vender.

Después del Concilio parece que predominó la idea ingenua de que ya habíamos llegado a la mayoría de edad y era tiempo de eliminar tantas reglas tan específicas. Las Conferencias Episcopales proponían que el viernes fuera un día de penitencia sí, pero sin la obligación de abstinencia. Los días de ayuno se redujeron a dos en todo el año, Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. La noción de que los fieles fueran a practicar otras penitencias voluntarias los viernes y días de Cuaresma ha resultado una quimera. Lo que ha sucedido es que en la Iglesia se ha perdido casi por completo la disciplina del ayuno y la penitencia como resultado de hacerla opcional y a voluntad de cada uno.

He visto que en algunos países, como Estados Unidos y Chile, se realiza una campaña promoviendo en ayuno durante la Cuaresma juntándolo con otro de los aspectos de la disciplina tradicional de la Cuaresma, la limosna o la misericordia. Se trata de pedir a los fieles que depositen un una cajita el dinero que ahorran con el ayuno y otros ahorros por privaciones que realizan en la Cuaresma para entregar ese dinero para bien de los pobres. Es una buena iniciativa, pero no debemos de olvidar que el ayuno tiene su valor en sí sin estar unido con la limosna.

Pareciera que en un mundo preso del consumismo exagerado que todo lo domina sería más importante insistir en el ayuno y la austeridad. El motor de la economía moderna es el consumo y ya no tiene la misma importancia el ahorro que antes. La publicidad promueve la gratificación instantánea con la ayuda de los créditos fáciles. Todos sabemos la importancia que eso ha tenido para en la reciente crisis económica. Todavía no sabemos si está superada la crisis. Si no se consume productos que no son verdaderamente necesarios pero accesibles gracias a los créditos, las fábricas se cierran, la gente se queda sin trabajo y sigue el ciclo económico negativo. Se promueve poco la responsabilidad personal y la gente piensa que el Estado niñero la va a cuidar. Para muchos la crisis ha sido un choque con la realidad y ahora descubren que son pobres, pero con deudas. Les toca sacrificarse ahora para pagar los desenfrenos de antes. En vez de "comer y beber que mañana moriremos", deberíamos de responsabilizarnos por nuestra futuro y el de nuestros hijos, pues pensar que en el ambiente egoísta y consumista en el que viven muchos, preguntan "¡cuánto cuesta criar un hijo?" Los hijos mal criados tampoco van a cuidar de ellos cuando lleguen a viejos. Ésta puede ser una lección de la Cuaresma bien vivida, aunque sea a nivel económico. Es través de nuestras decisiones diarias y concretas que llegaremos a ser santos y al cielo.

En todo caso el ayuno como acto de privación de alimentos, como algo necesario para la vida, como también la privación de otros placeres superfluos no sólo es una buena estrategia económica, sino hecho como afirmación de la soberanía de Dios y de nuestra dependencia de Él y de su Providencia nos ofrece grandes beneficios, no el menor de ellos el de lograr una mayor libertad. Como ya señalamos, va de la mano de la solidariedad y la convicción de que todos los bienes de nuestro mundo están al servicio de todos los seres humanos. Recordemos un dicho del Señor Jesús, que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles: "Es más dichoso dar que recibir" (20,35). Privarnos de lo superfluo para poder darlo a los más necesitados es una buena manera de vivir lo que el Señor nos enseña en este dicho.