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viernes, 11 de marzo de 2011

El Ayuno

¿Hoy en día quién ayuna? Pues sí se ayuna bastante porque muchos están de dieta. Otros dedican muchas horas al gimnasio y a otros tipos de cultivo del cuerpo. Pero el ayuno por motivos religiosos es poco común en nuestros días. Sin embargo, en la Biblia el ayuno va casi siempre de la mano de la oración como uno de los ejercicios más queridos por Dios y propicios para lograr favores de Él. El Miércoles de Ceniza escuchamos en la misa la lectura del Profeta Joel que invitaba al ayuno en la ocasión de una plaga de langostas. Es cierto que la Biblia exhorta mucho al ayuno, pero también pone en guardia contra el ayuno o cualquier otra actividad religiosa que se reduce a un automatismo o rutina. La lectura del libro de Isaías correspondiente a hoy Viernes Después de Miércoles de Cenizas afirma: "El ayuno que yo quiero es éste: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne" (cf. Is 58,1-9a). El ayuno no es todo ni lo más importante, pero junto con otras prácticas que hoy en día se denominan "solidariedad" es algo muy querido por Dios y beneficioso para el hombre. También Jesús relativiza el ayuno en el pasaje evangélico de hoy (Mt 9,14-15). Mientras reconoce la importancia del ayuno también disculpa a los discípulos por no ayunar debido a que Él, el Novio, está con ellos.

Todos sabemos que la Cuaresma es tiempo de penitencia que incluye el ayuno. Es tiempo también de oración y de limosna o misericordia. Sin embargo, la práctica del ayuno en los últimos décadas casi se ha perdido en la Iglesia. La misma noción de penitencia no se escucha mucho hoy día en la Iglesia. En la Iglesia Antigua las cosas no eran así, sobre todo en tiempo de Cuaresma y en el Triduo Pascual. El deber del ayuno era un deber sagrado. Antes del Siglo IV cuando se comenzó la celebración de La Semana Santa en Jerusalén, según nos relata la virgen Egeria en su diario de peregrinación a Jerusalén en la época, el deber de ayunar era universal el día de que ahora llamamos Sábado Santo, y luego también Viernes Santo. De hecho se tomaba ese deber tan en serio que todo el mundo tenía que ayunar, es decir, no comer nada, ese día, con la excepción de mujeres embarazadas y enfermos que podían tomar pan y agua. Se pensaba que sin ese ayuno no sería posible vivir el gozo exultante de la Pascua en la Gran Vigilia y luego en los cincuenta días que constituyen esa la fiesta cristiana más grande.

Una diferencia entre los cristianos de aquellos siglos y nosotros es que ellos vivían intensamente los tiempos litúrgicos y el gran momento, el gran misterio era y sigue siendo el Misterio de la Pascua, el paso de Nuestro Señor a través de la muerte a la vida nueva en la Resurrección. Era el momento de mayor solemnidad en el que se realizaba la mayor parte de los bautismos, mayormente de adultos. De hecho la Cuaresma tuvo su inicio como un período de preparación intenso de parte de los candidatos para el bautismo (también la Confirmación y a Eucaristía) que se denominaban "competentes". Ya habían hecho tres años de catecumenado durante el cual se iban iniciando en la fe, en el conocimiento de la Palabra de Dios y también tenían que demostrar verdaderos cambios de vida, a veces dejando su antiguo trabajo si tenía que ver con el paganismo u otra actividad inmoral, como pudiera ser por ejemplo ser dueño de un prostíbulo.

En aquellos siglos, se consideraba que así como había un sólo bautismo, había también una sola penitencia, es decir, la que llamamos la Penitencia Canónica. La reconciliación con la Iglesia, y por ende con Dios era algo verdaderamente trabajoso y podía durar siete o más años. En una palabra, se tomaba más en serio la gravedad del pecado, como ofensa a Dios y separación de la vida de la Iglesia. No cabe duda de que esta disciplina de la penitencia tuvo sus inconvenientes y en siglos posteriores se fue sustituyendo con el sistema de la confesión individual y la reconciliación inmediata da la mano primero de las monjes irlandeses. Sin embargo, las penitencias que éstos imponían eran verdaderamente extraordinarios, prueba de que tampoco perdían el sentido de la gravedad del pecado.

Hasta la llegada del Concilio Vaticano II en los años 60 todavía quedaba el sentido vivo de la necesidad del ayuno y la penitencia en la Iglesia. Como niño en Irlanda me acuerdo como nos inculcaban la necesidad de privarnos de caramelos y dulces en tiempo de Cuaresma. No es que tomáramos muchas chucherías como los niños de hoy. También el disciplina de ayuno para la comunión era más estricta y había que ayunar desde la medianoche para poder comulgar. Esto tenía un inconveniente y es que en las Misas parroquiales de 11.00 y 12.00 en mi parroquia no se daba la comunión, ni obviamente se tenía misas en la tarde. Además, la norma de la abstinencia se cumplía a rajatabla. El viernes era día de pescado y los vendedores de pescado salían a la calle e iban a las casas a vender.

Después del Concilio parece que predominó la idea ingenua de que ya habíamos llegado a la mayoría de edad y era tiempo de eliminar tantas reglas tan específicas. Las Conferencias Episcopales proponían que el viernes fuera un día de penitencia sí, pero sin la obligación de abstinencia. Los días de ayuno se redujeron a dos en todo el año, Miércoles de Ceniza y Viernes Santo. La noción de que los fieles fueran a practicar otras penitencias voluntarias los viernes y días de Cuaresma ha resultado una quimera. Lo que ha sucedido es que en la Iglesia se ha perdido casi por completo la disciplina del ayuno y la penitencia como resultado de hacerla opcional y a voluntad de cada uno.

He visto que en algunos países, como Estados Unidos y Chile, se realiza una campaña promoviendo en ayuno durante la Cuaresma juntándolo con otro de los aspectos de la disciplina tradicional de la Cuaresma, la limosna o la misericordia. Se trata de pedir a los fieles que depositen un una cajita el dinero que ahorran con el ayuno y otros ahorros por privaciones que realizan en la Cuaresma para entregar ese dinero para bien de los pobres. Es una buena iniciativa, pero no debemos de olvidar que el ayuno tiene su valor en sí sin estar unido con la limosna.

Pareciera que en un mundo preso del consumismo exagerado que todo lo domina sería más importante insistir en el ayuno y la austeridad. El motor de la economía moderna es el consumo y ya no tiene la misma importancia el ahorro que antes. La publicidad promueve la gratificación instantánea con la ayuda de los créditos fáciles. Todos sabemos la importancia que eso ha tenido para en la reciente crisis económica. Todavía no sabemos si está superada la crisis. Si no se consume productos que no son verdaderamente necesarios pero accesibles gracias a los créditos, las fábricas se cierran, la gente se queda sin trabajo y sigue el ciclo económico negativo. Se promueve poco la responsabilidad personal y la gente piensa que el Estado niñero la va a cuidar. Para muchos la crisis ha sido un choque con la realidad y ahora descubren que son pobres, pero con deudas. Les toca sacrificarse ahora para pagar los desenfrenos de antes. En vez de "comer y beber que mañana moriremos", deberíamos de responsabilizarnos por nuestra futuro y el de nuestros hijos, pues pensar que en el ambiente egoísta y consumista en el que viven muchos, preguntan "¡cuánto cuesta criar un hijo?" Los hijos mal criados tampoco van a cuidar de ellos cuando lleguen a viejos. Ésta puede ser una lección de la Cuaresma bien vivida, aunque sea a nivel económico. Es través de nuestras decisiones diarias y concretas que llegaremos a ser santos y al cielo.

En todo caso el ayuno como acto de privación de alimentos, como algo necesario para la vida, como también la privación de otros placeres superfluos no sólo es una buena estrategia económica, sino hecho como afirmación de la soberanía de Dios y de nuestra dependencia de Él y de su Providencia nos ofrece grandes beneficios, no el menor de ellos el de lograr una mayor libertad. Como ya señalamos, va de la mano de la solidariedad y la convicción de que todos los bienes de nuestro mundo están al servicio de todos los seres humanos. Recordemos un dicho del Señor Jesús, que encontramos en el libro de los Hechos de los Apóstoles: "Es más dichoso dar que recibir" (20,35). Privarnos de lo superfluo para poder darlo a los más necesitados es una buena manera de vivir lo que el Señor nos enseña en este dicho.

viernes, 19 de junio de 2009

El Sagrado Corazón

DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN

Siendo irlandés y habiendo sido criado en el ambiente devocional que reinaba en Irlanda en los años 50 y 60 con gran énfasis en la Devoción al Sagrado Corazón, me ha extrañado un poco que aquí en el pueblo de la Sierra de Cádiz donde soy párroco importa poco esta devoción. Las pocas personas mayores, en su gran mayoría mujeres, al parecer conocen poco acerca de esta devoción. En general, puede que sean víctimas de la tendencia a eliminar las devociones populares que ha prosperado entre cierto clero a partir del Concilio Vaticano II. Desde hace tres años cuando llegué aquí intenté reavivar devociones como algunas novenas, Mes de María en mayo, el Via Crucis en tiempo de Cuaresma, pero con poco éxito. Algunos feligreses comentaban al inicio que “este cura quiere restaurar devociones que otros han eliminado”. No veo por qué la promoción de la vida litúrgica tiene que despreciar o eliminar devociones de una gran trayectoria en la Iglesia y que tantos frutos han dado. Sí hay una gran estatua del Sagrado Corazón en la Iglesia encima de sagrario en la capilla del Santísimo. También he sabido que antes existía un confesionario en el templo, pero algún predecesor iluminado lo eliminó, pues él u otros introdujeron la absolución general, contrario a todas las normas clarísimas expresadas en múltiples documentos, no el menor de ellos el Código del Derecho Canónico. En un pueblo vecino a uno de esa generación de curas iconoclastas se le ocurrió anunciar a los feligreses que iba a quemar las imágenes de los santos existentes en el templo. Afortunadamente prevaleció el buen sentido de los feligreses porque se llevaron las imágenes a sus casas para que el cura iluminado no pudiera llevar a cabo tal disparate. A Dios gracias que ya no se dan estos deslates, pero algunas de las consecuencias de ellos perduran. He ido decayendo la devoción y desapareciendo en las generaciones jóvenes y menos jóvenes, es decir de cincuenta años para abajo. Lo que ha quedado ha sido el foklore. Los mismos que no pisan el templo en todo el año, a no ser en la ocasión de alguna boda, funeral o primera comunión se quedan hasta muy entrada la noche decorando pasos en Semana Santa o en vísperas de la Fiesta de la Patrona. Es decir, les queda un ligamen muy ténue con la Iglesia que ha quedado principalmente en una tradición del pueblo, con un mínimo de verdadera devoción.

La Devoción al Sagrado Corazón es muy especial y muy característica de la Iglesia Católica y, como demuestra el Papa Pío XII, en su Carta Encíclica Haurietis Aquas 1956, tiene un sólido raigambre bíblico, patrístico y teológico. Jesús en el Evangelio invita a todos a “venir a Él que es manso y humilde de corazón”. En toda su vida, pero sobre todo en la Eucaristía y en la Cruz, manifiesta el inmenso amor de Dios a cada hombre, pues su costado fue penetrado con la lanza del soldado y salió sangre y agua, simbolizando los sacramentos del bautismo y de la Eucaristía, según la interpretación común de los Padres de la Iglesia. Entre todos los Padres, el más grande, San Agustín, es el que coloca el amor como el centro de toda su teología y su espiritualidad. En la Edad Media son muy numerosos los grandes místicos como San Bernardo, San Buenaventura en la tradición franciscana, y algunas de las más grandes santas y místicas como Santa Gertudris la Grande y Santa Catalina de Siena, por mencionar las más conocidas, profundizaron notoriamente en el misterio del amor de Dios manifestado en el Corazón de Jesús. El corazón, como es bien conocido, es el centro y lo más profundo del hombre en la mentalidad bíblica. Coinciden muchas culturas en señalar el corazón como símbolo del amor.

Fue a partir de la rotura de la unidad de la Iglesia en Occidente que tuvo como resultado su posterior fraccionamiento en unas 4000 denominaciones, que providencialmente surgió con nueva fuerza la Devoción al Sagrado Corazón. El P. John Hardon, jesuita muy conocido en Estados Unidos, ya fallecido, que escribió tres libros sobre el Protestantismo y que los mismos Protestantes han utilizado en sus seminarios, explica el desarrollo de esta devoción a partir de la así llamada Reforma Protestante y la introducción del Jansenismo en la Iglesia, particularmente en Francia (http://www.ewtn.com/library/CHRIST/FR90204.txt) Afirma que la Devoción al Sagrado Corazón distingue al Catolicismo de cualquier otra forma de Cristianismo. Afirma que los errores del Protestantismo tiene que ver con la naturaleza de Dios, del hombre, la moral y la espiritual, como del mismo destino del hombre. Lutero, debido a sus experiencias de tipo neurótico, como por ejemplo el terror que sentía hacia un Dios que le podían condenar ejemplificado en su reacción ante la tormenta, llegó a considerar que el hombre no puede dejar de pecar y que su situación es irremediable. Lo más que se puede esperar es que se le cubra con el manto de la justicia de Cristo, pero en realidad en su interior es una podredumbre. Desde el punto de vista de la antropología el error fundamental propulsado por los reformadores protestantes fue la negación del verdadero libre albedrío. El P. Hardon afirma (traduzco del inglés): “El error más fundamental que dividió la Iglesia Católica en el signo XVI, y desde entonces ha sido el elemento que más división ha provocado es la negación del hecho de que tenemos una verdadera libertad interior, en virtud de la cual podemos libremente servir a Dios o voluntariamente rehusar servirlo”.

Este error penetró en la Iglesia Católica de la mano en primer lugar del teólogo de Louvaina en el período posterior al Concilio de Trento, cuyo nombre latinizado es Bayo. Posteriormente los errores de Bayo fueron seguidos y desarrollados por el teólogo de origen holandés llamado Jansenio, que llegó a ser Obispo de Ypres, con el apoyo de su amigo francés que fue Abad del Monasterio de St-Cyran. Este doctrina repetidamente condenado por Roma, se denominó Jansenismo, aunque el famoso libro de Jansenio, Agustinus, fue una publicación póstuma. El mismo Jansenio se sometió ante mano y en el lecho de muerte al juicio de la Iglesia, pero se extendió a toda Francia y más allá su doctrina, hasta el punto que 50 obispos franceses adhirieron a tal doctrina.

Para Bayo, como para Jansenio, la visión de Dios es connatural al hombre, no un don sobrenatural. Por consiguiente, la gracia, incluso la visión de Dios son realidades debidas a la naturaleza humana, también la libertad de la concupiscencia de la que gozaba Adán. Además de los errores de Jansenio y sus seguidores se promovió un rigorismo que se oponía a la recepción frecuente de la Eucaristía. Como contrapartida de estos errores Dios en su Providencia hizo surgir la Devoción al Sagrado Corazón y gracias a la divulgación de las revelaciones hechas a Santa Margarita Mará de Alacoque se extendió rápidamente en toda la Iglesia. No se trata de ora devoción, sino que tiene su fundamento en los siete pilares o misterios cardinales de nuestra fe, como los denomina el P. Hardon:
-Dios creó al género humano libremente de su puro amor y lo invitó a entrar en comunión con la Santísima Trinidad a través de su incorporación en Jesucristo su Hijo, por la acción del Espíritu Santo.
-Dios envió a su Hijo al mundo para ofrecerse libremente en la cruz por amor a los hombres. La esencia del amor es la voluntad de sufrir libremente por el amado.
-Jesucristo, Hijo de Dios sufrió y murió no solamente por unos cuantos elegidos predestinados, sino por amor a todos los hombres.
-Dios ofrece a todos los hombres la gracia necesaria para salvarse, aunque no todos se salvan. Eso debido a su voluntad perversa que rechaza el amor y la gracia de Dios.
-Poseemos el don del libre albedrío. Amamos a Dios cumpliendo su voluntad, y uniendo así nuestra voluntad a su Voluntad Santísima.
-Nuestra libre voluntad puede llevarnos a amar a Dios más allá del mero deber. Podemos abrazar la cruz en comunión con el mismo Jesús.
-Jesucristo se da a sí mismo aquí y ahora en la Eucaristía. Permanece en medio de nosotros a través de la Eucaristía. Lo recibimos en nuestro corazón para fortalecer nuestra voluntad y unirnos a su amor.

La devoción al Sagrado Corazón se extendió en Francia, donde el Arzobispo de Marseilles realizó la primera consagración al Divino Corazón de Jesús en la ocasión de una peste. En el siglo XIX y principios del siglo XX, se extendieron las consagraciones de naciones y del mundo entero al Sagrado Corazón. Ésta a manos del Papa León XIII en el año 1899. En el caso de España, se hizo la consagración de la nación al Sagrado Corazón en el año 1919 con una oración proclamado por el Rey Alfonso XIII. Este domingo21 de junio se conmemora aquella consagración realizada en Cerro de los Ángeles, centro geográfico de la península, con una misa solemne presidida por el Cardenal Arzobispo de Madrid, Mons Antonio María Rouco. Además, en este día de la Solemnidad del Sagrado Corazón se da inicio al Año Sacerdotal en conmemoración del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, el Cura de Ars. Así como en siglos pasados la Divina Providencia inspiró a una monja sencilla en un convento desconocido del sur Francia para que se propagara la Devoción al Sagrado Corazón, como antídoto de los errores de los reformadores y del jansenismo, ojalá que este año deje abundante fruto en la Iglesia y en el mundo, particularmente a través de una renovación de la vida y celo pastoral de los sacerdotes a ejemplo del Santo Cura de Ars, San Juan Vianney.

Para leer el texto de la Consagración de España al Sagrado Corazón en 1919, ver:
http://www.bernardo-francisco-de-hoyos.info/consagracion-sagrado-corazon-jesus/consagracion-scjesus.htm