sábado, 25 de enero de 2020

ZABULÓN Y NEFTALÍ

HOMILÍA, III DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, 26 DE ENERO DE 2020

San Agustín decía acerca de la relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: "In novo patet quod in vetere latet", "lo que es patente en el Nuevo Testamento queda escondido en el Antiguo". No obstante, la Iglesia en las lecturas de los domingos incluye una lectura del Antiguo Testamento, la primera, que normalmente su tiene alguna relación con el tema del evangelio del mismo domingo. Si bien es cierto que no pocos católicos no se encuentran familiarizados con gran parte del Antiguo Testamento, pero sin un conocimiento adecuado del mismo, tampoco se puede comprender el mensaje de los evangelios y del resto del Nuevo. Entre las lectura veterotestamentarias  que más salen  en la liturgia probablemente hay una mayor selección del libro del Profeta Isaías, como ha sido el caso del domingo pasado, e igualmente el tiempo de Adviento, de la Cuaresma, la Semana Santa y el Triduo Pascual. Los cristianos de los primeros siglos, empezando con los mismos apóstoles veían claramente como lo profetizado por este profeta se cumplía en el nacimiento y sobre todo  en la Pasión de Jesús, de manera que San Jerónimo consideraba que este libro es como un quinto evangelio. A lo largo de este año, siguiendo el ejemplo del Obispo de Estados Unidos, Robert Barron  voy a intentar basar las homilías mayormente en las primeras lecturas del Antiguo Testamento.

Nuestra lectura de hoy comienza: En otro tiempo, el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí". Cuando el pueblo de Dios ingresó en la tierra prometida bajo el liderazgo de Josúe, como podemos constar en el libro dedicado a él, el territorio se dividió entre las doce tribus de Israel que provenían de los doce hijos de Jacob. En el sur, en la zona alrededor de Jerusalén se establecieron las tribus de Judá, Simón y Benjamín, mientras otras como las de Dan, Zabulón y Neftalí se establecieron en el norte alrededor del Lago de Galilea. Después de la muerte del Rey Salomón el país se dividió en dos reinos, el de Judá con los reyes descendientes de David, y en el norte, eventualmente con Samaria como Capital. En el siglo VIII a,C,, surgió el gran Imperio de Asiria con su capital en Ninevé, que se encuentra en que es ahora Irak, y llegó a tener un inmenso territorio incluyendo hasta Egipto. Conquistó el Reino de Israel o Samaria en el año 721 a,C y según la política que seguían los reyes de Asiria trasladaron parte de la población al norte a Asiria y llevaron a otros a Samaria y lo que es Galilea, de manera que llegó a haber allí una mezcla de hebreos y paganos de otras partes del imperio, lo cual sería el inicio de los problemas entre Judíos y Samaritanos que constatamos en el Evangelio. En aquella época, cuando se conquistaba un territorio se procedía a destruir las ciudades, llevarse todo el botín disponible, y exiliar a los habitantes además de matar a los hombres. Este sería el desastre que sufrieron los territorios que correspondían a las tribus de Zabulón y Neftalí que menciona el profeta en este texto.

No obstante, Isaías asegura que "el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. La desgracia de la conquista de parte del imperio extranjero y pagano, tanto en este caso como en el caso más conocido  que es el exilio de Babilonia del año 586, en la época del Profeta Jeremías, la Biblia lo interpreta como un castigo de Dios debido a la infidelidad de los reyes, sacerdotes y del pueblo entero, con algunas excepciones consideradas parte del "resto fiel". Isaías promete, refiriéndose  a Dios "acreciste la alegría, aumentaste el gozo; como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín". Promete "la vara del opresor" su yugo el bastión de su hombro Dios los quebrantará" como en el día de Madián. Se trataba de un territorio al sur de Israel hacia Egipto que fue donde se refugió Moisés de la persecución del Faraón por haber matado a un egipcio, de donde era su suegro Jetró. Ya bajo Moisés los medianitas habían atacado a Israel y Moisés reunió un ejército de 1000 hombres de cada tribu y aplastó a los medianitas que tradicionalmente eran enemigos de Israel, pese a ser descendientes de hijos de Abraham por una concubina.

Resulta que en tiempos de Isaías el reino de Israel estaba lejos de ser liberado de la opresión de los asirios. Así también, en tiempos de David, el profeta Natán pronuncia ante el rey una promesa según la cual su dinastía se perpetuaría en el tiempo, pero desaparecieron  cuando se dio el exilio de Babilonia y cuando el Rey de Persia, Ciro, permitió a los judíos volver a su tierra en el año 538, sí lideró la primera expedición de exiliados que regresaban a Jerusalén uno de la familia de David llamado Shealtiel, pero ya la familia de David desaparece de la historia, y no se veía  cómo se pudiera  cumplir esa profecía. El cumplimiento de la profecía se esperaba en el tiempo de Jesús y en los evangelios, sobre todo en el de San Mateo, que fue escrito para cristianos provenientes del judaísmo. Los magos llegaron a Jerusalén en busca del "Rey de los Judíos" y al parecer se dio una gran conmoción en la ciudad de manera que el tirano Herodes decidió matar al niño y a otros niños temiendo por la seguridad de su reino, pues no se fiaba de los judíos.  También cuando Jesús ingresaba en Jerusalén, ocasión que celebramos el Domingo de Ramos, la gente cantaba "Hosana el Hijo de David". Jesús era reconocido como el Rey Mesías descendiente de David, cosa que San Mateo claramente expresa a través de San José que era de su familia, y siendo padre putativo, Jesús sería ese rey mesías esperado a lo largo de más de 500 años.

Esperemos poder ver a lo largo del año más episodios del Antiguo Testamento que se cumplen en Jesús, pues el A.T. es promesa y el N.T. cumplimiento. Con la ayuda de Dios, iremos viendo esta realidad y recordando las palabras de San Jerónimo: "Ignorancia de la Sagrada Escritura es ignorancia de Cristo", y por ello la obligación de ir conociendo cada vez mejor también el Antiguo Testamento, pues es nuestra propia historia, dado que por el bautismo hemos sido incorporados en Cristo como miembros de su cuerpo.