sábado, 17 de agosto de 2019

TRAYENDO FUEGO A LA TIERRA

HOMILÍA DEL DOMINGO XX, CICLO C, 18 DE AGOSTO DE 2019.

«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!, Estas palabras de Jesús pudieran parecer desconcertantes para no pocas personas. ¿Acaso el cristianismo tiene que ver con la comunión fraterna, la paz que según San Agustín  consiste en "la tranquilidad en el orden". Sin embargo, aquí dice Jesús que no ha venido a traer la paz sino la división. Hoy vamos a examinar estas afirmaciones de Jesús con la ayuda de lo que encontramos en las otras dos lecturas, la primera del Profeta Jeremías y la segunda de la Carta a los Hebreos. También, debido a que la Palabra de Dios siempre nos interpela, procuraremos encontrar una aplicación concreta de lo que nos presentan estas lecturas. 

En primer lugar, conviene examinar un poco el contexto de la vida del profeta Jeremías y cómo casi llega a morir en una fosa gracias a sus enemigos. Jeremías es uno de los  más grandes e importantes de todos los profetas y podemos decir que en bastantes aspectos su vida es la que más se asemeja a la de Jesús, aunque al final no llegó a morir a manos de sus enemigos, pero sí fue obligado a ir a Egipto con un grupo de judíos, Conviene recordar que volver a Egipto de donde Dios sacó a su pueblo con grandes portentos, era algo que ningún profeta quería, pues se trataría de revertir el plan de Dios para su pueblo. Su vocación profética se relata en el primer capítulo del libro y como Moisés y otros llamados por Dios, se resiste a aceptar la vocación porque era un mero muchacho, posiblemente de unos 18 años. Dios le asegura que él lo va a acompañar y le va a dar la fuerza necesaria para imponerse a todas las dificultades que ciertamente le iban a caer encima. Se dedica a profetizar anunciando la Palabra que Dios le comunicaba en el templo. Ni la realeza, ni los sacerdotes, ni nadie tragaba el mensaje duro que les comunicaba. Llegó a dictar a su secretario Baruc el contenido de su mensaje para que se entregara al rey, pero el rey en su palacio al terminar de leer cada hoja  la tiraba a un brasero que tenía como calefactor. Jeremías lo volvió a dictar. 

El pequeño reino de Judá con su capital en Jerusalén se encontraba en un gran apuro porque aunque el gran imperio de Asiria había caído, en su lugar surgió otro imperio, el de Babilonio bajo el rey Nabucodonosor y como siempre hacen los grandes imperios, dominaba los pequeños reinos de alrededor imponiendo tributo. Si Judá no se sometía era muy probable que el Rey llegaría con un ejército y destruiría Jerusalén y el templo, cosa que sucedió en el año 587 a. C. Había dos partidos, unos a favor de hacer las paces con Babilonia y el otro con la esperanza de que pudieran liberarse del yugo babilónico con la ayuda de Egipto. Jeremías favorecía la primera opción y por ello fue objeto de persecución. Cuando David era rey, Dios le dio una promesa que su dinastía duraría. Basándose en esa profecía, no pocos de los pudientes en Jerusalén tomaban esa promesa como garantía de la intervención de Dios a favor de Israel, como cheque en blanco sin tomar en cuenta la corrupción, la idolatría  que muchos practicaban. Los imperios no solo cobraban tributo sino también imponían sus dioses a los pueblos sometidos. Jeremías profetizaba el desastre que les iba a venir encima pero nadie le hacía caso. El mismo en un momento se desesperaba ante Dios en la parte del libro que se llama "Las Confesiones de Jeremías". Se lamentaba de los interminables sufrimientos y persecución que le tocaba vivir. Decía a Dios "me sedujiste y yo me dejé seducir". Pese a todo no podía hacer caso omiso de todo lo que Dios le comunicaba y la mandaba comunicar a l pueblo. Decía que sentía que tenía dentro de sì un fuego que no se podía apagar.  

Pasemos ahora a comentar la segunda lectura tomada de la Carta a los Hebreos. El domingo pasada hemos podido leer en la misma carta acerca de los grandes testigos de todo el Antiguo Testamento que perseveraron  en la fe en medio de múltiples dificultades. Se trata de una nube intensa de testigos. Considerando todo lo que Jesús suportó por nuestros pecados, el autor nos invita a que " corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Es decir, la vida cristiana es como una carrera, un combate y nos corresponde seguir las huellas de Jesús que no buscó el gozo inmediato  teniendo delante de nosotros la imagen de Jesús que suportó la cruz. 

Si el mensaje que Dios comunicaba a su pueblo por medio del profeta Jeremías fue rechazado no solo por los reyes, sacerdotes y falsos profetas sino también por el pueblo, y como los evangelios siempre nos recuerdan que Jesús en toda su vida cumplió lo que Dios había dispuesto a través de los profetas, y teniendo en cuenta el rechazo frontal que sufrió Jeremías, podemos comprender mejor por que dice Jesús lo que dice en este pasaje. Él también dijo "si a mí me persiguieron, a vosotros también los perseguirán", de manera que si la Iglesia está en paz con el mundo y no hay persecución, algo está fallando. En nuestros día, hay no pocos teólogo e incluso obispos y cardenales que tiene que adecuar su doctrina a la mentalidad del mundo, que sobre todo la moral sexual que condena los anticonceptivos, la fornicación, la sodomía y demás actos sexuales rechazados por Dios, y consideran que debido a no "desarrollar" su doctrina y ponerla de acuerdo con la mentalidad actual, se están yendo muchos católicos de la Iglesia. Esta es una propuesta absolutamente nefasta porque Jesús como Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, mandó a los discípulos a proclamar todo lo que él ha enseñado hasta los confines de la tierra. La Iglesia no tiene ninguna autoridad para cambiar lo que Jesús ha enseñado y el desarrollo de la doctrina no puede consistir en contradecir lo que Jesús y los Apóstoles enseñaron. 

Si el mundo no se molesta con el modo de vivir de los católicos y no nos persigue, mal estamos. Claro, los poderes fácticos o las élites que dominan el mundo son más listos que los comunistas y Nazi que mandaban a los que no estaban de acuerdo con el sistema al gulag o al campamento de concentración. Hoy en día a la gente le tiene lavado el cerebro haciéndole pensar que tienen libertad, pero en realidad los tienen esclavizados. Uno de las manera que tienen de imponer esta esclavitud es la ubicuidad de la pornografía que está a disposición de todos en los móviles gratis y a continuación viene el resto de la serie de supuesta libertad sexual como es la masturbación, la fornicación, los anticonceptivos, el aborto, la eutanasia y ahora la locura de cambio de sexo. Luego está el consumismo haciendo creer a la gente que con más cosas, dispositivos digitales, más viajes a playas, más botellones entre los jóvenes van a alcanzar la felicidad que buscan. Claro, el auténtico cristiano rechaza todo eso y se burlan de él, lo consideran "medieval" etc. 

Jesús dijo en el Sermón de la Montaña: "vosotros sois la luz del mundo", también la sal de la tierra. La mentalidad mundana nos acosa por todos lados y hoy en día no basta participar religiosamente en la misa dominical y en las fiestas de precepto, aunque eso no deja de ser esencial. Tenemos que adquirir la misma mentalidad de Jesús, sus actitudes, como dice San Pablo a los filipenses. Las religiosas de vida contemplativa también tienen que participar en esta lucha, en esta carrera. En realidad todos tenemos el enemigo dentro en la forma de egoísmo, vanidad, soberbia, impaciencia y demás vicios. Ciertamente, ingresar en un convento ayuda porque proporciona más medios para santificarnos y ofrecer sacrificios al Señor a favor del resto de la Iglesia. San Juan Pablo II decía que la vida contemplativa en la Iglesia es la vanguardia de la Iglesia, pues en una batalla, la vanguardia es la primera parte del ejército que tiene que enfrentarse con el enemigo. Los ejércitos tienen lo que se llaman fuerzas especiales, pues las personas consagradas y de vida contemplativa forman parte de estas fuerzas de choque de la Iglesia. También las personas mayores, las viudas, por ejemplo, que en los primeros siglos de la Iglesia tenían un lugar especial en la comunidad, todos tienen la posibilidad de intensificar la oración y ofrecer a Dios sacrificios por la salvación propia y de los demás. ¿Quién hoy en día no tiene hijos y nietos que se han alejado de la Iglesia convirtiéndose en miembros muertos? ¿Qué hacemos nosotros para que Dios los mueva a reflexionar sobre el verdadero sentido de la vida que no consiste en consumir sino en el encuentro personal con Jesucristo y la transformación de la vida siendo discípulos suyos. ¿Quién sabe si su alejamiento de Jesucristo y de la Iglesia no se debe en parte a que nosotros no hemos dado buen testimonio, buen ejemplo o no hemos orado ni hemos ofrecido sacrificios y ayuno para que encuentren el único camino que puede dar sentido a sus vidas?

sábado, 10 de agosto de 2019

LA FE, SUSTANCIA DE LO QUE ESPERAMOS

Vamos a fijarnos hoy en el tema de la que nos presenta nuestra segunda lectura de la Carta a los Hebreo. La lectura comienza afirmando: "La fe es la seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve". El Papa Benedicto XVI explica el sentido de esta frase en su Carta Encíclica sobre la Esperanza Cristiana titulada Spe Salvi o salvados por la esperanza o en la esperanza, como afirma San Pablo. En primer lugar explica con bastante detalle el sentido de la palabra griega hypostasis que aquí se traduce por seguridad, que a mi parecer no es una buena traducción. Tradicionalmente en latín se ha traducido como substancia, que es una traducción correcta, aquello que está por debajo de lo que se ha construido. . Significaría la base o fundamento, así como una casa necesita una buena base o fundamento para no venir abajo, como dice Jesús al final del Sermón de la Montaña.

El autor de la Carta a los Hebreos define la fe como base de la esperanza que también prepara. Tantos los Padres como los Medievales interpretaban esta afirmación de la Carta no solo como una esperanza de un bien futuro sino también la posesión en germen ya de este bien, que es la salvación o la vida eterna. Escribe el Papa: "  Tomás de Aquino[4], usando la terminología de la tradición filosófica en la que se hallaba, explica esto de la siguiente manera: la fe es un habitus, es decir, una constante disposición del ánimo, gracias a la cual comienza en nosotros la vida eterna y la razón se siente inclinada a aceptar lo que ella misma no ve", Aquí se trata de un cambio que se da en nuestra mente y voluntad que consiste en el inicio de la posesión ya de la vida eterna. En segunda nos dispone a aceptar lo que no se ve, en por ende todo lo que Dios ha revelado y nos propone la Iglesia para creer. La fe no solo nos promete algo futuro sino que esa realidad se hace presente ya de alguna manera en nuestra alma. 

Prosiguiendo en su explicación, el Papa Benedicto toma el texto de la misma carta 10, 34 para ayudarnos a captar lo que está en juego aquí. El autor se refiere a la persecución sufrida por los cristianos:desde el punto de vista lingüístico y de contenido, está relacionado con esta definición de una fe impregnada de esperanza y que al mismo tiempo la prepara. Aquí, el autor habla a los creyentes que han padecido la experiencia de la persecución y les dice: « Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran loalcs bienes (hyparchonton – Vg: bonorum), sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes (hyparxin – Vg: substantiam) ». Hyparchontason las propiedades, lo que en la vida terrenal constituye el sustento, la base, la « sustancia » con la que se cuenta para la vida. Esta « sustancia », la seguridad normal para la vida, se la han quitado a los cristianos durante la persecución. Lo han soportado porque después de todo consideraban irrelevante esta sustancia material". ) Spe Salvi 8). 

Dado que la fe nos presenta la sustancia de lo que esperamos y no hemos de esperar hasta un futuro remoto para alcanzar ese bien que se nos promete y que esperamos, sino que ya la poseemos, aunque no plenamente, conviene reflexionar sobre lo que significa la vida eterna que es como normalmente describimos aquello que esperamos y de lo cual la fe es la sustancia. Seguimos al Papa Benedicto en esta explicación. Plantea la pregunta de si la fe es aquí y ahora una esperanza que transforma nuestra vida y no es solamente información. En el rito del bautismo del niño se da un diálogo entre el sacerdote celebrante y los padres del niño. Después de preguntarles qué nombre quieren para su hijo, les pregunta qué piden a la Iglesia y ellos responden "la fe". Los padres esperan algo más para el bautizando: esperan que la fe, de la cual forma parte el cuerpo de la Iglesia y sus sacramentos, le dé la vida, la vida eterna. La fe es la sustancia de la esperanza. Pero entonces surge la cuestión: ¿De verdad queremos esto: vivir eternamente? A no pocos hoy en día no les atrae la idea de la vida eterna, pues la interpretan como la vida que conocen en este mundo su cúmulo de dolores y desgracias y ciertamente no es que quieran que eso perdure eternamente. El Papa cita del discurso fúnebre de San Ambrosio para la muerte de su hermano Satiro: "No debemos deplorar la muerte que es causa de salvación". No entramos en lo que exactamente San Ambrosio quiso decir con esta frase, pero es cierto que hay todo un movimiento hoy en día que se llama "transhumanismo".  Estos quieren y hacen planes científicas y médicas con la intención de alargar la vida sin fin. ¿En realidad, eso es lo que realmente queremos? Me acuerdo cuando llegó el año 2000 y yo vivía en Australia, había un programa en la TV que iba siguiendo la llegada del nuevo milenio empezando con Nueva Zelanda y Australia y conforme llegaba el día 1 de enero a cada país o continente iban reportando. Entrevistaron a un señor en Londres que hablaba de como se podría alargar la vida hasta los 500 años. La cuestión es si de verdad queremos eso. 

Ciertamente, no queremos morir y menos nuestros seres queridos quieren que muramos. En algunas ocasiones posiblemente alcanzamos alguna intuición de lo que debiera ser la vida verdadera de manera que lo que cotidianamente lo que constatamos que es la vida no corresponde a ello. Luego el Papa hace referencia a la Carta a Proba de San Agustín en la que trata del tema de la oración. El Santo considera que lo que pedimos en la oración es la vida bienaventurada o lo que es la verdadera felicidad. San Agustín hace referencia al pasaje de Romanos 8,26 donde San Pablo afirma que no sabemos pedir lo que nos conviene. Aunque no sabemos en qué consiste esta realidad sí sabemos que tiene que existir, y sin embargo nos sentimos impulsados hacia esa realidad que ha de existir pero no sabemos lo que es exactamente. Comenta Benedicto que según la explicación de San Agustín, no podemos dejar de tender hacia esa realidad que esperamos aunque no sabemos 
en qué consiste."su desconocimiento es la causa de todas las desesperaciones, así como también de todos los impulsos positivos o destructivos hacia el mundo auténtico y el auténtico hombre. La expresión « vida eterna » trata de dar un nombre a esta desconocida realidad conocida. (Spe Salvi 12).   

En el resto de nuestra segunda lectura el autor trata del caso de Abraham como modelo de fe. La fe no se trata de un cierto conocimiento sino nos involucra en un camino como Abraham que siguiendo la invitación de Dios abandonó su tierra a los 75 años y eventualmente se estableció en Canaán, Tuvo que suportar muchas pruebas pues aunque Dios le prometió una descendencia tan numerosa que la arena de la playa o las estrellas del cielo, tuvo que esperar mucho para que eventualmente naciera Isaac. Las prueba no acabó allí, sino tuvo que estar dispuesto a sacrificar a su único hijo. De manera similar se dieron las peripecias  de Jacob, de José y otros muchos personajes bíblicos. La fe implica escuchar a Dios y seguir el camino que nos indica. Nosotros recibimos la fe en el bautismo. La fe es una virtud teologal, es decir que tiene a Dios como objeto, pero también es nuestra y se parece a un músculo que si no se ejercita no se desarrolla. Como hemos visto, siguiendo la explicación de Benedicto XVI, la fe se convierte en esperanza cuyo objeto es la vida eterna y esto también es complicado porque no sabemos a ciencia cierta en qué consiste la vida eterna, pero al igual que Abraham, hemos de poner nuestra confianza en Dios y seguir su camino para llegar a la meta de esa vida eterna en la que consiste la verdadera felicidad. 


sábado, 3 de agosto de 2019

TRESORO EN EL CIELO

HOMILÍA, DOMINGO XVIII DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO C, 4 DE AGOSTO DE 2019.

Viviendo en este mundo material, necesariamente tenemos que hacer uso de los bienes materiales porque no somos ángeles sino una combinación de lo material y lo espiritual. ¿Como hacer uso prudente de los bienes materiales de los que disponemos? Es un tema que Jesús toca varias veces en el Evangelio. En una ocasión dijo: "¿Qué aprovecha el hombre ganar todo el mundo si pierde su vida? Cuando San Francisco Javier estaba estudiando en la Universidad París y llegó a ser amigo de San Ignacio, éste le dirigió sus Ejercicios Espirituales, que es un retiro de un mes entero que tiene como finalidad eliminar los afectos desordenados y dirigir nuestra vida entera a la gloria de Dios haciendo en cada momento su voluntad y para ello hacer una elección del estado de vida y otras elecciones menos importantes a lo largo de nuestros días. En este retiro que cambió radicalmente la vida del entonces joven Francisco Javier, le impactó enormemente esta frase de Jesús de manera que la tenía en mente a lo largo del resto de su vida.

Hoy nuestras tres lecturas tratan precisamente de este tema, de la utilización correcta de los bienes materiales para que no nos estorben en alcanzar la meta final de nuestra vida, que en palabras de San Ignacio es siguiendo a Jesús haciendo la voluntad de Dios y así darle gloria y alcanzar la salvación de nuestra alma. No se trata de un desprecio de tipo puritano o platónico los bienes materiales que es algo completamente extraño a la mentalidad bíblica. La primera lectura está tomada del Libro de Cohelet, que antes llamábamos de Eclesiastés. Forma parte del grupo de libros bíblicos que llamamos sapienciales que tradicionalmente se considera que provienen del Rey Solomón, el hombre sabio por antonomasia. No se trata de un asceta que había pasado su vida en el desierto, sino de una persona que ya había llegado a la vejez y todo lo había probado, las riquezas, la fama, el poder.

El Rey Solomón, ya viejo, estaría, diciendo que todo lo que había alcanzado ganar y acumular en el mundo a lo largo de su vida con tanto esfuerzo y empeño no es más que "vanidad", palabra que traduce la palabra hebrea "hebel" que significaría algo así como una burbuja, un soplo, o sea, casi nada. Luego prosigue "hay quien ha trabajado con destreza,  habilidad y acierto y tiene que legarle su porción al que no ha trabajado". Es una realidad que se da con frecuencia, un señor ha trabajado toda su vida en levantar una empresa y ha logrado un cierto éxito, pero llega el momento en el que lo tiene que dejar a los hijos que con no poca frecuencia no le ponen el mismo esfuerzo y empeño porque lo han heredado gratis. Por lo tanto, no hay que entregar toda la vida a una empresa material porque al final no es más que paja que arrebata el viento o una mera burbuja. Es una constatación dolorosa para una persona que ha procedido así, pues siente que tanto trabajo y sacrificio no ha servido de nada o casi nada.

Nuestro pasaje evangélico tomado del c. 12 de San Lucas comienza con un señor que se acerca a Jesús a pedirle que le diga a su hermano que le deje su parte en la herencia. Como sacerdote, he podido constatar con no poca frecuencia cuánto mal suele venir de este tipo de pelea familiar sobre las herencias. Incluso, acaba con el afecto natural que ha habido entre hermanos y otros miembros de las familias. Entra en el corazón el resentimiento y es muy difícil sacarlo. Esta circunstancia le da a Jesús la ocasión de contar esta parábola de los graneros llenos. Jesús comienza: "Mirad: guardaos de todo tipo de codicia. Aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". El que tiene la cosecha abundante, en vez de hacer buen uso de la cosecha abundante, se dice para sí mismo "Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años: túmbate, come, bebe y date buena vida". Luego le dice Dios: Necio, este misma noche se te requerirá la vida". Es necio porque puso toda su confianza en unos valores pasajeros que no pudo disfrutar luego porque le llegó la muerte. ¡Cuantas personas se encuentran en la misma situación! Nadie puede prometerse un día más de vida, y aunque teóricamente sabemos esto, en realidad no actuamos conforme a tal verdad. Jesús habla de crear un tesoro en el cielo, donde "la polilla y orín no corrompen, y donde ladrones no minan y hurtan" (Lk 12, 20). No es que se prohíba el uso correcto del dinero, de las propiedades y los negocios, pero la necedad está en invertir la vida entera en esas cosas que son pasajeras.

San Pablo en su carta a los Colosenses toca el mismo tema. Comienza diciendo que ya hemos resucitado con Cristo, cosa que se dio en el bautismo y tal vez nos extrañe: "buscad los bienes de allá arriba donde Cristo está sentado a la derecha de  Dios". La resurrección de Jesucristo ha sido el inicio de una nueva creación en la que ya participamos por el bautismo. Se trata, pues, de los valores de Jesucristo como el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, la humildad, la pobreza de espíritu etc. que son los que de verdad perduran. La vida futura del Reino de Dios no es una vida completamente nueva, sino la vida de gracia que ya se ha inaugurado en nosotros por el bautismo y llegará a su plenitud en el cielo. Luego el Apóstol da una lista de cosas que hemos de evitar "Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría". San Pablo, que vivía en una sociedad pagana decadente, indica vicios muy concretos que corresponden a los valores "terrenos" que el cristiano ha de evitar porque tanto las desviaciones sexuales como la adoración del dios dinero por la codicia y la avaricia los llama idolatría. En la Biblia, el verdadero pecado, la síntesis de todo pecado es precisamente la idolatría.  Se adora algo que no es el verdadero Dios. El que se dedica a estos vicios también es necio. La Biblia dice también que el que dice que no hay Dios es necio. Así es también el que convierte el placer sexual, el placer del vientre o la posesión de bienes materiales en su Dios.

Lo opuesto a la necedad es la sabiduría, es decir, la capacidad de pesar cada realidad y darle su verdadero valor. Lo terreno es como una burbuja, una paja que arrebata el viento. Que estas lecturas de este domingo nos deje un mensaje importante para nuestra vida. Nuestras decisiones y opciones tienen sus consecuencias. La generación de católicos y otros de los años 60 se consideraba sabia porque echaba por el borde la moral sexual tradicional, se entregó a lo que llamaba "amor libre", pero  las consecuencias han sido desastrosas para todos los países occidentales: universalización de la fornicación y otros tipos de desenfreno sexual, un ataque brutal al matrimonio y la familia,  el divorcio exprés, el abandono de los hijos de manera no pocos de la generación siguiente no quieren casarse viendo lo que se dio con sus padres, la normalidad de no tener hijos o cuando mucho uno etc. , La revolución sexual nos ha dejado frutos verdaderamente venenosos. En palabras de Jesús, ha creado una generación de necios que ha sido tan tonta que se ha olvidado del hecho de que el hombre no está hecho para el disfrute sexual y de los bienes materiales en esta vida, sino que le queda la eternidad cuyo desenlace depende de nuestras elecciones en esta vida. Otro día, habría que hablar sobre cómo hay que proceder a deshacer este desastre en medio del cual seguimos.