Nuestra primera lectura de hoy tomada del Libro de la Sabiduría, considerado por los exegetas el último libro del Antiguo Testamento escrito en el siglo anterior al nacimiento de Jesús, incluso alrededor del año 50 a.C, afirma: "Dios no hizo la muerte, ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera...." Tal afirmación tan rotunda parece contradecir una realidad empírica que podemos constatar todos los días, es decir, el hecho de que todo ser viviente necesariamente cumple su ciclo de vida y muere, así también el hombre que forma parte, aunque en la cúspide de los seres vivientes. Los seres materiales como los edificios antiguos nos quedan como ruinas, pero con el paso del tiempo se van deteriorando inexorablemente, cuánto más cualquier ser viviente. Todos están destinados a morir, a desaparecer. ¿Cómo se puede explicar esta afirmación de la Biblia?
En primer lugar, en la Biblia el concepto de vida no se reduce a la vida biológica. Más bien es un concepto teológico. Dios es el que vive por antonomasia y vivir significa estar en comunión con él. Esta idea queda simbolizada en el libro del Génesis en el relato de Adán y Eva en el paraíso. Ellos se encontraban en comunión con Dios, que según el modo antropomórfico de expresarse el autor sagrado, paseaba en el jardín en el fresco de la tarde. Obviamente no hemos de tomar tales afirmaciones en el sentido literal, sino simbólico. Luego cuando se rebelaron contra Dios y fueron expulsados del paraíso, su situación cambió radicalmente. Es decir, el pecado provocó un cambio radical en la vida del hombre y en el mundo entero, pues en buena medida la Biblia es un relato de los estragos provocados por la multiplicación del pecado y al mismo tiempo el hecho de que a pesar de todo Dios jamás se desesperó del hombre sino incluso hasta mandar a su Hijo a este mundo para llegar al extremo de la muerte en la cruz. Por lo tanto, podemos afirmar que aquí no se trata de contradecir un hecho evidente como es la muerte inevitable de cada ser vivo.El pecado provocó una situación de des-gracia, de falta de aquella comunión e intimidad con Dios que se tenía que realizar en la vida de todos los hombres. El pecado original fue una suerte de encrucijada y nuestro primeros padres escogieron la vía equivocada de manera que todos fuimos afectados por esta primera opción. Dios no abandonó al hombre sino, como dice la Cuarta Plegaria Eucarística, "tendiste la mano a todos para que lo encuentre el que lo busque". Abrió otro camino, pero ese camino pasa por la cruz, pues a través de la muerte de su Hijo en la cruz y su resurrección abrió el camino al cielo para todos nosotros cargando sobre sí todo el peso del pecado del hombre desde Adán en adelante.
En segundo lugar, este cambio radical que produjo el primer pecado y que fue reafirmado por todos los pecados posteriores provocó un cambio radical en el modo como el hombre experimenta y anticipa la muerte. Hoy en día tratamos por todos los medios de no pensar en la muerte y prolongar la vida con la esperanza de que cada vez más va a haber mejores servicios médicos que nos ayudarán a evitar el dolor y vivir más años. En todo caso la idea de la muerte, sea la propia como la de nuestros seres querido provoca en nosotros una tremenda angustia, un rechazo instintivo no solamente al dolor que suele acompañar el hecho de morir sino todo el misterio de la muerte, el no saber qué viene después etc. Además, si reflexionamos sobre nuestra vida seguramente encontramos muchas deficiencias, egoísmo, defectos no superados y virtudes no cultivadas. Recordemos la parábola del mayordomo según la cual su señor le dice: "Dame cuenta de tu administración porque ya no vas a ser administrador".
¿Podemos imaginarnos cómo pudiera ser la muerte sin el pecado? La tradición cristiana sostiene que la Santísima Virgen María "se durmió" y la fiesta que llamamos la Asunción se llamaba la Dormición o también el Tránsito. Ella estando totalmente libre de cualquier pecado, tanto original como personal, experimentó la muerte como una dormición. Tanto el texto de la definición dogmática del misterio de la Asunción de parte del Papa Pío XII en 1950, como el Catecismo dicen que "terminada su vida terrena", fue asunta al cielo. Obviamente cuando nos retiramos a dormir no andamos con angustia sino que tranquilamente pasamos de estar despiertos a dormidos sin darnos cuenta, tranquila y serenamente. Algo así debió de ser el paso de María a la vida eterna y hubiera sido la nuestro si no hubiera habido pecado.
También nuestro evangelio de hoy trata el tema de la muerte. el jefe de la sinagoga Jairo, pidió insistentemente a Jesús que fuera a curar a su hija que estaba en grave peligro de muerte. Jesús se pone en camino hacia la casa de Jairo y en el camino se presenta la mujer con el flujo de sangre que toca el manto de Jesús y la cura de su enfermedad. Finalmente llega a la casa de Jairo y le dicen a éste que la niña ya ha muerte y para qué molestar al Maestro. De hecho ya estaban la plañideras que en aquella época como en épocas posteriores se dedicaban a llorar y lamentar la muerte de una persona. Jesús le dice al jefe de la sinagoga, "No temas, basta que tengas fe". Esta invitación de poner nuestra confianza totalmente en el Señor es algo que se repite constantemente en toda la Biblia. Así también con Jesús, y sólo con la fe Jesús puede hacer milagros, pues en una ocasión dice el evangelista que no pudo hacer milagros porque la gente no tenía fe. Jesús dice que la niña no está muerta sino que duerme. Podemos imaginarnos cómo la gente y los familiares tomaron esta afirmación. Parecería un insulto y una tomadura de pelo y de hecho la gente se mofa de él. Notemos que dice que "duerme".
Jesús manda echar a toda la gente, plañideras y demás, llegando al lado de la niña muerta con sus padres. San Marcos nos conserva las mismas palabras que pronuncia Jesús en su propia lengua, el arameo: Talita koumi, que significa "Niña, levántate" y enseguida se levantó y la entregó a sus padres. En este caso en el caso de la resurrección de Lázaro y del hijo de la viuda de Naín, se trata de una resucitación en la que Jesús hace volver a esta vida a estas tres personas. Sin embargo, no deja de ser un signo de lo que será luego la resurrección nuestro "en el Señor". San Pablo recuerda a los corintios el hecho de que si no creemos en la resurrección, en nuestra futura resurrección para estar con el Señor para siempre, somos las criaturas más miserables y nuestra fe es vana.
¿Cómo debemos abordar el tema de la muerte y la angustia que naturalmente provoca de manera que intentamos no pensar en ella. Ciertamente por no pensar en ella no va a dejar de tocar a nuestra puerta un día posiblemente en el momento que menos pensamos. Ante todo hemos de aumentar nuestra fe, nuestra confianza en Jesús que a través de la cruz nos ha liberado de la segunda muerte, o la muerte eterna. San Pablo enseña en su Carta a los Romanos que hemos "con-muerto con Cristo, hemos sido sepultados con él y hemos resucitado con él" (ver Rom 6,3-5), todo esto simbólicamente en el bautismo, pero no por simbólico menos real. Ya mencioné la importancia de la confianza en Dios, en la fe, expresada por Jesús en el momento de llegar a la casa de Jairo cuando le dijeron que la niña estaba muerta. Nosotros también tenemos que aumentar cada día nuestra confianza en el Señor, reforzar nuestra fe en su Palabra y en su Presencia en la Eucaristía y los demás sacramentos. La Iglesia se preocupa mucho porque los fieles que se encuentran en peligro de muerte sean socorridos por los sacramentos. Pide a los sacerdotes, de manera especial a los párrocos a dar una gran prioridad a este ministerio de acompañar y administrar el Sacramento de la Penitencia o la Reconciliación, de los Enfermos y la Eucaristía como viático a los moribundos. También hay hermosas oraciones en el ritual que pueden ayudar a consolar tanto a los familiares y amigos del moribundo como él mismo. Ante todo, lo que la Iglesia quiere para nosotros al momento de morir o poco antes es que recibamos la Eucaristía, para que de la mano del Señor en le Eucaristía como pan para el camino nos lleve consigo a la vida eterna. A lo largo de los siglos ha existido la convicción de que el demonio se hace muy diligente en el momento de la muerte de los fieles, de manera que se nos ofrece la fuerza para superar cualquier tentación en ese momento final.
Hoy en día, en la cultura secularista en la que vivimos, muchos, incluso católicos le dan más importancia a los cuidados médicos que posiblemente nos podrán alargar la vida terrena y se olvidan de la importancia de llegar bien preparados al encentro con el Señor como Juez de Vivos y Muertos. Es obvio que él quiere que lleguemos a la vida eterna con los ángeles y los santos, pero en el caso de un católico fiel que no se encuentra en el estado de pecado moral, puede que haya aspectos de su vida que sean un obstáculo para que pueda llegar inmediatamente a gozar de la vida eterna, egoísmos, vicios, falta de caridad fraterna, y otros pecados veniales. Si esta es el caso, nos tocaría lo que se llama el purgatorio, que es un estado de purificación para que podamos liberarnos de todo obstáculo y entrar en la plena comunión con el Señor en el cielo. Por este motivo oramos por los fieles difuntos y ofrecemos misas por su eterno descanso. Obviamente, lo mejor es llegar bien preparados a ese momento y no necesitar la purificación. En el libro del Daniel el Señor dice "Has sido pesado en la balanza y has sido encontrado falto de peso" (Dn 5,27). No nos olvidemos de las grandes verdades de nuestra vida, entre ellas la muerte y el juicio, no para vivir en la angustia, sino confiando en el Señor evitando el pecado y creciendo en el amor a Dios y al prójimo para que lleguemos a escuchar el juicio que el Señor quiere pronunciar sobre nuestra vida: "Vengan, benditos de mi Padre a recibir el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo" (Mt 25,34)
sábado, 27 de junio de 2015
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