HOMILÍA VI DOMINGO DE TIEMPO
ORDINARIO, CICLO B
Lecturas: Lev 23,2-2.44-46; 1 cor 10,31-11,1; Mk 1,40-45.
Lecturas: Lev 23,2-2.44-46; 1 cor 10,31-11,1; Mk 1,40-45.
La curación de un leproso.
El libro del
Levítico es probablemente uno de los menos leídos en toda la
Biblia. En parte es comprensible porque se trata de una serie de
normas acerca del culto del tiempo y todo lo relacionado con el
sacerdocio. A veces es tedioso y parece poco relacionado con nuestra
vida de manera que es difícil encontrar en él una lección para
nuestra vida concreta. Sin embargo, se trata del Código de Santidad.
La santidad en la Biblia significa separación.
Todo lo relacionado con Dios pide de nosotros un tratamiento muy
especial, así el culto del templo. También la Biblia, incluso el
Antiguo Testamento, enseña la cercanía de Dios con su pueblo, su
amor y compasión, su deseo de perdonar, pero no olvida que entre Él
y nosotros hay un abismo y este hecho pide de nosotros una atención
especial.
Entre
las muchas normas acerca de la pureza ritual están las que se
refieren a la lepra. En aquella cultura se consideraba la lepra, y no
solo la lepra sino toda enfermedad como un castigo de Dios para algún
pecado. Esto lo podemos constatar en el Evangelio de San Juan en el
episodio del ciego de nacimiento, cuando los discípulos le preguntan
a Jesús, quién pecó, él o sus padres para que naciera ciego. En
una sociedad primitiva que no entendía de diagnosis científica de
enfermedades la persona con una enfermedad de la piel contagiosa
tenía que acudir al sacerdote que daba algún tipo de diagnóstico.
Si la persona era declarada leprosa, era excomulgado de la comunidad
y tenía que andar lejos de cualquier otro y gritar IMPURO, al ver
acercarse otra persona. La lepra provocaba impureza ritual, y
contacto físico con la persona afectada inhabilitaba a la otra
persona para la participación en el culto del templo. Por esta razón
tanto el sacerdote como el levita en la Parábola del Buen Samaritano
se van de largo, pues contacto con sangre provocaba impureza ritual.
La
primera lectura sirve para dar contexto y una explicación de la
situación que encontramos en el evangelio de hoy. Este pasaje se
encuentra en el primer capítulo del Evangelio de Marcos en el
contexto del día entero de ministerio de Jesús en los primeros
tiempos de su vida pública en Galilea. Un leproso se entera de que
Jesús está en la vecindad. El hombre se atreve a acercarse a Jesús,
que como hemos indicado, no estaba permitido. El hombre se pone de
rodillas en una actitud de humildad y también de alguna manera
reconociendo el poder divino que mana de Jesús. Le dice: “Si
quieres, puedes puedes limpiarme”. El hombre habría tenido noticia
de la multitud de milagros que Jesús había hecho y tenía plena
confianza de que Jesús tenía el poder de curarlo. Posiblemente se
sentía indigno, pues luego de largo tiempo alejado de la comunidad y
probablemente había asimilado la idea según la cual su condición
era resultado de su pecado, expresa su petición de esta manera.
San
Marcos señala, como en otras ocasiones, que Jesús sentía lástima
del hombre. Ciertamente es un sentimiento humano, pero en el caso de
Jesús su compasión es más profunda porque expresa el amor infinito
de Dios, su compasión hacia todos los pecadores que se acercan a Él
con verdadero arrepentimiento, como queda reflejado por San Lucas en
la parábola del Hijo Pródigo. Todos los actos de Jesús son una
revelación del amor, de la misericordia, de la bondad de Dios.
Llama la atención también que la reacción de Jesús es inmediata y
el resultado fulminante y no se deja esperar. La voluntad del leproso
corresponde con la voluntad de Jesús que a su vez expresa plenamente
la voluntad del Padre y su misma compasión. San Marcos reslta con
frecuencia como Jesús actuaba inmediatamente o enseguida (en griego
eythys). Los milagros de Jesús le salen sin ningún esfuerzo e
incluso con sólo tocar su manto creyendo en su poder la gente se
curaba.
Jesús
manda al leproso cumplir no decirle a nadie que lo ha curado y
presentarse al sacerdote para que constatara la curación y pudiera
ser oficialmente reintegrado en la comunidad. Como humanamente
podemos comprender, luego de recibir un favor tan extraordinario no
le fue posible al hombre quedar callado, sino que se puso a propagar
la buena noticia por todos lados.
Este
episodio encierra unas lecciones para nosotros. Primero, debido a que
hemos escuchado y leído el Evangelio tantas veces desde la niñez
puede que nos impacte poco los que allí se relata. La lepra en el
evangelio tiene una referencia clara al pecado en general y lo que
produce el pecado, es decir, la separación de Dios y de la
comunidad, que es en nuestro caso la Iglesia. Hoy en día nos puede
parecer exagerado y cruel el tratamiento mandado por el Libro del
Levítico para los leprosos. Pero en nuestro caso, pese a tanto
progreso científico, cuando se da una enfermedad contagiosa para la
que no hay ni curación ni vacuna, se aísla a las personas y el
personal sanitario tiene que ponerse un vestido especial, un poco
como los trajes espaciales. Hace unos meses en España se trajo a
Madrid a un misionero de la Orden de San Juan de Dios que se había
contagiado de ébola, una de esas enfermedades incurables y muy
contagiosas. En el hospital se murió, pero sin haberse contagiado
una auxiliar de enfermería. Se armó un escándalo mayúsculo en
todos los medios y los políticos intervinieron para sacar rédito
político del episodio. No pocos médicos rehusaron tratar a personas
que se hubieran afectado. Luego se curó la señora y proclamó que
iba a demandar al Estado pidiendo un millón de euros. El episodio
demostró lo peor de nuestra sociedad egoísta e insolidaria.
Ahora
estamos a unos días del inicio de la Cuaresma. Como hemos señalado,
la lepra nos introduce al tema del pecado como separación de Dios y
de la comunidad a la que hacemos daños. Tal vez nos confesamos y
pedimos perdón a Dios, cumplimos la penitencia y volvemos a caer en
lo mismo. ¿Por qué será? ¿Porque no tomamos en serio el pecado?
¿No nos empeñamos a fondo a superarlo o que nuestra conciencia ha
quedado adormecida por lo que vemos en la sociedad, en la televisión?
San Ignacio en la primera
semana de sus Ejercicios Espirituales propone una meditación sobre
el pecado al inicio de la cual sugiere al ejercitante pedir gracia
para conocer el pecado y aborrecerlo. En otros tiempos se veía como
algo normal el ejercicio de la tortura en los tribunales como
instrumento para alcanzar la verdad de los hechos. Igualmente la
esclavitud no era vista como el mal que objetivamente es. En nuestra
época la matanza de niños no nacidos se ha convertido en derecho
para un sector bastante numeroso de la sociedad. Seguirá o en
algunos países sigue ya la eutanasia aplicada sea a los recién
nacidos o mayores con el pretexto de compasión. Muchos
se rasgan las vestiduras antes males ajenos mientras no se dan cuenta
de que los pecados graves que cometen o condonan.
Jesús
mandó callar al leproso curado y solamente ir a declarar el hecho
ante el sacerdote para cumplir lo mandado por Moisés en la ley. Sin
embargo, él se puso a propagar la gran noticia inmediatamente y San
Marcos comenta que Jesús no pudo entrar ya en los pueblos sino que
se quedaba fuera en descampado y aun así al gente acudía a él.
Podemos comprender la actitud del leproso, pues es muy humano
comunicar a otos un bien tan enorme recibido. La evangelización es
precisamente eso, comunicar “la buena noticia” de las maravillas
que Dios ha realizado en uno para que de esa manera la otra persona
pueda también beneficiarse. Por ello, el cristianismo desde el
´principio fue propagado por contagio. Los paganos comentaban “vean
cómo se aman”. Una encuesta en Estados Unidos hecha a los que
habían abandonado la Iglesia arroja un resultado interesante: Un buen
porcentaje de ellos señalaba que una vez que ya no acudían a la
misa nadie se acercó a ellos ni se interesó para saber porque ya no
participaban. Todos los que participan en la misa tienen familiares y
vecinos que ya no acuden. ¿Por qué no invitarles a volver e
interesarse por las razones que les movieron para dejar de ser
católicos practicantes? ¿Por qué no organizar un grupo en las
parroquias que se fije en este detalle y acuda a las personas que ya
no vienen para intentar que vuelvan?
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