lunes, 16 de febrero de 2015

Homilía, VI Domingo de Tiempo Ordinario Ciclo B

HOMILÍA VI DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO B

Lecturas: Lev 23,2-2.44-46; 1 cor 10,31-11,1; Mk 1,40-45.

La curación de un leproso.

El libro del Levítico es probablemente uno de los menos leídos en toda la Biblia. En parte es comprensible porque se trata de una serie de normas acerca del culto del tiempo y todo lo relacionado con el sacerdocio. A veces es tedioso y parece poco relacionado con nuestra vida de manera que es difícil encontrar en él una lección para nuestra vida concreta. Sin embargo, se trata del Código de Santidad. La santidad en la Biblia significa separación. Todo lo relacionado con Dios pide de nosotros un tratamiento muy especial, así el culto del templo. También la Biblia, incluso el Antiguo Testamento, enseña la cercanía de Dios con su pueblo, su amor y compasión, su deseo de perdonar, pero no olvida que entre Él y nosotros hay un abismo y este hecho pide de nosotros una atención especial.

Entre las muchas normas acerca de la pureza ritual están las que se refieren a la lepra. En aquella cultura se consideraba la lepra, y no solo la lepra sino toda enfermedad como un castigo de Dios para algún pecado. Esto lo podemos constatar en el Evangelio de San Juan en el episodio del ciego de nacimiento, cuando los discípulos le preguntan a Jesús, quién pecó, él o sus padres para que naciera ciego. En una sociedad primitiva que no entendía de diagnosis científica de enfermedades la persona con una enfermedad de la piel contagiosa tenía que acudir al sacerdote que daba algún tipo de diagnóstico. Si la persona era declarada leprosa, era excomulgado de la comunidad y tenía que andar lejos de cualquier otro y gritar IMPURO, al ver acercarse otra persona. La lepra provocaba impureza ritual, y contacto físico con la persona afectada inhabilitaba a la otra persona para la participación en el culto del templo. Por esta razón tanto el sacerdote como el levita en la Parábola del Buen Samaritano se van de largo, pues contacto con sangre provocaba impureza ritual.

La primera lectura sirve para dar contexto y una explicación de la situación que encontramos en el evangelio de hoy. Este pasaje se encuentra en el primer capítulo del Evangelio de Marcos en el contexto del día entero de ministerio de Jesús en los primeros tiempos de su vida pública en Galilea. Un leproso se entera de que Jesús está en la vecindad. El hombre se atreve a acercarse a Jesús, que como hemos indicado, no estaba permitido. El hombre se pone de rodillas en una actitud de humildad y también de alguna manera reconociendo el poder divino que mana de Jesús. Le dice: “Si quieres, puedes puedes limpiarme”. El hombre habría tenido noticia de la multitud de milagros que Jesús había hecho y tenía plena confianza de que Jesús tenía el poder de curarlo. Posiblemente se sentía indigno, pues luego de largo tiempo alejado de la comunidad y probablemente había asimilado la idea según la cual su condición era resultado de su pecado, expresa su petición de esta manera.

San Marcos señala, como en otras ocasiones, que Jesús sentía lástima del hombre. Ciertamente es un sentimiento humano, pero en el caso de Jesús su compasión es más profunda porque expresa el amor infinito de Dios, su compasión hacia todos los pecadores que se acercan a Él con verdadero arrepentimiento, como queda reflejado por San Lucas en la parábola del Hijo Pródigo. Todos los actos de Jesús son una revelación del amor, de la misericordia, de la bondad de Dios. Llama la atención también que la reacción de Jesús es inmediata y el resultado fulminante y no se deja esperar. La voluntad del leproso corresponde con la voluntad de Jesús que a su vez expresa plenamente la voluntad del Padre y su misma compasión. San Marcos reslta con frecuencia como Jesús actuaba inmediatamente o enseguida (en griego eythys). Los milagros de Jesús le salen sin ningún esfuerzo e incluso con sólo tocar su manto creyendo en su poder la gente se curaba.

Jesús manda al leproso cumplir no decirle a nadie que lo ha curado y presentarse al sacerdote para que constatara la curación y pudiera ser oficialmente reintegrado en la comunidad. Como humanamente podemos comprender, luego de recibir un favor tan extraordinario no le fue posible al hombre quedar callado, sino que se puso a propagar la buena noticia por todos lados.

Este episodio encierra unas lecciones para nosotros. Primero, debido a que hemos escuchado y leído el Evangelio tantas veces desde la niñez puede que nos impacte poco los que allí se relata. La lepra en el evangelio tiene una referencia clara al pecado en general y lo que produce el pecado, es decir, la separación de Dios y de la comunidad, que es en nuestro caso la Iglesia. Hoy en día nos puede parecer exagerado y cruel el tratamiento mandado por el Libro del Levítico para los leprosos. Pero en nuestro caso, pese a tanto progreso científico, cuando se da una enfermedad contagiosa para la que no hay ni curación ni vacuna, se aísla a las personas y el personal sanitario tiene que ponerse un vestido especial, un poco como los trajes espaciales. Hace unos meses en España se trajo a Madrid a un misionero de la Orden de San Juan de Dios que se había contagiado de ébola, una de esas enfermedades incurables y muy contagiosas. En el hospital se murió, pero sin haberse contagiado una auxiliar de enfermería. Se armó un escándalo mayúsculo en todos los medios y los políticos intervinieron para sacar rédito político del episodio. No pocos médicos rehusaron tratar a personas que se hubieran afectado. Luego se curó la señora y proclamó que iba a demandar al Estado pidiendo un millón de euros. El episodio demostró lo peor de nuestra sociedad egoísta e insolidaria.

Ahora estamos a unos días del inicio de la Cuaresma. Como hemos señalado, la lepra nos introduce al tema del pecado como separación de Dios y de la comunidad a la que hacemos daños. Tal vez nos confesamos y pedimos perdón a Dios, cumplimos la penitencia y volvemos a caer en lo mismo. ¿Por qué será? ¿Porque no tomamos en serio el pecado? ¿No nos empeñamos a fondo a superarlo o que nuestra conciencia ha quedado adormecida por lo que vemos en la sociedad, en la televisión? San Ignacio en la primera semana de sus Ejercicios Espirituales propone una meditación sobre el pecado al inicio de la cual sugiere al ejercitante pedir gracia para conocer el pecado y aborrecerlo. En otros tiempos se veía como algo normal el ejercicio de la tortura en los tribunales como instrumento para alcanzar la verdad de los hechos. Igualmente la esclavitud no era vista como el mal que objetivamente es. En nuestra época la matanza de niños no nacidos se ha convertido en derecho para un sector bastante numeroso de la sociedad. Seguirá o en algunos países sigue ya la eutanasia aplicada sea a los recién nacidos o mayores con el pretexto de compasión. Muchos se rasgan las vestiduras antes males ajenos mientras no se dan cuenta de que los pecados graves que cometen o condonan.


Jesús mandó callar al leproso curado y solamente ir a declarar el hecho ante el sacerdote para cumplir lo mandado por Moisés en la ley. Sin embargo, él se puso a propagar la gran noticia inmediatamente y San Marcos comenta que Jesús no pudo entrar ya en los pueblos sino que se quedaba fuera en descampado y aun así al gente acudía a él. Podemos comprender la actitud del leproso, pues es muy humano comunicar a otos un bien tan enorme recibido. La evangelización es precisamente eso, comunicar “la buena noticia” de las maravillas que Dios ha realizado en uno para que de esa manera la otra persona pueda también beneficiarse. Por ello, el cristianismo desde el ´principio fue propagado por contagio. Los paganos comentaban “vean cómo se aman”. Una encuesta en Estados Unidos hecha a los que habían abandonado la Iglesia arroja un resultado interesante: Un buen porcentaje de ellos señalaba que una vez que ya no acudían a la misa nadie se acercó a ellos ni se interesó para saber porque ya no participaban. Todos los que participan en la misa tienen familiares y vecinos que ya no acuden. ¿Por qué no invitarles a volver e interesarse por las razones que les movieron para dejar de ser católicos practicantes? ¿Por qué no organizar un grupo en las parroquias que se fije en este detalle y acuda a las personas que ya no vienen para intentar que vuelvan?

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