sábado, 26 de marzo de 2016

HOMILÍA DOMINGO DE PASCUA, 27 DE MARZO DE 2016

VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO

Si pudiÉsemos preguntarles a los primeros cristianos acerca de lo que era esencial en su fe, ¿qué nos contestarían? ¿Nos hablarían de la moral, de los mandamientos, de la solidariedad que experimentaban de manera que si uno sentía necesidad, la comunidad acudiría en su ayuda? ¿Nos hablarían de la libertad, valor tan preciado en nuestros días, que experimentaban? Si bien es cierto el cristianismo influyó en la moral, exigía de sus adeptos un nivel superior incluso que lo que se prescribía en el Antiguo Testamento, en el Decálogo, pues amar a los enemigos, perdonarles, dar la otra mejilla, caminar otra milla con uno que nos pide caminar una y demás exigencias de Jesús manifestadas en el Evangelio son ciertamente novedosas y caracterizaban a los cristianos en medio del mundo pagano, pero ¿constituían la esencia del mensaje cristiano, del testimonio que los cristianos se sentían obligados a dar? Pues no. Seguramente, lo primero que nos dirían sería: JESUCRISTO HA RESUCITADO, JESÚS ES EL SEÑOR. Nos dirían también VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO!

Los cristianos de las primeras generaciones se daban perfecta cuenta del hecho de que el César, el Emperador Romano se proclamaba y era reconocido como EL SEÑOR, KYRIOS. Él gobernaba un inmenso imperio que se extendía desde lo que es ahora Iraq en oriente hasta España y el norte de África en occidente, y desde Sicilia en el sur hasta Alemania en el norte, llegando hasta el mar negro en Europa oriental. ¿Entonces cómo podían proclamar el mensaje de que Jesuciristo era el verdadero Señor y por implicación que el Emperador no lo era?

El himno o secuencia expresa la misma verdad con estas palabras: surrexit Dominus spes mea (ha resucitado el Señor mi esperanza). San Pedro proclama en su primera carta, dirigida a unos cristianos que viven “como extranjeros en la Dispersión “, es decir se encontraban dispersos en medio de un mundo pagano hostil: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la Resurección de Jesucisto de entre los mujertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herenca incoruptible, inmaculada e inmarescible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege ...” (1 Pe 1.3-5). San Pablo habla a los cristianos de Roma de una nueva creación, una nueva vida (6.1-11).

La proclamación de la fe cristiana consiste esencialmente en la proclamación del hecho de que Jesucristo ha resucitado de la muerte, que sí ciertamente murió, pero que la cosa no terminó allí: “Os recuerdo,hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido en el el cual permenecéis firmes, por el cual seréis también salvos, si lo guardaís tal como os lo prediqué...Si no, habríais créido en vano… Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó, Y si no resucitó Cristo vana es nuestra predicación… si solamente para esta vida teneemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más desgrciados de todoslos hombres” (cfr. 1 Cor 15,1-34). Si Jesucristo fue tan solo un hombre extraordinario, que curó a enfermos, predicó un mensaje de paz, de reconciliación, fue rechazado por las autoridades religiosas de Israel y ajusticiado injustamente por los romanos y murió de la muerte hororosa que era la crucifixión, entonces el cristianismo es inútil, no sirve para nada, es una estafa, un engaño total y completo. No servirían pues ni todas las iglesias, grandes catedrales, Papa, obispos, sacerdotes, monjes, monjas etc. pues todo sería puro engaño.

A lo largo de los siglos, de manera particular en el siglo XX, se ha intentado dar explicaciones a este hecho fundamental del cristianismo, sobre el cual cae o se levanta, que no son el hecho de que Jesús verdaderamente resucitó de entre los muertos. En primer lugar, conviene que nos preguntemos qué significa resucitar en este contexto. De entrada, tenemos que descartar la hipótesis de la rescitucación de un cuerpo muerto, su vuelta a esta misma vida, como el caso de Lázaro en el Evangelio de San Juan. Los judíos, al menos algunos judíos como era el caso de los fariseso, pero no los saduceos, creían en una futura resurrección al final de los tiempos. Este fe surgió en los últimos siglos del Antiguo Testamento, como podemos constatar en el libro de Daniel y el Segundo Libro de los Macabeos. Según esta doctrina, el hombre moría e iba o al paraíso o al infierno, según que haya vivido bien o mal. Allí esperaba para el final de que Dios fuera a rectificar todo y le devolviera su cuerpo, pero un cuerpo más perfecta y restaurara todas las cosas. Pero a ningún judío de la época se le ocurría que en algún caso podría adelantarse este proceso en el caso de una persona, es decir, de Jesús, bien muerto en la cruz y sepultado en la tarde del Viernes Santo. Antes de Jesús y también después ha habido un buen número de personajes que se proclamaron Mesías en Israel y acabaron muertos por la mano de los romanos. A ninguno de sus discípulos que les sobrevivieron se les ocurrió decir que había resucitado.

Algunos historiadores y exegetas han propuesta la hipótesis según la cual se habría dado una muerte y resurrección mítica de Jesús semejante a lo que proponen religiones y mitos paganos de oriente. Por un lado, los discípulos vivían en un ambiente judío y es totalmente improbable que fueran a inventar un mito de este tipo; por otro lado los mitos están lejos de precisar momentos históricos en los que se habrían dado los supuestos hechos míticos. Jesús murió en un día concreto y al tercer día de su muerte resucitó, y nadie en su sano juicio da su vida por un mito. Platón creía en la inmortalidad del alma, pero no tenía ningún interés en la resurrección del cuerpo que consideraba una mera cárcel del alma. En definitiva, para los paganos greco-romanos no había ninguna resurrección. El muerto bajaba a Hades y allí quedaba sin poder salir de ninguna manera.

La única explicación convincente de los hechos reales históricos innegables como son la fundación de la Iglesia, las convicciones de los primeros cristianos acerca de la resurrección de Jesús que diferían en buena medida de lo que podía aceptar un judío. Los relatos de los cuatro evangelios contienen muchos detalles que no coinciden. Por ejemplo hay coinicdencia acerca de los ángeles o hombres que las mujeres encontraron en el sepulcro. Si se hubiera inventado un relato, no habría incluido estas divergencias. Los dos elementos, la tumba vacía y las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos son necesarios para la proclamación de la fe en la resurrección y la falta de uno de ellos haría imposible tal proclamación. Se trata de un cuerpo real, es decir, de alguna manera desapareció el cuerpo muerto de Jesús de la tumba y se reconstituyó, pero con nuevas cualidades como la capacidad de aparecer y desaparecer sin pasar por las puertas. También hay algo raro y curioso en el hecho de que en ocasiones los discipulos no pueden reconocerlo, como es el caso de los dos del camino a Emaús. También en la escena del desayuno al lado del Lago de Tiberiades, se dice: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres tú? Ya sabían que era el Señor” (Jn 21, 12). Ésta es una observación exatraordinaria considerando que se trata de una persona con quien habían convivido tres años. Si hubieran inventado la resurrección de Jesús, ciertmente habrian eliminado la intervención de las mujeres como los primeros testigos del hecho de la tumba vacía, y la primera aparición a María Magdalena, considerando que en la época la mujer no era considerada testigo fidedigno delante de un tribunal. Podemos constatar, por otra parte, que un poco más que veinte años más tarde, en la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, c. 15, ya no hay ninguna mención de las mujeres, por lo cual podemos deducir que los relatos evangélicos reproducen unas tradiciones muy tempranas y cercanas a los hechos, pues San Pablo escribía a unos 25 años de los hechos.

Sobre ese hecho de la resurrección real e histórico de Jesucristo que murió en la cruz bajo la sentencia de Poncio Pilato cae o se levanta el cristianismo y no hay otra explicación que de lejos pueda dar razón de los hechos que suciederon posteriormente, es decir, que los discípulos. El Papa Benedicto XVI, en su libro Jesús de Nazaret comenta:

Si se prescinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas
interesantes sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre y su deber ser —una especie de
concepción religiosa del mundo—, pero la fe cristiana queda muerta. En este caso, Jesús es
una personalidad religiosa fallida; una personalidad que, a pesar de su fracaso, sigue siendo
grande y puede dar lugar a nuestra reflexión, pero permanece en una dimensión puramente
humana, y su autoridad sólo es válida en la medida en que su mensaje nos convence. Ya no es
el criterio de medida; el criterio es entonces únicamente nuestra valoración personal que elige
de su patrimonio particular aquello que le parece útil. Y eso significa que estamos
abandonados a nosotros mismos. La última instancia es nuestra valoración personal. Antes de Jesús y también después ha habido un buen número de personajes que se proclamaron Mesías en Israel y acabaron muertos por la mano de los romanos. A ninguno de sus discípulos que les sobrevivieron se les ocurrió decir que había resucitado. Vol !!, p. 92-93).

Hoy podemos repetir con plena seguridad de la verdad que profesamos que Verdaderamente, Cristo ha resucitado, o como dice la Secuencia de la Misa de hoy: Scimus Christum surrexisse a mortuis vere (sabemos que verdaderamente Cristo ha resucitado de entre los muertos). Por lo tanto la promesa de renovar todas las cosas, de crear un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia es real y ha comenzado a darse. El hecho de que Jesucristo ha resucitado significa que Él en su humanidad está en la presencia de Dios Padre y quiere llevarnos a nosotros con él. Sabemos que la esperanza viva de la que hablaba San Pedro, en el texto que hemos citado arriba, es real. Si estamos “gemiendo y llorando en este valle de lágrimas”, que esta situación no es la definitiva, que hay una gran esperanza.

Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva –porque el primer cielo y la primera tierra desapaecieroon y el ma no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios,engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Ap 21,1-3). Si bien es cierto que hay mucho mal en el mundo y ninguno de nosotros puede decir que está libre del contagio de este mal, pero podemos tener la seguridad de que Dios cumple sus promesas como resucitó verdadermente a Jesús de entre los muertos, el Primogénito de los muertos. Ésta es nuestra fe! Alegrémonos en este Domingo de Pascua, el octavo día, el primer día de la nueva creación en la que hemos entrado con nuestro bautismo y esperamos que luego se complete según la promesa de Dios que no falla.



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