VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO
Si pudiÉsemos
preguntarles a los primeros cristianos acerca de lo que era esencial
en su fe, ¿qué nos contestarían? ¿Nos hablarían de la moral, de
los mandamientos, de la solidariedad que experimentaban de manera que
si uno sentía necesidad, la comunidad acudiría en su ayuda? ¿Nos
hablarían de la libertad, valor tan preciado en nuestros días, que
experimentaban? Si bien es cierto el cristianismo influyó en la
moral, exigía de sus adeptos un nivel superior incluso que lo que se
prescribía en el Antiguo Testamento, en el Decálogo, pues amar a
los enemigos, perdonarles, dar la otra mejilla, caminar otra milla
con uno que nos pide caminar una y demás exigencias de Jesús
manifestadas en el Evangelio son ciertamente novedosas y
caracterizaban a los cristianos en medio del mundo pagano, pero
¿constituían la esencia del mensaje cristiano, del testimonio que
los cristianos se sentían obligados a dar? Pues no. Seguramente, lo
primero que nos dirían sería: JESUCRISTO HA RESUCITADO, JESÚS ES
EL SEÑOR. Nos dirían también VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO!
Los cristianos de
las primeras generaciones se daban perfecta cuenta del hecho de que
el César, el Emperador Romano se proclamaba y era reconocido como EL
SEÑOR, KYRIOS. Él gobernaba un inmenso imperio que se extendía
desde lo que es ahora Iraq en oriente hasta España y el norte de
África en occidente, y desde Sicilia en el sur hasta Alemania en el
norte, llegando hasta el mar negro en Europa oriental. ¿Entonces
cómo podían proclamar el mensaje de que Jesuciristo era el verdadero
Señor y por implicación que el Emperador no lo era?
El himno o
secuencia
expresa la misma verdad con estas palabras: surrexit
Dominus spes mea
(ha resucitado el Señor mi esperanza). San
Pedro proclama en su primera carta, dirigida a unos cristianos que
viven “como extranjeros en la Dispersión “, es decir se
encontraban dispersos en medio de un mundo pagano hostil: Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran
misericordia, mediante la Resurección de Jesucisto de entre los
mujertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herenca
incoruptible, inmaculada e inmarescible, reservada en los cielos para
vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege ...” (1 Pe 1.3-5). San
Pablo habla a los cristianos de Roma de una nueva
creación, una nueva vida (6.1-11).
La
proclamación de la fe cristiana consiste esencialmente en la
proclamación del hecho de que Jesucristo ha resucitado de la muerte,
que sí ciertamente murió, pero que la cosa no terminó allí: “Os
recuerdo,hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis
recibido en el el cual permenecéis firmes, por el cual seréis
también salvos, si lo guardaís tal como os lo prediqué...Si no,
habríais créido en vano… Si no hay resurrección de los muertos,
tampoco Cristo resucitó, Y
si no resucitó Cristo vana es nuestra predicación… si solamente
para esta vida teneemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los
más desgrciados de todoslos hombres” (cfr. 1 Cor 15,1-34). Si
Jesucristo fue tan solo un hombre extraordinario, que curó a
enfermos, predicó un mensaje de paz, de reconciliación, fue
rechazado por las autoridades religiosas de Israel y ajusticiado
injustamente por los romanos y murió de la muerte hororosa que era
la crucifixión, entonces el cristianismo es inútil, no sirve para
nada, es una estafa, un engaño total y completo. No servirían pues
ni todas las iglesias, grandes catedrales, Papa, obispos, sacerdotes,
monjes, monjas etc. pues todo sería puro engaño.
A
lo largo de los siglos, de manera particular en el siglo XX, se ha
intentado dar explicaciones a este hecho fundamental del
cristianismo, sobre el cual cae o se levanta, que no son el hecho de
que Jesús verdaderamente resucitó de entre los muertos. En primer
lugar, conviene que nos preguntemos qué significa resucitar
en
este contexto. De entrada, tenemos que descartar la hipótesis de la
rescitucación de un cuerpo muerto, su vuelta a esta misma vida, como
el caso de Lázaro en el Evangelio de San Juan. Los judíos, al menos
algunos judíos como era el caso de los fariseso, pero no los
saduceos, creían en una futura resurrección al final de los
tiempos. Este fe surgió en los últimos siglos del Antiguo
Testamento, como podemos constatar en el libro de Daniel y el Segundo
Libro de los Macabeos. Según esta doctrina, el hombre moría e iba o
al paraíso o al infierno, según que haya vivido bien o mal. Allí
esperaba para el final de que Dios fuera a rectificar todo y le
devolviera su cuerpo, pero un cuerpo más perfecta y restaurara todas
las cosas. Pero a ningún judío de la época se le ocurría que en
algún caso podría adelantarse este proceso en el caso de una
persona, es decir, de Jesús, bien muerto en la cruz y sepultado en
la tarde del Viernes Santo. Antes
de Jesús y también después ha habido un buen número de personajes
que se proclamaron Mesías en Israel y acabaron muertos por la mano
de los romanos. A ninguno de sus discípulos que les sobrevivieron se
les ocurrió decir que había resucitado.
Algunos
historiadores y exegetas han propuesta la hipótesis según la cual
se habría dado una muerte
y resurrección mítica de Jesús semejante a lo que proponen
religiones y mitos paganos de oriente. Por un lado, los discípulos
vivían en un ambiente judío y es totalmente improbable que fueran a
inventar un mito de este tipo; por otro lado los mitos están lejos
de precisar momentos históricos en los que se habrían dado los
supuestos hechos míticos. Jesús murió en un día concreto y al
tercer día de su muerte resucitó, y nadie en su sano juicio da su
vida por un mito. Platón creía en la inmortalidad del alma, pero no
tenía ningún interés en la resurrección del cuerpo que
consideraba una mera cárcel del alma. En definitiva, para los
paganos greco-romanos no había ninguna resurrección. El muerto
bajaba a Hades y allí quedaba sin poder salir de ninguna manera.
La
única explicación convincente de los hechos reales históricos
innegables como son la fundación de la Iglesia, las convicciones de
los primeros cristianos acerca de la resurrección de Jesús que
diferían en buena medida de lo que podía aceptar un judío. Los
relatos de los cuatro evangelios contienen muchos detalles que no
coinciden. Por ejemplo hay coinicdencia acerca de los ángeles o
hombres que las mujeres encontraron en el sepulcro. Si se hubiera
inventado un relato, no habría incluido estas divergencias. Los dos
elementos, la tumba vacía y las apariciones de Jesús resucitado a
los discípulos son necesarios para la proclamación de la fe en la
resurrección y la falta de uno de ellos haría imposible tal
proclamación. Se trata de un cuerpo real, es decir, de alguna manera
desapareció el cuerpo muerto de Jesús de la tumba y se
reconstituyó, pero con nuevas cualidades como la capacidad de
aparecer y desaparecer sin pasar por las puertas. También hay algo
raro y curioso en el hecho de que en ocasiones los discipulos no
pueden reconocerlo, como es el caso de los dos del camino a Emaús.
También en la escena del desayuno al lado del Lago de Tiberiades, se
dice: “Ninguno
de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres tú? Ya
sabían que era el Señor” (Jn 21, 12).
Ésta es una observación exatraordinaria considerando que se trata
de una persona con quien habían convivido tres años. Si hubieran
inventado la resurrección de Jesús, ciertmente habrian eliminado la
intervención de las mujeres como los primeros testigos del hecho de
la tumba vacía, y la primera aparición a María Magdalena,
considerando que en la época la mujer no era considerada testigo
fidedigno delante de un tribunal. Podemos constatar, por otra parte,
que un poco más que veinte años más tarde, en la Primera Carta de
San Pablo a los Corintios, c. 15, ya no hay ninguna mención de las
mujeres, por lo cual podemos deducir que los relatos evangélicos
reproducen unas tradiciones muy tempranas y cercanas a los hechos,
pues San Pablo escribía a unos 25 años de los hechos.
Sobre
ese hecho de la resurrección real e histórico de Jesucristo que
murió en la cruz bajo la sentencia de Poncio Pilato cae o se levanta
el cristianismo y no hay otra explicación que de lejos pueda dar
razón de los hechos que suciederon posteriormente, es decir, que los
discípulos. El
Papa Benedicto XVI, en su libro Jesús
de Nazaret
comenta:
Si
se prescinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la tradición
cristiana ciertas ideas
interesantes
sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre y su deber ser —una
especie de
concepción
religiosa del mundo—, pero la fe cristiana queda muerta. En este
caso, Jesús es
una
personalidad religiosa fallida; una personalidad que, a pesar de su
fracaso, sigue siendo
grande
y puede dar lugar a nuestra reflexión, pero permanece en una
dimensión puramente
humana,
y su autoridad sólo es válida en la medida en que su mensaje nos
convence. Ya no es
el
criterio de medida; el criterio es entonces únicamente nuestra
valoración personal que elige
de
su patrimonio particular aquello que le parece útil. Y eso significa
que estamos
abandonados
a nosotros mismos. La última instancia es nuestra valoración
personal. Antes
de Jesús y también después ha habido un buen número de personajes
que se proclamaron Mesías en Israel y acabaron muertos por la mano
de los romanos. A ninguno de sus discípulos que les sobrevivieron se
les ocurrió decir que había resucitado. Vol
!!, p. 92-93).
Hoy
podemos repetir con plena seguridad de la verdad que profesamos que
Verdaderamente, Cristo ha resucitado, o como dice la Secuencia de la
Misa de hoy: Scimus
Christum surrexisse a mortuis vere (sabemos que verdaderamente
Cristo ha resucitado de entre los muertos).
Por lo tanto la promesa de renovar todas las cosas, de crear un cielo
nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia es real y ha
comenzado a darse. El hecho de que Jesucristo ha resucitado significa
que Él en su humanidad está en la presencia de Dios Padre y quiere
llevarnos a nosotros con él. Sabemos que la esperanza viva de la que
hablaba San Pedro, en el texto que hemos citado arriba, es real. Si
estamos “gemiendo y llorando en este valle de lágrimas”, que
esta situación no es la definitiva, que hay una gran esperanza.
“Luego
vi un cielo nuevo y una tierra nueva –porque el primer cielo y la
primera tierra desapaecieroon y el ma no existe ya. Y vi la Ciudad
Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a
Dios,engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Ap
21,1-3). Si
bien es cierto que hay mucho mal en el mundo y ninguno de nosotros
puede decir que está libre del contagio de este mal, pero podemos
tener la seguridad de que Dios cumple sus promesas como resucitó
verdadermente a Jesús de entre los muertos, el Primogénito de los
muertos. Ésta es nuestra fe! Alegrémonos en este Domingo de Pascua,
el octavo día, el primer día de la nueva creación en la que hemos
entrado con nuestro bautismo y esperamos que luego se complete según
la promesa de Dios que no falla.
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