sábado, 12 de marzo de 2016

"EL QUE ESTÉ SIN PECADO, QUE TIRE LA PRIMERA PIEDRA"

V DOMINGO DE CUARESMA CICLO C.

El gran escritor ruso Dosteovzsky fue condenado a muerte por el Czar Nicolás por pertenecer a una sociedad secreta. Pocos días antes de la fecha de la ejecución, fue perdonado por el Czar. Sin embargo lo llevaron al patíbulo. Posteriormente pudo escribir estas palabras: "Al que sabe que tiene que morir, los últimos cinco minutos de vida parecen interminables, una enorme riqueza. En aquel momento nada es más penoso que el pensamiento incesante de que uno podría no morir, de poder dar la vuelta a la vida. Entonces, qué infinidad! Se podría transformar cada minuto en un siglo entero!" El episodio que nos presenta el evangelio de hoy nos pone delante un caso de una muerte casi cierta para aquella pobre mujer pillada en el mismo acto de adulterio y una verdadera chusma de gente supuestamente devota y defensora de la justicia expresada en la ley que están a punto de destruirla en base a golpes de piedras. El episodio evangélico me recuerda de una famosa película que salió en 2008, llamada La verdad sobre Soraya, en la que es apedreada una mujer musulmana de Irán basada falsas acusaciones de infidelidad.

Podemos imaginarnos lo que sentía la mujer de nuestro evangelio al ser sacada del lugar de los hechos y llevada ante Jesús como pretexto para ponerle en un aprieto tremendo. Seguramente que los fariseos y expertos de la ley de Moisés pensaban que habían encontrado el caso perfecto para desprestigiar a Jesús, que como rabino nuevo atraía a tanta gente. Sí pedía que no apedrearan a la mujer, le podrían acusar de ser infiel a la ley de Moisés. Si aprobaba el acto reprobable que se disponían a realizar, es decir, aprovecharse de la situación penosa de esta pobre mujer como arma arrojadiza en contra de Jesús, podían acusarle de falta de misericordia. Los romanos tenían un dicho acerca de la aplicación literal de la ley summum ius, summa iniuria, es decir, una aplicación demasiado estricta de la ley se convierte en una injusticia extrema. San Pablo escribía en una ocasión que “el poder se manifiesta en la debilidad”. Esta es la manera de actuar de Dios, que también Jesús reflejaba en cada una de sus actuaciones, pero sobre todo se manifiesta en la debilidad extrema de la cruz. . Además, en esta ocasión los fariseos manifiestan su suma hipocresía y su miseria moral, algo muy común también en nuestros días.

En la primera lectura tomada de la segunda parte del Libro de Isaías, el profeta en el contexto del regreso de los exiliados de Babilonia a Jerusalén y la gran alegría que este hecho provoca en el su corazón, se refiere a un camino que se abre en el desierto. Dios promete que va a hacer algo nuevo. Por otra parte, San Pablo en nuestra segunda lectura de su Carta a los Cristianos de Filipo, afirma que ha perdido todo o ha preferido perder todo “con tal de ganar a Cristo y de existir en él, no con una justicia mía -la de la ley- , sino la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe”.

No es que Jesús no tome en serio lo que manda la ley o no considera el adulterio un pecado muy grave, pero trajo al mundo una gran novedad, que queda reflejada también en sus múltiples pronunciamientos recogidos por San Mateo en el Sermón de la Montaña, como su mandato de amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian y nos hacen daño. Esta novedad traída al mundo por Jesús incluye también la voluntad de perdonar siempre, como dijo a San Pedro, “no setenta veces, pero setenta veces setenta”. Tanto en lo que hemos oído del Profeta Isaías como en las palabras de San Pablo, encontramos expresada esa misma novedad, que también hemos escuchado en el Evangelio del domingo pasado sobre el Hijo Pródigo. Por lo tanto, no nos debe extrañar que Jesús, luego de haberse agachado para escribir en el suelo, diga “el que está sin pecado, que tire la primera piedra”. Algunos comentadores y predicadores han pensado que se retiraron los enemigos de Jesús por miedo a que revelara sus propios pecados y los escribiera sobre el suelo. El evangelio no nos entrega más detalles, pero lo cierto es que las palabras de Jesús sacudieron las conciencias de los que antes con tanta “justicia” están a punto de apedrear a la pobre mujer adúltera. Por otra parte, no hay nada acerca del cómplice en el pecado, pues así eran las cosas en aquella época, y todavía hoy en el mundo islámico.

El episodio de la mujer sorprendida en adulterio flagrante nos cae perfectamente en este Año de la misericordia”. No basta la justicia según la ley. Aquí también tocamos el gran tema del Pontificado del Papa Francisco. Ya a los pocos días de ser elegido, en el Ángelus del 17 de marzo de 2013, también quinto domingo de Cuaresma del ciclo C, pronunció las siguientes palabras: "No se nos olvide esta palabra: Dios jamás se cansa de perdonarnos, jamás! El problema es que nosotros nos cansamos, nosotros no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Jamás nos cansemos, no nos cansemos nunca! Él es el Padre amoroso que siempre perdona, que tiene aquel corazón de misericordia para con todos nosotros".  También nosotros aprendamos a ser misericordiosos con todos”. En estas palabras que el Papa pronunció en los primerísimos días de su Pontificado podemos encontrar la clave del motivo de su posterior proclamación del Año Jubilar de la Misericordia. En este año nos toca seguir el Evangelio de San Lucas, que  se suele  llamar “Evangelio de la Misericordia” por ser el único que nos entrega la parábola del Hijo Pródigo como otras muestras de la misericordia de Jesús, como es el caso del así llamado Buen Ladrón que alcanzó misericordia en los últimos momentos de sus suplicio en la cruz. San Mateo recoge una invitación de Jesús de ser “perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. San Lucas recoge la misma expresión de Jesús, pero nos la entrega con una pequeña diferencia: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso”.

Notemos que Jesús, una vez que se habían retirado todos los acusadores, le pregunta a la mujer: “¿Nadie te ha condenado?, ella responde “no”, y Jesús prosigue Tampoco te condeno yo. Vete y no peques más” Hay algunos en la Iglesia hoy en día que sí recuerdan de la primera parte de la frase pronunciada por Jesús ante la mujer, pero se olvidan de la segunda parte, o lo que llamamos en referencia a la Confesión, el propósito de enmienda: “Vete y no peques más”. Sin esto no hay verdadera misericordia.

Se supone que los castigos han de ser medicinales, tendentes a la recuperación del delincuente o pecador para que arrepentido de sus fechorías vuelva a formar parte de la sociedad o a ser miembro vivo de la Iglesia, habiéndose arrepentido de sus pecados. En ocasiones esta verdadera conversión del delincuente sí se da, pero en otros muchos no. De ahí la importancia y la gran labor que realiza la Iglesia a través de la pastotral carcelaria, pues gracias a ella no pocos presos se arrepienten y salen transformados. También hay otros, como es el caso de terroristas de ETA en España o Senderistas en Perú que terminan su período en la cárcel y no se arrepienten ni manifiestan ningún arrepentimiento ni piden perdón a los familiares de las víctimas. En esta este Año de la Misericordia se ha querido simbolizar esta actitud de Dios de querer perdonar siempre y manifestar su misericordia a través del símbolo de la Puerta, que se ha abierto no sólo en las Basílicas Romanas, sino también en todas las diócesis del mundo. Hay una invitación de entrar por esta puerta que siempre está abierta y la manera más idónea de hacerlo es a través del Sacramento de la Penitencia o la Reconciliación. Aunque la misericordia de Dios es infinita, y su puerta está siempre abierta, Dios, que nos ha hecho libres no puede forzar nuestra entrada.

En el Libro del Apocalipsis, último libro de la Biblia, en los primeros capítulos, hay unas cartas que el Señor glorioso manda a las siete Iglesias, es decir, siete ciudades en el sureste de lo que es ahora Turquía, indicándoles los aspectos positivos y mejorables de su vida. En la que manda a los cristianos de la ciudad de Laodicea, dice: Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apoc 3, 19-21). Llegará el momento en el que ya no quedará abierta esa puerta de la misericordia, es decir, al llegar a la muerte y pasar a la vida futura ya no tendremos otra oportunidad de arrepentirnos ni de adquirir más méritos ante el Señor. ¿Quén puede prometerse otro año, otra Cuaresma?”

Para terminar cito esta hermoso y conocido soneto del gran poeta del Siglo de Oro Español, también gran pecador, y capaz de reconocer la generosidad del Señor que llama a nuestra puerta y muchas veces no le abrimos:

Qué tengo yo, que mi amistad procuras? 
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,  que a mi puerta, cubierto de rocío,  pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana






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