V DOMINGO DE
CUARESMA CICLO C.
El gran escritor ruso
Dosteovzsky fue condenado a muerte por el Czar Nicolás por
pertenecer a una sociedad secreta. Pocos días antes de la fecha de
la ejecución, fue perdonado por el Czar. Sin embargo lo llevaron al
patíbulo. Posteriormente pudo escribir estas palabras: "Al que sabe
que tiene que morir, los últimos cinco minutos de vida parecen
interminables, una enorme riqueza. En aquel momento nada es más
penoso que el pensamiento incesante de que uno podría no morir, de
poder dar la vuelta a la vida. Entonces, qué infinidad! Se podría
transformar cada minuto en un siglo entero!" El episodio que nos
presenta el evangelio de hoy nos pone delante un caso de una muerte
casi cierta para aquella pobre mujer pillada en el mismo acto de
adulterio y una verdadera chusma de gente supuestamente devota y
defensora de la justicia expresada en la ley que están a punto de
destruirla en base a golpes de piedras. El
episodio evangélico me recuerda de una famosa película que salió
en 2008, llamada La
verdad sobre Soraya, en
la que es apedreada una mujer musulmana de Irán basada falsas
acusaciones de infidelidad.
Podemos
imaginarnos lo que sentía la mujer de nuestro evangelio al ser
sacada del lugar de los hechos y llevada ante Jesús como pretexto
para ponerle en un aprieto tremendo. Seguramente que los fariseos y
expertos de la ley de Moisés pensaban que habían encontrado el caso
perfecto para desprestigiar a Jesús, que como rabino nuevo atraía a
tanta gente. Sí pedía que no apedrearan a la mujer, le podrían
acusar de ser infiel a la ley de Moisés. Si aprobaba el acto
reprobable que se disponían a realizar, es decir, aprovecharse de la
situación penosa de esta pobre mujer como arma arrojadiza en contra
de Jesús, podían acusarle de falta de misericordia. Los romanos
tenían un dicho acerca de la aplicación literal de la ley summum
ius, summa iniuria,
es decir, una aplicación demasiado estricta de la ley se convierte
en una injusticia extrema. San Pablo escribía en una ocasión que
“el poder se manifiesta en la debilidad”. Esta es la manera de
actuar de Dios, que también Jesús reflejaba en cada una de sus
actuaciones, pero sobre todo se manifiesta en la debilidad extrema de la cruz. . Además, en esta ocasión los fariseos manifiestan su
suma hipocresía y su miseria moral, algo muy común también en nuestros días.
En
la primera lectura tomada de la segunda parte del Libro de Isaías,
el profeta en el contexto del regreso de los exiliados de Babilonia a
Jerusalén y la gran alegría que este hecho provoca en el su
corazón, se refiere a un camino que se abre en el desierto. Dios
promete que va a hacer algo nuevo. Por otra parte, San Pablo en
nuestra segunda lectura de su Carta a los Cristianos de Filipo,
afirma que ha
perdido todo o ha preferido perder todo “con tal de ganar a Cristo
y de existir en él, no con una justicia mía -la de la ley- , sino
la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se
apoya en la fe”.
No
es que Jesús no tome en serio lo que manda la ley o no considera el
adulterio un pecado muy grave, pero trajo al mundo una gran novedad,
que queda reflejada también en sus múltiples pronunciamientos
recogidos por San Mateo en el Sermón de la Montaña, como su
mandato de amar a los enemigos, hacer el bien a los que nos odian y
nos hacen daño. Esta novedad traída al mundo por Jesús incluye
también la voluntad de perdonar siempre, como dijo a San Pedro, “no
setenta veces, pero setenta veces setenta”. Tanto en lo que hemos
oído del Profeta Isaías como en las palabras de San Pablo,
encontramos expresada esa misma novedad, que también hemos escuchado
en el Evangelio del domingo pasado sobre el Hijo Pródigo. Por lo
tanto, no nos debe extrañar que Jesús, luego de haberse agachado
para escribir en el suelo, diga “el que está sin pecado, que tire
la primera piedra”. Algunos comentadores y predicadores han pensado
que se retiraron los enemigos de Jesús por miedo a que revelara sus
propios pecados y los escribiera sobre el suelo. El evangelio no nos
entrega más detalles, pero lo cierto es que las palabras de Jesús
sacudieron las conciencias de los que antes con tanta “justicia”
están a punto de apedrear a la pobre mujer adúltera. Por otra
parte, no hay nada acerca del cómplice en el pecado, pues así eran
las cosas en aquella época, y todavía hoy en el mundo islámico.
El
episodio de la mujer sorprendida en adulterio flagrante nos cae
perfectamente en este Año
de la misericordia”.
No basta la justicia según la ley. Aquí
también tocamos el gran tema del Pontificado del Papa Francisco. Ya
a los pocos días de ser elegido, en el Ángelus del 17 de marzo de
2013, también quinto domingo de Cuaresma del ciclo C, pronunció
las siguientes palabras: "No
se nos olvide esta palabra: Dios jamás se cansa
de perdonarnos, jamás! El problema es que nosotros nos cansamos,
nosotros no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Jamás nos
cansemos, no nos cansemos nunca! Él es el Padre amoroso que siempre
perdona, que tiene aquel corazón de misericordia para con todos
nosotros". También nosotros aprendamos a ser misericordiosos con
todos”. En
estas palabras que el Papa pronunció en los primerísimos días de
su Pontificado podemos encontrar la clave del motivo de su posterior
proclamación del Año
Jubilar de la Misericordia. En
este año nos toca seguir el Evangelio de San Lucas, que se suele llamar “Evangelio de la Misericordia” por ser el único que nos
entrega la parábola del Hijo Pródigo como otras muestras de la
misericordia de Jesús, como es el caso del así llamado Buen
Ladrón
que alcanzó misericordia en los últimos momentos de sus suplicio en
la cruz. San Mateo recoge una invitación de Jesús de ser “perfectos
como vuestro Padre celestial es perfecto”.
San Lucas recoge la misma expresión de Jesús, pero nos la entrega
con una pequeña diferencia: “Sed misericordiosos como vuestro
Padre celestial es misericordioso”.
Notemos
que Jesús, una vez que se habían retirado todos los acusadores, le
pregunta a la mujer: “¿Nadie
te ha condenado?, ella
responde “no”, y Jesús prosigue “Tampoco
te condeno yo. Vete y no peques más”
Hay algunos en la Iglesia hoy en día que sí recuerdan de la primera
parte de la frase pronunciada por Jesús ante la mujer, pero se
olvidan de la segunda parte, o lo que llamamos en referencia a la
Confesión, el propósito de enmienda: “Vete
y no peques más”.
Sin esto no hay verdadera misericordia.
Se
supone que los castigos han de ser medicinales, tendentes a la
recuperación del delincuente o pecador para que arrepentido de sus
fechorías vuelva a formar parte de la sociedad o a ser miembro vivo
de la Iglesia, habiéndose arrepentido de sus pecados. En ocasiones
esta verdadera conversión del delincuente sí se da, pero en otros
muchos no. De ahí la importancia y la gran labor que realiza la
Iglesia a través de la pastotral carcelaria, pues gracias a ella no
pocos presos se arrepienten y salen transformados. También hay
otros, como es el caso de terroristas de ETA en España o Senderistas
en Perú que terminan su período en la cárcel y no se arrepienten
ni manifiestan ningún arrepentimiento ni piden perdón a los
familiares de las víctimas. En esta este
Año de la Misericordia
se ha querido simbolizar esta actitud de Dios de querer perdonar
siempre y manifestar su misericordia a través del símbolo de la
Puerta,
que se ha abierto no sólo en las Basílicas Romanas, sino también
en todas las diócesis del mundo. Hay una invitación de entrar por
esta puerta que siempre está abierta y la manera más idónea de
hacerlo es a través del Sacramento de la Penitencia o la
Reconciliación. Aunque la misericordia de Dios es infinita, y su
puerta está siempre abierta, Dios, que nos ha hecho libres no puede
forzar nuestra entrada.
En
el Libro del Apocalipsis, último libro de la Biblia, en los primeros
capítulos, hay unas cartas que el Señor glorioso manda a las siete
Iglesias, es decir, siete ciudades en el sureste de lo que es ahora
Turquía, indicándoles los aspectos positivos y mejorables de su
vida. En la que manda a los cristianos de la ciudad de Laodicea,
dice: Yo
reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y
arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye
mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él
conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi
trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su
trono” (Apoc 3, 19-21).
Llegará
el momento en el que ya no quedará abierta esa puerta de la
misericordia, es decir, al llegar a la muerte y pasar a la vida
futura ya no tendremos otra oportunidad de arrepentirnos ni de
adquirir más méritos ante el Señor. ¿Quén puede prometerse otro
año, otra Cuaresma?”
Para
terminar cito esta hermoso y conocido soneto del gran poeta del Siglo
de Oro Español, también gran pecador, y capaz de reconocer la
generosidad del Señor que llama a nuestra puerta y muchas veces no
le abrimos:
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana
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