sábado, 5 de marzo de 2016

EL HIJO PRÓDIGO

HOMILÍA CUARTO DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C: EL HIJO PRÓDIGO

Todos hemos escuchado y leído esta parábola que se encuentra en el c. 15 del Evangelio de San Lucas, pero no puede ser más apropiado volver a reflexionar sobre esta imagen de Dios como Padre misericordioso en este Año de la Misericordia.

Un padre tenía dos hijos, el menor se parece a muchos jóvenes en nuestros días que desean emanciparse, divertirse y llevar el tipo de la vida que según los cánones de nuestro mundo contemporáneo son los que llevan a la verdadera felicidad y la plenitud de vida. Pide el padre que le entregue la parte de la herencia que le corresponde. Esto no corresponde a las costumbres de la época de Jesús, pues nadie podía exigir la herencia mientras todavía vivía el padre. Implica también el rechazo del padre y de todo lo que implica la familia. Ya se ha hartado de ellos y quiere probar otras cosas que le puede proporcionar su libertad.

A los pocos días se va a lo que la traducción llama “un país lejano”. El original griego dice que va a una “kora makra”, una región amplia o espaciosa. Podría significar que se fue de la casa paterna porque la consideraba un ambiente restrictivo que no le permitía vivir lo que consideraba que era la verdadera vida. No mucho tiempo después, se encuentra “en crisis”, como hoy en día se dice. Se da una gran hambruna en aquella región y habiendo gastado su fortuna en juegos y placeres, choca con la dura realidad. Podemos suponer que mientras tenía dinero tenía también “amigos” que lo acompañaba y compartían con él en sus diversiones, pero cuando llega la crisis y no tiene nada, no aparece ninguno de ellos a ayudarle. No tiene más remedio que ir a trabajar con un labrador que criaba cerdos. Podemos imaginarnos la vergüenza que significaría para un judío del siglo I tener que rebajarse a trabajar en cuidar cerdos, animales impuros según la tradición judía. San Juan Pablo II, en su Encíclica, Dives in misericordia ve este hecho como una tremenda pérdida de su dignidad. Se había ido de la casa paterna para acabar en una situación tan penosa e indigno de cualquier judío.

Como es el caso de muchos hoy en día que se dedican a los placeres, se convierten en adictos al trago, a las drogas, al juego y se convierten en trabajahólicos, este joven, como hoy se dice “tocó fondo”. El evangelio dice que “volvió en sí mismo”, es decir, hasta ese momento vivía una vida superficial y “fuera de sí”. Se trata de un encontronazo con la realidad que a veces para el alcohólico es el peligro de que lo abandone la esposa y la familia. Hasta ese momento, si es que tiene la cordura para llegar hasta allí, la persona suele ser terca e incapaz de reconocer la situación desastrosa en la que se encuentra. Para llegar hasta este momento hace falta humildad, que en palabras de Santa Teresa de Jesús es “andar en la verdad”. También Dante lo cuenta al inicio de su gran poema, La Divina Comedia, se encuentra perdido en una “selva oscura" y no hay modo de salir de allí por ningún camino. Sólo por la intercesión celestial encuentra una salida, gracias a  Beatriz y Santa Lucía se le manda a Virgilio para que sea su guía a través de la tremenda fosa que es el Infierno, y experimentar todo el mal que hay allí, puede encontrar salida.

La reflexión del joven lo lleva a pensar que los esclavos en la casa de su padre están en una situación mucho mejor que él, que es hijo. Jesús les dice a los apóstoles en la Última Cena: “Ya no os llamo siervos sino amigos. Todo lo que me ha enseñado mi padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). Se da cuenta de que los esclavos “tienen pan en abundancia” mientras él se muere de hambre. Toma la decisión de levantarse e ir al padre y ofrecer ser esclavo debido a que ya ha perdido la dignidad de hijo.

Entra en la escena el padre, que cuando el hijo está todavía lejos lo descubre y sale a su encuentro y le hace todo tipo de honores; lo abraza, lo besa, le coloca una túnica y manda a hacer una fiesta porque el hijo que estaba perdido, que estaba “muerto” lo ha encontrado, lo ha recuperado.  El hijo empezó con su confesión del pecado, pero el padre ni le dejó terminar y ni llega a pronunciar su propuesta de vivir como esclavo en la casa de su padre. Esta parte de la parábola me recuerda de un episodio que me tocó conocer en los años 80 del siglo pasado estando en Nueva York. Una familia acomodada tenía un hijo que estudió en un Colegio de Jesuitas, pero luego de graduarse se fue a Arizona de “hippy”. Después  de unos años sin tener noticia de él, llegó a casa en una furgoneta (en la época los jóvenes americanos andaban en este tipo de vehículo, en los que escuchaban música  y ya hasta dormían en ellas). El padre que había quedado sumamente dolorido, pues le resultaba incomprensible la actitud del hijo, cuando lo encontró con una chica en la casa, lo mandó alejarse de la propiedad juntamente con la chica.  Sin embargo, más adelante me tocó visitar a la familia, y el joven ya estaba de regreso y reconciliado con el padre y el resto de la familia. Todo mundo conoce la historia de la conversión de San Agustín la larga y ansiosa espera de Santa Mónica cuyas lágrimas y súplicas lograron que su hijo volviera a su verdadera casa, que era la Iglesia Católica.

No hay ninguna imagen más clarevidente en todo el evangelio que manifieste cómo es Dios como Padre, su infinita misericordia y no cabe duda de que es fuente de gran consuelo para tantas pecadores que luego de haber tocado fondo como este hijo pródigo vuelven a la casa del Padre. Hay muchos cuadros de grandes artistas que retratan el momento del encuentro del hijo con el padre, pero creo que el cuadro que mejor lo retrata es el más famoso, de Rembrandt, ya de anciano.  En mi experiencia al escuchar confesiones, hay no pocas personas que luego de una vida de tanto pecado y tan lejos de Dios no logran convencerse que Dios los ha perdonado. En tales casos suelo invitarles a leer y meditar sobre esta parábola para que descubran que no hay nada que Dios no pueda perdonar y que lo que falta es que ellos mismos tienen que perdonarse a sí mismos.

Luego llegamos al caso del hijo mayor. En el ambiente en el que Jesús contó la parábola estaría retratando la actitud de los fariseos, que eran un claro ejemplo de la persona devota que se cierra ante el mal y el pecado del otro y no son capaces de perdonar. Desde el punto de vista de la lógica humana, el hijo mayor tiene toda la razón, pero Dios sigue otra lógica, la lógica del amor
La verdadera conversión de la persona que se considera recta y virtuosa gracias a sus propias fuerzas es muy difícil. Esta actitud según a cual uno es capaz de ser virtuoso, de santificarse gracias a sus propias fuerzas se ha dado en la Iglesia a principios el siglo V, en el tiempo de San Agustín. Su gran líder fue una monje y director espiritual llamado Pelagio. Consideraba que que debido a que el hombre cuenta con el don de Dios del libre albedrío, es capaz de hacer el bien y por ende salvarse por sus propías fuerzas. En todo caso, Jesucristo es un ejemplo pero no es estrictamente necesario para nuestra salvación. San Pablo, en cambio, pensaba que el pecado es un poder tremendo que pesa sobre todo hombre como una losa desde el primer pecado de Adán. Es una actitud completamente contraria a todo lo que se encuentra en la Biblia. Desde el principio en el Libro del Génesis hasta el final, si hay algo que queda claro a cualquiera que lee la Biblia es que el hombre lleva encima un peso tremendo que es el pecado y sólo no puede liberarse de él, ni hacer el bien sin la ayuda de la gracia de Dios. En el c. 6 del mismo primer libro de la Biblia se presenta a Dios lamentándose por haber creado al hombre, porque éste no había hecho más que multiplicar los pecados. De ahí lanza el primer rescate del hombre, salvando a Noé y su familia del diluvio, que era como un volver a empezar. Vuelve a suceder en el episodio de la Torre de Babel. El hombre intenta llegar al cielo, es decir, organizar su mundo, alcanzar la verdadera felicidad con la construcción de una gran torre para alcanzar el cielo, utilizando la tecnología de entonces que eran los ladrillos y el alquitrán. Todavía hay personas que tienen la actitud del hijo mayor, que piensan que Dios les debe una recompensa, que ellos no tienen pecados ni necesidad de confesarse. Fijémonos en la actitud del padre de la parábola, que representa a Dios cuando intenta convencer al hijo mayor para que entre y participe de la fiesta, para que deje la lógica humana y alcance la lógica del amor.

Muchos católicos que ya se identifican como “no practicantes” probablemente porque tienen un concepto equivocado de Dios, no han experimentado un auténtico encuentro con Jesucristo Nuestro Señor, como de verdad es según podemos leer en el Evangelio. Se han quedado con la idea de que la fe cristiana es un sistema moral, una serie de reglas restrictivas que coartan su libertad, y hoy en día de manera especial, la Iglesia es presentada en la prensa como una institución que no permite al hombre alcanzar el goce que según ellos se encuentra en la práctica libe del sexo, al cual se consideran con una suerte de derecho. La Iglesia rechaza el uso de los anticonceptivos, se opone a la masturbación, el sexo fuera del matrimonio, la pornografía, la homosexualidad, el matrimonio gay y demás aspectos que constituyen la así llamada revolución sexual que se engendró en Estados Unidos a partir de los años 20, y tomó más fuerza a partir del año 1968. Según eso, la Iglesia no quiere que la gente, y especialmente los jóvenes se diviertan, practiquen el sexo casual etc. Esta es una caricatura de la Iglesia y lo que propone. La propuesta de la Iglesia se encuentra en el Evangelio y nuestra lectura del evangelio de  hoy nos presenta una aspecto fundamental de tal propuesta. Se trata de la verdadera imagen de Dios, como Padre misericordioso tal y cómo nos lo revela Jesús. Dios es amor, pero en su relación con nosotros que somos pecadores, que nos encontramos muchas veces en ese espacio grande y amplio (kora makra) perdidos como en el desierto o en una selva oscura como Dante, y quiere manifestar su verdadero rostros, quiere que encontremos el verdadero sentido de la vida a través de un encuentro con su Hijo Jesucristo a quien envió a este mundo para rescatarnos de este lugar oscuro, frío y nebuloso que es el mundo marcado por el pecado y la muerte. Nos quiere llevar al auténtico banquete eterno de amor, de gozo sin fin que llamamos el cielo. Ojalá nuestra vivencia de la Cuaresma nos ayude a dar unos pasos importantes desde ese lugar lejano como el Hijo Pródigo hacia el abrazo con el Padre en nuestra verdadera casa que es la casa del Padre.




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