HOMILÍA CUARTO
DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C: EL HIJO PRÓDIGO
Todos hemos
escuchado y leído esta parábola que se encuentra en el c. 15 del
Evangelio de San Lucas, pero no puede ser más apropiado volver a
reflexionar sobre esta imagen de Dios como Padre misericordioso en
este Año de la Misericordia.
Un padre tenía dos
hijos, el menor se parece a muchos jóvenes en nuestros días que
desean emanciparse, divertirse y llevar el tipo de la vida que según
los cánones de nuestro mundo contemporáneo son los que llevan a la
verdadera felicidad y la plenitud de vida. Pide el padre que le
entregue la parte de la herencia que le corresponde. Esto no
corresponde a las costumbres de la época de Jesús, pues nadie podía
exigir la herencia mientras todavía vivía el padre. Implica también
el rechazo del padre y de todo lo que implica la familia. Ya se ha
hartado de ellos y quiere probar otras cosas que le puede
proporcionar su libertad.
A los pocos días
se va a lo que la traducción llama “un país lejano”. El
original griego dice que va a una “kora makra”, una región
amplia o espaciosa. Podría significar que se fue de la casa paterna
porque la consideraba un ambiente restrictivo que no le permitía
vivir lo que consideraba que era la verdadera vida. No mucho tiempo
después, se encuentra “en crisis”, como hoy en día se dice. Se
da una gran hambruna en aquella región y habiendo gastado su fortuna
en juegos y placeres, choca con la dura realidad. Podemos suponer que
mientras tenía dinero tenía también “amigos” que lo acompañaba
y compartían con él en sus diversiones, pero cuando llega la crisis
y no tiene nada, no aparece ninguno de ellos a ayudarle. No tiene más
remedio que ir a trabajar con un labrador que criaba cerdos. Podemos
imaginarnos la vergüenza que significaría para un judío del siglo
I tener que rebajarse a trabajar en cuidar cerdos, animales impuros
según la tradición judía. San Juan Pablo II, en su Encíclica,
Dives in misericordia ve este
hecho como una tremenda pérdida de su dignidad. Se había ido de la
casa paterna para acabar en una situación tan penosa e indigno de
cualquier judío.
Como
es el caso de muchos hoy en día que se dedican a los placeres, se
convierten en adictos al trago, a las drogas, al juego y se
convierten en trabajahólicos, este joven, como hoy se dice “tocó
fondo”. El evangelio dice que “volvió en sí mismo”, es decir,
hasta ese momento vivía una
vida superficial y “fuera de sí”. Se trata de un encontronazo
con la realidad que a veces para el alcohólico es el peligro de que
lo abandone la esposa y la familia. Hasta ese momento, si es que
tiene la cordura para llegar hasta allí, la persona suele ser terca
e incapaz de reconocer la situación desastrosa en la que se
encuentra. Para llegar hasta este momento hace falta humildad, que en
palabras de Santa Teresa de Jesús es “andar en la verdad”.
También Dante lo cuenta al inicio de su gran poema, La
Divina Comedia, se encuentra
perdido en una “selva oscura" y no hay modo de salir de
allí por ningún camino. Sólo por la intercesión celestial
encuentra una salida, gracias a Beatriz y Santa
Lucía se le manda a Virgilio para que sea su guía a través de la
tremenda fosa que es el Infierno, y experimentar
todo el mal que hay allí, puede encontrar salida.
La
reflexión del joven lo lleva a pensar que los esclavos en la casa de
su padre están en una situación mucho mejor que él, que es hijo.
Jesús les dice a los apóstoles en la Última Cena: “Ya no os
llamo siervos sino amigos. Todo lo que me ha enseñado mi padre os lo
he dado a conocer” (Jn 15,15). Se da cuenta de que los esclavos
“tienen pan en abundancia” mientras él se muere de hambre. Toma
la decisión de levantarse e ir al padre y ofrecer ser esclavo
debido a que ya ha perdido la dignidad de hijo.
Entra
en la escena el padre, que cuando el hijo está todavía lejos lo
descubre y sale a su encuentro y le hace todo tipo de honores; lo
abraza, lo besa, le coloca una túnica y manda a hacer una fiesta
porque el hijo que estaba perdido, que estaba “muerto” lo ha
encontrado, lo ha recuperado. El hijo empezó con su confesión del pecado, pero el padre ni le dejó terminar y ni llega a pronunciar su propuesta de vivir como esclavo en la casa de su padre. Esta parte de la parábola me recuerda
de un episodio que me tocó conocer en los años 80 del siglo pasado
estando en Nueva York. Una familia acomodada tenía un hijo que
estudió en un Colegio de Jesuitas, pero luego de graduarse se fue a
Arizona de “hippy”. Después de unos años sin tener noticia de él, llegó a casa en una furgoneta (en la época los jóvenes americanos
andaban en este tipo de vehículo, en los que escuchaban música y ya hasta dormían en ellas). El padre que
había quedado sumamente dolorido, pues le resultaba incomprensible la
actitud del hijo, cuando lo encontró con una chica en la casa, lo mandó alejarse de la propiedad juntamente con la chica. Sin embargo, más adelante me tocó visitar a la
familia, y el joven ya estaba de regreso y reconciliado con el padre
y el resto de la familia. Todo mundo conoce la historia de la
conversión de San Agustín la larga y ansiosa espera de Santa Mónica
cuyas lágrimas y súplicas lograron que su hijo volviera a su
verdadera casa, que era la Iglesia Católica.
No
hay ninguna imagen más clarevidente en todo el evangelio que
manifieste cómo es Dios como Padre, su infinita misericordia y no
cabe duda de que es fuente de gran consuelo para tantas pecadores
que luego de haber tocado fondo como este hijo pródigo vuelven a la
casa del Padre. Hay muchos cuadros de grandes artistas que retratan el momento del encuentro del hijo con el padre, pero creo que el cuadro que mejor lo retrata es el más famoso, de Rembrandt, ya de anciano. En mi experiencia al escuchar confesiones, hay no
pocas personas que luego de una vida de tanto pecado y tan lejos de
Dios no logran convencerse que Dios los ha perdonado. En tales casos
suelo invitarles a leer y meditar sobre esta parábola para que
descubran que no hay nada que Dios no pueda perdonar y que lo que
falta es que ellos mismos tienen que perdonarse a sí mismos.
Luego
llegamos al caso del hijo mayor. En el ambiente en el que Jesús
contó la parábola estaría retratando la actitud de los fariseos,
que eran un claro ejemplo de la persona devota que se cierra ante el
mal y el pecado del otro y no son capaces de perdonar. Desde el
punto de vista de la lógica humana, el hijo mayor tiene toda la
razón, pero Dios sigue otra lógica, la lógica del amor
La
verdadera conversión de la persona que se considera recta y virtuosa
gracias a sus propias fuerzas es muy difícil. Esta actitud según a
cual uno es capaz de ser virtuoso, de santificarse gracias a sus
propias fuerzas se ha dado en la Iglesia a principios el siglo V, en
el tiempo de San Agustín. Su gran líder fue una monje y director
espiritual llamado Pelagio. Consideraba que que debido a que el hombre
cuenta con el don de Dios del libre albedrío, es capaz de hacer el
bien y por ende salvarse por sus propías fuerzas. En todo caso,
Jesucristo es un ejemplo pero no es estrictamente necesario para
nuestra salvación. San Pablo, en cambio, pensaba que el pecado es un
poder tremendo que pesa sobre todo hombre como una losa desde el
primer pecado de Adán. Es una actitud completamente contraria a todo
lo que se encuentra en la Biblia. Desde el principio en el Libro del
Génesis hasta el final, si hay algo que queda claro a cualquiera que
lee la Biblia es que el hombre lleva encima un peso tremendo que es
el pecado y sólo no puede liberarse de él, ni hacer el bien sin la
ayuda de la gracia de Dios. En el c. 6 del mismo primer libro de la
Biblia se presenta a Dios lamentándose por haber creado al hombre,
porque éste no había hecho más que multiplicar los pecados. De ahí
lanza el primer rescate del hombre, salvando a Noé y su familia del
diluvio, que era como un volver a empezar. Vuelve a suceder en el
episodio de la Torre de Babel. El hombre intenta llegar al cielo, es
decir, organizar su mundo, alcanzar la verdadera felicidad con la
construcción de una gran torre para alcanzar el cielo, utilizando la
tecnología de entonces que eran los ladrillos y el alquitrán.
Todavía hay personas que tienen la actitud del hijo mayor, que
piensan que Dios les debe una recompensa,
que ellos no tienen pecados ni necesidad de confesarse. Fijémonos en
la actitud del padre de la parábola, que representa a Dios cuando
intenta convencer al hijo mayor para que entre y participe de la
fiesta, para que deje la lógica humana y alcance la lógica del
amor.
Muchos
católicos que ya se identifican como “no practicantes”
probablemente porque tienen un concepto equivocado de Dios, no han
experimentado un auténtico encuentro con Jesucristo Nuestro Señor,
como de verdad es según podemos leer en el Evangelio. Se han quedado
con la idea de que la fe cristiana es un sistema moral, una serie de
reglas restrictivas que coartan su libertad, y hoy en día de manera
especial, la Iglesia es presentada en la prensa como una institución
que no permite al hombre alcanzar el goce que según ellos se
encuentra en la práctica libe del sexo, al cual se consideran con
una suerte de derecho. La Iglesia rechaza el uso de los
anticonceptivos, se opone a la masturbación, el sexo fuera del
matrimonio, la pornografía, la homosexualidad, el matrimonio gay y
demás aspectos que constituyen la así llamada revolución sexual
que se engendró en Estados Unidos a partir de los años 20, y tomó
más fuerza a partir del año 1968. Según eso, la Iglesia no quiere
que la gente, y especialmente los jóvenes se diviertan, practiquen
el sexo casual etc. Esta es una caricatura de la Iglesia y lo que
propone. La propuesta de la Iglesia se encuentra en el Evangelio y
nuestra lectura del evangelio de hoy nos presenta una aspecto fundamental de tal
propuesta. Se trata de la verdadera imagen de Dios, como Padre
misericordioso tal y cómo nos lo revela Jesús. Dios es amor, pero
en su relación con nosotros que somos pecadores, que nos encontramos
muchas veces en ese espacio grande y amplio (kora makra) perdidos
como en el desierto o en una selva oscura como Dante, y quiere
manifestar su verdadero rostros, quiere que encontremos el verdadero
sentido de la vida a través de un encuentro con su Hijo Jesucristo a
quien envió a este mundo para rescatarnos de este lugar oscuro, frío
y nebuloso que es el mundo marcado por el pecado y la muerte. Nos
quiere llevar al auténtico banquete eterno de amor, de gozo sin fin
que llamamos el cielo. Ojalá nuestra vivencia de la Cuaresma nos
ayude a dar unos pasos importantes desde ese lugar lejano como el
Hijo Pródigo hacia el abrazo con el Padre en nuestra verdadera casa
que es la casa del Padre.
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