domingo, 20 de marzo de 2016

DOMINGO DE RAMOS,20 DE MARZO DE 2016



Todos los evangelios nos presentan el episodio de la entrada de Jesús en Jeusalén como Mesías acompañado de los vítores de sus seguidores y su llegada el templo. Además de hace memoria de este episodio, la Iglesia nos propone este domingo como Domingo de la Pasión y el celebrante va vestido de blanco. En cierto sentido se adelanta el triunfo de Jesús en su resurrección que celebraremos el próximo domingo, la entrada de Jesús en Jerusalén como Rey y Señor, pero montado sobre un asno, manifiesta su particular modo de reinar. Jesús es Rey y Señor, pero a ese reino de Dios que proclamaba a lo largo de su ministerio sólo se accede a través de convertirse en Siervo. Podríamos contrastar el modo sencillo y humilde de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén con lo que era en la época un triunfo de un general romano que regresaba a Roma para que su triunfo sobre algún enemigo del poder romano había sido derrotado. Veamos en primer lugar este aspecto de la misión de Jesús, de ser Siervo, del particular tipo de servicio que realizó ayudándonos de las tres lecturas, la primera del Libro de Isaías, la segunda de San Pablo a los Filipenses y el relato de la Pasión que en este año es el de San Lucas. Además, quiero señalar algunas características del relato de San Lucas que lo difieren de los otros evangelios.

La primera lectura está tomada del libro del Profeta Isaías y corresponde a la segunda parte del libro que comienza en el capítulo 40 y termina en el capítulo 55. Se trata de otro profeta anónimo que vivió a unos 150 años del mismo gran profeta Isaías, es decir, en el período del exilio que se dio entre los años 586 y 538 a. C. Hay cuatro “Cantos del Siervo” y nuestra lectura de hoy está tomada del cuarto de ellos. Se trata de una figura misteriosa que tiene un gran paralelo con el mismo Jesús. Al igual que Jesús es flagelado y recibe bofetadas: Desde la a mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. "El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían".  Es el Siervo de Yahvé, el Dios de Israel, que está al servicio de su pueblo pese a tantos dolores y sacrificios. No por nada los primeros cristianos reconocieron estos pasajes del Libro de Isaías como representando a Jesús y todo lo que vivió sobre todo en su Pasión.

San Pablo, en su carta a la comunidad de Filipo, a la que tanto amaba, profundiza en el tema de Jesús como Siervo, y ve toda su vida, toda su misión como cumplimiento de un servicio que lo lleva a rebajarse desde la condición divina, despojarse y vivir en este mundo como uno cualquiera para llegar luego a rebajarse más todavía hasta la entrega de sí mismo en la cruz. Pero, el servicio de Jesús no termina en la cruz, sino que Dios lo exaltó: "Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor»" . Jesús, el Siervo humillado y ultrajado en la cruz, llega a ser Señor, a quien todo mundo dobla rodilla, tanto en el cielo como en la tierra.

En el relato de la Pasión presentado por San Lucas, comenzando con la Última Cena, Jesús dice: "He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios” .¡Por qué este deseo ardiente de Jesús de comer esa Pascua con sus discípulos en aquella noche? Porque a partir de la celebración de esta cena iba a “pasar de este mundo al Padre” como dice San Juan en su evangelio (13,1) y “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”, es decir, hasta el extremo, hasta ya no poder amar más.

Volviendo a nuestro relato de la Pasión de San Lucas que hemos escuchado, notemos que enseguida pasa al relato de la institución de la Eucaristía. Se trata del primer paso de la entrega de si mismo como Siervo que culmina el la cruz, y por ello nuestro Salmo Responsorial recoge las palabras del Samo 22, dichas por Jesús en ese momento del supremo suplicio. En seguida San Lucas nos entrega un episodio borchornoso de los discípulos discutiendo entre ellos sobre cuál de ellos era el más grande. No podría haber un contaste más grande entre la actitud de ellos y la de Jesús, que plenamente consciente de su misión, se entrega totalmente a lo que el Padre le pide en ese momento supremo de su vida. Primero Jesús menciona al que lo va a entregar y les da una importante lección sobe el servicio: “¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve? ¿verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.” Esta insistencia en la importancia del servicio, de la misión de Jesús como Siervo, que ya hemos visto tanto en la lectura del Profeta Isaías, como en la de San Pablo, la presenta también San Juan con el episodio del lavatorio de los pies. Es un paradigma de toda la vida de Jesús y lo quiere dejar en este momento como testimonio y resumen de toda su vida y su misión. Está en las antípodas de la actitud común entre nosotros que tiene su inicio en el primer pecado de Adán y Eva que quisieron “se como Dios”. Este tipo de prepotencia, de soberbia que a lo largo de la historia ha provocado tantos males la quiere derrocar Jesús con su entrega total a la muerte tan ignominiosa en la cruz. La actitud de entrega y servicio tiene que caracteriza sobe todo a los que representan a Jesús como sus ministros, pues la misma palabra ministerio que proviene del latín, significa servicio. Nadie puede ser seguidor de Jesús, ni menos su representante, sin llegar a ser servodor de todos.

A continuación, quisiera señalar algunos aspectos particulares del relato de Lucas de la Pasión. Es el único que presenta el episodio del encuentro de Jesús con Herodes. Se trata de Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, que cuando nació Jesús recibió a los Magos y mandó matar a los inocentes. Es el mismo que mandó degollar a San Juan Bautista. En una ocasión Jesús lo había llamado zorro. Esta vez ni le contesta. Herodes es un hombre lleno de frivolidad, de vanidad que ni merece una respuesta.

San Lucas es el único evangelista que recoge la escena de las mujeres de Jerusalén que intentan consolar a Jesús. Él en cambio las exhorta a llorar más bien por ellas mismas y por sus hijos, y añade una frase enigmática “si esto se hace con la leña verde, ¿con la seca qué se hará?”. Por una parte vemos la solicitud de Jesús hacia las mujeres, que pues Lucas ya había dado a conocer la misión de las mujeres de colaboración en la misión de Jesús. Ellas, conmovidas por el dolor de Jesús, intentan consolarlo, pero resulta que es Él quien consola a ellas. Eso porque prevé la destrucción de Jerusalén y el templo que se dio en el año 70 A.D. Las mujeres vuelven a aparecer al final del relato en la sepultura de Jesús, y a la primera hora de la mañana del Domingo de la Resurrección.

San Lucas es el único de los evangelistas que nos entrega el episodio del así llamado buen ladrón. Como él también es el único que nos da la parábola del Hijo Pródigo, con razón ha sido llamado “el evangelista dela misericordia”. Este hombre que había sido un revoltoso, lo que se llamaría hoy en día un terrorista, al sufrir el mismo suplicio que Jesús, es movido por la actitud de Jesús que sufre pacientemente todas las injusticias e injurias, mientras se da cuenta él de que está siendo condenado justamente por los males que ha hecho. La misericordia de Dios no tiene límites y esto lo vemos palpablemente en el extremo de la cruz.

Estamos al inicio de la Semana Santa. En nuestro mundo actual agitada y estresante muchos aprovechan estos días para alcanzar un descanso. Que este descanso no sea pura evasión. Que no nos olvidemos de lo que está en juego. Toda la vida de Jesús se ofrece “por nosotros los hombres y por nuestra salvación”. Preguntémonos si de verdad tomamos en serio nuestra salvación. Como dice San Pedro en su Primera Carta, “Habéis sido rescatados de la conducta necia rescatada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha ni mancilla” (1Pe 1, 18-19). Jesús es el Hijo que se ha hecho Siervo, esclavo para liberarnos de la esclavitud en la que nos hemos metido por el pecado. Esta liberación la realiza a través del amor que lo lleva al extremo de dejarse ajusticiar y matar, el inocente por los pecadores. No no pasemos en vano esta Semana Santa, este Triduo Pascual. Que demos unos nuevos pasos en el camino que nos lleva a la meta que nos ha conquistado Jesús en la cruz y que manifiesta en su resurrección.







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