Todos los
evangelios nos presentan el episodio de la entrada de Jesús en
Jeusalén como Mesías acompañado de los vítores de sus seguidores
y su llegada el templo. Además de hace memoria de este episodio, la
Iglesia nos propone este domingo como Domingo de la Pasión y el celebrante va vestido de blanco. En cierto sentido se adelanta el
triunfo de Jesús en su resurrección que celebraremos el próximo
domingo, la entrada de Jesús en Jerusalén como Rey y Señor, pero
montado sobre un asno, manifiesta su particular modo de reinar. Jesús
es Rey y Señor, pero a ese reino de Dios que proclamaba a lo largo
de su ministerio sólo se accede a través de convertirse en Siervo.
Podríamos contrastar el modo sencillo y humilde de la entrada
triunfal de Jesús en Jerusalén con lo que era en la época un
triunfo de un general romano que regresaba a Roma para que su triunfo sobre algún enemigo del poder romano había sido derrotado. Veamos
en primer lugar este aspecto de la misión de Jesús, de ser Siervo,
del particular tipo de servicio que realizó ayudándonos de las tres
lecturas, la primera del Libro de Isaías, la segunda de San Pablo a
los Filipenses y el relato de la Pasión que en este año es el de
San Lucas. Además, quiero señalar algunas características del
relato de San Lucas que lo difieren de los otros evangelios.
La primera lectura
está tomada del libro del Profeta Isaías y corresponde a la segunda
parte del libro que comienza en el capítulo 40 y termina en el
capítulo 55. Se trata de otro profeta anónimo que vivió a unos 150
años del mismo gran profeta Isaías, es decir, en el período del
exilio que se dio entre los años 586 y 538 a. C. Hay cuatro “Cantos
del Siervo” y nuestra lectura de hoy está tomada del cuarto de
ellos. Se trata de una figura misteriosa que tiene un gran paralelo
con el mismo Jesús. Al igual que Jesús es flagelado y recibe
bofetadas: Desde la a
mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un
discípulo. "El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví
atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a
los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando
me ultrajaban y escupían".
Es el Siervo de Yahvé, el Dios de Israel, que está al
servicio de su pueblo pese a tantos dolores y sacrificios. No por
nada los primeros cristianos reconocieron estos pasajes del Libro de
Isaías como representando a Jesús y todo lo que vivió sobre todo
en su Pasión.
San Pablo, en su
carta a la comunidad de Filipo, a la que tanto amaba, profundiza en
el tema de Jesús como Siervo, y ve toda su vida, toda su misión
como cumplimiento de un servicio que lo lleva a rebajarse desde la
condición divina, despojarse y vivir en este mundo como uno
cualquiera para llegar luego a
rebajarse más todavía hasta la entrega de sí mismo en la cruz.
Pero, el servicio de Jesús no termina en la cruz, sino que Dios lo
exaltó: "Por
eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en
la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de
Dios Padre: «Jesucristo es el Señor»" .
Jesús,
el Siervo humillado y ultrajado en la cruz, llega a ser Señor,
a quien todo mundo dobla rodilla, tanto en el cielo como en la
tierra.
En
el relato de la Pasión presentado por San Lucas, comenzando con la
Última Cena, Jesús dice: "He
deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros antes de mi
Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que
llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios” .¡Por
qué este deseo ardiente de Jesús de comer esa Pascua con sus
discípulos en aquella noche? Porque a partir de la celebración de
esta cena iba a “pasar de este mundo al Padre” como dice San Juan
en su evangelio (13,1) y “habiendo amado a los suyos que estaban en
el mundo, los amó hasta el fin”, es decir, hasta el extremo, hasta
ya no poder amar más.
Volviendo
a nuestro relato de la Pasión de San Lucas que hemos escuchado,
notemos que enseguida pasa al relato de la institución de la
Eucaristía. Se
trata del primer paso de la entrega de si mismo como Siervo que
culmina el la cruz, y por ello nuestro Salmo Responsorial recoge las
palabras del Samo 22, dichas por Jesús en ese momento del supremo
suplicio. En
seguida San Lucas nos entrega un episodio borchornoso de los
discípulos discutiendo entre ellos sobre cuál de ellos era el más
grande. No podría haber un contaste más grande entre la actitud de
ellos y la de Jesús, que plenamente consciente de su misión, se
entrega totalmente a lo que el Padre le pide en ese momento supremo
de su vida. Primero Jesús menciona al que lo va a entregar y les da
una importante lección sobe el servicio: “¿quién es más, el que
está en la mesa o el que sirve? ¿verdad que el que está a la mesa?
Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve.” Esta
insistencia en la importancia del servicio, de la misión de Jesús
como Siervo, que ya hemos visto tanto en la lectura del Profeta
Isaías, como en la de San Pablo, la presenta también San Juan con el
episodio del lavatorio de los pies. Es un paradigma de toda la vida
de Jesús y lo quiere dejar en este momento como testimonio y resumen
de toda su vida y su misión. Está en las antípodas de la actitud
común entre nosotros que tiene su inicio en el primer pecado de Adán
y Eva que quisieron “se como Dios”. Este tipo de prepotencia, de
soberbia que a lo largo de la historia ha provocado tantos males la
quiere derrocar Jesús con su entrega total a la muerte tan
ignominiosa en la cruz. La actitud de entrega y servicio tiene que
caracteriza sobe todo a los que representan a Jesús como sus
ministros, pues la misma palabra
ministerio que
proviene del latín, significa servicio.
Nadie
puede ser seguidor de Jesús, ni menos su representante, sin llegar a
ser servodor de todos.
A
continuación, quisiera señalar algunos aspectos particulares del
relato de Lucas de la Pasión. Es el único que presenta el episodio
del encuentro de Jesús con Herodes. Se trata de Herodes Antipas,
hijo de Herodes el Grande, que cuando nació Jesús recibió a los
Magos y mandó matar a los inocentes. Es el mismo que mandó degollar
a San Juan Bautista. En una ocasión Jesús lo había llamado zorro.
Esta vez ni le contesta. Herodes es un hombre lleno de frivolidad, de
vanidad que ni merece una respuesta.
San
Lucas es el único evangelista que recoge la escena de las mujeres de
Jerusalén que intentan consolar a Jesús. Él en cambio las exhorta a
llorar más bien por ellas mismas y por sus hijos, y añade una frase
enigmática “si esto se hace con la leña verde, ¿con la seca qué
se hará?”. Por una parte vemos la solicitud de Jesús hacia las
mujeres, que pues Lucas ya había dado a conocer la misión de las
mujeres de colaboración en la misión de Jesús. Ellas, conmovidas
por el dolor de Jesús, intentan consolarlo, pero resulta que es Él
quien consola a ellas. Eso porque prevé la destrucción de Jerusalén
y el templo que se dio en el año 70 A.D. Las mujeres vuelven a
aparecer al final del relato en la sepultura de Jesús, y a la primera
hora de la mañana del Domingo de la Resurrección.
San
Lucas es el único de los evangelistas que nos entrega el episodio
del así llamado buen ladrón. Como él también es el único que nos
da la parábola del Hijo Pródigo, con razón ha sido llamado “el
evangelista dela misericordia”. Este hombre que había sido un
revoltoso, lo que se llamaría hoy en día un terrorista, al sufrir
el mismo suplicio que Jesús, es movido por la actitud de Jesús que
sufre pacientemente todas las injusticias e injurias, mientras se da
cuenta él de que está siendo condenado justamente por los males que
ha hecho. La
misericordia de Dios no tiene límites y esto lo vemos palpablemente
en el extremo de la cruz.
Estamos
al inicio de la Semana Santa. En nuestro mundo actual agitada y
estresante muchos aprovechan estos días para alcanzar un descanso.
Que este descanso no sea pura evasión. Que no nos olvidemos de lo
que está en juego. Toda la vida de Jesús se ofrece “por nosotros
los hombres y por nuestra salvación”. Preguntémonos si de verdad
tomamos en serio nuestra salvación. Como dice San Pedro en su
Primera Carta, “Habéis sido rescatados de la conducta necia
rescatada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino
con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha ni mancilla” (1Pe
1, 18-19). Jesús es el Hijo que se ha hecho Siervo, esclavo para
liberarnos de la esclavitud en la que nos hemos metido por el pecado.
Esta liberación la realiza a través del amor que lo lleva al
extremo de dejarse ajusticiar y matar, el inocente por los pecadores.
No no pasemos en vano esta Semana Santa, este Triduo Pascual. Que
demos unos nuevos pasos en el camino que nos lleva a la meta que nos
ha conquistado Jesús en la cruz y que manifiesta en su resurrección.
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