sábado, 25 de junio de 2016

LA RADICALIDAD DEL SEGUIMIENTO DE JESÙS

HOMILÌA, DOMINGO XIII, DE TIEMPO ODINARIO, CICLO C

Llegamos este domingo a un punto central en el Evangelio de San Lucas. Jesús está en Galilea y se dispone a dirigirse definitivamente a Jerusalén. Sin duda, es perfectamente consciente de lo que le va a suceder en Jerusalèn, y ha decidido seguir la voluntad de su Padre, sin importar lo que iba a costar. Viajarà de norte a sur y pasa por Samaría. Sabemos que existía una temenda enimistad entre los judíos y los samaritanos y no era poco común que los judíos de Galilea, al viajar a Jerusalén, dieran la vuelta y evitaran pasar por Samaría. Jesús quiere pasar por esa región. Los samaritanos rehúsan colabror y ni siquiera quiere vender alimentos. Los apñostoles naturalmente se molestan por una actitud tan odiosa de los samaritanos. Santiago y Juan le piden a Jesùs, castigar a los samaritanos con fuego del cielo. Es una actitud lógica y humana y cualquiera puede compender su molestia, pero èse no es el camino de Jesús. Él ha hecho un opción radical de seguir el camino del Padre que es el de la paciencia y la misericordia. Ya lo manifiesta en la parábola del trigo y la cizaña. Ambos van a seguir creciendo hasta el día de la cosecha. Es decir, hasta la parusía, Dios va a tener paciencia  suportar un mundo con una mezcla de bien y mal y no necesariamente va a castigar inmediatamente a los malos. Por lo tanto, Jesús reprende a Santiago y a Juan por su actitud que no corresponde a la de Dios, implicando que seguirlo a É limplica renunciar a muchas cosas que os pueden parecer normales e incluso prudentes, pero que no corresponden a la radicalidad del Evangelio y el rechazo de las actitudes violentas.

Luego, se pesenta uno por el camino que le dice a Jesús: "Te seguiré a dondequiera que vayas", pero curiosamente Jesùs rechaza su oferta con la frase, "los zorros tienen sus madrigueras, las aves del cielo tienen sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza". Nos puede chocar que Jesús rechace la oferta del señor que parece de gran generosidad. Se ve que Jesús intuía que se trataba de una oferta superficial que no tomaba en cuenta las exigencias radicales del seguimiento de Jesùs. Él era un predicador o rabno itinerante y era verdad que no disponía de un lugar del  que podía disponer para descansar. Hace un par de días se cumplieron dos años desde que el grupo yihadista denominado Estado Islámico expulsó a  miles cristianos y otros de sus hogares en el norte de Irak. Como manda el Corán, les ofrecieron la opción de hacerse musulmanes o pagar un mpuesto, por cabez  que se asemeja la extorsión mafiosa. Como no estaban dispuesto a renunciar a su fe Católica u otros a su fe en su religión, y no podìan pagar el impuesto excesivo, se lanzaron al desiérto y se escaparon a la regiòn Kurda más al norte de Irak. Ellos se encuentran viviendo ahora a centenaes de kilómetros de su tierra en viviendas precarias. Cualquier persona le da mucha importancia a tener una vivienda digna donde puede estar "en su casa" y por eso podemos comprender el tremendo drama de estos y otros refugiados de nuestro tiempo. Jesús practicaba este tipo de desprendimiento y lo exigìa a sus seguidores.

Otro caso, es el que dice que lo va a seguir si lo deja ir a enterar a su padre. De acuerdo a lo que sabemos de las tradiciones de los judíos de la´época de Jesús, se entiende que no se trata de volver a su casa un día o dos para celebrar un entierro, sino más bien, su padre vivía todavía y habría que esperar que muriera, que arreglara sus asuntos y luego volviera a seguir a Jesús. Para Jesùs, los lazos familiares, siendo ciertamente hasta sagrados, y reconocidos por el cuarto mandamiento de la Ley de Dios, caen ante la urgente y perentoria necesidad de seguir la llamada de Jesùs y dejar todo para ello. Parece inhumano, hasta  exagerado, pero el Evangelio no deja duda acerca de la primacía de Jesùs y del seguimieinto de Él por encima incluso de los lazos familiares.  Podemos ver la diferencia entre lo que sucede en el Antiguo Testamento en el caso de la vocación pofética de Eliseo y cómo el profeta Elías le permite volver a su casa a despedir a sus padres en nuestra primea lectura de hoy.  Tampoco éste es el único pasaje evangélico que exige tanto desprendimiento. En otro dice Jesús: "el que no está conmigo, está en contra de mí; el que no recoge conmigo, desparrama" /(Lc 11,23). Nadie, ni antes de después de Jesús, pudo exigir un compromiso tan radical, precisamente debido a su identidad como Hijo de Dios que se entrega hasta la muerte  en la cruz por nosotros.

Hemos escuchado también un pasaje de la Carta de  San Pablo a los Gálatas, en el que habla de la verdadra libertad. En nuestros tiempos, el tema de la libertad es de máxima importancia para prácticamente todo el mundo. San Pablo afirma: "Cristo nos ha liberado para la libertad, y no permitéis que se os imponga de nuevo el yugo de la esclavitud". (5,1). San Pablo, obviamente no se refiere solamente a la libertad que nos permite hacer lo que queremos, o como se expresan los teólogos, "liberrtad de", es decir, de la opresión y de los dictados de otros sobre nuestra vida,  sino más bien la libertad "para",  Se trata de liberarse de la esclavitud del pecado, para poder seguir los caminos del Espíritu. Estas ideas de San Pablo tienen también su aplicación en el pasaje evangélico que hemos estado comentando. La primacìa absoluta de Cristo en nuestras vidas nos libea de muchos obstáculos para poder caminar según el Espíritu y alcanzar la meta de nuestra vida, "La carne, dice San Pablo, tiene deseos contrarios a la carne, y la carne tiene deseos contrarios al Espíritu". Cuando San Pablo habla de la "carne", se refiere a todo aquello que nos lleva al pecado y la tendencia fuerte que todos tenemos en nuestro corazón hacia el mal, al egoísmo y todos los vicios que van con él. San Pablo ve el pecado y la "carne" o la "concupiscencia", término comùn entre los teóloges para refeirrse a la misma realidad, como una suerte de loza que pesa sobre todos nosotros y tiende a llevarnos por el camino del mal. Sin embargo, el Espíritu Santo es más fuerte que la  carne o la concupiscencia. Sin embargo, ser de verdad libre y seguir a Jesùs con al radicalidad que pide exige grandes sacrificios, pero tambián San Pablo nos asegura que Dios no permite que nadie sea tentado más allà de sus fuerzas (1 Cor 10,13).

Jesús, en nuestro pasaje de hoy como en otros, no está dispsuesto a limar su mensaje y acomodarlo a nuestras tendencias, no porque le gusta fastidiar o sea masoquista, sino porque sabe lo que hay en el hombre y nos propone la verdad. Reflexionemos hoy sobre estas exigencias del evangelio que pueden parecer chocantes y examinemos nuestra conciencia para ver cómo podemos incrementar nuestra generosidad en la respuesta a lo que nos pide el Señor. Terminemos con la oración de San Ignacio de Loyola pidiendo al Señor generosidad:

"Señor, enséñame a ser generoso.
Enséñame a servirte como Tú mereces;
a dar sin contar el costo,
a luchar sin reparar en las heridas,
a laborar sin buscar descanso,
a trabajar sin pedir recompensa,
si no es el saber que cumplo tu voluntad”."


sábado, 18 de junio de 2016

LA IDENTIDAD DE JESÚS Y LA CRUZ

DUODÉCIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO C

A lo largo de todos los evangelios, constantemente se está planteando la pregunta: ¿Quién es? ¿Quién es Jesús? También la mismo Jesús le interesaba la pregunta, pues hoy nos toca el episodio en el que Jesús pregunta a los discípulos, ¿quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?, según la versión de San Lucas. Él cambia un poco la escena comparado con San Marco y San Mateo. En primer lugar no indica el lugar donde se dio este episodio, sino más bien desea señalar que se dio a partir de un momento en el que Jesús estaba orando. Se ha dicho que San Lucas es el evangelista de la oración, porque en los momentos más importantes tiene a Jesús orando, como es el caso de la elección de los Doce Apóstoles, o cuando se da la ocasión en el que Jesús enseña el Padre Nuestro, y al igual que los otros dos Sinópticos, en el jardín de Getsemaní. Pedro responde para todos, que Jesús es el Mesìas (o Cristo significado ungido de Dios).

Jesús no rechaza la confesión de Pedro, pero desea añadir una verdad que está íntimamente relacionada con su misión y por ende con su identidad, "que el Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes, por los escribas, ser muerto y resucitar al tercer día".Ésta sería la primera profesión de fe en Jesús como Mesías o ungido esperado que según la mentalidad común, compartida por los discípulos, sería un nuevo Rey David, que vendría a establecer el reinado de Dios en el mundo por medios políticos y militares. Para  Jesús, así como era importante que sus discípulos supieran quién era de verdad,y cuál era el sentido de toda su ministerio, sería la urgencia de corregir esta idea equivocada acerca de la misión del Mesías, o el tipo de Mesías que Dios había enviado.

Ciertamente era importante dar a conocer a sus discípulos su verdadera identidad, pero Jesús no se queda sólo con eso.   Era imprescindible intentar hacerles comprender la verdadera naturaleza de su misión mesiánica, que necesariamente tenía que pasar por la cruz, un ignominiosa muerta y finalmente ser reivindicado por su padre en la resurrección. Para nosotros, la cruz parece normal y lógica, pero para los contemporáneos de Jesús era algo verdaderamente horroroso, y un constante recuerdo del dominio romano sobre los judíos.  La misma Biblia en el Libro del Deuteronomio declara maldito el que muere crucificado (21,22-23). San Pablo explica que en realidad, todos nosotros nos encontramos bajo una maldición por nuestros pecados, y Jesús, en el lenguaje paradójico tan querido por San Pablo, se hace maldición, para salvarnos a nosotros de la condena que nos correspondía debido a nuestro pecados (Gal 3,13).

La venida del Hijo de Dios al mundo tiene una sola finalidad, nuestra salvación o liberación del inevitable castigo al pecado que sería la muerte eterna, o el infierno. Por ello, el Credo Niceno afirma "por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen. Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato..." En nuestra segunda lectura de hoy, de la Carta de San Pablo a los Gálatas, hemos escuchado que en el bautismo "hemos sido revestido de Cristo". Este revestimiento no trata de un cubrirnos con el manto de Jesùs de manera meramente externa, sino se trata de una profunda transformación interior de nuestro ser, de manera que pasamos de ser enemigos de Dios por el pecado, y nos convertimos en Hijos de Dios, y en otro pasaje de la misma carta, San Pablo afirma que ser hijos de Dios por adopción nos hace también herederos con Cristo de la vida eterna, de la gloria de la resurrección, ser glorificados con él en el cielo. (4,4-5).  También somos "herederos según la promesa a Abraham". ¿Qué significa eso de la promesa hecha a Abraham? Dios prometió a Ahraham una descendencia numerosa y una tierra, además una bendición. Sabemos que la verdadera tierra prometida no es meramente un pedazo de tierra en Medio Oriente, sino la vida eterna o el cielo. Esa promesa se cumple gracias al bautismo que es sacramento de fe, fe como la de Abraham, y la puerta a la vida eterna.

Jesús prosigue: "Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga.. El que quiere salvar su vida, la perderá; el que pierda su vida por mi causa, la salvará. ¿A qué se debe tanta negatividad? ¿No podría haber hecho Dios las cosas de manera más sencilla y así se salvarían más personas?  En el fondo el problema está en el hecho de que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1,16) y por ello le dio libre albedrío. Quiso que el hombre hiciera buen uso de ese tremendo don de la libertad, y buscara su verdadero bien, pero desde el inicio de la historia, como constatamos ya en el Libro del Gènesis, no lo hizo. Como una bola de nieve que se va aumentando mientras baja por la montaña, esa primera rebelión del hombre contra Dios y su mal uso de su libertad, contradiciendo su verdadera naturaleza y queriendo hacerse como Dios, ha sido la casa de todas las catástrofes que han existido en nuestro mundo. San Pablo, en su Carta a los Romanos resume magistralmente las consecuencias de esta situación al referirse a los paganos: "En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia que aprisionan la verdad en la injusticia, pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto" (118-19). Más adelante prosigue: "llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, hechidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados...". Nos puede parecer exagerada esta litanía de vicios, pues comúnmente no queremos reconocer nuestros vicios y no es común que no pocas personas llegan a confesarse diciendo que no tienen pecados. En otro pasaje de la misma carta, San Pablo nos da la clave de nuestra situación en un mundo que está descolocado: "Realmente, mi proceder no lo comprendo; hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero...en queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios, según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha en contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros! (7, 14-24).

Esta realidad que San Pablo describe tan dramáticamente en estos pasajes lo llaman los teólogos y maestros espirituales la concupiscencia, es decir, la gran dificultad que experimentamos en integrar las fuerzas y pasiones de nuestra naturaleza caída dentro de lo que nos pide la razón y la ley de Dios. Según el Concilio de Trento, es producto del pecado y nos lleva hacia el pecado. Esto lo tenemos en nuestro interior, y se ve en los niños que con no poca frecuencia, echan berinches, quieren manipular a los padres para que les concedan lo que quieren, que igual no es su bien. Ninguno de nosotros quiere admitir que es mala persona, que no hace lo que debe, sino que tenemos la tendencia de racionalizar y convencernos de que lo que hemos hecho ha sido bueno. Todos tenemos la tendencia de hablar mal de otros, de involucrarnos en chismes. Si no queremos participar en tales conversaciones con los amigos, entonces nos tacharán de "beatos" de "más santo que tú" etc. Me acuerdo de una película que vi hace muchos años. Se llama Sérpico y se trata de la corrupción en el Departamento de Policía de Nueva York. Un Funcionario de Policía que se apellidaba Sérpico, desde niño siempre quiso ser Policía y también un Policía honrado. Realmente se puede decir que tenía vocación de Policía. Entre los compañeros existía la costumbre de extorsionar a los negocios yendo a las tiendas y diciendo a los dueños que había tal o cual irregularidad, y que en todo caso se podría arreglar, entregándoles un sobre con dinero obviamente. Recogían el dinero y lo juntaban en una bolsa, el encargado de la bolsa y la distribución del mismo le llamaba "el hombre de la bolsa" (bagman en inglés). Como siempre quería ser policía honrado, rechazó el "sobresueldo" proveniente de la extorsión. Los compañeros lo hostigaron. Eventualmente hizo una denuncia de  la corrupción en el Departamento de Policía de Nueva York al New York Times. En un operativo en contra de violentos, lo pusieron por delante al presentarse la policía a una casa. Los de dentro dispararon y perdió un ojo.

Por lo tanto, constatamos que en nuestro mundo existen estructuras enquistados de mal, de injusticia y de pecado de todo tipo. También dentro de nosotros, de varias maneras, incluso en cosas pequeños. Por ejemplo, cuando nos dan demasiado cambio en un cajero, ¿lo devolvemos? ¿Más bien aceptamos una racionalización pensando que nos sirven unos euros de más? Cuando yo era niño, aprendí en el catecismo que nos enseñaban que debido al pecado original "nuestra inteligencia queda oscurecida, nuestra voluntad debilitada y nuestras pasiones nos inclinan al mal". Para contrarrestar estas malas tendencias que todos tenemos, el Señor nos invita a llevar la cruz cada día. Muchos se sacrifican yendo a gimnasios para alcanzar tener un cuerpo esbelto, o buena salud, o para alcanzar un objetivo laudable como aprender tocar un instrumento musical o lo que sea. El mandamiento fundamental que nos entrega Jesús es "amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser, y al prójimo como a tí mismo". Amar significa querer y hacer al bien al otro como otro. El verdadero amor duele, es muy, muy difícil. Cumplir los mandamientos de la ley de Dios no es algo agradable la mayor parte del tiempo. Cumplir siquiera la regla de oro, de no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan, nos resulta muy difícil la mayor parte de las veces. Es muy fácil olvidarnos de Dios, no orar nunca, organizar nuestra vida como si Dios no existiera. ¿Qué porcentaje de bautizados hay en este pueblo? ¿Qué porcentaje de ellos acuden a la misa dominical? Hace unas semanas se llenó la iglesia en el día de las Primeras Comuniones.`¿Cuántos de los niños han vuelto a la misa los domingos siguientes, o los padre y otros que los acompañaron?  ?¿Hace cuánto tiempo que no me confieso? ¿O pienso que no tengo pecados?

San Juan Bosco, fundador de la Congregación de los Salesianos y probablemente el santo más que más se dedicó a la formación de los jóvenes dijo: "El primer grado para educar bien a los jóvenes consiste en trabajar por que confiesen y comulguen con las debidas disposiciones. Estos sacramentos son los más firmes sostenes de la juventud. La frecuente confesión y comunión y la misa diaria son las columnas que deben sostener un edificio educativo”. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 428-429)". 


sábado, 11 de junio de 2016

NO HAY MISERICORDIA NI GRACIA BARATA

DOMINGO XI DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO C

Nuestra primera lectura de hoy, tomada del Segundo libro de Samuel, capítulo 12, dice Dios a través del profeta Natán: "Nunca se aparará la espada de tu casa, ya que me has despreciado y han tomado la mujer de Urías el hitita para mujer tuya". En esta año estamos en el Año de la Misericordia, declarado por el Papa Francisco, para que todos asimilemos la verdad acerca de la misericordia de Dios, que nos arrepintamos de nuestro pecados, los confesemos y experimentemos la misericordia de Dios, amén de practicar la misericordia con otros como nos enseña Jesús, y la misma Iglesia. Ciertamente, la misericordia de Dios es infinita, pero también el pecado tiene unas consecuencias graves que no son fáciles de superar. Veamos el contexto de estos versículos que hemos escuchado, quién era David, la gravedad de su pecado y sus artimañas para que no se descubriera y todo siguiera igual que antes. Repasemos lo que se cuenta en el c. 11 del mismo libro. 

Como sabemos David era un gran guerrero que no sólo logró matar al filisteo sino se involucró en un sin fin de guerras y conflictos, contra los enemigos de Israel. Logró derrotar a los filisteos que eran unos guerreros muy poderosos, y apoderarse de la ciudad de Jerusalén y establecer allí su capital, además de conquistar mucho territorio a ambas riveras del Jordán y al norte. En esta ocasión, no salió personalmente a lidiar el ejército, sino que mandó a su Jefe militar Joáb. Aquí hay un dato interesante para empezar. David se quedó en su casa y dormía la siesta, mientras sus soldados leales ponían sus vidas den peligro en la guerra. Después de levantarse de la siesta subió al azotea y vio que se estaba bañando Betsabé, al esposa de uno de sus soldado más leales, el escudero de Joab. Se sentía atraído por la belleza de la mujer y en vez de reflexionar y darse cuenta de que no podía tomar la mujer de otro, mandó a unos siervos a traerla. Es decir, siendo rey, se aprovechaba de su poder para dar rienda suelta a su lujuría. Se acostó con ella, y al poco tiempo más ella le avisó del hecho de que se había quedado embarazada.En este momento, David tiene un lío, pero comienza a tramar una solución para que no se descubriera el hecho. Mandó traer a Urías, el esposo de Betsabé, de la campaña pensando que si se acostara con su esposa, se pensaría que el hijo era de él. Urías no se prestaba al estratagema  y pese a haberlo emborrachado en un banquete,  insistió en no ir a su casa con su esposa. Era una persona realmente leal y no le parecía bien acostarse con su esposa cuando sus compañeros andaban de campaña. Con esto, a David se le complican las cosas y se enreda más. Decide enviar una carta con Urías a Joab para que a aquel lo colocara en lo más duro de la friega y de esa manera quedaría muerto y se le arreglaría a David el lío. Y así fue. Pasado un cierto tiempo Betsabé fue a vivir con David. 

El deseo de enterrar los antecedentes y pretender que el pecado no existió era fuerte en el caso de David,  siendo rey, parecería que tendría el poder de hacer valer el engaño. Hoy en día con la aplicación de las pruebas de ADN se están descubriendo muchos casos de lo que en Estados Unidos llaman "fraude de paternidad", que el marido que parece ser el padre, no lo es. Esto está creando una serie de problemas que no son de poco monto. Es decir, los pecados tienen sus consecuencias a largo plazo. Así en el caso del adulterio, como es éste, como en otros contra el quinto mandamiento, o contra el séptimo etc. 

El profeta Natán se presentó al Rey David y le contó una parábola acerca de un hombre rico y otro  pobre y ambos vivían en una ciudad. El rico tenía ovejas y bueyes en abundancia, mientras "el pobre no tenía más que una corderilla". Ella crecía con él y sus hijos, comiendo su pan, dice la Biblia. Un día "vino un visitante a donde el hombre rico, y dándole pena tomar su ganado lanar y vacuno para der de comer a aquel hombre llegado a su casa, tomó la ovejita del pobre y dio de comer al viajero llegad a su casa" (2 Sam 12, 3-4). El mismo David se encendió en cólera en contra del comportamiento de ese rico y declara "merece la muerte el hombre que tal hizo". Luego vino la respuesta del profeta, que es también una de las afirmaciones más emblemáticas de toda la Biblia: "Tú eres ese hombre". A continuación Natán le echa en cara a David la barbaridad que había cometido en contra de Urías "tomando su mujer y matándole por la espada de los ammonitas". En seguida Dios promete que este hecho delenzable tendrá unas consecuencias nefastas para David, como por ejemplo el levantamiento en su contra de su hijo Absalón, que se relata en los capítulos siguientes. Dice el profeta: "También el Señor perdona tu pecado; no morirás. Pero por haber ultrajado al Señor con este hecho, el hijo que te ha nacido morirá sin remedio" (v. 13). 

Una persona madura y responsable sopesa las consecuencias de sus actos y piensa en el mal que sus actos malos, contrarios a la ley de Dios inevitablemente provocan en otras personas, de manera especial sus familiares. Este hecho parece obvio en el caso de lo que hizo David, y en otros casos como los de la así llamada paternidad  a la que me he referido más arriba. Nos incumbe un deber serio de formar bien la conciencia según la ley de Dios y conforme la enseña la Iglesia. Hoy en día con el progreso tecnológico  se presentan muchas ocasiones de pecado. Es más fácil darse cuenta de los perjuicios que los pecados graves, como los de David, causan a otros, pero también los pecados veniales repetidos pueden causar daño notable a otros. Por ejemplo, unos padres a quienes les falta paciencia en el trato con los hijos, pueden provocarle daños psicológicos a la larga. Si al niño lo critican constantemente, le exigen unos resultados escolares que posiblemente van más allá de las posibilidades de los talentos que tiene, si le dan la impresión de que su amor hacia él es condicionado a buen comportamiento o buenas notas, es obvio que todo esto le provocará problemas al niño. También en el caso de insultos dirigidos a otros. No constituyen pecados muy graves, como los de David, pero hacemos sufrir a otros. No olvidemos nunca la REGLA DE ORO, expresada varias veces en la Biblia: "no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan".  Ciertamente, estamos en un mundo imperfecto y marcado por el pecado y no es el caso de llenarnos de angustia y escrúpulos, sino serenamente ponernos a eliminar poco a poco  los vicios, aunque sean pequeños y practicar la virtud. También, dado que todo cristiano está llamado a la santidad, es decir, a la perfección de la vida cristiana, cosa que Jesús manifestó claramente en muchas ocasiones, el hecho de no tomar en serio el deber de mejorar nuestra vida y comportamiento hace un daño a la Iglesia. Profesamos en el Credo que la Iglesia es Santa. Ciertamente, lo es en Jesucristo, el María Santísima y en los santos, pero cada uno es miembro de la Iglesia y llamado a reproducir la imagen de Jesucristo en todo nuestro comportamiento, para que la Iglesia pueda dar el testimonio que está llamada a dar. Este deber es mayor en el caso de obispos, sacerdotes y personas consagradas y por ello cuando cometen pecados graves y escandalosos, el daño a la Iglesia es muy grave. Por lo tanto, nos conviene recordar lo que propone San Ignacio de Loyola en su meditación de sus Ejercicios Espirituales sobre el pecado: "Pedir a Dios conocimiento del pecado para aborrecerlo". Este conocimiento lo vamos a adquirir no viendo la televisión sino más bien conociendo la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia. 

Antes de terminar, veamos el pasaje del Evangelio de San Lucas que nos ha tocado escuchar hoy. Intervienen tres personajes: Jesús, Simón el Fariseo y la mujer pecadora arrepentida. Simón es el típico fariseo que es una persona devota que cumple a rajatabla las muchas leyes, reglas y costumbres que incumben a una persona que toma en serio su religión. Sin embargo, tiene una mentalidad estrecha que juzga negativamente a Jesús por acoger a la pecadora: "Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer". Pese a sus muchas prácticas religiosas, las limosnas, las oraciones y penitencias que hace, está lejos de tener una verdadera experiencia de Dios y de su misericordia. En el priva el juicio y la condena. La mujer, si se ha atrevido a acudir a la casa del fariseo, es que antes al escuchar a Jesús o saber qué tipo de persona, de profeta es, dándose cuenta de su situación, de que su vida es un desastre y no encuentra la paz, al felicidad y la alegría que todo ser humano anhela. La presencia y las palabras de Jesús la conmueven profundamente y supera los posibles obstáculos para manifestar su amor, su arrepentimiento ante Jesús a través de los gestos de lavar sus pies con sus lágrimas y ungirlo. Podemos ver que la clave del arrepentimiento y el movimiento hacia una vida nueva es el encuentro con Jesús, que acoge, que sana y conforta a la persona. Ella se da cuenta de que ha cometido muchos pecados, pero como ama mucho, Dios los borre. Hablaba arriba de las consecuencias del pecado, pues a partir del encuentro con Jesús, se puede reconstruir la vida y no solamente reparar el daño en cuanto posible, sino a partir de allí, estando borrados los pecados por la misericordia de Dios, podemos emprender una vida nueva, "caminar en la novedad de vida". 

Sabemos que Jesús inició su predicación con una llamada la arrepentimiento: "El reino de Dios está cerca, arrepiéntete  y cree en el evangelio" /(Mc 1,15). Su presencia, predicación y la autenticidad de su vida provocó a muchos a que examinaran sus vidas y cambiar de una vida de vicio a una nueva vida, como es el caso de la mujer en nuestro pasaje de hoy. Hemos visto la gravedad del pecado de David y sus esfuerzos por encubrirlo y que nadie se enterara. Casi lo logra, si no hubiera sido por la parábola que le contó el profeta. Por un lado constatamos, que he señalado arriba, que el pecado tiene unas consecuencias nefastos en la vida del pecador y en la de otros, e incluso en la misma Iglesia. David tuvo que sufrir las graves consecuencias de su pecado, pero Dios manifestó su misericordia. Hay muchos hoy en día, y en todos los tiempos que racionalizan sus pecados y piensan que como nadie se ha enterado, pueden seguir con su vida tranquilos y contentos. Sin embargo,  en el caso de la pecadora, el encuentro con Jesús removió su vida y le ayudó a darse cuenta de su verdadera situación, y de igual manera el encuentro de David con el profeta Natán. Dios es infinitamente misericordioso, pero para poder rehacer la propia vida después de caer en un estado grave de pecado, hay que abrir la puerta de nuestra alma a esa misericordia para que nos sane. No hay misericordia ni gracia fácil ni barata. Hemos quedado con heridas graves  hemos hecho daño a otros, además de haber ofendido a Dios. Por esto, el último paso del Sacramento dela Penitencia o la Reconciliación es la satisfacción. No es que nosotros podemos reequilibrar la balanza, pero sí cumplir unas penitencias que también son sandadoras. 

sábado, 4 de junio de 2016

HOMIL{IA DÉCIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO C

JESÚS DEVUELVE LA VIDA AL HIJO DELA VIUDA DE NAÍN.

Este domingo, después del largo intervalo en el que hemos vivido la Curesma, la Pascua y luego las fiestas recientes de la Sma. Trinidad y la Eucaristía, nuestra liturgia retoma las celebraciones que se denominan Tiempo Ordinario o Tiempo durante el año (Tempus per annum). Antes de la aplicación de la reforma litúrgica mandada por el Concilio Vaticano II se celebraba la octava de Pentecostés y los demás domingos hasta el Adiento eran domingos después de Pentecostés. Algunos se lamentan por el hecho de haberse asumido este ordenamiento de los domingos sin más referencia a Pentecostés porque consideran que este tiempo correspondería al del Espíritu Santo y la Iglesia que peregrina en la historia en espera de la vuelta del Señor en la parusía bajo la guía del Espíritu Santo. En todo caso, se ha decidido como se ha decidido y las cosas quedan así como están. Este domingo, siguiendo la lectura continua del Evangelio de San Lucas, nos toca reflexionar sobre el episodio en el que Jesús devuelve la vida al hijo único de la pobre viuda del pueblo llamado Naín. En los cuatro evangelios sólo se da este tipo de milagro tres veces, en el caso de la hija de Jairo, que se relata en los tres  evangelios sinópticos, en este caso, que es exclusivo de San Luchas, y en el caso de Lázaro que sólo nos llega en el Evangelio de San Juan.

¿Cómo podemos situar este hecho que se solía llamar la resurrección del hijo de la viuda de Naín? Hoy en día, los exegetas son reacios al momento de aplicar el término resurrección estos tres milagros para distinguirlos de la resurrección de Jesús. Se prefiere el término reanimación. Ahora bien, para un cristiano de los primeros tiempos el hecho absolutamente primordial de su fe era precisamente la resurrección de Jesús de entre los muertos. San Pablo Afirma claramente que si Jesús no ha resucitado y por ende nosotros no vamos a resucitar con Él, nuestra fe es vana, vacía. No tienen ningún sentido. También ellos veían toda la vida y el ministerio de Jesús bajo el prisma de este misterio primordial de la resurrección de Jesús y la nueva vida en el Espíritu que nos promete debido a este hecho.

A lo largo de los evangelios se está planteando una y otra vez la pregunta "Quién es éste?", quién es Jesús. En los evangelios sinópticos él hace proclamación de la llegada del reino o reinado de Dios, a través de su predicación y sus milagros, mientras en el Evangelio de San Juan se habla más bien de la "vida". "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia". Al final de su Evangelio, Juan declara específicamente el motivo por el que se relata los milagros o señales, como los llama él, "para que ceáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis la vida en su nombre" (20,30).  En toda la Biblia Dios es Dios de la vida y no quiere la muerte, el dolor, la angustia ni las lágrimas. Esta convicción queda claramente afirmada en una de las últimas páginas de la Biblia en el libro del Apocalípsis, al igual que en muchos libros del Antiguo Testamento: "Y enjugará las lágrimas de nuestros ojos de sus ojos, y no habrá ya muerte ni hará llanto, ni gritos ni fatiga, porque el mundo viejo ha pasado" (21,4). Esta promesa retoma una que queda expresada en el libro de Isaís 25,8). Queda clarísimo que Dios es enemigo del mal, de la muerte, del dolor y que al final va a restaurar el orden que desde el principio ha querido para el universo y que debido al mal uso del don del libre arbitrio que concedió al hombre la creación entera  quedó "sometida a la vanidad" y espera ser "liberada, de la servidumbre de la corrupción" (Rom 8, 18-25). La predicación de Jesús y sus milagros son una anticipación de esta gran victoria que se realiza en primer lugar con la resurrección de Jesús y se completa en la restauración de todo el universo bajo el dominio de Jesús como rey y juez de vivos y muertos. De manera especial los milagros en los que Jesús devolvió la vida a estas tres personas apuntan al misterio de la resurrección y la victoria final sobre el mal y la muerte, sin la cual la Biblia no tendría sentido.

Ciertamente podemos constatar cómo Jesús sintió compasión de la viuda. Tenemos que darnos cuenta de las circunstancias de la época para captar todo el drama implicado en el episodio. Se trata de una viuda. Las viudas en aquella cultura eran las personas más desamparadas, pues no era posible que la mujer realizara más labores que las de la casa y la crianza de los hijos. No tendría ingresos propios y tendría que depender de la caridad de familiares y vecinos. En este caso, es más grave porque se trata de la muerte de su único hijo. Otro detalle que conviene señalar es que el evangelista se refiera a Jesús como  el Señor, título celosamente reservado para el mismo Dios en el Antiguo Testamento, y es la primera vez que el evangelista lo usa refiriéndose a un episodio en la vida pública de Jesús. En San Pablo sale en la famosa himno de la kénosos en la Carta a los Filepenses (2,6-11), y es una de las primeras profesiones de fe en la persona de Jesús. Aquí se manifiesta a la vez la compasión humana de Jesús y su poder divino. Curiosamente también Jesús le dice a la viuda: "No llores". Pareciera un disparate pensar que la madre podría dejar de llorar en tales circunstancias, pero obviamente Jesús sabía perfectamente lo que iba a hacer y cómo el llanto se convertiría en alegría en pocos minutos.

Cuando Jesús manda al jóven levantarse, utiliza el verbo egerein (levantarse) como del sueño, y Lucas dice que "se sentó". No utiliza el término anástasis que quedaria reservado para el caso de la resurrección de Jesús y nuestra resurrección futura en él. Prosigue el evangelista: "el temor se apoderó de todos, y alababan a Dios..." En la Biblia, el temor es común cuando se manifiesta el poder infinito de Dios. Es decir, quedaron sobrecogidos. Es lo que sucede al Profeta Isaías cuando tiene la visión del corte celestial en el templo (c 6) y a San Pedro en la ocasión de la pesca milagrosa (Lc 5,8).

El relato concluye con: "Y lo que se decía de él se propagó por toda Judea y por toda la región circunvecina".  El evangelio es "buena noticia" y una vez que se descubre se ha de proclamar a nuestro alrededor. Esto lo llamamos evangelización. El Papa San Juan Pablo II proclamó la necesidad de la "nueva evangelización", dirigida ya no a los habitantes de pueblos remotos a quienes no ha llegado buena noticia de Jesús, y sobre todo de su victoria sobre el mal y la muerte en su resurrección. No basta saber que Jesús era una persona extraordinaria, que fue consecuente con su mensaje, que fue compasivo como se  manifiesta en el evangelio de hoy, que curó a muchos enfermos  etc. Si no llegamos a la fe en la resurrección de Jesús de entre los muertos, no hemos sido evangelizados. Hay judíos y paganos que admiran la figura de Jesús tanto por su doctrina como por sus milagros, pero no son cristianos precisamente porque no creen en su resurrección. Podríamos pensar que en aquella época la gente era crédula y que les era fácil creer que Jesús pudo haber muerto una muerte horrorosa en la cruz y alcanzado una vida nueva y superior, pero no es así. No era fácil para los primeros cristianos proclamar este mensaje, como se puede constatar en el c. 17 de los Hechos de los Apóstoles cuando San Pablo habló con los filósofos de Atenas. Una vez que mencionó a Jesús que había sido ajusticiado por los romanos y que había resucitado, le dijeron que no les interesaba más su discurso.

Invito, pues a todos a reflexionar sobre lo que podemos aprender de este evangelio, es decir, el echo definitivo de la resurrección de Jesús de entre los muertos como nuestra gran esperanza. Todos nos lamentamos sobre la situación del mundo, las crisis económicas, la desigualdad, de manera que los ricos se hacen más ricos y parte de la clase media cae en la pobreza, el terrorismo, el descuido del medioambiente, la pornografía infantil  y una plétora de otros males. ¿Es posible que al final se arregle todo este desaguisado creado por el hombre desde el inicio de su historia?










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sábado, 28 de mayo de 2016

SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

EL SACRIFICIO DE LA MISA.

En primer lugar, quisiera hacer referencia al origen de esta gran Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor. El Papa Benedicto XVI recuerda que se trata de un volver a celebrar lo que hemos celebrado el día de Jueves Santo, es decir, la Última Cena y la institución de la Eucaristía, pero no ya como parte de la Semana Santa en la que conmemoramos la Pasión y la muerte del Señor, sino bajo el prisma de la victoria de la  Resurrección. En todo caso, aunque se hace memoria de la muerte de Jesús en la cruz, el que está presente en la Eucaristía es precisamente el Cristo glorioso que reina en el cielo a la diestra del Padre. También quiero referirme a las circunstancias históricas en las que tuvo su origen esta fiesta que tanto arraigo ha tenido entre los fieles católicos a lo largo de los siglos y de manera especial a partir del Concilio de Trento en el siglo XVI, como afirmación pública y festiva de la verdadera doctrina tanto de la Presencia Real de Jesús en el Sacramento de la Eucaristía, como de la doctrina del Sacrificio de la Misa, ambas cuestionadas por los reformadores y reafirmadas por Trento.

A lo largo de todos los primeros siglos de la vida de la Iglesia no hubo ningún rechazo de la doctrina de la Iglesia acerca de la verdadera transformación (metamorphosis, según los Padres de la Iglesia) ni de la Eucaristía como el sacrificio de la Nueva Alianza, algo afirmado en las mismas palabras de la consagración de la Misa. De hecho, todos los grandes Padres de la Iglesia sin excepción se refieren a estos dos aspectos fundamentales de la Eucaristía como algo natural y tranquilamente aceptado por todos los cristianos. En el siglo IX, más o menos en tiempos de Carlo Magno, se produjo la primera controversia eucarística, y se trataba de comprender cómo Jesucristo está presente en la Eucaristía, algunos considerando que se trataba de una presencia física, al estilo de lo que pensaban los interlocutores de Jesús  en la Sinagoga de Cafernaún, como se relata en el c. 6 del Evangelio de San Juan. Esta controversia en realidad no se resolvió. Posteriormente, en el siglo XI surgió una nueva controversia cuyo protagonista fue Berengario de Tours, que negó la Presencia Real de Jesucristo en las especies eucarísticas, afirmando una presencia meramente simbólica. Fue condenado en un concilio en Roma bajo el Papa San Gregoria VII. Debido a este hecho de haber puesto en duda la verdadera doctrina de la Eucaristía se dieron en la época varios milagros eucarísticos, como una confirmación de la auténtica doctrina de la Iglesia acerca del sacramente más grande de la Eucaristía y el tesoro más precioso que tiene la Iglesia. El milagro más famoso se dio en la ciudad de Orvieto, en la Región de Umbria, la misma en la que se encuentra Asís. En el año 1264, el Padre Pedro de Praga, ahora capital de la República Checa, dudaba en su fe respecto al misterio de la transubstanciación y decidió realizar una peregrinación a Roma para orar ante la tumba de San Pedro y lograr superar sus dudas. En su viaje de regreso de Roma, estando celebrando la Misa en Bolsena, cerca de un lago, no lejos de Orvieto, la sagrada hostia sangró dejando el corporal con las manchas de la Preciosa Sangre del Señor. El Papa Urbano IV, mandó traer el corporal a Roma y constatando el hecho, extendió la Fiesta del Cuerpo de Cristo  (Corpus Christi) a toda la Iglesia.

En el mismo período en Lieja en lo que es ahora Bélgica Santa Juliana de Mont Cornillon, monja agustina, que era muy devota de la Eucaristía y tuve una visión en la que se le manifestaba la importancia de la institución de una fiesta en honor de Jesucristo en la Eucaristía. El obispo local fue el primero en instituir la fiesta y posteriormente fue nombrado Papa. Ambos hechos contribuyeron a que el Papa Urbano IV, siendo ya muy devoto de la Eucaristía, instituyera la fiesta a nivel de toda la Iglesia, el jueves después de la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Encomendó a Santo Tomás de Aquino la composición del oficio de la misma y compuso los himnos tan conocidos como Lauda Sion (Secuencia de la misa de hoy), y otras como Adoro te Devote y Pange Lingua Gloriosa, muy conocidos hasta el día de hoy. No se prescribió la procesión, pero con el pasar del tiempo se fue extendiendo la costumbre de la procesión sobre todo después del Concilio de Trento, como ya he señalado.

Pasando a las lecturas que hemos escuchado hoy, salta a la vista la referencia a la realidad del sacrificio. Hoy en día la noción de sacrificio, tal y cómo se conoce en el Antiguo Testamento y también en las religiones paganas de los tiempos bíblicos es algo muy desconocido. Se habla de sacrificar animales cuando se matan porque, en el caso de las mascotas, ya no tienen salud para que valga la pena mantenerlos en vida, o simplemente el ganado que se mata para carne. Esto no tiene nada que ver con lo que eran los sacrificios que se realizaban en el Templo de Jerusalén, tal y cómo podemos constatar en la Bibla. En primer lugar, el templo era una institución de grandísima importancia en la vida del Pueblo de Israel. Antes de la conquista de Jerusalén de parte del Rey Davida, existían varios templos a los que los israelitas acudían para rendir culto a Yavé. El primer templo fue construido por el Rey Salamón, hijo de David, alrededor el año 950 a. C. Ese templo fue destruido por el Rey Nabocodonosor de Babilonia en el año 587 a.C. Otro fue construído en su lugar una vez que el Rey de Persia Ciro permitió al pueblo volver del exilio. Ese templo fue agrandado y muy embellecido por el Rey Herodes el Grande en las décadas anteriores al nacimiento de Jesús, para ser destruido definitivamente por los romanos en el año 70 A.D. El templo era el verdadero centro de la vida de los israelitas, considerado el lugar sagrado en la tierra en donde moraba Dios mismo y el único lugar donde se podía realizar los sacrificios. A él se dirigían en peregrinación grandes multitudes en las principales fiestas de peregrinación como la Pascua y Pentecostés o de las Semanas.

El sacrificio era una ofrenda hecha a Dios, sea de un animal o unos cereales presentadas como primicias de la cosecha, en ambos casos representando la dedicación del pueblo o del individuo a Dios simbolizado sea en el animal o los frutos de la cosecha, los primeros llevados al templo como reconocimiento de la bondad de Dios al haberles concedido la cosecha. Había varios tipos de sacrificios, en algunos caso se quemaba el animal entero, llamado holocausto; en otros se quemaba la parte grasosa del animal y se comía el resto en un banquete, siendo un sacrificio de comunión, Existían sacrificios de acción de gracias y de expiación, éste último de manera especial siendo la Fiesta de Yom Kippur se celebra en el mes de octubre pidiendo a Dios el perdón de los pecados del pueblo y en el que se impone las manos sobre un carnero y se le manda al desierto, simbolizando la expiación de los pecados.

Lo que llamamos los Católicos la Celebración Eucarística o la Misa, lo llaman los Protestantes La Cena del Señor, mientras ellos rechazan la doctrina sobre el sacrificio de la Eucaristía debido a una comprensión equivocada de lo que es un sacrificio. Para la Iglesia la Eucaristía es un banquete y el mismo texto para la Misa de hoy incluye las palabras "Oh sagrado banquete en el que Cristo es recibido, la memoria de su pasión renovada ...", palabras de Santo Tomás de Aquino, que indican que sin duda hacemos memoria de la Última Cena y que de verdad la misa es un banquete, pero no sólo es eso. Con la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, se empezó a hacer mucho hincapié en esta aspecto de la Eucaristía y se acostumbraba a no hablar ya del altar sino de la mesa. Es cierto que la Eucaristía es un gran misterio y que tiene muchos aspectos, pero no conviene dejar en la sombra el hecho de que es el sacrificio de la nueva alianza.

Los múltiples sacrificios del Antiguo Testamento, como bien demuestra la Carta a los Hebreos, tienen su perfecto cumplimiento en el sacrificio de Jesucristo en la cruz, donde derramó su sangre para liberarnos a todos de nuestros pecados y sus consecuencias. Según la misma Carta, Jesús entró en este mundo con el claro deseo de cumplir la voluntad de su Padre hasta las últimas consecuencias, o en palabras del Evangelio de San Juan "Habiendo amado a los suyos que estaban en este mundo, los amó hasta el fin" (13,1)  o  hasta el extremo, que es obviamente la cruz. Esta misma voluntad la expresó in extremis en la Agonía de Getsemaní, momentos antes de dar inicio a esta entrega de sí mismo con su arresto. En la Última Cena expresó esta voluntad de darse, de entregarse y derramar su sangre con las palabras que repetimos en el momento solemne de la consagración de cada Misa: "Este es el cáliz de la nueva alianza, derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados". No es de extrañar, pues, que los Padres de la Iglesia al igual que expresar la fe de la Iglesia en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía y en el misterio que posteriormente se ha llamado transubstanciación, afirman de igual manera que la Eucaristía es  una actualización del sacrificio de Jesús en la cruz, verdadero sacrificio, no otro no otro que el de la misma cruz, renovado en cada celebración de la Eucaristía. Es más, el mismo Jesús manda que se repita hasta su vuelta gloriosa en su segunda venida o parusía (palabra griega que significa venida), cuando dice "Hacen esto en memoria mía".

Este mandato del Señor no significa solamente la repetición de un rito, sino también se aplica a la vida de cada uno de nosotros. Es una invitación a hacer de toda nuestra vida una ofrenda a Dios, como fue para Jesús, de vivir según los mismos principios que él. Esto ya lo entendía muy bien San Pablo cuando escribía a los cristianos de Roma unas tres décadas después. "Os exhorto, pues, hermanos por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual" (12,1-2). El  culto espiritual al que se refiere San Pablo en este texto es el culto según la razón, a conforme a la verdadera naturaleza del hombre como imagen y semejanza de Dios y más como hijo suyo en Jesucristo. Hay una referencia a este culto que se realiza en la Eucaristía y se completa en toda nuestra vida hecha sacrificio espiritual agradable a Dios en el Canon Romano cuando se dice:  habla de una oblación bendita, racionable y aceptable a Dios, en griego thyzía logiké. Algunos, también católicos, piensan que la noción de sacrificio está superada y por lo tanto no hay que hablar del sacrificio de la Misa, pero como es obvio de los mismos textos recogidos en la Sagrada Escritura y de la Sagrada Liturgia desde los primeros tiempos de la Iglesia, esto es falso, y nos privaría de una aspecto esencial de la Eucaristía, como se puede deducir del texto de San Pablo arriba citado.

Aprovechemos, pues esta Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor para reflexionar de la mano de nuestra lecturas de hoy la realidad del sacrificio de Jesucristo en la cruz y su actualización en la celebración de cada Eucaristía. Es una gran pena que un porcentaje muy grande de los que se han sido bautizados católicos se pasan de participar en la Eucaristía dominical. ¿Y nosotros que estamos presentes hoy en esta celebración de esta Solemnidad del Corpus Christi nos damos cuenta de la importancia de la Eucaristía en nuestra vida y de nuestra participación en ella cada domingo, y ojalá para los que pueden también durante la semana? Cada día uno ve a colas de gente en los Centros de salud y hospitales para que los médicos y personal sanitario les asistan en el cuidado de la salud física. No se dan cuenta de que la Eucaristía es, en palabras de San Ignacio de Antioquía, Mártir en Roma, muerto por las bestias en la arena, fármaco para la inmortalidad. Seguramente muchos de nosotros tenemos una buena cantidad de fármacos guardados en nuestra casa. ¿Cómo es que no acudimos a la Iglesia para recibir el verdadero remedio de los grandes males de nuestra vida, el que nos va a llevar a la vida eterna, como dice Jesús: "En verdad, si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6, 53). ¿O es que somos necios y no nos interesa la vida eterna?






sábado, 21 de mayo de 2016

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

HOMILÍA  DE LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, 22 DE MAYO 2016.

Tal vez no pensamos mucho en el misterio de la Santísima Trinidad, cuando nos persignamos y cuando celebramos la Eucaristía.  En realidad toda nuestra liturgia desde el principio hasta el final está permeada de la presencia de la Trinidad. Uno de los principales saludos, tomado del final de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios /113,13) reza: "La gracia de Nuestro Señor Jesucristo , el amor del Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros". En el Nuevo Testamento se cuando se dice "Dios", se está refiriendo al Padre.  Las oraciones se dirigen a Dios Padre, por su Hijo Jesucristo en la unidad del Espíritu Santo. La Plegaria  es eminentemente trinitaria. Así también el Credo que recitamos en cada Eucaristía dominical y demás solemnidades.

Todo mundo sabe que el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio más profundo e insondable de nuestra fe y muchos cristianos piensan que no vale la pena hacer un esfuerzo por captar su significado para nosotros. En el siglo IV no era así, sobe todo en la Iglesia de habla griega. En 318 un sacerdote que era párroco de una Iglesia grande en la gran ciudad de Alejandría en Egipto, y era muy listo, propuso una explicación del misterio que provocó una gran controversia que duró casi todo el siglo. Se llamaba Arrio y era muy talentoso. Se dice que componía  himnos para propagar su doctrina. Además, tenía amigos en puestos importantes que lo apoyaban. Propuso que el Verbo o Logos, no era Dios de la misma manera que el Padre, que era una suerte de súper criatura, más perfecta que las demás criaturas y a través de él todas las demás criaturas fueron hechas, según señala San Juan en el Prólogo de su Evangelio. Arrio resumía su doctrina con la frase "hubo un tiempo en el que existía". Además, según él, una característica de la divinidad es lo que los griegos llamaban la "ingenesía", es decir, el no ser engendrado. Si el Verbo era engendrado, no era Dios, según Arrio.

El obispo de Alejandría reunió un concilio para condenar esta doctrina herética y comunicó sus conclusiones a los demás obispos. La controversia estaba servida debido a que Arrio buscó el apoyo de sus amigos obispos que tenían influencia en la corte imperial. Se trataba de la época en la que el Emperador Constantino había . logrado imponerse a todos sus adversario y volver a unificar el Imperio Romano. Como Constantino, luego de haber logrado la paz y había apostado por un imperio unido bajo el signo del cristianismo, , lo último quería era una pelea teológica entre los cristianos, pues en la época, a diferencia de hoy en día, las cuestiones teológicas provocaban apasionadas discusiones y controversias. Por lo tanto, Constantino convocó una reunión de todos los obispos en el año 325 en una pequeña ciudad cerca de su nueva capital. Constantinopla para zanjar de una vez esta cuestión.  SE trata del Primer Concilio Ecuménico. Se elaboró un credo y profesión de fe que rechazaba tajantamente las novedades arrianas. Este es el Credo Niceno que conocemos y que se recita comúnmente en la misa, aunque hay también la opción de recitar el otro Credo, el así llamado Apostóllico. El Credo compuesto en Nicea no desarrollaba la doctrina del Espíritu Santo, simplemente afirmaba "Creemos en el Espíritu Santo". Esta segunda parte fue agregada en otro Concilio en Constantinopla en el año 381, y por eso el Credo completo se denomina "niceno-constantinopolitano".

Nuestro Credo de Nicea comienza con la profesión de fe en "Dios Padre todopoderoso, que creó el cielo y la tierra..."  pero dado que Arrio no negaba este dogma, no se desarrolla más, pero sí el ataque de Arrio a la doctrina trinitaria se centra en la persona del Verbo o de Jesucristo Nuestro Señor. En primer lugar se afirma que Jesucristo es uno y es Hijo de Dios. Se trata de afirmar que no es un hijo adoptivo, herejía que había aparecido el tiempos anteriores a los de Consatntino, sino que es "Dios de Dios, luz de luz, engendrado, no creado, la la misma sustancia (o consustancial, en griego homoousios, palabra clave en todas las controversias posteriores al concilio) del Padre". La imagen de la luz indica la misma sustancia dado que la luz procede de su fuente que es el sol. Se rechaza categóricamente que Jesucristo, el Verbo, sea una criatura por más perfecta que sea, y por ellos es coeterno con el Padre, de la misma naturaleza o substancia que Él. Esto nos parece claro hoy en día y no nos provoca ningún problema, pero a lo largo de los siguientes 60 años las mentes más lúcidas de la Iglesia como San Atanasio, San Basilio, San Gregorio Nazianceno y San Gregorio de Nisa lograron esclarecer todo lo que significa esta doctrina expresada en nuestro Credo de cada domingo. Y en el Concilio de Constantinopla de 381, la doctrina de Nicea fue reiterada y la del Espíritu Santo desarrollado porque si Arrio negaba la divinidad de Jesucristo, era obvio por la misma lógica de sus posiciones  que tampoco el Espíritu Santo era Dios. Se trataba de un peligro muy grave para la Iglesia y no es un tema meramente especulativo. San Atanasio dio el el clavo cuando afirmó que "si Jesucristo no es Dios, no pudo habernos salvado". Por lo tanto el misterio de la Encarnación, el de la Trinidad y el de la Redención o nuestra salvación estén tan íntimamente unidas y si se niega uno de ellos, viene abajo todo el edificio de la fe y la salvación. La Biblia nos deja clarísimo en ambos Testamentos que el hombre no es capaz de superar el mysterium iniquitatis o todo el peso del pecado y que precisamente a través del misterio de la Encarnación de Jesucristo, segunda persona de la Trinidad que murió en la cruz y resucitó a una nueva vida junto a Dios su Padre, es "el primer nacido de entre los muertos". Es lo que hemos celebrado hace un par de semanas en la Solemnidad  de la Ascención. En su humanidad está "sentado  a la derecha del Padre" y "vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos". Esto no es mera especulación, sino tiene que ver con el fin de nuestra vida, la felicidad eterna con Dios en el cielo, y ya que Jesús ha resucitado de los muertos y alcanzado esta nueva vida como "primicia" o primer fruto, se funda nuestra esperanza de lograr al final la meta de nuestro camino terrenal.

Al escuchar nuestra primera lectura del Libro de los Proverbios, podemos constatar una gran coincidencia entre lo que recitamos en el Credo y lo que afirma este libro veterotestamentario. Sabemos que la revelación plena del misterio de la Santísima Trinidad, cosa que podemos constatar en nuestro evangelio en el que Jesús habla de la comunión de las tres personas divinas, .pero sí hay una clara preparación en el Antiguo Testamento. El libro de los Proverbios, como también el Libro de la Sabiduría contienen una anticipación de la revelación de la Trinidad, al hablar de la Sabiduría de Dios, como en nuestro pasaje de hoy y en otros del Espíritu de Dios. "El Señor me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui moldeada, desde el principio, antes que la  tierra, cuando yo existían los abismos, fui engendrada..." San Pablo llama a Jesucristo "Sabiduría de Dios", y San Juan en su Prólogo, obviamente tiene presente estos textos al escribir que "En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios". (Jn 1,1-2).

El salmo 8, nuestro salmo responsorial hoy, proclama la grandeza lo maravilloso que es Dios, cosa que se descubre contemplando sus criaturas, sobre todo el hombre: "Oh, Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" . En la Biblia, el nombre es la manifestación de la persona, el él descubrimos quién es Dios y se manifiesta en primer lugar en sus criaturas.

En su Carta a los Romanos, de la que es nuestra segunda lectura, San Pablo afirma: "Nuestra esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (5,5). Ante todo podemos constatar al escuchar estas lecturas de hoy que el cristianismo no es un mero código ético, una serie de leyes que se nos imponen, sino una relación personal con el Padre a través del Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo. Para San Pablo, los paganos no tienen esperanza. Los paganos antiguos que adoraban estatuas y los dioses olímpicos de los griegos, que no eran más que proyecciones de lo humano, no tienen esperanza. Igualmente un gran porcentaje de nuestros contemporáneos no tiene esperanza porque se han olvidado de Dios y desean encontrar la felicidad pasajera y barata en el consumismo, en andar de un lado para otro en viajes, juegos, la búsqueda del placer en el sexo, en la afición al deporte, y otros pasatiempos. San Pablo dice que la verdadera esperanza no falla, porque está basada en el amor de Dios que es el Espíritu Santo, que junto con el Padre y su Hijo Jesucristo habitan en el corazón del cristiano. Porque es una verdadera esperanza, no una veleidad que hoy existe y mañana desvanece. Nada que ofrece el mundo le da al hombre una verdadera esperanza, y los neopaganos de hoy están sin esperanza al igual que los paganos antiguos contemporáneos de San Pablo. La verdadera esperanza nos llega de auténtica alegría, una alegría que perdura, que comienza en esta vida y llega a su plenitud en la vida futura porque se basa en el amor de Dios que es el Espíritu Santo y que hemos recibido.

Nuestra fiesta de hoy recoge en sí todas las grandes fiestas que hemos celebrado, la Navidad con la aparición en nuestro mundo del amor de Dios en la forma de un niño que luego cuando llega el momento de su ministerio público  proclama el Reino de Dios que se inaugura en el mundo con Él, y se entrega a sí mismo con un amor tan extremo que llega al misterio de la cruz, para luego manifestar la victoria de Dios sobre todo mal y muerte en la resurrección. En la Ascensión llega a su culminación su misión en este mundo para estar "sentado a la derecha del Padre" y al tiempo con nosotros a través del Espíritu Santo que "lo glorificará porque tomará de lo que es mío y lo anunciará", es decir en el tiempo de la Iglesia, en la esperanza de la segunda venida gloriosa del Señor  al final de los tiempos.

Dios no nos promete una "tarta en el cielo", sino nos invita a reconocer su grandeza en la creación y su obra más maravillosa de la redención, pues en ambas nos revela sus tres divinas personas y así podemos cantar con nuestro Salmo Responsorial de hoy: "Oh, Señor, dueño nuestro, "qué admirable es tu nombre en toda la tierra!"




sábado, 14 de mayo de 2016

VEN ESPÍRITU SANTO

HOMILÍA. DOMINGO DE PENTECOSTÉS, 15 DE MAYO 2016.

La Fiesta de Pentecostés tiene su origen en el Antiguo Testamento. Se llamaba Fiesta de las Semanas. Se celebraba siete semanas después de la Pascua, coincidiendo con la cosecha de la cebada. Además, hacía memoria de la Alianza de Sinaí cuando Dios entregó a Moisés las dos tablas de la ley. En los c. 19 y 20 del Libro del Éxodo se relata el encuentro de Moisés con Dios en la Monte Sinaí, la respuesta del pueblo al Dios de la Alianza en medio de truenos y relámpagos, que son señales de la presencia de Dios. San Luchas en el Libro de los Hechos cuenta que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles como lenguas de fuego y en medio de un fuerte viento. La misma palabra “espíritu”, en griego “pneuma” y en hebreo “ruá”, se refiere al viento o respiración. En el relato de la
creación en el primer capítulo del Libro del Génesis, se dice que “La tierra era algo caótico y vacío,
y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” (v. 2).

Hoy celebramos, pues, el nacimiento de la Iglesia. Ya, Jesús, con su misma predicación, con la vocación de los doce apóstoles y especialmente en la Última Cena cuando entregó su cuerpo y su sangre como la Nueva Alianza y en la cruz donde llevó a cabo aquello que había prometido,  dio inicio a la fundación de su Iglesia. También en la Última Cena, como hemos escuchado en nuestro pasaje evangélico de hoy, Jesús prometió la venida del Espíritu Santo como Paráclito. Esta palabra que recoge San Juan, y es el único en utilizarla, significa no tanto consolador, como algunas traducciones indican, sino abogado defensor. Jesús dice también que se trata de otro Paráclito, lo cual quiere decir que Él mismo ha sido nuestro abogado o defensor y que el Espíritu Santo asume esta misma misión al concluir su misión en la tierra.

El Salmo Responsorial (103) dice “Envía tu Espíritu, Señor, y renovarás la faz de la tierra”. Este versículo del salmo nos recuerda el del Génesis que hemos citado arriba, en cuanto que la acción del Espíritu es transformador. Renueva, transforma profundamente no sólo el interior de las personas sino todo el universo. San Pablo, el el pasaje de su Carta a los Romanos que hemos escuchado (8,8-17)
se refiere en primer lugar a la acción del Espíritu Santo en nuestra alma. Contrasta la vida según el Espíritu a la vida “según la carne”
Para San Pablo la carne significa la fuerza del mal que tiende a dominar al hombre debido al cúmulo de pecados y en primer lugar el pecado original, que nos deja heridos e incapaces de hacer el bien con facilidad. Como hemos visto, Dios entregó la Ley a su pueblo en Sinaí, pero San Pablo no deja de recordar que la Ley no basta para alcanzar la amistad con Dios, porque sigue existiendo “la ley de la carne y de la muerte” (Rom 8,2). Por ello, Dios no ha entregado la nueva ley que hace posible vivir según el Espíritu. Prosigue San Pablo: Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece...” (8,9).

En el  pasaje de los Hechos de los Apóstoles sobre el Día de Pentecostés, se dice que los apóstoles empezaron a hablar en lenguas, y da una lista de los lugares de donde procedía la multitud reunida en aquel momento. La venida del Espíritu Santo reúne todos los pueblos deshaciendo la división creada por la arrogancia de aquellos que hicieron la Torre de Babel. Ya antes de su Ascensión, Jesús había enviado a los discípulos a a anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. Esta es la tarea de la Iglesia. Ésta es la misión primordial de la Iglesia y dice San Lucas que "aquel día se les unieron unos tres mil" (Hechos 2,41).  La acción del Espíritu Santo afecta el interior del hombre y se expresa en la comunidad y en el universo entero. "Renovarás la faz de la tierra". 

Así como por el bautismo fuimos incorporados en Cristo y hechos miembros de la Iglesia debido a que en el bautismo simbólicamente morimos con Cristo, fuimos sepultados con Él y resucitamos con Él, el Sacramento de la Confirmación corresponde al Misterio de Pentecostés. No es que en el bautismo esté ausente el Espíritu Santo, sino que corresponde a  la Confirmación realizar en nosotros lo que realizó en aquellos primeros momentos de la Iglesia, realizó en los primeros discípulos. La palabra confirmar indica dar fuerza. 

El evangelio de la Anunciación del Ángel Gabriel a la Sma. Virgen nos dice que "el Espíritu Santo vendrá sorbe ti, y el que va a nacer será llamado Hijo de Dios". Los Padres de la Iglesia llamaban este episodio, es decir la misma Encarnación, una unción interior. Luego en el Bautismo de Jesús en el Jordán, el Espíritu descendió sobre Jesús en la forma de paloma. Sabemos que toda la vida de Jesús, sobre todo su misión pública fue realizada bajo la guía del Espíritu Santo. La teología nos enseña que todas las obras de la Santísima Trinidad ad extra son comunes a las tres divinas personas, pero que cada una las realiza según su propia personalidad, si se permite aplicar este término a las personas divinas. Luego, hemos escuchado hoy en el evangelio  la promesa de Jesús que él pediría al Padre que enviara al Espíritu Santo como otro Paráclito. Pues el Espíritu Santo le corresponde guiar y conducir al Cuerpo Místico, o la Iglesia, así como lo ha hecho en el caso de Jesús en su vida terrena. Confirmar o el Sacramento de la Confirmación corresponde en nuestro caso a lo que realizó el Espíritu con la Iglesia entera en Pentecostés. Al comunicarse, se da como fuerza transformadora, simbolizada por el viento, y como fuego simbolizando el amor de Dios, que según dice San Pablo "ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo". Mientras antes de Pentecostés, los apóstoles no se pusieron a predicar públicamente, sino más bien orar en unión con María y esperar el cumplimiento de la promesa de Jesús, ahora se lanzan sin ningún miedo a proclamar la gran noticia de la salvación que se realizó con la muerte y resurrección de Jesús. 

Antes de Pentecostés, los apóstoles y demás discípulos conocían a Jesús, y habían convivido con él a lo largo de sus más o menos tres años de ministerio público, pero una vez que llegó el peligro, una vez que Jesús fue arrestado, lo abandonaron. Se llenaron de miedo. Puede que muchos de nosotros, cristianos católicos de este inicio del silgo XXI estemos en la misma situación de aquellos primeros discípulos de Jesús, que tengamos miedo de proclamar la gran noticia de Jesús, que consideramos que somos buenas personas y no hacemos mal a nadie. Si es así, necesitamos de la fuerza que proviene del Espíritu para alcanzar una verdadera relación de amistad con él y la valentía de proclamarlo públicamente a nuestro alrededor. Hoy domingo de Pentecostés, al ver la transformación de los apóstoles y la valentía con la que proclamaron la Buena Noticia de Jesús en aquel primer Pentecostés, sea la oportunidad de cambiar nuestra actitud y darnos cuenta de que el mayor acto de caridad y de misericordia es el de evangelizar. 

También el Espíritu Santo nos entrega sus dones, tradicionalmente siete: la sabiduría, el entendimiento, el consejo,  fortaleza, el conocimiento, la piedad y el temor del Señor. Según Santo Tomás de Aquino, los dones del Espíritu Santo perfeccionan nuestra vivencia de las virtudes infusas, de manera que antes de poder recibirlos tenemos que haber logrado progresar en la fe, la esperanza, el amor a Dios y al prójimo. La sabiduría, el entendimiento y la inteligencia perfeccionan la fe. Las virtudes se desarrollan y nos perfeccionan en cuanto las practicamos. Dado que se nos comunican con la gracia santificante, y son la vivencia concreta de esta nueva vida que se nos ha comunicado en el bautismo, nos asemejan cada vez más a Jesús, En el caso de los dones, el Espíritu Santo ya no encuentra tanta resistencia en nosotros para la práctica de las virtudes y en cierto sentido actúa directamente en cuanto que nos hemos ido transformando en imagen de Jesús. La fortaleza perfecciona la virtud de la esperanza y también la de la fortaleza en cuanto que nos dispone para superar los grandes obstáculos que se nos presentan, sobre todo el peligro del martirio, pues se constata en el caso de los mártires una poderosa acción del Espíritu Santo que los lleva a entregar su vida antes de renegar la fe. Un ejemplo, entre los de miles de mártires, sería el de San Maximiliano Kolbe, que al constatar que uno a hombre, a quien iban a matar los Nazi, protestar porque tenía mujer e hijos, San Maximiliano, Fraile Franciscano, se ofreció espontáneamente para tomar el lugar de aquel pobre hombre,. Esto no lo hace cualquiera, sino uno que se ha dejado guiar por el Espíritu Santo, al igual que el mismo Jesús. El Sacramento de la Confirmación nos dispone a proclamar y defender la fe precisamente porque hace en nuestro caso lo mismo que hizo el Espíritu Santo en aquel primer Pentecostés. 

En el siglo XX ha habido más mártires cristianos que en todos los siglos anteriores, y no parece que las cosas estén mejorando en lo que llevamos del siglo XX. Al contrario, el cristianismo está siendo objeto de persecuciones en muchas partes del mundo, como por ejemplo, en Medio Oriente, en África y en Asia. Se están dando muchos martirios. Como Iglesia debemos de sentirnos cercanos a los que sufren por su fe e incluso mueren degollados o crucificados u de otro modo por su fe, orar y sacrificarnos por ellos, y también por los que han tenido que huir de sus casas y de sus países por su fe cristiana. . Recordemos que ellos no podrían dar ese testimonio si no fuera por la acción del Espíritu Santo, pero no es algo automático. Uno de los títulos del Espíritu Santo, según San Agustín, es el de  don.  Pidamos, pues, el don de la fortaleza para todos las víctimas de persecución y también para nosotros para que no tengamos miedo de dar testimonio de la fe siempre que se requiera.  Para concluir, quisiera citar algunos versículos del Himno  Secuencia Veni Sancte Spiritus que hemos escuchado antes de la proclamación del evangelio de hoy:

Sin tu ayuda nada hay en el hombre, nada que sea inocente. 

Concede a tus fieles que en Ti confían, tus siete sagrados dones.
Dales el mérito de la virtud, dales el puerto de la salvación, dales el eterno gozo.
Amén, Aleluya