DUODÉCIMO DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
A lo largo de todos los evangelios, constantemente se está planteando la pregunta: ¿Quién es? ¿Quién es Jesús? También la mismo Jesús le interesaba la pregunta, pues hoy nos toca el episodio en el que Jesús pregunta a los discípulos, ¿quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?, según la versión de San Lucas. Él cambia un poco la escena comparado con San Marco y San Mateo. En primer lugar no indica el lugar donde se dio este episodio, sino más bien desea señalar que se dio a partir de un momento en el que Jesús estaba orando. Se ha dicho que San Lucas es el evangelista de la oración, porque en los momentos más importantes tiene a Jesús orando, como es el caso de la elección de los Doce Apóstoles, o cuando se da la ocasión en el que Jesús enseña el Padre Nuestro, y al igual que los otros dos Sinópticos, en el jardín de Getsemaní. Pedro responde para todos, que Jesús es el Mesìas (o Cristo significado ungido de Dios).
Jesús no rechaza la confesión de Pedro, pero desea añadir una verdad que está íntimamente relacionada con su misión y por ende con su identidad, "que el Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes, por los escribas, ser muerto y resucitar al tercer día".Ésta sería la primera profesión de fe en Jesús como Mesías o ungido esperado que según la mentalidad común, compartida por los discípulos, sería un nuevo Rey David, que vendría a establecer el reinado de Dios en el mundo por medios políticos y militares. Para Jesús, así como era importante que sus discípulos supieran quién era de verdad,y cuál era el sentido de toda su ministerio, sería la urgencia de corregir esta idea equivocada acerca de la misión del Mesías, o el tipo de Mesías que Dios había enviado.
Ciertamente era importante dar a conocer a sus discípulos su verdadera identidad, pero Jesús no se queda sólo con eso. Era imprescindible intentar hacerles comprender la verdadera naturaleza de su misión mesiánica, que necesariamente tenía que pasar por la cruz, un ignominiosa muerta y finalmente ser reivindicado por su padre en la resurrección. Para nosotros, la cruz parece normal y lógica, pero para los contemporáneos de Jesús era algo verdaderamente horroroso, y un constante recuerdo del dominio romano sobre los judíos. La misma Biblia en el Libro del Deuteronomio declara maldito el que muere crucificado (21,22-23). San Pablo explica que en realidad, todos nosotros nos encontramos bajo una maldición por nuestros pecados, y Jesús, en el lenguaje paradójico tan querido por San Pablo, se hace maldición, para salvarnos a nosotros de la condena que nos correspondía debido a nuestro pecados (Gal 3,13).
La venida del Hijo de Dios al mundo tiene una sola finalidad, nuestra salvación o liberación del inevitable castigo al pecado que sería la muerte eterna, o el infierno. Por ello, el Credo Niceno afirma "por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen. Por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato..." En nuestra segunda lectura de hoy, de la Carta de San Pablo a los Gálatas, hemos escuchado que en el bautismo "hemos sido revestido de Cristo". Este revestimiento no trata de un cubrirnos con el manto de Jesùs de manera meramente externa, sino se trata de una profunda transformación interior de nuestro ser, de manera que pasamos de ser enemigos de Dios por el pecado, y nos convertimos en Hijos de Dios, y en otro pasaje de la misma carta, San Pablo afirma que ser hijos de Dios por adopción nos hace también herederos con Cristo de la vida eterna, de la gloria de la resurrección, ser glorificados con él en el cielo. (4,4-5). También somos "herederos según la promesa a Abraham". ¿Qué significa eso de la promesa hecha a Abraham? Dios prometió a Ahraham una descendencia numerosa y una tierra, además una bendición. Sabemos que la verdadera tierra prometida no es meramente un pedazo de tierra en Medio Oriente, sino la vida eterna o el cielo. Esa promesa se cumple gracias al bautismo que es sacramento de fe, fe como la de Abraham, y la puerta a la vida eterna.
Jesús prosigue: "Si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga.. El que quiere salvar su vida, la perderá; el que pierda su vida por mi causa, la salvará. ¿A qué se debe tanta negatividad? ¿No podría haber hecho Dios las cosas de manera más sencilla y así se salvarían más personas? En el fondo el problema está en el hecho de que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1,16) y por ello le dio libre albedrío. Quiso que el hombre hiciera buen uso de ese tremendo don de la libertad, y buscara su verdadero bien, pero desde el inicio de la historia, como constatamos ya en el Libro del Gènesis, no lo hizo. Como una bola de nieve que se va aumentando mientras baja por la montaña, esa primera rebelión del hombre contra Dios y su mal uso de su libertad, contradiciendo su verdadera naturaleza y queriendo hacerse como Dios, ha sido la casa de todas las catástrofes que han existido en nuestro mundo. San Pablo, en su Carta a los Romanos resume magistralmente las consecuencias de esta situación al referirse a los paganos: "En efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra la impiedad e injusticia que aprisionan la verdad en la injusticia, pues lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto" (118-19). Más adelante prosigue: "llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, hechidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados...". Nos puede parecer exagerada esta litanía de vicios, pues comúnmente no queremos reconocer nuestros vicios y no es común que no pocas personas llegan a confesarse diciendo que no tienen pecados. En otro pasaje de la misma carta, San Pablo nos da la clave de nuestra situación en un mundo que está descolocado: "Realmente, mi proceder no lo comprendo; hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero...en queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios, según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha en contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros! (7, 14-24).
Esta realidad que San Pablo describe tan dramáticamente en estos pasajes lo llaman los teólogos y maestros espirituales la concupiscencia, es decir, la gran dificultad que experimentamos en integrar las fuerzas y pasiones de nuestra naturaleza caída dentro de lo que nos pide la razón y la ley de Dios. Según el Concilio de Trento, es producto del pecado y nos lleva hacia el pecado. Esto lo tenemos en nuestro interior, y se ve en los niños que con no poca frecuencia, echan berinches, quieren manipular a los padres para que les concedan lo que quieren, que igual no es su bien. Ninguno de nosotros quiere admitir que es mala persona, que no hace lo que debe, sino que tenemos la tendencia de racionalizar y convencernos de que lo que hemos hecho ha sido bueno. Todos tenemos la tendencia de hablar mal de otros, de involucrarnos en chismes. Si no queremos participar en tales conversaciones con los amigos, entonces nos tacharán de "beatos" de "más santo que tú" etc. Me acuerdo de una película que vi hace muchos años. Se llama Sérpico y se trata de la corrupción en el Departamento de Policía de Nueva York. Un Funcionario de Policía que se apellidaba Sérpico, desde niño siempre quiso ser Policía y también un Policía honrado. Realmente se puede decir que tenía vocación de Policía. Entre los compañeros existía la costumbre de extorsionar a los negocios yendo a las tiendas y diciendo a los dueños que había tal o cual irregularidad, y que en todo caso se podría arreglar, entregándoles un sobre con dinero obviamente. Recogían el dinero y lo juntaban en una bolsa, el encargado de la bolsa y la distribución del mismo le llamaba "el hombre de la bolsa" (bagman en inglés). Como siempre quería ser policía honrado, rechazó el "sobresueldo" proveniente de la extorsión. Los compañeros lo hostigaron. Eventualmente hizo una denuncia de la corrupción en el Departamento de Policía de Nueva York al New York Times. En un operativo en contra de violentos, lo pusieron por delante al presentarse la policía a una casa. Los de dentro dispararon y perdió un ojo.
Por lo tanto, constatamos que en nuestro mundo existen estructuras enquistados de mal, de injusticia y de pecado de todo tipo. También dentro de nosotros, de varias maneras, incluso en cosas pequeños. Por ejemplo, cuando nos dan demasiado cambio en un cajero, ¿lo devolvemos? ¿Más bien aceptamos una racionalización pensando que nos sirven unos euros de más? Cuando yo era niño, aprendí en el catecismo que nos enseñaban que debido al pecado original "nuestra inteligencia queda oscurecida, nuestra voluntad debilitada y nuestras pasiones nos inclinan al mal". Para contrarrestar estas malas tendencias que todos tenemos, el Señor nos invita a llevar la cruz cada día. Muchos se sacrifican yendo a gimnasios para alcanzar tener un cuerpo esbelto, o buena salud, o para alcanzar un objetivo laudable como aprender tocar un instrumento musical o lo que sea. El mandamiento fundamental que nos entrega Jesús es "amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser, y al prójimo como a tí mismo". Amar significa querer y hacer al bien al otro como otro. El verdadero amor duele, es muy, muy difícil. Cumplir los mandamientos de la ley de Dios no es algo agradable la mayor parte del tiempo. Cumplir siquiera la regla de oro, de no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan, nos resulta muy difícil la mayor parte de las veces. Es muy fácil olvidarnos de Dios, no orar nunca, organizar nuestra vida como si Dios no existiera. ¿Qué porcentaje de bautizados hay en este pueblo? ¿Qué porcentaje de ellos acuden a la misa dominical? Hace unas semanas se llenó la iglesia en el día de las Primeras Comuniones.`¿Cuántos de los niños han vuelto a la misa los domingos siguientes, o los padre y otros que los acompañaron? ?¿Hace cuánto tiempo que no me confieso? ¿O pienso que no tengo pecados?
San Juan Bosco, fundador de la Congregación de los Salesianos y probablemente el santo más que más se dedicó a la formación de los jóvenes dijo: "“El primer grado para educar bien a los jóvenes consiste en trabajar por que confiesen y comulguen con las debidas disposiciones. Estos sacramentos son los más firmes sostenes de la juventud. La frecuente confesión y comunión y la misa diaria son las columnas que deben sostener un edificio educativo”. (San Juan Bosco. Biografía y escritos, 2 ed., Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1967, p. 428-429)".
sábado, 18 de junio de 2016
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