Llegamos este domingo a un punto central en el Evangelio de San Lucas. Jesús está en Galilea y se dispone a dirigirse definitivamente a Jerusalén. Sin duda, es perfectamente consciente de lo que le va a suceder en Jerusalèn, y ha decidido seguir la voluntad de su Padre, sin importar lo que iba a costar. Viajarà de norte a sur y pasa por Samaría. Sabemos que existía una temenda enimistad entre los judíos y los samaritanos y no era poco común que los judíos de Galilea, al viajar a Jerusalén, dieran la vuelta y evitaran pasar por Samaría. Jesús quiere pasar por esa región. Los samaritanos rehúsan colabror y ni siquiera quiere vender alimentos. Los apñostoles naturalmente se molestan por una actitud tan odiosa de los samaritanos. Santiago y Juan le piden a Jesùs, castigar a los samaritanos con fuego del cielo. Es una actitud lógica y humana y cualquiera puede compender su molestia, pero èse no es el camino de Jesús. Él ha hecho un opción radical de seguir el camino del Padre que es el de la paciencia y la misericordia. Ya lo manifiesta en la parábola del trigo y la cizaña. Ambos van a seguir creciendo hasta el día de la cosecha. Es decir, hasta la parusía, Dios va a tener paciencia suportar un mundo con una mezcla de bien y mal y no necesariamente va a castigar inmediatamente a los malos. Por lo tanto, Jesús reprende a Santiago y a Juan por su actitud que no corresponde a la de Dios, implicando que seguirlo a É limplica renunciar a muchas cosas que os pueden parecer normales e incluso prudentes, pero que no corresponden a la radicalidad del Evangelio y el rechazo de las actitudes violentas.
Luego, se pesenta uno por el camino que le dice a Jesús: "Te seguiré a dondequiera que vayas", pero curiosamente Jesùs rechaza su oferta con la frase, "los zorros tienen sus madrigueras, las aves del cielo tienen sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza". Nos puede chocar que Jesús rechace la oferta del señor que parece de gran generosidad. Se ve que Jesús intuía que se trataba de una oferta superficial que no tomaba en cuenta las exigencias radicales del seguimiento de Jesùs. Él era un predicador o rabno itinerante y era verdad que no disponía de un lugar del que podía disponer para descansar. Hace un par de días se cumplieron dos años desde que el grupo yihadista denominado Estado Islámico expulsó a miles cristianos y otros de sus hogares en el norte de Irak. Como manda el Corán, les ofrecieron la opción de hacerse musulmanes o pagar un mpuesto, por cabez que se asemeja la extorsión mafiosa. Como no estaban dispuesto a renunciar a su fe Católica u otros a su fe en su religión, y no podìan pagar el impuesto excesivo, se lanzaron al desiérto y se escaparon a la regiòn Kurda más al norte de Irak. Ellos se encuentran viviendo ahora a centenaes de kilómetros de su tierra en viviendas precarias. Cualquier persona le da mucha importancia a tener una vivienda digna donde puede estar "en su casa" y por eso podemos comprender el tremendo drama de estos y otros refugiados de nuestro tiempo. Jesús practicaba este tipo de desprendimiento y lo exigìa a sus seguidores.
Otro caso, es el que dice que lo va a seguir si lo deja ir a enterar a su padre. De acuerdo a lo que sabemos de las tradiciones de los judíos de la´época de Jesús, se entiende que no se trata de volver a su casa un día o dos para celebrar un entierro, sino más bien, su padre vivía todavía y habría que esperar que muriera, que arreglara sus asuntos y luego volviera a seguir a Jesús. Para Jesùs, los lazos familiares, siendo ciertamente hasta sagrados, y reconocidos por el cuarto mandamiento de la Ley de Dios, caen ante la urgente y perentoria necesidad de seguir la llamada de Jesùs y dejar todo para ello. Parece inhumano, hasta exagerado, pero el Evangelio no deja duda acerca de la primacía de Jesùs y del seguimieinto de Él por encima incluso de los lazos familiares. Podemos ver la diferencia entre lo que sucede en el Antiguo Testamento en el caso de la vocación pofética de Eliseo y cómo el profeta Elías le permite volver a su casa a despedir a sus padres en nuestra primea lectura de hoy. Tampoco éste es el único pasaje evangélico que exige tanto desprendimiento. En otro dice Jesús: "el que no está conmigo, está en contra de mí; el que no recoge conmigo, desparrama" /(Lc 11,23). Nadie, ni antes de después de Jesús, pudo exigir un compromiso tan radical, precisamente debido a su identidad como Hijo de Dios que se entrega hasta la muerte en la cruz por nosotros.
Hemos escuchado también un pasaje de la Carta de San Pablo a los Gálatas, en el que habla de la verdadra libertad. En nuestros tiempos, el tema de la libertad es de máxima importancia para prácticamente todo el mundo. San Pablo afirma: "Cristo nos ha liberado para la libertad, y no permitéis que se os imponga de nuevo el yugo de la esclavitud". (5,1). San Pablo, obviamente no se refiere solamente a la libertad que nos permite hacer lo que queremos, o como se expresan los teólogos, "liberrtad de", es decir, de la opresión y de los dictados de otros sobre nuestra vida, sino más bien la libertad "para", Se trata de liberarse de la esclavitud del pecado, para poder seguir los caminos del Espíritu. Estas ideas de San Pablo tienen también su aplicación en el pasaje evangélico que hemos estado comentando. La primacìa absoluta de Cristo en nuestras vidas nos libea de muchos obstáculos para poder caminar según el Espíritu y alcanzar la meta de nuestra vida, "La carne, dice San Pablo, tiene deseos contrarios a la carne, y la carne tiene deseos contrarios al Espíritu". Cuando San Pablo habla de la "carne", se refiere a todo aquello que nos lleva al pecado y la tendencia fuerte que todos tenemos en nuestro corazón hacia el mal, al egoísmo y todos los vicios que van con él. San Pablo ve el pecado y la "carne" o la "concupiscencia", término comùn entre los teóloges para refeirrse a la misma realidad, como una suerte de loza que pesa sobre todos nosotros y tiende a llevarnos por el camino del mal. Sin embargo, el Espíritu Santo es más fuerte que la carne o la concupiscencia. Sin embargo, ser de verdad libre y seguir a Jesùs con al radicalidad que pide exige grandes sacrificios, pero tambián San Pablo nos asegura que Dios no permite que nadie sea tentado más allà de sus fuerzas (1 Cor 10,13).
Jesús, en nuestro pasaje de hoy como en otros, no está dispsuesto a limar su mensaje y acomodarlo a nuestras tendencias, no porque le gusta fastidiar o sea masoquista, sino porque sabe lo que hay en el hombre y nos propone la verdad. Reflexionemos hoy sobre estas exigencias del evangelio que pueden parecer chocantes y examinemos nuestra conciencia para ver cómo podemos incrementar nuestra generosidad en la respuesta a lo que nos pide el Señor. Terminemos con la oración de San Ignacio de Loyola pidiendo al Señor generosidad:
"Señor, enséñame a ser generoso.
Enséñame
a servirte como Tú mereces;
a
dar sin contar el costo,
a
luchar sin reparar en las heridas,
a
laborar sin buscar descanso,
a
trabajar sin pedir recompensa,
si
no es el saber que cumplo tu voluntad”."
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