sábado, 21 de mayo de 2016

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

HOMILÍA  DE LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, 22 DE MAYO 2016.

Tal vez no pensamos mucho en el misterio de la Santísima Trinidad, cuando nos persignamos y cuando celebramos la Eucaristía.  En realidad toda nuestra liturgia desde el principio hasta el final está permeada de la presencia de la Trinidad. Uno de los principales saludos, tomado del final de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios /113,13) reza: "La gracia de Nuestro Señor Jesucristo , el amor del Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros". En el Nuevo Testamento se cuando se dice "Dios", se está refiriendo al Padre.  Las oraciones se dirigen a Dios Padre, por su Hijo Jesucristo en la unidad del Espíritu Santo. La Plegaria  es eminentemente trinitaria. Así también el Credo que recitamos en cada Eucaristía dominical y demás solemnidades.

Todo mundo sabe que el misterio de la Santísima Trinidad es el misterio más profundo e insondable de nuestra fe y muchos cristianos piensan que no vale la pena hacer un esfuerzo por captar su significado para nosotros. En el siglo IV no era así, sobe todo en la Iglesia de habla griega. En 318 un sacerdote que era párroco de una Iglesia grande en la gran ciudad de Alejandría en Egipto, y era muy listo, propuso una explicación del misterio que provocó una gran controversia que duró casi todo el siglo. Se llamaba Arrio y era muy talentoso. Se dice que componía  himnos para propagar su doctrina. Además, tenía amigos en puestos importantes que lo apoyaban. Propuso que el Verbo o Logos, no era Dios de la misma manera que el Padre, que era una suerte de súper criatura, más perfecta que las demás criaturas y a través de él todas las demás criaturas fueron hechas, según señala San Juan en el Prólogo de su Evangelio. Arrio resumía su doctrina con la frase "hubo un tiempo en el que existía". Además, según él, una característica de la divinidad es lo que los griegos llamaban la "ingenesía", es decir, el no ser engendrado. Si el Verbo era engendrado, no era Dios, según Arrio.

El obispo de Alejandría reunió un concilio para condenar esta doctrina herética y comunicó sus conclusiones a los demás obispos. La controversia estaba servida debido a que Arrio buscó el apoyo de sus amigos obispos que tenían influencia en la corte imperial. Se trataba de la época en la que el Emperador Constantino había . logrado imponerse a todos sus adversario y volver a unificar el Imperio Romano. Como Constantino, luego de haber logrado la paz y había apostado por un imperio unido bajo el signo del cristianismo, , lo último quería era una pelea teológica entre los cristianos, pues en la época, a diferencia de hoy en día, las cuestiones teológicas provocaban apasionadas discusiones y controversias. Por lo tanto, Constantino convocó una reunión de todos los obispos en el año 325 en una pequeña ciudad cerca de su nueva capital. Constantinopla para zanjar de una vez esta cuestión.  SE trata del Primer Concilio Ecuménico. Se elaboró un credo y profesión de fe que rechazaba tajantamente las novedades arrianas. Este es el Credo Niceno que conocemos y que se recita comúnmente en la misa, aunque hay también la opción de recitar el otro Credo, el así llamado Apostóllico. El Credo compuesto en Nicea no desarrollaba la doctrina del Espíritu Santo, simplemente afirmaba "Creemos en el Espíritu Santo". Esta segunda parte fue agregada en otro Concilio en Constantinopla en el año 381, y por eso el Credo completo se denomina "niceno-constantinopolitano".

Nuestro Credo de Nicea comienza con la profesión de fe en "Dios Padre todopoderoso, que creó el cielo y la tierra..."  pero dado que Arrio no negaba este dogma, no se desarrolla más, pero sí el ataque de Arrio a la doctrina trinitaria se centra en la persona del Verbo o de Jesucristo Nuestro Señor. En primer lugar se afirma que Jesucristo es uno y es Hijo de Dios. Se trata de afirmar que no es un hijo adoptivo, herejía que había aparecido el tiempos anteriores a los de Consatntino, sino que es "Dios de Dios, luz de luz, engendrado, no creado, la la misma sustancia (o consustancial, en griego homoousios, palabra clave en todas las controversias posteriores al concilio) del Padre". La imagen de la luz indica la misma sustancia dado que la luz procede de su fuente que es el sol. Se rechaza categóricamente que Jesucristo, el Verbo, sea una criatura por más perfecta que sea, y por ellos es coeterno con el Padre, de la misma naturaleza o substancia que Él. Esto nos parece claro hoy en día y no nos provoca ningún problema, pero a lo largo de los siguientes 60 años las mentes más lúcidas de la Iglesia como San Atanasio, San Basilio, San Gregorio Nazianceno y San Gregorio de Nisa lograron esclarecer todo lo que significa esta doctrina expresada en nuestro Credo de cada domingo. Y en el Concilio de Constantinopla de 381, la doctrina de Nicea fue reiterada y la del Espíritu Santo desarrollado porque si Arrio negaba la divinidad de Jesucristo, era obvio por la misma lógica de sus posiciones  que tampoco el Espíritu Santo era Dios. Se trataba de un peligro muy grave para la Iglesia y no es un tema meramente especulativo. San Atanasio dio el el clavo cuando afirmó que "si Jesucristo no es Dios, no pudo habernos salvado". Por lo tanto el misterio de la Encarnación, el de la Trinidad y el de la Redención o nuestra salvación estén tan íntimamente unidas y si se niega uno de ellos, viene abajo todo el edificio de la fe y la salvación. La Biblia nos deja clarísimo en ambos Testamentos que el hombre no es capaz de superar el mysterium iniquitatis o todo el peso del pecado y que precisamente a través del misterio de la Encarnación de Jesucristo, segunda persona de la Trinidad que murió en la cruz y resucitó a una nueva vida junto a Dios su Padre, es "el primer nacido de entre los muertos". Es lo que hemos celebrado hace un par de semanas en la Solemnidad  de la Ascención. En su humanidad está "sentado  a la derecha del Padre" y "vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos". Esto no es mera especulación, sino tiene que ver con el fin de nuestra vida, la felicidad eterna con Dios en el cielo, y ya que Jesús ha resucitado de los muertos y alcanzado esta nueva vida como "primicia" o primer fruto, se funda nuestra esperanza de lograr al final la meta de nuestro camino terrenal.

Al escuchar nuestra primera lectura del Libro de los Proverbios, podemos constatar una gran coincidencia entre lo que recitamos en el Credo y lo que afirma este libro veterotestamentario. Sabemos que la revelación plena del misterio de la Santísima Trinidad, cosa que podemos constatar en nuestro evangelio en el que Jesús habla de la comunión de las tres personas divinas, .pero sí hay una clara preparación en el Antiguo Testamento. El libro de los Proverbios, como también el Libro de la Sabiduría contienen una anticipación de la revelación de la Trinidad, al hablar de la Sabiduría de Dios, como en nuestro pasaje de hoy y en otros del Espíritu de Dios. "El Señor me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui moldeada, desde el principio, antes que la  tierra, cuando yo existían los abismos, fui engendrada..." San Pablo llama a Jesucristo "Sabiduría de Dios", y San Juan en su Prólogo, obviamente tiene presente estos textos al escribir que "En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios". (Jn 1,1-2).

El salmo 8, nuestro salmo responsorial hoy, proclama la grandeza lo maravilloso que es Dios, cosa que se descubre contemplando sus criaturas, sobre todo el hombre: "Oh, Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" . En la Biblia, el nombre es la manifestación de la persona, el él descubrimos quién es Dios y se manifiesta en primer lugar en sus criaturas.

En su Carta a los Romanos, de la que es nuestra segunda lectura, San Pablo afirma: "Nuestra esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (5,5). Ante todo podemos constatar al escuchar estas lecturas de hoy que el cristianismo no es un mero código ético, una serie de leyes que se nos imponen, sino una relación personal con el Padre a través del Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo. Para San Pablo, los paganos no tienen esperanza. Los paganos antiguos que adoraban estatuas y los dioses olímpicos de los griegos, que no eran más que proyecciones de lo humano, no tienen esperanza. Igualmente un gran porcentaje de nuestros contemporáneos no tiene esperanza porque se han olvidado de Dios y desean encontrar la felicidad pasajera y barata en el consumismo, en andar de un lado para otro en viajes, juegos, la búsqueda del placer en el sexo, en la afición al deporte, y otros pasatiempos. San Pablo dice que la verdadera esperanza no falla, porque está basada en el amor de Dios que es el Espíritu Santo, que junto con el Padre y su Hijo Jesucristo habitan en el corazón del cristiano. Porque es una verdadera esperanza, no una veleidad que hoy existe y mañana desvanece. Nada que ofrece el mundo le da al hombre una verdadera esperanza, y los neopaganos de hoy están sin esperanza al igual que los paganos antiguos contemporáneos de San Pablo. La verdadera esperanza nos llega de auténtica alegría, una alegría que perdura, que comienza en esta vida y llega a su plenitud en la vida futura porque se basa en el amor de Dios que es el Espíritu Santo y que hemos recibido.

Nuestra fiesta de hoy recoge en sí todas las grandes fiestas que hemos celebrado, la Navidad con la aparición en nuestro mundo del amor de Dios en la forma de un niño que luego cuando llega el momento de su ministerio público  proclama el Reino de Dios que se inaugura en el mundo con Él, y se entrega a sí mismo con un amor tan extremo que llega al misterio de la cruz, para luego manifestar la victoria de Dios sobre todo mal y muerte en la resurrección. En la Ascensión llega a su culminación su misión en este mundo para estar "sentado a la derecha del Padre" y al tiempo con nosotros a través del Espíritu Santo que "lo glorificará porque tomará de lo que es mío y lo anunciará", es decir en el tiempo de la Iglesia, en la esperanza de la segunda venida gloriosa del Señor  al final de los tiempos.

Dios no nos promete una "tarta en el cielo", sino nos invita a reconocer su grandeza en la creación y su obra más maravillosa de la redención, pues en ambas nos revela sus tres divinas personas y así podemos cantar con nuestro Salmo Responsorial de hoy: "Oh, Señor, dueño nuestro, "qué admirable es tu nombre en toda la tierra!"




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