Homilía del XVI Domingo de Tiempo Ordinario, Ciclo A, 1 de octubre de 2017.
Este domingo, nos toca leer un pasaje de la Carta de San Pablo a los cristianos de Filipo, una ciudad en Grecia. Se piensa que la habría escrito alrededor del año 60, unos 30 años después de la muerte y resurrección de Jesús. Es una de las cartas llamadas "del cautiverio", que juntamente con las dirigidas a los de Colosa, de Éfeso y a Filemón, fueron escirtas desde la cárcel, aunque no sabemos a ciencia cierta desde qué ciudad, si era Roma u otra ciudad. Estamos en el c. 2 de la carta, y la liturgia nos de la opción de leer una versión corta u otra más larga. La más larga nos de el contexto que nos ayuda este texto tan extraoridnariamente importante del Apóstol, en el que nos entrega una verdadera síntesis de toda la doctrina sobre Jesucristo, y por ende nuestra salvación. Algunos, o la mayoría de los comentaristas piensan que la parte central, del v. 6 a 11, sería un himno más antiguo, o que San Pablo se hubiera basado en un himno litúrgico haciñendole algunas adaptaciones aquí. No veo que sea necesaria esta hipótesis ni hay que pensar que no es del mismo Pablo. ¿Por qué San Pablo, el primer teólogo de la Iglesia, y ciertamente brillante y profundo, no hubiera sido capaz de producir este maravilloso texto?
Primero, Pablo invita a los filipenses a confortarlo (no nos olvidemos que está en la cárcel) con sentimientos de amor y compasión, así llenando su corazón de alegría gracias a la concodia y la unanimidad. Luego les invita a evitar vicios como la rivalidad y la envidia, más bien practicando la humildad de manera que "cada uno considere a los demás superiores a sí mismo" y que cada quien no busque su propio interés sino el de los demás. Estas exhortaciones vienen a ser el prefacio de lo que se considera el himno, pues resume todos estos buenos deseos y sentiimientos en la invitación a: "tener en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús". También puede significar tener la misma mente, mentalidad o actitud.
¿Entonces, cuáles son estos sentimientos tan caracterísitcos de Jesús? A pesar de tener la forma, la condición o la naturaleza de Dios, no la consideraba como algo a la que tenía que agarrarse o que tenía que acaparrar. Esta actitud de Jesús se opone radicalmente a la actitud de Adán y Eva, que querían ser como Dios "conociendo el bien y el mal", es decir, decidiendo lo que es bueno o malo, que es una gran mentira con la que los ganó la serpiente. Todos nosotros tendemos a lo de Adán, es decir, ponernos a nosotros mismos primero, que es la esencia de la soberbia y el egoismo, y convencernos de la mentira que somos nuestro propio dios. La actitud de Jesús es totalmente contraria a esta. Aunque era igual a Dios, idéntico con Él, se rebajo, se "vació" de sí mismo, no en el sentido de haya dejado de ser Dios, sino que asumió la condición o la forma de esclavo. La gente contemporánea de San Pablo sabía perfectamente lo que significaba ser esclavo. Se hummilló a sí mismo haciéndose semejante a los hombres. Esto no es todo, pues se humilló más rebajándose a aceptar la muerte en la cruz, que era el castigo más horrorso que las autoridades romanas podían imponer a los malhechores y revoltosos.
La suerte de Jesus no termina en la cruz. La muerte no era capaz de engullirlo sino por el contario Dios lo elevó o lo exaltó, concepto que corresponde a la resurrección de Jesús y su Ascensión. "Le dio un nombre sobre todo nombre". En la Biblia, el nombre es una indicaación de quien es la persona, su identidad. La primera profesión de los cristianos, como constatamos en muchos lugares en las cartas de San Pablo, fue "Jesucisto es el Señor". Además, su dominio alcanza no sólo el cielo y la tierra, sino también el abismo. Jesús, el Hijo de Dios, es exaltado sobre toda criatura, luego de haberse rebajado hasta la condición de esclavo. Es adorado como Dios, como hizo Santo Tomás, después de haber dudado cuando expsresaba su fe en Jesús: "Señor mío y Dios mío".
Así pues, tenemos en este beve pasaje la fe en la divinidad de Jesucristo, que se encarnó, haciéndo uno de nosotros como "un hombre cualquiera" como esclavo llegando hasta la entrega total de sí mismo para liberarnos a nosotros del pecado y de la muerte, y por otro lado, ha sido exaltado en el misterio de la resurrección y la ascensión por encima de todas las criaturas, de manera que como Dios le corresponde la misma adoración que corresponde al Padre y también al Espíirtu Santo. Hay teólogos que recurren a argucias verbales para evitar decir que Jesucristo es verdaderamente Dios, y suelenn decir, que Dios se hizo presente en él, y otras fórumulas que distan de expresar la verdadera fe de la Iglesia que se hace pesente aquí en este pasaje primitivo que San Pablo nos entrega en esta su estupenda carta a los cristianos de Filipo. La Iglesia ha conservado esta fe a lo largo de los siglos, pese a los esfuerzos de diversos herejes, y nosotros hoy tenemos el gozo y la alegría de profesarla en toda su radicalidad y verdad. Es la fe de la Iglesia en la que nos salvamos y al final llegaremos a pasar de la fe a la visión en la vida eterna. En los pimeros siglos, los Padres de la Iglesia decían que "lo que no ha sido asumido no ha sido salvado", afirmando la necesidad de que Jesús como Hijo de Dios se hicera plentamente hombre. Posiblemente, la primera herejía que se dio en la historia de la Iglesia se llamaba docetismo, palabra que poviene del verbo griego "dokein", que significa aparecer. Jesús no se hubiera hecho realmente hombre, sino habría aparecido como hombre. Además, decían que si Jesucristo no era realmente Dios, como afirmaba el heseriaraca Arrio, no hemos sido salvados, pues pareceía claro que solo Dios puede arreglar la mala situación del hombre y del mundo marcados por el pecado.
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