jueves, 14 de abril de 2016

LA EUCARISTÍA ES SACRAMENTO DE SANACIÓN O SÓLO EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA?



La afirmación hecha por el Papa Francisco en Amoris Laetitia, 351 y también en Evangelii Gaudium 47, que la Eucaristía es sanadora ha dejado perplejas a algunas personas, pues piensan que el sacramento del perdón y de la sanación es el de la Penitencia o la Reconciliación. ¿Esto quiere decir que el Papa Francisco está equivocado en lo que afirma? No, pero como en toda cuestión teológica, ha que distinguir. Me acuerdo de un profesor que tuve en el Angelicum que nos decía: "Mai dare torto, mai dare ragione, sempre distinguere" (Nunca decir que algo está equivocado, o que es correcto, sino siempre distinguir). Seguramente el buen profesor exageraba, porque hay veces que hay que decir que alguna afirmación o negación está equivocada. A mi parecer, una de las muchas razones por las que Santo Tomás de Aquino es tan grande como teólogo, además de ser santo, es precisamente porque continuamente hace las
distinciones correctas al explicar cuestiones complicadas.

Sí la Eucaristía es sanadora, y cómo no, por lo cual obviamente el Papa Francisco tiene razón. Pero luego viene a distinción, pues hay diversas enfermedades, como por ejemplo resfrío que raramente es mortal, o el cáncer que con bastante frecuencia puede llevarnos a la tumba. Hoy en día hay un grandísimo interés en la salud, pues no hay periódico, programa de televisión o de radio que no tenga unos cuantos programas o artículos que versan sobre la salud. Insisten en los hábitos saludables, la buena alimentación y demás. Así también existe la salud espiritual y no es casualidad el hecho de que uno de los títulos de Jesús más queridos por los Padres de la Iglesia es precisamente el de "médico". Cualquiera que lee tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo se da cuenta de que a partir de Adán y Eva el hombre está marcado por el pecado y está lejos de vivir según el proyecto de Dios. En realidad la Biblia entera se puede resumir en dos palabras "promesa" y "cumplimiento". Los primeros capítulos del Libro del Génesis (posiblemente el libro o uno de los libros bíblicos favoritas de San Agustín como de San Juan Pablo II) manifiestan el amor infinito de Dios en la creación y su plan maravilloso de comunión del hombre con Él con la ayuda de la imagen del Jardín de Edén, y, por otro lado, el desastre del pecado que se fue multiplicando hasta que en el c. 6 se presenta a Dios "arrepintiéndose" de haber creado al hombre y a decretar el diluvio (Gen 6,1ss). Sin embargo, ni siquiera en tal circunstancia todo queda perdido, porque Dios realiza su primer "plan de rescate" con Noé y el Arca. A partir del c. 12 con la vocación de Abraham tenemos la promesa que a pesar de la constante infidelidad del pueblo, Dios siempre cumple su promesa. La cumple en Jesús. Así, el resto del Antiguo Testamento es anticipación de esta gran obra de sanación o salvataje del hombre hundido por el pecado. San Pablo expresa esta realidad magistralmente en varios textos de su Carta a los Romanos. Ve el pecado (hamartía) no como una mera transgresión, sino como una losa pesada, un poder esclavizador, que pesa sobe todo hombre a partir de Adán (Rom 5). En en el c. 7 de la misma carta afirma: "Realmente, mi proceder, no lo comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y., si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley que es buena; ya no soy yo quien obra sino el pecado que habita en mí. Pues bien, sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero sino e mal que no quiero...Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?" (7, 14ss).
A esta pregunta retórica tan dramática que se hace a sí mismo San Pablo, sabemos que la respuesta en Jesucristo, y que la principal medicina que nos ofrece se encuentra en la Eucaristía. Por lo tanto, lo que afirma el Papa Francisco está en perfecta armonía con la Sagrada Escritura como la Tradición de la Iglesia. En realidad lo que Jesucristo demanda a sus seguidores, expresado tanto en el Sermón de la Montaña (Mat 5-7) como en otros pasajes del Evangelio no es algo que el hombre que vive con el peso de la "hamartía" sobre sus hombres puede cargar. Invitaciones y mandatos de perdonar a los enemigos, amarlos, caminar una milla más cuando nos piden caminar una, dar la otra mejilla etc. están más allá de las posibilidades del hombre si no es con la fuerza de la gracia que viene de Jesucristo y que está más a su disposición en la Eucaristía.

Sin embargo, afirmar una verdad no es negar otra, a no ser que haya una contradicción. Que le Eucaristía sea un sacramento sanador, no contradice que lo sea también el de la Penitencia. Los Padres de la Iglesia, al hablar del Sacramento de la Penitencia, tenían en mente la imagen de un naufragio. En la antigüedad, los barcos eran de madera y en una fuerte tormenta en el mar, como la que describen los últimos capítulos del Libro de los Hechos, el barco quedaba hecho pedazos. Se imaginaban que Dios le pasaba a la persona en peligro de hundirse en el mar una tabla a la que podía agarrarse para salvarse. En los primeros siglos, como sabemos, se veía la Penitencia Canónica en paralelismo con el bautismo, y por ello se podía dar dar una vez en la vida, y exigía una verdadera excomunión que duraría años, pero se aplicaba sólo a los pecados más graves como la apostasía, el homicidio y el adulterio. En el caso de ministros ordenados (diáconos, presbítero y obispos, prácticamente no había modo de ser reintegrado en el ministerio en el caso de haber comido uno de los pecados así llamados "capitales", como la apostasía, el homicidio o el adultero. Ya en a partir del siglo IV, este sistema de penitencia canónica entró en crisis, porque muchos no se atrevían a bautizarse sino hasta en el lecho de muerte, como es el caso del mismo Constantino, por miedo a tener que someterse a esta dura penitencia. Es decir, había una conciencia muy grande en la Iglesia de la gravedad del pecado, cosa que en buena medida se ha perdido hoy en día. Aunque la analogía, como toda analogía, de la salud y enfermedad aplicada a la vida espiritual no se adecua del todo. En el caso de los pecados graves, se trataría de la muerte del alma, pero mientras vivimos en este mundo, no es la muerte eterna, o la segunda muerte, según el Libro del Apocalipsis: ""La Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego -este lago de fuego es la muerte segunda- y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego" (Rev 20, 12-15). Hoy en día no se predica mucho sobre esta realidad, pues normalmente la gente dice de los que han fallecido que "están en el cielo". Por lo tanto, el Sacramento de la Eucaristía es sanador y en palabras de San Ignacio de Antioquía, es "fármaco de inmortalidad"; es pan de los fuertes, o alimenta y sana. También el Sacramento de la Penitencia es sanación in extremis sobre todo cuando uno ha pecado mortalmente y ya no posee la Vida, cuando se trata de un "naufragio espiritual". . El que ama al Señor, se da cuenta de que lo ha ofendido, no ha dado la medida del amor que su gracia le pedía. No anda escrupulosamente distinguiendo si ha cometido un pecado más o menos grave. Leyendo la Escritura los Padres, no se nota que se hagan tantas disquisiciones acerca de la gravedad o no de tal o cual pecado.
Podríamos preguntarnos qué pasa si una persona no encuentra el modo de confesarse ante un eminente peligro de muerte o simplemente no quiere estar más tiempo en un estado de pecado y de "lejanía" del Señor, Como sabemos, la doctrina tradicional de la Iglesia afirma que en tales casos puede hacer una acto perfecto de contrición, es decir, arrepentirse no meramente por miedo al infierno, que sería contrición imperfecta, sino por haber ofendido al Señor que tanto lo ama, con la intención de ir a confesarse en la primera oportunidad. Este acto no está separado del sacramento,sino más bien sería un deseo del sacramento, cuya eficacia se adelanta por decirlo así. Así como existe el bautismo de deseo, existe también el deseo del Sacramento de la Penitencia como de la Eucaristía, que se llama "comunión espiritual". Se discute luego si la comunión espiritual es eficaz en el caso de que la persona se encuentra con un obstáculo como sería un pecado grave. Me parece que sí sería eficaz, pero luego de haberse arrepentido del pecado y haberse confesado.

Que la Eucaristía sea sacramento también de sanación no significa que cualquiera lo puede recibir sin tomar en cuenta la advertencia de San Pablo, de igual manera las medicinas pueden matar si no se toman según las indicaciones adecuadas: "Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual,y coma entonces del pan y beba el cáliz. Pues, quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come su propio castigo" (!Co 11, 26-30). En su última Encíclica, Ecclesia de Eucharistia, San Juan Pablo II, ciita a San Juan Crisóstomo, tradicionalmente considerada Doctor de la Eucaristía, acerca de este tema:
"« También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo ." (Homiliae in Isaiam, 6, 3: PG 56, 139; cfr. . Ecclesia de Eucharistia 36).

No es que la doctrina eucarística de San Juan Crisóstomo difiera en algo de la del resto de los Padres, sino más bien debido a su extraordinaria elocuencia, llama la atención, En realidad no hay ninguno del los Padres que ponga en duda la doctrina eucarística sobre la transformación ("metamorphosis", decían ellos) del pan y del vino en el cuerpo y la sangre del Señor ni la de la Eucaristía como sacrificio, ambas doctrinas rechazadas por los reformadores protestantes. Todos ellos tenían una clara conciencia de la grandeza del misterio que se celebra en la liturgia.

He descubierto un dato que desconocía y es que entre todas las lecturas propuestas en el Leccionario compuesto como cumplimiento del mandato del Concilio Vaticano II acerca de la necesidad de proporcionar a los fieles una más abundante selección de textos de la Sagrada Escritura de ambos Testamentos, no se encuentra este pasaje de San Pablo que he citado arriba. Tal vez este hecho pudiera explicar en parte el concepto que muchos fieles tienen de la recepción de la Sagrada Comunión como un "derecho", algo automático sin tomar en cuenta estos requisitos. Ahora bien, la gente se queja de las homilías largas. Cada domingo hay tres lecturas y uno normalmente tiene que limitarse a explicar una de ellas en la homilía. Dada la ignorancia prácticamente supina de un gran porcentaje de los Católicos de la Sagrada Escritura y el poco interés en estudiarla, al menos en países tradicionalmente católicos, como España e Irlanda, ¿cómo se va a dar a conocer y aplicar a la vida de los fieles los textos propuestos en la Liturgia de la Palabra, cuando desconocen el contexto, en una homilía de unos 5 o 7 minutos? Dado que sin tener en cuenta el contexto de la lectura y el sentido literal bíblico, no veo cómo se puede aplicar a la vida de los oyentes hoy en día sin dar un tiempo para explicar este contexto y ayudarles a captar el mensaje que el autor bíblico ha querido comunicar a sus lectores. Es más, la única vez que la mayoría de los participantes en la Eucaristía van a tener una oportunidad de conocer la Palabra de Dios es la homilía.
El entonces Cardenal Ratzinger señala en una obra suya llamada "Fiesta de la Fe" que uno de los frutos de la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II. Observa, por una parte, que ha ha habido un incremento notable en la recepción de al Sagrada Comunión entre los fieles que participan en la Celebración Eucarística. Antes de los años 50 del siglo XX, debido a la exigencia de ayuno desde medianoche, era común participar en la misa sin comulgar. Incluso se celebraban misas en las que no se distribuía la comunión, sino que querían comulgar, tenían que quedarse hasta después de terminada la misa para poderlo hacer. Se pregunta, pues, si los comulgantes tienen en cuenta la exigencia urgente de San Pablo, arriba comentada. Afirma el que luego llegó a ser el Papa Benedicto XVI: que a veces se tiene la impresión que comulgar se toma como parte del rito, que se lleva a cabo como parte de la identidad de la comunidad."Necesitamos volver a alcanzar una conciencia que la Eucaristía no pierde todo su sentido en el caso de que la gente no comulgue. Yendo a comulgar sin "discernimiento" no logramos alcanzar las alturas de lo que está sucediendo en la Eucaristía. Reducimos el don del Señor al nivel de lo ordinario y a la manipulación". La Eucaristía no es una comida ritual; es la oración de la Iglesia en la que todos participan, en la que el Señor ora juntamente con nosotros y se nos da. Por lo tanto sigue siendo algo precioso, todavía es un verdadero don, aun cuando no podemos comulgar. Si comprendiésemos esto mejor y por ello tuviésemos una visión más correcta de la misma Eucaristía, muchos problemas pastorales -por ejemplo la posición en la Iglesia de los divorciados y vueltos a casar civilmente- dejarían de ser una carga tan pesada". (The Feast of Faith, Ignatius Press, San Francisco 1986).

San Juan María Vianney, que no era teólogo, pero sí santo y por ello pudo penetrar profundamente en la grandeza del misterio de la Eucaristía, recordaba que un emperador pagano colocó sus ídolos sobre el Calvario y en el Santo Sepulcro. Dice que no aquel emperador no pudo llevar más lejos su furia en contra de Jesucristo. Sin embargo, el Santo Cura de Ars afirma que el que comulga indignamente "une el Santo de los Santos a su alma prostituida y lo vende a la iniquidad". Tal es la reverencia de los santos por el más grande de los sacramentos y el don más grande que el Señor pudo habernos dejado.

Por lo tanto, podemos concluir que la Eucaristía es ciertamente un sacramento de sanación, pero hay que tener en cuenta las advertencias tan contundentes de San Pablo sobre la necesidad de "discernir" el Cuerpo y la Sangre del Señor, y también la doctrina de la Iglesia que se remonta a los primerísimos tiempos que manifiesta la gran reverencia que la Iglesia ha tenido por la Eucaristía. Hoy en día cuando se está dando tanta importancia en llevar una vida sana, en comer alimentos sanos, en prevenir contra las enfermedades, debiera ser más fácil para los católicos comprender este aspecto sanante de la Eucaristía, pero si caer en la confusión de reducir el pecado grave a lago normal y no la mayor desgracia que puede darse en nuestra vida. El Papa Francisco tiene razón en resaltar este aspecto de la Eucaristía, pero no podemos suponer que no tiene en cuenta los otros aspectos de la doctrina de la Iglesia sobre el particular. La Amoris Laetitia ya es un documento muy largo y no se puede esperar que toque a fondo todos los puntos de la doctrina, cuando ya existen otros muchos documentos muy recomendables sobre el tema, como es en nuestro caso la Encíclica Ecclesia de Eucharistía, la última encíclica de San Juan Pablo II. En cuanto al debido respeto a la Eucaristía y el modo correcto de celebrarla al mismo tiempo que se publicó esta enclíclica, la Sagrada Congregación de los Ritos y la Disciplina de los Sacramentos publico la Instrucción en el año 2004, en uno de muchos intentos a lo largo del Pontificado de Juan Pablo II de corregir las muchas barbaridades litúrgicas que se habían introducido en la Iglesia en la época postconciliar, muchos de tales abusos manifiestan también una falta de reverencia y sentido de lo que es la Sagrada Eucaristía y la Sagrada Liturgia en general.



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