sábado, 28 de marzo de 2015

¿La Reforma Protestante fue una verdadera reforma?

No cabe duda de que la Iglesia Católica a inicios del siglo XVI tenía urgente necesidad de reforma. Desde ya hacía bastante tiempo había un clamor en muchos sectores de la Iglesia para una verdadera reforma "in capite et membris (en la cabeza y los miembros). La teología nominalista caracterizada por el voluntarismo del franciscano Ockman prevalecía en muchas de las universidades incluyendo Erfurt, donde estudió Lutero. El iniciador del protestantismo nunca conoció la teología de Santo Tomás de Aquino. Había mucha corrupción y abusos, entre ellos en los indulgencias, especialmente en Roma de manera que se compraba oficios. Papas como Alejandro VI, Rodrigo Borja, el más notorio de los papas corruptos de la época, y Julio II, el Papa Guerrero que también encomendó la pintura del techo de la Capilla Sixtina a Miguel Ángel, son algunos ejemplos de personas que nunca debieron llegar a ser Sucesores de San Pedro. El Papa León X, de la familia Medici,  que reinaba en 1517 cuando Lutero lanzó su rebelión contra la Iglesia con sus 90 tesis pegadas a la puerta de la Catedral de Wittenberg, no era la persona adecuada para enfrentarse con semejante desafío. Era superficial, pues se le atribuye la frase: "Dios nos ha dado el Papado, disfrutémoslo". Le gustaba la cacería y el teatro. Sin embargo, también había unas luces. En España la Reina Isabel la Católica con la colaboración del Cardenal Jiménez de Cisneros habían iniciado una reforma que dio sus frutos posteriormente cuando llegó el momento de evangelizar el recientemente descubierto continente americano.

En siglos anteriores, las reformas de la Iglesia provinieron de las grandes órdenes religiosas: Benedictinos de Cluny con unos abades santos en el siglo XI, Cistercenses con el extraordinario protagonismo de San Bernardo en el siglo XII,  y en el siglo XIII con santos como Francisco y Domingo y sus respectivas órdenes, entre otros. Aunque las reformas tuvieron sus inicios en estos grandes santos y las órdenes religiosas, siempre contaron con el eventual apoyo de los papas de la época, entre los cuales destacan San Gregorio VII, cluniacense él mismo, Inocencio III, entre otros en el caso de la fundación de los domínicos y los franciscanos.

¿Lutero, Calvino, Zwingli y demás reformadores protestantes contaban con un mandato divino de reformar la Iglesia?

La respuesta breve es que NO. Jesucristo fundó su Iglesia sobre los Apóstoles y en primer lugar San Pedro a quien le entregó la misión de apacentar sus ovejas (Jn 21, 17),  y de fortalecer a sus hermanos en la fe (Lc 22,31) y Jesús dijo a sus apóstoles: "El que a vosotros os escucha, a mí me escucha" La Iglesia, con su estructura jerárquica, es apostólica, es decir, a través de ella perdura en el mundo el misterio de la Encarnación y a través del Espíritu Santo el Señor la guía. La sucesión apostólica es una verdad fundamental de la Iglesia y ha sido resaltada de manera muy clara ya en el siglo II por San Ireneo y otros Padres en su lucha contra el gnosticismo. Los gnósticos sostenían que Jesús había entregado una doctrina secreta y que ellos tenían acceso a tal doctrina. San Ireneo y sus colegas obispos argumentaban que Jesucristo entregó toda su doctrina a los apóstoles y que esa misma doctrina está a disposición de todos de manera especial en las Iglesias fundadas por ellos. El mismo Ireneo indica que podría dar una lista de los sucesores de los apóstoles en las principales sedes, pero se limita a dar la de la Iglesia de Roma, por su potestad superior. A continuación entrega la lista de todos los obispos romanos hasta su día, alrededor del año 180. Ya antes, San Ignacio de Antioquía, mártir en Roma en 107 A.D:) enseña que nada se puede hacer en la Iglesia sin el consentimiento del obispo. Si bien es cierto que el Espíritu Santo puede mover a cualquiera a iniciar una reforma de la Iglesia, es también cierto que sin la aprobación de la jerarquía eclesiástica, y en primer lugar del Papa, no procede tal intento de reforma. San Francisco buscó y logró la aprobación del Papa Inocencio II y siempre fue fiel y obediente hijo de la Iglesia. Posteriormente, Santa Teresa de Jesús declaró en su lecho de muerte que era "hija de la Iglesia".

Por lo tanto, ni Lutero ni Calvino, ni ninguno de sus seguidores recibieron misión alguna de reformar la Iglesia Católica, menos de separarse de ella y formar comunidades aparte de ella con el argumento de que en algún momento (no dicen exactamente cuando) la verdadera Iglesia de Cristo había desaparecido, pese a la promesa de Jesús que perduraría hasta el fina de los tiempos.

¿Los reformadores protestantes pudieron presentar alguna prueba de que Dios les había encomendado realizar cambios drásticos en la Iglesia? 

Si Jesucristo como Dios hecho hombre vino al mundo a salvar la humanidad entera del pecado y la muerte, debemos suponer que la misma Trinidad tenía un plan para lograr tamaña empresa a lo largo de toda la historia. Ya en la antigua alianza Dios entregó a su pueblo escogido unas estructuras como son la Ley, el sacerdocio, la profecía y la realeza, juntamente con otras como el Templo. El hecho de haber escogido doce apóstoles obviamente indica su intención de formar su Nuevo Pueblo de Dios sobre este fundamento, como el antiguo pueblo se basaba en las doce tribus provenientes de los hijos de Jacob. Dado que Jesús terminó su vida en este mundo a los 33 años tuvo que asegurar la continuidad de su obra y por ello envió al Espíritu Santo: "El Defensor, el Espíritu Santo que enviará al Padre en mi nombre les enseñará todo y les recordará todo lo que les he dicho" (Jn 14, 26).

En el Evangelio de San Juan los milagros se denominan signos, es decir, apuntan a otra realidad, la verdadera naturaleza de Jesús. También en los sinópticos los milagros y la expulsión de los demonios son signos de su misión divina.  Jesús también prometió que su predicación sería acompañada de grandes signos y milagros: "en mi nombre expulsarán demonios hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y sanarán" (Mc 16,17-18). También San Pablo, pese a haber recibido una aparición de Jesús resucitado en el camino a Damasco,sintió la necesidad de encontrarse con San Pedro y los columnas de la Iglesia como San Juan y Santiago, para "no correr en vano" : "Subí (a Jerusalén) siguiendo una revelación. En privado expuse a los más respetables la Buena Noticia que predicaba los paganos, no sea que estuviera trabajando o hubiese trabajado inútilmente". 

Ninguno de los reformadores protestantes se preocupó de presentar a sus oyentes algún tipo de prueba o autorización para avalar los cambios radicales que proponían en la Iglesia. Tampoco pudieron presentar algún signo proveniente de Dios para avalar su obra. Grandes santos y santas que han tenido una comunicación divina o una aparición de la Santísima Virgen han podido manifestar grandes milagros. en Lourdes desde las apariciones de María Santísima a Santa Bernardita, ha habido un grandísimo número de curaciones milagrosas, 67 de las cuales han superado el proceso rigorísimo que la Iglesia sigue para declarar oficialmente un milagro. Igualmente, en Fátima ha durante la última aparición a los niños se dio el fenómeno inaudito del sol bailando en el cielo visto por más de 100,000 personas.

Ningún reformador protestante ha podido presentar prueba alguna de poseer una misión divina para hacer cambios radicales en la Iglesia ni ha tenido alguna aprobación de una autoridad legítima para proceder a hace lo que hizo. Al contrario, la doctrina errónea de Lutero fue rechazado no solamente por el Magisterio de la Iglesia sino también por muchos teólogos de su tiempo. En su debate con Juan Eck, reconoció la radicalidad de sus propuestas. En 1521, en la Dieta de Worms, el Emperador Carlos V rechazó el intento de Lutero de reinterpretar el cristianismo prefiriendo quedarse con 1500 años de Tradición que las ideas de un solo fraile.

¿Cómo intentaron  los Protestantes justificar su reforma?

Como ya he señalado arriba, había mucha corrupción en la Iglesia a principios del siglo XVI, sea en la Curia Romana, en las diócesis y monasterios. Sin embargo, lo que más peso tenía no era la corrupción en el seno de la Iglesia, pues el mismo Lutero pertenecía a una rama reformada de la Orden de San Agustín, sino sus propios problemas psicológicos que tenían que ver con escrúpulos. El tema de la tormenta en la que cayó al volver una vez a su casa fue lo que provocó su ingreso en el convento, pues hizo una promesa a Dios que si se salvaba de los rayos ingresaría en un convento. En realidad, no parece que haya tenido una verdadera vocación, y si hubiera habido lo que hoy día se llama discernimiento vocacional, muy probablemente no hubiera sido aceptado. Ya en el convento tuvo que liberar un lucha tremenda contra los escrúpulos Intentaba cumplir a cabalidad todas las normas de la vida religiosa pero se sentía un pecador tremendo y no lograba ver cómo Dios iba a poder salvarlo. Obviamente tenía un concepto errado de Dios como un ajusticiador, que habría correspondido a su deficiente formación anterior.

Para liberarse de sus escrúpulos Lutero acudió a la Carta a los Romanos en la que descubrió la frase liberadora: que la justificación no viene por las obras de la ley sino por la fe, que es el principio fundamental de su doctrina, juntamente con su sola fide y sola gratia. Su motivo fundamental no fue la reforma de la Iglesia o la corrupción que ciertamente existía en ella en aquella época, sino su drama personal. También hay que decir que en parte su drama personal se debía a la teología nominalista mal enfocada que estudió en la Universidad de Erfurt donde estudió. Desconocía por completo la teología de Santo Tomás de Aquino, y pese a ello la despreciaba como basada solamente en Aristóteles.

¿Si los protestantes consideraban que la auténtica Iglesia de Jesucristo ya no existía cuando se lanzaron a su reforma entendida como intenta a volver a los orígenes como los entendía ellos, cuando, según  ellos, dejó de existir la verdadera Iglesia y durante cuánto tiempo no existió? 

Esta es una pregunta complicada para ellos porque, si bien es cierto que para justificar su supuesta reforma de la Iglesia, tienden a estar de acuerdo en que la Iglesia Católica se desvió tanto de lo que había establecido Jesucristo que en realidad ya no existía, pero no están de acuerdo sobre cuando se dio tal hecho, que en realidad debía de ser algo absolutamente fundamental y de una extraordinaria importancia. Se trataría, pues, del fracaso de  la misión de Jesucristo y el incumplimiento de su promesa de estar con su Iglesia "todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20), amén de su promesa del Espíritu Santo que les guiaría a los apóstoles y por ende a sus sucesores hacia la verdad plena (Jn 16,13).

Algunos de ellos afirman que a partir de Constantino la Iglesia se corrompió tanto que ya dejó de existir la verdadera Iglesia de Cristo tal y como existía antes de este Emperador. Para otros sería unos siglos más tarde, pero ninguno de ellos es capaz de señalar una fecha para un supuesto acontecimiento tan desastroso. Otros opinan que se dio poco a poco, pero si dejó de existir la verdadera Iglesia de Cristo, no puede ser que dejó de existir poco a poco, pues o existía o no existía. ¿Acaso Jesucristo Resucitado y Ascendido al cielo que está a la derecha del Padre  no fue capaz de cumplir sus promesas sobre la permanencia de su Iglesia y la asistencia del Espíritu Santo con al que contaría en todo momento o que durante 1200 años abandonó su Iglesia hasta llegaron Lutero, Calvino y demás reformadores?  ¿Y si ellos contaron con una misión divina de volver a establecer la verdadera Iglesia de Cristo luego de hasta 1200 años de inexistencia, como es que cada uno de ellos llegó con ideas distintas y contradictorias? ¿Acaso Dios o Jesucristo o el Espíritu Santo se contradicen? Al poco tiempo de iniciar su rebelión Lutero, se dio la rebelión de los campesinos y siendo anabaptistas eran más radicales que Lutero aunque se basaron en parte en sus ideas.

Conclusión

Los verdaderos reformadores de la Iglesia han sido siempre los santos. Uno de los primeros que nos viene a la memoria es San Francisco de Asís, que recibió el encargo de Dios de reconstruir la Iglesia. Él pensaba que se trataba de la Iglesia más o menos derruida de San Damiano en las afueras de Asís, y puso manos a la obra en esa tarea. Como Lutero, también él viajó a Roma, en su caso para lograr la aprobación del Papa de su obra, pues jamás pensaba en realizar una reforma de la Iglesia colocándose fuera de ella. En la época del Renacimiento cuando se dio la rebelión protestante el deseo de reformar la Iglesia in capite et membris era casi universal y ciertamente muy necesaria tal reforma. Hay que reconocer que a   Lutero y los demás reformadores no les faltaba razón ni un verdadero espíritu religioso, pero padecieron de unos defectos enormes y en el fondo no llegaron a ser verdaderos reformadores de la Iglesia, porque no eran hombres verdaderamente santos. Si Jesucristo "aprendió a obedecer sufriendo", ellos no tuvieron la humildad y la paciencia para no abandonar la verdadera Iglesia de Cristo y poder contribuir en esta obra de reforma tan necesaria en la época. En vez de una verdadera reforma, lo que hicieron fue desgarrar a la Iglesia y en vez de sumar restar.




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