sábado, 4 de abril de 2015

Domingo de Resurrección

Homilía de Domingo de Resurrección

"Este es el día que ha hecho el Señor, la Fiesta de todas las Fiestas y nuestra Pascua: la Resurrección de nuestro Salvador Jesucristo según la carne". Así proclama el Calendario de la Iglesia Occidental la celebración de la Pascua. Igualmente el Calendario de las Iglesias Orientales proclama: "El grande y sagrado domingo de la Pascua, en el cual celebramos la Resurrección de Nuestro Señor y Dios, Nuestro Salvador Jesucristo que nos da la vida". 

La alegría y la exaltación de esta fiesta, la más grande de todas las fiestas cristianas es evidente en los escritos de los grandes Padres de la Iglesia. San Agustín dice: "Ved qué alegría, hermanos míos, alegría por vuestra asistencia, alegría de cantar salmos e himnos, alegría de recordar la pasión y resurrección de Cristo, alegría de esperar la vida futura. Si el simple esperarla nos causa tanta alegría, ¿qué será el poseerla". San Gregorio de Nazianzo escribe: "La fiesta más alta  y la celebración más grande sobrepasa tanto no sólo las fiestas cívicas sino también los otros días de  fiesta del Señor, es decir, es como el sol en medio de las estrellas". 

A lo largo de los siglos se han desarrollado diversas tradiciones que expresan esta gran alegría de los cristianos en la ocasión de la celebración del Domingo de Pascua. En los primeros siglos del cristianismo los neófitos o recién bautizados eran vestidos con un vestido blanco luego de haber sido  bautizados y de haber recibido la unción con el crisma. A lo largo de la semana de Pascua llevaban su vestido blanco. De ahí se desarrolló la costumbre de los cristianos de estrenar vestidos nuevos en el Domingo de la Resurrección, como símbolo de la nueva vida que el Señor nos ha alcanzado en el bautismo y que se celebra en la Pascua. Otras costumbres tradicionales que hay en varias partes de Europa son: la de tocar las campanas de la iglesia intermitentemente a lo largo de todo el día Domingo de Pascua. La gente se abraza y se dice uno a otro: "Jesucristo ha resucitado" y el otro responde "Verdaderamente, Jesucristo ha resucitado". En Austria, terminada la Misa la gente de un pueblo iba pasando de una casa a otra a desearse una Feliz Pascua y en cada casa degustaban diversos alimentos típicos de la ocasión. En otros casos se tenía casa abierta para que los familiares y vecinos, incluso desconocidos pudieran compartir el almuerzo con la familia en este gran domingo. Otra costumbre era la de la risa pascual. El párroco, luego de los sermones lúgubres y pesados sobre las verdades eternas que se acostumbraba predicar en la Cuaresma, en el Domingo de Pascua les contaría a sus congregaciones historias chistosas y alegres con alguna lección moral que provocaba risa entre los congregados en la Iglesia. En fin, con otras muchas costumbres y con una multitud de himnos y cantos  la gente de aquellas épocas expresaban su gran alegría por la victoria de Jesús sobre el pecado, el mal y la muerte en la Pascua. 

El sepulcro

Sabemos que el Viernes Santo luego de morir en la cruz, el cuerpo de Jesús fue colocado de manera precipitada en el sepulcro de José de Arimatea debido a que dentro de poco tiempo se iniciaba el Gran Sábado, que según San Juan, coincidía en aquel año con el 14 de Nisán, la fiesta de la Pascua de los judíos. También se insiste en que las mujeres, las mismas presentes al pie de la cruz constataron que el sepulcro se había cerrado y como todos se retiraron a sus casas, pues según la Ley no podían hacer casi nada el día sábado, pudiendo caminar un cierto número de pasos. 

Creo que todos hemos experimentado el hecho de que los cementerios son lugares tranquilos que provocan en los que los visitan una sensación de paz, deseos de reflexionar sobre el sentido de la vida y la muerte. Como sabemos, es tradicional que se plante en ellos unos cipreses, que por ello nos recuerdan de ellos y de la muerte. Si vamos a visitar la tumba de algún ser querido, además de llevar flores y rezar por su eterno descanso, nos vienen a la memoria escenas de su vida, experiencias que hemos vivido juntos. Probablemente también pensamos en el hecho de que algún día nos llevarán a nosotros a un cementerio. Hoy en día con la introducción de la tecnología del crematorio se nos priva de ir a visitar el cementerio y rezar delante del sepulcro del ser querido y que pasen por nuestra mente los episodios dignos de recordar de la vida del difunto. La Iglesia permite la cremación, aunque recomienda que los cuerpos de los cristianos difuntos sean enterados como lo fue Jesús y como ha sido tradicional a lo largo de todos los siglos cristianos. 

María Magdalena, que era la que más amaba a Jesús, quiso llegar sepulcro con el corazón apesadumbrado para llorar y también para ungir su cuerpo. Al llegar a un sepulcro, lo último que podríamos esperar es alguna novedad o acontecimiento extraordinario, pero esto es lo que sucede en nuestro evangelio de hoy. Las mujeres están preocupadas sobre cómo van remover la piedra que cerraba la tumba de Jesús, trabajo que requeriría al menos tres hombres porque la piedra era como una rueda pesada de pura piedra. Al acercarse a la tumba María Magdalena encontró que la piedra había sido removida, lo cual le provocó un gran asombro y mucho temor, como es lógico y la llenó de temor. Fue corriendo a llamar a los apóstoles y acudieron corriendo San Pedro y San Juan. Luego el evangelio nos dice que Juan "vio y creyó", pero no dice exactamente lo que creó. 

Esta experiencia de María Magdalena y de otras mujeres, como cuentan los otros evangelios, no provocó en ellas lo que normalmente una visita a una tumba provoca en nosotros, un sentido de paz, de reflexión, de meditación acerca de la vida del difundo y la finalidad que implica la muerte. Provocó un gran asombro y temor. El encuentro de esta tumba vacía provoca un verdadero choque con nuestra mentalidad normal. Lo que parece seguir de las leyes de la naturaleza en realidad  no se da. Se da exactamente lo contrario. Revuelca todas nuestras concepciones comunes. De hecho, en el evangelio de San Mateo, el ángel que se encuentra dentro de la tumba, les dice a las mujeres: "¿Por qué buscan entre los muertos a aquel que vive?". ¿Qué lógica podía tener esa pregunta para las mujeres que había constatado el Viernes Santo que sí habían enterrado el cuerpo muerto de Jesús en esa misma tumba?

Empezando con el descubrimiento y siguiendo con las apariciones del Señor Resucitado, descubrimos y descubrieron las mujeres y los apóstoles que Jesús no está muerto, sino que vive, goza de un nuevo estado de vida superior y definitiva que ninguno de ellos habían imaginado, pese a las predicciones que Jesús había hecho en su vida terrena. La fe en la resurrección de Jesús y por ende de nuestra futura resurrección en Él, es absolutamente fundamental de tal manera que San Pablo puede afirmar: "Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo. Además, como testigos de Dios resultamos unos embusteros, porque en nuestro testimonio incluimos falsamente haber resucitado a Cristo" (I Co 15,14ss). El Papa Benedicto XVI añade en su libro Jesus de Nazaret: Efectivamente, si la resurrección no hubiera sido más que el milagro de un muerto redivivo, no tendría para nosotros en última instancia interés alguno. No tendría más importancia que la reanimación, por la pericia médica, de alguien clínicamente muerto. Para el mundo en su conjunto, y para nuestra existencia, nada hubiera cambiado... Los testimonios del Nuevo Testamento no dejan ninguna duda de que en la "resurrección del Hijo del Hombre" ha ocurrido algo completamente diferente (vol II 285). Afirma que se trata del descubrimiento de toda una nueva dimensión de la misma creación y de nuestra vida. Así podemos comprender la importancia capital que el misterio de la Resurrección de Jesucristo ha tenido y tiene en nuestra fe cristiana.

Conclusión

La alegría a la que la liturgia de este Domingo de la Resurrección del Señor nos invita no es algo que humanamente podemos alcanzar por más que nos esforcemos. Es un don que el Señor Resucitado concedió a las mujeres y a los apóstoles una vez que superaron el primero momento de asombro y temor. Es lo que celebramos no solamente en este Domingo de Pascua sino todos los domingos, que son también de Pascua. Por ello, el domingo se llama "el octavo día", es decir el primer día de la nueva creación. Recordemos que el libro del Génesis nos informa que Dios descansó en el séptimo de manera que el descanso sabático de los judíos es algo íntimamente relacionado con la creación. En cambio, el domingo como primer día de la semana y de la nueva creación que se inaugura con la Resurrección de Cristo al tercer día, y este Domingo de Pascua sobre todo nos introduce de alguna manera en el cielo, como hemos escuchado de la segunda lectura de San Pablo a los Colosenses. Es el comienzo de la gran obra que el Señor concluirá luego según las palabras del Apocalipsis: "Mira, hago nuevas todas las cosas ...Yo soy el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin: al que tenga sed, yo le daré del manantial del agu de la vida gratis" (21,9-10)


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