Según el evangelio de San Lucas cuyo relato sobre la aparición de Jesús a los apóstoles poco después de la vuelta de los dos discípulos de Emaús a Jerusalén, que corresponde a este Tercer Domingo de Pascua, Jesús se apareció en medio de ellos y les saludó con el mismo saludo shalom que hemos escuchado en la aparición del domingo pasado en el Evangelio de San Juan. La reacción de ellos fue de pánico y temor porque pensaban que veían un duende o algún tipo de espíritu. Jesús tiene que asegurarles preguntándoles por qué estaban asustados y por qué se les ocurre tales ideas, es decir, la idea de que se trata de un espíritu. San Lucas explica que se había asustado por pura alegría. Es decir, la aparición de Jesús resucitado fue algo tan extraordinario e inaudita que no sabían reaccionar. Por una parte estaba la evidencia de la presencia de Jesús que era innegable, y por otra, sabían perfectamente que Él había muerto verdaderamente,que se había sellado el sepulcro, y por ello, encontrarlo vivo en medio de ellos no lo podían asimilar.
Nosotros podríamos pensar que la gente del mundo antiguo era crédula y dispuestos a creer en historias de duendes, fantasmas y otras cosas del mismo género, pero no es así. Seguramente, ellos conocían muchas historias de este tipo, y no se iban a dejar engañar tan fácilmente. Algunos exegetas han sugerido que la historia de la resurrección era producto de la imaginación de los discípulos de Jesús, que "la memoria de Jesús perduraba" y así lo proclamaron resucitado de entre los muertos. Nada más lejos de la verdad y la realidad de la resurrección, pues está claro a partir de todos los relatos que en manera alguna esperaban algo tan inaudito. Aquí, Jesús les pide que le den algo de comer y dice que Él tiene carne y huesos como ellos. Le dan un pedazo de pescado y lo come. Con esto queda claro que no se trata de nada similar a fantasmas o duendes, sino su verdadero cuerpo con todos sus órganos.
Al igual en su predicación antes de su muerte, Jesús deja clarísimo que no vino para satisfacer las ansias o expectaciones de la gente. Una vez que termina de convencer a los apóstoles acerca de su verdadera identidad que en aquel momento les había extrañado y extrañado tanto, procede a entregarles una misión exigente. Les explica el sentido de su muerte y resurrección, "Según la escritura", que todo lo que quedó escrito en la Ley de Moisés, los Salmos y los Profetas tenía que cumplirse y de hecho se cumplió precisamente en su muerte y resurrección. Su misión de Mesías implicaba sufrimiento, dolor y muerte. "En nombre de Él la penitencia, para la remisión de los pecados será predicada a las naciones, empezando desde Jerusalén, y ellos son testigos de todo eso".
En nuestro mundo actual el gran mal es el sufrimiento, el dolor y se llega a verdaderos extremos antes inimaginables para luchar contra el dolor y eliminar el sufrimiento. En cambio, Jesús manda a los apóstoles a predicar la penitencia y la remisión del pecado que están íntimamente relacionadas. Es el mismo mensaje que entregó Jesús al dar inicio a su predicación según el Evangelio de San Marcos, conviertanse. La penitencia implica en primer lugar reconocer que nos hemos equivocado de camino, que hemos pecado y hemos hecho mucho mal. Luego implica cambiar de rumbo, hacer lo que nos parece doloroso porque en vez de hacer algo placentero se trata manifestar este cambio de rumbo con obras claramente difíciles y penosas para nuestro orgullo y nuestra sensibilidad. Jesús no quiere ni necesita de predicadores que ablandan su mensaje, que reducen el cristianismo a una mensaje de buena voluntad, de cierta solidariedad, que lo reducen a una cierta filantropía.
También en nuestra primera lectura de hoy, donde San Pedro se enfrenta con el Sinhedrín y acusa a sus miembros de haber entregado a Jesús Pilato y les dirige la siguiente exhortación: "Ahora, arrepiéntanse y conviértanse para que todos sus pecados sean perdonados, y así el Señor hará venir tiempos de consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado desde el principio para ustedes" (He 3,1). Aquí San Pedro no tiene ningún miedo de declarar a sus oyentes, los jefes de los judíos del Sinhedrín pecadores y necesitados de penitencia. Hoy en día muchos no quieren reconocer sus pecados y quieren que la Iglesia adecue su doctrina para acomodar su conciencia errónea.
También San Pablo está convencido de que no puede haber salvación alguna sin la fe en Jesucristo resucitado y así manifiesta esta verdad a los corintios : Ahora, hermanos quiero recordarles la Buena Noticia que les anuncié: la que ustedes escribieron y en la que perseveran fielmente, por ella son salvados, siempre que conserven el mensaje tal como yo se lo prediqué, de lo contrario habrían aceptado la fe en vano. Ante todo, les he transmitido lo que yo mismo había recibido: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras, que se apareció a Cefas y después a los Doce, luego se apareció a más de quinientos a la vez..." (1 Co 15, 1-6).
Sí el hecho de la resurrección de Jesús es extraño, pero sin él no hay cristianismo, ni hay salvación. No podemos exagerar su importancia en nuestra vida concreta.
sábado, 18 de abril de 2015
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