sábado, 21 de marzo de 2015

Quinto Domingo de Cuaresma, Ciclo B: LA NUEVA ALIANZA

La Nueva Alianza prometida a través del Profeta Jeremías (31,31-34).

En este quinto domingo de Cuaresma nos toca escuchar uno de los pasajes más emblemáticos e importantes de todo el Antiguo Testamento e incluso de toda la Biblia. En primer lugar, veamos qué es una alianza en su sentido bíblico y su importancia a lo largo de toda la historia sagrada, luego pasaremos a comentar el hecho de que las alianzas se sellaban con sacrificios de sangre y la relación que todo este lenguaje de alianza es retomado por Jesús en la Última Cena al instituir la Eucaristía y nos es muy familiar debido a que forma parte de un momento central de cada misa que es la consagración.

1. ¿Qué es una alianza? 

San Ireneo, el gran Padre de la Iglesia del siglo II, afirmó que la alianza es el concepto clave de toda la Historia Sagrada. Una alianza, llamada en hebreo berit, es un pacto, pero no es exactamente igual que un contrato con el que se establece un acuerdo entre las partes para entregar bienes y servicios a cambio de un precio o algo semejante.  Se daban alianzas entre reinos en la antiguedad en las que se establecía unos acuerdos de cooperación, de amistad, de protección mutua en el caso de ataque de parte de otros etc. Estos pactos o alianzas podrían darse o entre iguales o entre un gran señor o rey y sus vasallos. En la Edad Media, se daba esto en el feudalismo. En el caso de Dios que hace unas alianzas con su pueblo hay una desigualdad infinita entre las partes. Se trata de una condescendencia, un rebajarse de parte de Dios para llegar a establecer tales alianzas. Existen varias alianzas en el Antiguo Testamento: la primera con Noé cuando al salir del Arca  Dios estableció una alianza con él prometiendo no volver a destruir la tierra con un diluvio y estableciendo el arco iris como señal o garantía de la alianza. Luego Noé hace un sacrificio de un animal para sellar la alianza. También Abrahán, al entrar en alianza con Dios, realiza un sacrificio y divide en dos las partes de los animales sacrificados y pasa una llamarada en medio de ellos. La alianza más grande e importante de Dios con su pueblo es la que se realizó en Sinaí con la mediación de Moisés. Se trata de una oferta generosa de Dios o Yahvé de ser su Dios y el pueblo se comprometía a cumplir la ley entregada por Dios en los diez mandamientos. En este caso también se sella la alianza con un sacrificio y Moisés rocía la sangre de los animales sacrificados alrededor del altar y sobre el pueblo. La última gran alianza se hizo con David y Dios prometió que su descendencia perduraría para siempre. Los sacrificios se celebraban en el templo a lo largo de casi 1000 años.

Todas las alianzas se sellaban con con la sangre de las víctimas, los animales que simbolizaban la entrega de la vida del pueblo a Dios y su deseo de cumplir las estipulaciones de la alianza. Se trataba de una comunión íntima de vida entre Dios y su pueblo, pues la sangre simboliza la vida en la mentalidad de la época. Sin embargo, debido a la constante infidelidad a la Alianza todos estos esfuerzos de Dios por lograr esta comunión y amistad entre su pueblo y él fracasaron. Este fracaso es un tema constantemente reiterado por todos los profetas. A Jeremías le tocó vivir en un  momento extremadamente delicado par el pueblo de Israel a unos 600 años antes de Cristo cuando el Rey de Babilonia, Nabocodonosor, amenazaba con la destrucción total del país, que de hecho se dio en el año 586 con la destrucción de Jerusalén y del Templo. Ni los reyes, ni los sacerdotes y otros líderes del pueblo le hicieron caso a las llamadas de Jeremías a la fidelidad a la alianza y a la Ley. En aquel momento se dio el exilio de muchos miles de los ciudadanos y una crisis tremenda para la fe de Israel. En tales circunstancias Jeremías pronuncia la profecía que hoy hemos escuchado.

Dios promete una nueva alianza que no será como la alianza hecha con sus padres al salir de Egipto, pues quebrantaron esa alianza. Dos promete colocar su ley dentro de sus corazones y "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo".Un poco más adelante, con el Profeta Ezequiel, Dios prometió arrancar de ellos el corazón de piedra y colocar en ellos un corazón de carne. Además, promete perdonar sus pecados y olvidarse de su malicia.

2) La Nueva Alianza y la Eucaristía

Pasemos ahora a la escena de Jesús reunido con sus discípulos para la celebración de la Última Cena en recuerdo de aquel paso del pueblo antiguo de la esclavitud de Egipto a la Tierra Prometida. Ya conocemos las palabras de Jesús en la consagración del vino: "Tomad y bebed todos de él. Este es la copa de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados". Los apóstoles allí presentes no podían no recordar la culminación de la antigua alianza de parte de Moisés al aspersar la sangre de los animales sacrificados sobre el altar y sobre el pueblo, y también la promesa de la nueva alianza de parte de Dios por medio de Jeremías.

Esta nueva alianza ya no podría fracasar como pasó con la antigua, precisamente porque, como señala la Carta a los Hebreos, no está hecha en base a la sangre de animales sino de la sangre preciosa de Jesucristo el mismo Hijo de Dios hecho hombre. Se trata de una comunión y amistad con Dios mucho más profunda que la que se podía lograr con la antigua alianza. Jesús vino al mundo y como Hijo de Dios y Mesías le correspondía establecer el verdadero culto, lo que llama San Pablo, el culto "razonable" o "según el Logos", el culto en espíritu y en verdad, tal y como Jesús le dijo a la Samaritana. Nosotros somos incapaces de rendir el verdadero culto que corresponde a Dios como tampoco somos capaces de cumplir su Ley por nuestras propias fuerzas, como San Pablo enseña con toda claridad en su Carta a los Romanos. Él es la Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia y en unión con Él que se ofreció totalmente una sola vez en la cruz,  podemos ofrecer el el sacrificio espiritual que corresponde a nuestra naturaleza y que es la Eucaristía. Por ello, Santo Tomás de Aquino afirma que la Eucaristía es el verdadero cumplimento de la Ley.

Conclusión

En el evangelio que hemos escuchado hoy Jesús afirma: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere no produce fruto, pero si muere produce mucho fruto" y El que ama su vida la perderá, el que odia su vida en este mundo la guardará para la vida eterna". También dice que "una vez que soy levantado de la tierra, atraerá a todos hacia mí". En el Antiguo Testamento, a través de la Alianza, Dios se ofreció totalmente a su pueblo, pero fueron incapaces de responder. En la Nueva Alianza, Jesús es el Siervo y Testigo Fiel que no puede fallar, por eso se trata de la la alianza eterna y definitiva. Su vida es esencialmente una vida entregada desde el primer momento, lo que San Pablo escribiendo a los filipenses denomina "kenosis" o vaciamiento de sí hasta llegar al extremo de la muerte en la cruz (Fil 2,6-11). Si nosotros no llegamos a comprender la necesidad de vivir nuestra vida según este mismo patrón de entrega, de darnos, de no estar pensando " qué hay en eso para mí", no podemos entrar en la dinámica de la Nueva Alianza que se renueva cada vez que celebramos la Misa y que consiste una vida entregada hasta el extremo de la cruz, no hemos comprendido lo que significa seguir a Jesús.

La cultura actual en la que estamos inmersos nos enseña a exigir derechos y tanto los políticos como los medios de comunicación hablan de "ampliación de derechos", hasta extremos como inventar un derecho al aborto, es decir un derecho a matar, o supuestos derechos de animales. Si asumimos esta ideología de exigir más y más derechos sin darnos cuenta de que a cada auténtico derecho les corresponden unos deberes, será cada vez más difícil entrar en la lógica de la cruz, en la lógica de la vida entregada que es la de Jesús, de María y de todos los santos.

 Estamos llegando al final de la Cuaresma de este año 2015. La liturgia nos propondrá el seguimiento de los diversos pasos de Jesús en su pasión, muerte y resurrección, por ello tenemos una ocasión para examinar nuestra vida para ver si en realidad hemos asumido esta mentalidad de darnos y entregarnos y salir de la lógica de exigir que los demás nos sirvan y atiendan. Cuando recibimos la Santa Comunión, el ministro nos dice "El cuerpo de Cristo" y respondemos "Amén". Es decir, le decimos sí a Jesús y todo lo que significa su vida, sobre todo una vida entregada a Dios su Padre para la salvación de todos los hombres. Nos comprometemos, pues, en ese momento a entrar en comunión y amistad con Él para tener los mismos sentimientos y actitudes que Él. Obviamente no lo podemos hacer con nuestras propias fuerzas, pero Él nos da la fuerza para hacerlo cada vez un poco más.


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