jueves, 14 de abril de 2016

LA EUCARISTÍA ES SACRAMENTO DE SANACIÓN O SÓLO EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA?



La afirmación hecha por el Papa Francisco en Amoris Laetitia, 351 y también en Evangelii Gaudium 47, que la Eucaristía es sanadora ha dejado perplejas a algunas personas, pues piensan que el sacramento del perdón y de la sanación es el de la Penitencia o la Reconciliación. ¿Esto quiere decir que el Papa Francisco está equivocado en lo que afirma? No, pero como en toda cuestión teológica, ha que distinguir. Me acuerdo de un profesor que tuve en el Angelicum que nos decía: "Mai dare torto, mai dare ragione, sempre distinguere" (Nunca decir que algo está equivocado, o que es correcto, sino siempre distinguir). Seguramente el buen profesor exageraba, porque hay veces que hay que decir que alguna afirmación o negación está equivocada. A mi parecer, una de las muchas razones por las que Santo Tomás de Aquino es tan grande como teólogo, además de ser santo, es precisamente porque continuamente hace las
distinciones correctas al explicar cuestiones complicadas.

Sí la Eucaristía es sanadora, y cómo no, por lo cual obviamente el Papa Francisco tiene razón. Pero luego viene a distinción, pues hay diversas enfermedades, como por ejemplo resfrío que raramente es mortal, o el cáncer que con bastante frecuencia puede llevarnos a la tumba. Hoy en día hay un grandísimo interés en la salud, pues no hay periódico, programa de televisión o de radio que no tenga unos cuantos programas o artículos que versan sobre la salud. Insisten en los hábitos saludables, la buena alimentación y demás. Así también existe la salud espiritual y no es casualidad el hecho de que uno de los títulos de Jesús más queridos por los Padres de la Iglesia es precisamente el de "médico". Cualquiera que lee tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo se da cuenta de que a partir de Adán y Eva el hombre está marcado por el pecado y está lejos de vivir según el proyecto de Dios. En realidad la Biblia entera se puede resumir en dos palabras "promesa" y "cumplimiento". Los primeros capítulos del Libro del Génesis (posiblemente el libro o uno de los libros bíblicos favoritas de San Agustín como de San Juan Pablo II) manifiestan el amor infinito de Dios en la creación y su plan maravilloso de comunión del hombre con Él con la ayuda de la imagen del Jardín de Edén, y, por otro lado, el desastre del pecado que se fue multiplicando hasta que en el c. 6 se presenta a Dios "arrepintiéndose" de haber creado al hombre y a decretar el diluvio (Gen 6,1ss). Sin embargo, ni siquiera en tal circunstancia todo queda perdido, porque Dios realiza su primer "plan de rescate" con Noé y el Arca. A partir del c. 12 con la vocación de Abraham tenemos la promesa que a pesar de la constante infidelidad del pueblo, Dios siempre cumple su promesa. La cumple en Jesús. Así, el resto del Antiguo Testamento es anticipación de esta gran obra de sanación o salvataje del hombre hundido por el pecado. San Pablo expresa esta realidad magistralmente en varios textos de su Carta a los Romanos. Ve el pecado (hamartía) no como una mera transgresión, sino como una losa pesada, un poder esclavizador, que pesa sobe todo hombre a partir de Adán (Rom 5). En en el c. 7 de la misma carta afirma: "Realmente, mi proceder, no lo comprendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y., si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley que es buena; ya no soy yo quien obra sino el pecado que habita en mí. Pues bien, sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero sino e mal que no quiero...Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?" (7, 14ss).
A esta pregunta retórica tan dramática que se hace a sí mismo San Pablo, sabemos que la respuesta en Jesucristo, y que la principal medicina que nos ofrece se encuentra en la Eucaristía. Por lo tanto, lo que afirma el Papa Francisco está en perfecta armonía con la Sagrada Escritura como la Tradición de la Iglesia. En realidad lo que Jesucristo demanda a sus seguidores, expresado tanto en el Sermón de la Montaña (Mat 5-7) como en otros pasajes del Evangelio no es algo que el hombre que vive con el peso de la "hamartía" sobre sus hombres puede cargar. Invitaciones y mandatos de perdonar a los enemigos, amarlos, caminar una milla más cuando nos piden caminar una, dar la otra mejilla etc. están más allá de las posibilidades del hombre si no es con la fuerza de la gracia que viene de Jesucristo y que está más a su disposición en la Eucaristía.

Sin embargo, afirmar una verdad no es negar otra, a no ser que haya una contradicción. Que le Eucaristía sea un sacramento sanador, no contradice que lo sea también el de la Penitencia. Los Padres de la Iglesia, al hablar del Sacramento de la Penitencia, tenían en mente la imagen de un naufragio. En la antigüedad, los barcos eran de madera y en una fuerte tormenta en el mar, como la que describen los últimos capítulos del Libro de los Hechos, el barco quedaba hecho pedazos. Se imaginaban que Dios le pasaba a la persona en peligro de hundirse en el mar una tabla a la que podía agarrarse para salvarse. En los primeros siglos, como sabemos, se veía la Penitencia Canónica en paralelismo con el bautismo, y por ello se podía dar dar una vez en la vida, y exigía una verdadera excomunión que duraría años, pero se aplicaba sólo a los pecados más graves como la apostasía, el homicidio y el adulterio. En el caso de ministros ordenados (diáconos, presbítero y obispos, prácticamente no había modo de ser reintegrado en el ministerio en el caso de haber comido uno de los pecados así llamados "capitales", como la apostasía, el homicidio o el adultero. Ya en a partir del siglo IV, este sistema de penitencia canónica entró en crisis, porque muchos no se atrevían a bautizarse sino hasta en el lecho de muerte, como es el caso del mismo Constantino, por miedo a tener que someterse a esta dura penitencia. Es decir, había una conciencia muy grande en la Iglesia de la gravedad del pecado, cosa que en buena medida se ha perdido hoy en día. Aunque la analogía, como toda analogía, de la salud y enfermedad aplicada a la vida espiritual no se adecua del todo. En el caso de los pecados graves, se trataría de la muerte del alma, pero mientras vivimos en este mundo, no es la muerte eterna, o la segunda muerte, según el Libro del Apocalipsis: ""La Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego -este lago de fuego es la muerte segunda- y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego" (Rev 20, 12-15). Hoy en día no se predica mucho sobre esta realidad, pues normalmente la gente dice de los que han fallecido que "están en el cielo". Por lo tanto, el Sacramento de la Eucaristía es sanador y en palabras de San Ignacio de Antioquía, es "fármaco de inmortalidad"; es pan de los fuertes, o alimenta y sana. También el Sacramento de la Penitencia es sanación in extremis sobre todo cuando uno ha pecado mortalmente y ya no posee la Vida, cuando se trata de un "naufragio espiritual". . El que ama al Señor, se da cuenta de que lo ha ofendido, no ha dado la medida del amor que su gracia le pedía. No anda escrupulosamente distinguiendo si ha cometido un pecado más o menos grave. Leyendo la Escritura los Padres, no se nota que se hagan tantas disquisiciones acerca de la gravedad o no de tal o cual pecado.
Podríamos preguntarnos qué pasa si una persona no encuentra el modo de confesarse ante un eminente peligro de muerte o simplemente no quiere estar más tiempo en un estado de pecado y de "lejanía" del Señor, Como sabemos, la doctrina tradicional de la Iglesia afirma que en tales casos puede hacer una acto perfecto de contrición, es decir, arrepentirse no meramente por miedo al infierno, que sería contrición imperfecta, sino por haber ofendido al Señor que tanto lo ama, con la intención de ir a confesarse en la primera oportunidad. Este acto no está separado del sacramento,sino más bien sería un deseo del sacramento, cuya eficacia se adelanta por decirlo así. Así como existe el bautismo de deseo, existe también el deseo del Sacramento de la Penitencia como de la Eucaristía, que se llama "comunión espiritual". Se discute luego si la comunión espiritual es eficaz en el caso de que la persona se encuentra con un obstáculo como sería un pecado grave. Me parece que sí sería eficaz, pero luego de haberse arrepentido del pecado y haberse confesado.

Que la Eucaristía sea sacramento también de sanación no significa que cualquiera lo puede recibir sin tomar en cuenta la advertencia de San Pablo, de igual manera las medicinas pueden matar si no se toman según las indicaciones adecuadas: "Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual,y coma entonces del pan y beba el cáliz. Pues, quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come su propio castigo" (!Co 11, 26-30). En su última Encíclica, Ecclesia de Eucharistia, San Juan Pablo II, ciita a San Juan Crisóstomo, tradicionalmente considerada Doctor de la Eucaristía, acerca de este tema:
"« También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo ." (Homiliae in Isaiam, 6, 3: PG 56, 139; cfr. . Ecclesia de Eucharistia 36).

No es que la doctrina eucarística de San Juan Crisóstomo difiera en algo de la del resto de los Padres, sino más bien debido a su extraordinaria elocuencia, llama la atención, En realidad no hay ninguno del los Padres que ponga en duda la doctrina eucarística sobre la transformación ("metamorphosis", decían ellos) del pan y del vino en el cuerpo y la sangre del Señor ni la de la Eucaristía como sacrificio, ambas doctrinas rechazadas por los reformadores protestantes. Todos ellos tenían una clara conciencia de la grandeza del misterio que se celebra en la liturgia.

He descubierto un dato que desconocía y es que entre todas las lecturas propuestas en el Leccionario compuesto como cumplimiento del mandato del Concilio Vaticano II acerca de la necesidad de proporcionar a los fieles una más abundante selección de textos de la Sagrada Escritura de ambos Testamentos, no se encuentra este pasaje de San Pablo que he citado arriba. Tal vez este hecho pudiera explicar en parte el concepto que muchos fieles tienen de la recepción de la Sagrada Comunión como un "derecho", algo automático sin tomar en cuenta estos requisitos. Ahora bien, la gente se queja de las homilías largas. Cada domingo hay tres lecturas y uno normalmente tiene que limitarse a explicar una de ellas en la homilía. Dada la ignorancia prácticamente supina de un gran porcentaje de los Católicos de la Sagrada Escritura y el poco interés en estudiarla, al menos en países tradicionalmente católicos, como España e Irlanda, ¿cómo se va a dar a conocer y aplicar a la vida de los fieles los textos propuestos en la Liturgia de la Palabra, cuando desconocen el contexto, en una homilía de unos 5 o 7 minutos? Dado que sin tener en cuenta el contexto de la lectura y el sentido literal bíblico, no veo cómo se puede aplicar a la vida de los oyentes hoy en día sin dar un tiempo para explicar este contexto y ayudarles a captar el mensaje que el autor bíblico ha querido comunicar a sus lectores. Es más, la única vez que la mayoría de los participantes en la Eucaristía van a tener una oportunidad de conocer la Palabra de Dios es la homilía.
El entonces Cardenal Ratzinger señala en una obra suya llamada "Fiesta de la Fe" que uno de los frutos de la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II. Observa, por una parte, que ha ha habido un incremento notable en la recepción de al Sagrada Comunión entre los fieles que participan en la Celebración Eucarística. Antes de los años 50 del siglo XX, debido a la exigencia de ayuno desde medianoche, era común participar en la misa sin comulgar. Incluso se celebraban misas en las que no se distribuía la comunión, sino que querían comulgar, tenían que quedarse hasta después de terminada la misa para poderlo hacer. Se pregunta, pues, si los comulgantes tienen en cuenta la exigencia urgente de San Pablo, arriba comentada. Afirma el que luego llegó a ser el Papa Benedicto XVI: que a veces se tiene la impresión que comulgar se toma como parte del rito, que se lleva a cabo como parte de la identidad de la comunidad."Necesitamos volver a alcanzar una conciencia que la Eucaristía no pierde todo su sentido en el caso de que la gente no comulgue. Yendo a comulgar sin "discernimiento" no logramos alcanzar las alturas de lo que está sucediendo en la Eucaristía. Reducimos el don del Señor al nivel de lo ordinario y a la manipulación". La Eucaristía no es una comida ritual; es la oración de la Iglesia en la que todos participan, en la que el Señor ora juntamente con nosotros y se nos da. Por lo tanto sigue siendo algo precioso, todavía es un verdadero don, aun cuando no podemos comulgar. Si comprendiésemos esto mejor y por ello tuviésemos una visión más correcta de la misma Eucaristía, muchos problemas pastorales -por ejemplo la posición en la Iglesia de los divorciados y vueltos a casar civilmente- dejarían de ser una carga tan pesada". (The Feast of Faith, Ignatius Press, San Francisco 1986).

San Juan María Vianney, que no era teólogo, pero sí santo y por ello pudo penetrar profundamente en la grandeza del misterio de la Eucaristía, recordaba que un emperador pagano colocó sus ídolos sobre el Calvario y en el Santo Sepulcro. Dice que no aquel emperador no pudo llevar más lejos su furia en contra de Jesucristo. Sin embargo, el Santo Cura de Ars afirma que el que comulga indignamente "une el Santo de los Santos a su alma prostituida y lo vende a la iniquidad". Tal es la reverencia de los santos por el más grande de los sacramentos y el don más grande que el Señor pudo habernos dejado.

Por lo tanto, podemos concluir que la Eucaristía es ciertamente un sacramento de sanación, pero hay que tener en cuenta las advertencias tan contundentes de San Pablo sobre la necesidad de "discernir" el Cuerpo y la Sangre del Señor, y también la doctrina de la Iglesia que se remonta a los primerísimos tiempos que manifiesta la gran reverencia que la Iglesia ha tenido por la Eucaristía. Hoy en día cuando se está dando tanta importancia en llevar una vida sana, en comer alimentos sanos, en prevenir contra las enfermedades, debiera ser más fácil para los católicos comprender este aspecto sanante de la Eucaristía, pero si caer en la confusión de reducir el pecado grave a lago normal y no la mayor desgracia que puede darse en nuestra vida. El Papa Francisco tiene razón en resaltar este aspecto de la Eucaristía, pero no podemos suponer que no tiene en cuenta los otros aspectos de la doctrina de la Iglesia sobre el particular. La Amoris Laetitia ya es un documento muy largo y no se puede esperar que toque a fondo todos los puntos de la doctrina, cuando ya existen otros muchos documentos muy recomendables sobre el tema, como es en nuestro caso la Encíclica Ecclesia de Eucharistía, la última encíclica de San Juan Pablo II. En cuanto al debido respeto a la Eucaristía y el modo correcto de celebrarla al mismo tiempo que se publicó esta enclíclica, la Sagrada Congregación de los Ritos y la Disciplina de los Sacramentos publico la Instrucción en el año 2004, en uno de muchos intentos a lo largo del Pontificado de Juan Pablo II de corregir las muchas barbaridades litúrgicas que se habían introducido en la Iglesia en la época postconciliar, muchos de tales abusos manifiestan también una falta de reverencia y sentido de lo que es la Sagrada Eucaristía y la Sagrada Liturgia en general.



sábado, 9 de abril de 2016

HOMILÍA, TERCER DOMINGO DE PASCUA, CICLO C. LA APARICIÓN EN EL LAGO DE TIBERIADES.



Las aparIciones de Jesús resucitado son de gran importancia en relación con la verdad histórica de la resurrección del Señor y, juntamente con el hallazgo de la tumba vacía, nos proporcionan un sólido fundamento para nuestra fe en la resurrección de Jesús, que es el fundamento de la fe de la Iglesia, como bien explica San Pablo a los Corintios: Si Jesucristo no ha resucitado, nuestra fe es vana y somos las criaturas más miserables. Por el contrario, nuestra fe, y la fe de la Iglesia en la que participamos desde nuestro bautismo es la base sólida de la esperanza cristiana y de la alegría a la que nos invita la Santa Iglesia en este tiempo de Pascua, y en realidad, en toda la vida. Sin la venida del Señor al mundo para participar plenamente en toda nuestra condición humana menos el pecado, a partir de su niñez, luego su ministerio público, el tremendo misterio de la Pasión y la Cruz y sobre todo su victoria en la Resurrección juntamente Ascensión, la venida del Espíritu Santo y la fundación de la Iglesia, nuestro mundo sería insoportable, una verdadera tragedia. Como se trata de la creación de un Dios lleno de misericordia, ya desde el inicio del Antiguo Testamento, sabemos que Dios no pudo abandonar su creación y sobre todo al hombre, creado a su imagen y semejanza a la merced del pecado, de la muerte y del poder del demonio.

Los cuatro evangelistas nos señalan claramente que los apóstoles y demás discípulos estaban muy lejos de esperar que Jesús resucitara de entre los muertos. No creyeron en lo que les contaban las mujeres cuando encontraron la tumba vacía, pero una vez que se encontraron con Jesús vivo y transformado, pero Él mismo, reconocieron la verdad del testimonio de las mujeres en la mañana del Domingo de Pascua. Los relatos de los evangelistas tienen claras señales de ser auténticos, y no invenciones. Cada evangelista aporta detalles diversos, pero en lo sustancial coinciden. Hoy nos toca reflexionar sobre la tercera aparición que relata San Juan en su Evangelio. En realidad, se trata de un apéndice a su Evangelio, pero recoge datos de la misma tradición de la que forma parte este evangelio. Al final del c. 20, el evangelista afirma: “Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” como final de su evangelio.

La costumbre de Jesús de compartir la mesa con sus discípulos y otras personas, incluso fariseos, como es el caso de Simón el Fariseo, San Mateo y Zaqueo, es un aspecto muy importante de su vida y su ministerio. En aquella época se apreciaba mucho este gesto y Jesús manifiesta varias veces la importancia que le da. Enseña a los apóstoles y a los fariseos a no invitar solamente a los que luego los van a invitar y en general no andar buscando los puestos de honor (Lc 14,7ss). Está claro que Jesús compartía la mesa con la gente menos apreciada de la época. Es más, dado que la mejor imagen que la Biblia nos presenta del cielo es precisamente la de un banquete y el hecho de que Jesús escogió una cena, como el modo de quedarse con nosotros hasta su segunda venida al final de los tiempos, nosotros también hemos de aprender la importancia de este gesto y apreciar lo que significa la Eucaristía como un ejercicio de comunión fraterna. Recordemos la parábola de los convidados a la boda: “Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: "Venid, que ya está todo preparado." Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: "He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses." Y otro dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses." Otro dijo: "Me he casado, y por eso no puedo ir...” Es difícil para nosotros imaginarnos lo tremendo de este desaire en la cultura de la época de Jesús. El mayor don que nos ha dejado Jesús en todo el período que media entre su muerte y resurrección es precismaente la Eucaristía. ¿Qué porcentaje de católicos o de los que se dicen católicos por ser bautizados pero también se dicen “no practicantes” desaira al Señor como aquellos de la parábola? En muchas partes la inmensa mayoría.



Vayamos a comentar el pasaje que nos ha tocado hoy. Los discípulos están en Galileo. Ya cuando Jesús se encontró con las mujeres ante la tumba, según el Evangelio de San Mateo, les dice que vayan a Galileo,que allí los va a encontrar. Por iniciativa de San Pedro, se pusieron a pescar y habiendo pescado toda la noche, no encontraron nada. La pesca milagrosa es un episodio que presentan los cuatro evangelistas. Aquí San Juan lo recoge en la circunstancia del tiempo posterior a la Resurrección. San Lucas lo tiene casi al inicio de la vida pública de Jesús y podríamos recordar también el protagonismo de San Pedro que le dice a Jesús: “Apártate de mi que soy pecador” y Jesús responde: No temas. Desde ahora serás pescador de hombres (Lc 5, 10). Podemos deducir tanto del Evangelio de San Lucas como de San Juan que no se trata meramente del episodio en sí, sino que las redes y la pesca tienen un significado simbólico profundo. Se trata de la misión de los apóstoles y podemos señalar también que en cada una de las escenas de las apariciones de Jesús resucitado, les entega a los discípulos una misión. Recordemos, por ejemplo, la escena de la Ascensión como la relata San Lucas en el primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles. Ellos están viendo hacia el cielo y el ángel les dice: Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo. (Hechos 1,10). Es decir, tienen una misión que realizar hasta que Jesús vuelve y no basta estar viendo al cielo. También Jesús sabe que como los pescadores a veces pasan toda la noche bregando y no sacan ningún pez, también la misión evangelizadora con frecuencia parece un fracaso. San Pablo y sus compañeos en la misión experimentaron este sentido de fracaso en bastantes ocasiones. Incluso los apaleaban y los echaban de la ciudad, o en el caso de los filósofos de Atenas, simplemente manifestaron su total falta de interés en el mensaje de la resurrección de Jesús, por ser platónicos y parecer absurdo la idea de la resurrección del cuerpo por considerar el cuerpo malo y algo del que había que liberarse.
Hay algo muy extraño en este episodio que hemos escuchado. San Juan es el primero en reconocer que Jesús está en la orilla del lago. Es es el “discípulo que Jesús amaba” pues él había descansado sobre el pecho de Jesús en la Última Cena y por o tanto también el modelo del tipo de relación que tendría que tener todo discípulo con Jesús. Por ello, es el primero en reconocerlo. Sin embargo, el evangelista comenta: “Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.”. Esto parece muy raro y podriamos preguntarnos: ¿Cómo pudieron duda que fuera Jesús cuando ellos habían compartido la vida con él día y noche a lo largo de tres años? Los dos detalles, el reconocimiento de parte del “discípulo que Jesús amaba” y la dificultad en reconocerlo nos descubren algo importante acerca del Señor resucitado. Algo semejante ocurre en el caso de los dos discípulos que andaban camino a Emaús. En primer lugar, el reconocimiento de Jesús como realmente es, requiere de fe y de amor. En segundo lugar, obviamente pese a tener la plena seguridad de que “era el Señor” mismo, tiene unas características que no distinguen de su situación antes de la resurrección. Es decir, claramente se trata de la misma persona, que no es un fantasma, pero tiene nuevas y misteriosas cualidades, como la de poder pasar por las puertas sin que se tengan que abrir.

Jesús, dándose cuenta del cansancio que sentían los discípulos, amablemente los invita a compartir el desayuno. Esta cercanía y bondad de Jesús es algo muy característica de él. Vino a servir, no a ser servido y veía su vida y su misión como un servicio a favor de todos los hombres. De igual manera Jesús trata con extrema delicadeza a Pedro, considerando que él, que era el Jefe del Colegio Apostólico había fallado de manera tan desastrosa al haber negado que siquiera conociera a Jesús, no ante Pilato o ante el Sumo Sacerdote, sino ante una esclava. Pedro había sido el primero en expresar su fe en Jesús como Mesías, pero era una fe muy incipiente y no era capaz de enfrentarse con la prueba suprema de la cruz. Pedro estaba demasiado imbuido de la mentalidad judía de la época acerca del Mesías davídico que fuera a liberar al pueblo del dominio de los romanos. Ahora Jesús le pregunta si lo ama, y lo hace tres veces, hasta el punto que al pobre San Pedro, recordando su comportamiento, su negación le duele. Así como había negado conocer a Jesús tres veces, ahora le toca profesar su fe en él tres veces. La relación con Jesús de parte del apóstol y de cualquier cristiano es ante todo una de amor.

Invito a todos a partir de este relato evangélico de la aparición de Jesús en el Lago de Tiberiades, a reflexionar sobre la presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros, sobre todo en la Eucaristía, que valoremos la invitación de Jesús hecha a todos los católicos a participar cada domingo este este gran misterio, en el que se actualiza el misterio central de nuestra fe: La Pascua, o paso de Jesús por la Pasión y la muerte a la gloria de la resurrección y su invitación a realizar este mismo paso en nuestras vidas, pasar como San Pedro de una noción equivocada sobre quién es Jesús y cuál es su misión a descubrirlo a través de la fe y el amor.














































sábado, 2 de abril de 2016

LA DIVINA MISERICORDIA

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA O LA OCTAVA, FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA.

Este domingo tradicionalmente se llama “Domenica in albis”, o “domingo en blanco”. Los neófitos que recibieron los sacramentos de la iniciación, el Bautismo, Confirmación y la Eucaristía en la Vigilia Pascual recibían un vestido blanco como símbolo de su nueva vida y la pureza o su participación en la victoria pascual de Jesucristo. Lo llevaban a lo largo de la semana durante la cual también acudían a la Iglesia para las catequesis mistagógicas que versaba sobre la Eucaristía. También es la octava de Pascua, es decir, la Iglesia en ésta la fiesta más grande cristiana extiende la solemnidad a lo largo de los primeros ocho días, lo mismo hace en la Navidad. Es más, la Pascua se extiende a lo largo de los 50 días que separan el Domingo de Pascua de la gran fiesta de Pentecostés, pero los primeros ocho días son de mayor solemnidad. Además, gracias al hecho de que el Papa San Juan Pablo II haya acogido la revelación privada hecha a Santa Faustina que pedía el establecimiento de la Fiesta de la Divina Misericordia en este día, también celebramos esta fiesta, que está en perfecta sintonía con la celebración de hoy de la Divina Misericodia.

En el evangelio de San Juan hemos leí
do la primera aparición de Jesús resucitado a los apóstoles. Aunque María Magdalena había sido la primera en encontrarse con el Señor resucitado, no le creían debido a la mentalidad de la época, pues no se fiaban del testimonio de una mujer. Podemos imagina la situación en la que se encontraban los discípulos de Jesús con un gran temor de las autoridades judías. En general en la Biblia las apariciones de ángeles o las comunicaciones del mismo Dios provocan miedo, como era el caso de María y el Arcángel Gabriel en la Anunciación. En la circunstancias del momento Jesús repite una y otra vez “Paz a vosotros”, que sería el saludo “shalom”, pero en este caso tiene un significado más profundo que un mero saludo convencional. También les enseñó las manos y los pies, gesto que les ayudarían a calmarse y darse cuenta de que era él mismo, no un fantasma.

Enseguida Jesús les da poder de perdonar los pecados “a quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis quedarán retenidos”. El Concilio de Trento,que se celebró en el siglo XVI, en respuesta al desafío de la Reforma Protestante, afirma que este texto es el principal texto que avala la institución del Sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación de parte de Jesús. En la Iglesia Antigua, el Sacramento de la Penitencia se llamaba simplemente “la paz”. También el título de “Sacramento de la Reconciliación” es muy adecuada, dado que a través de este sacramento nos reconciliamos con Dios y con los hermanos. En estos tiempos de tanto odio y violencia tanto intrafamiliar como en la sociedad, Jesús resucitado proclama la paz por el perdón de los pecados y reitera lo que había dicho en la Última Cena cuando dijo “la paz os dejo, la paz os doy”. En realidad, el don de la paz está íntimamente relacionado con la misma salvación que Jesús trajo al mundo, y como repite San Pablo con frecuencia, nos reconcilió consigo y entre nosotros por su sangre derramada en la cruz.

A continuación deseo resumir brevemente la historia de la devoción a la Divina Misericordia que ha sido uno de los grandes movimientos espirituales de nuestro tiempo, como resultado de revelaciones privadas hechas a una monja polaca, Sta. Faustina Kowalska, pasando por el Papa San Juan Pablo II y llegando al Papa Francisco, quien como sabemos, ha declarado este año el Jubileo de la Misericordia.

Santa Faustina nació en Polonia el 25 de agosto de 1905, y dos días después fue bautizada en su parroquia con el nombre de Elena. . De la edad de 5-7 años tuvo sus primeras experiencias sobrenaturales. Su madre la encontraba durante la noche levantada y rezando, pues decía que su Ángel de la Guarda le había ordenado rezar. A los 9 años recibió la primera comunión y se confesó por primera vez. Formó luego el hábito de confesarse cadas semana. Ella ayudaba a su madre en las tareas de la casa y solo a loso 12 años, debido a las restricciones impuestas por Rusia que dominaba la parte de Polonia donde vivía. Al poco tiempo tuvo que dejar de estudiar porque a las mayores no les permitían ya en a la escuela. A los 15 años se fue trabajar en una casa con una señora. A los 18, estando en Varsovia, con la seguridad de que el Señor la llamaba a la vida consagrada, se acercó a una congregación dedicada a la Divina Misericordia. La Madre Superiora la obligó a trabajar un año más para juntar el dinero necesario para comprar lo necesario para ingresar en el convento. Como novicia tuvo grandes experiencias místicas, como conocer el purgatorio, el infierno y el cielo. Le tocaba trabajar en la cocina y su salud era precaria de manera que tuvo que ser internada en un hospital debido a la tubercolosis. Le costaba mucho levantar las ollas de patatas debido a su debilidad. Tuvo que enfrentarse con grandes pruebas y la misma Santa Sede intervino para prohibir promoción de de la devoción de la Divina Misericordia. Algo similar le tocó también al P. Pío. Este problema se resolvió favorablemente gracias a la intervención del entonces Cardenal de Cracovia, Karon Woyjtila.

Si Santa Faustina fue el instrumento de Dios para dar a conocer esta devoción a la Divina Misericordia, San Juan Pablo II fue el gran promotor de la misma. Le misericordia de Dios es una realidad muy presente y esencial tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En su segunda enccíclica Dives in misericordia, el Papa desarrolló profundamente el fundamento bíblico y teológico de la misericordia de Dios. Además, le tocó beatificar y canonizar a Sant Faustina. El Papa Benedicto XVI prosiguió por el mismo camino que su gran predecesor. Con el paso del tiempo se ha ido formando grupos de fieles que se dedican a rezar la coronilla de la Divina Misericordia. Se puede ver en muchísimas iglesias en todo el mundo la imagen de Jesús pintada por indicaciones del mismo Señor a Santa Faustina. Una de las grandes revelaciones que experimentó Santa Faustina fue precisamente en la capilla de su convento en una Hora Santa ante el Santísimo Sacramento. El Papa Benedicto XVI contribuyó notablemente a que en un gran número de parroquias se celebre cada jueves la Hora Santa ante Jesús sacramentado. Después del Vaticano II, algunos consideraban superada esta devoción. Ya de Cardenal, el Papa Benedicto escribió un libro llamado Introducción al Espíritu de la Liturgia, el que explica el fundamento teológico de la devoción eucarística.

Llegamos al Papa Francisco, que sin duda ha establecido la Misericordia de Dios como el gran tema de su Pontificado. Siguiendo la línea trazada por sus antecesores y la misma esencia del Evangelio, ha declarado un Jubileo Especial de la Misericordia a lo largo del presente año. La práctica totalidad de sus intervenciones a lo largo de este año han estado centradas en la Misericordia de Dios. Ha promovido e intentado facilitar que los católicos acudan al Sacramento de la Penitencia que es donde más íntimamente se puede experimentar la misericordia divina.

Que esta Fiesta de la Divina Misericordia y todo este año que tanta importancia tienen debido a la situación de odio, de violencia de todo tipo que se encuentra en nuestro mundo. Dios en su infinita misericordia no dejará de su mano a la humanidad, de la que un porcentaje notable se encuentra desviada y sin rumbo, olvidadizo de Dios y del verdadero sentido de la vida. Pidamos al Señor en este Fiesta y en este tiempo de Pascua que derrame su misericordia sobre el mundo entero. Pidamos también a María Santísima, Madre de Misericordia, que en tantas apariciones ha manifestado su solicitud por la situación de los hombre de estos tiempo, que interceda por todos nosotros.




sábado, 26 de marzo de 2016

HOMILÍA DOMINGO DE PASCUA, 27 DE MARZO DE 2016

VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO

Si pudiÉsemos preguntarles a los primeros cristianos acerca de lo que era esencial en su fe, ¿qué nos contestarían? ¿Nos hablarían de la moral, de los mandamientos, de la solidariedad que experimentaban de manera que si uno sentía necesidad, la comunidad acudiría en su ayuda? ¿Nos hablarían de la libertad, valor tan preciado en nuestros días, que experimentaban? Si bien es cierto el cristianismo influyó en la moral, exigía de sus adeptos un nivel superior incluso que lo que se prescribía en el Antiguo Testamento, en el Decálogo, pues amar a los enemigos, perdonarles, dar la otra mejilla, caminar otra milla con uno que nos pide caminar una y demás exigencias de Jesús manifestadas en el Evangelio son ciertamente novedosas y caracterizaban a los cristianos en medio del mundo pagano, pero ¿constituían la esencia del mensaje cristiano, del testimonio que los cristianos se sentían obligados a dar? Pues no. Seguramente, lo primero que nos dirían sería: JESUCRISTO HA RESUCITADO, JESÚS ES EL SEÑOR. Nos dirían también VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO!

Los cristianos de las primeras generaciones se daban perfecta cuenta del hecho de que el César, el Emperador Romano se proclamaba y era reconocido como EL SEÑOR, KYRIOS. Él gobernaba un inmenso imperio que se extendía desde lo que es ahora Iraq en oriente hasta España y el norte de África en occidente, y desde Sicilia en el sur hasta Alemania en el norte, llegando hasta el mar negro en Europa oriental. ¿Entonces cómo podían proclamar el mensaje de que Jesuciristo era el verdadero Señor y por implicación que el Emperador no lo era?

El himno o secuencia expresa la misma verdad con estas palabras: surrexit Dominus spes mea (ha resucitado el Señor mi esperanza). San Pedro proclama en su primera carta, dirigida a unos cristianos que viven “como extranjeros en la Dispersión “, es decir se encontraban dispersos en medio de un mundo pagano hostil: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la Resurección de Jesucisto de entre los mujertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herenca incoruptible, inmaculada e inmarescible, reservada en los cielos para vosotros, a quienes el poder de Dios, por medio de la fe, protege ...” (1 Pe 1.3-5). San Pablo habla a los cristianos de Roma de una nueva creación, una nueva vida (6.1-11).

La proclamación de la fe cristiana consiste esencialmente en la proclamación del hecho de que Jesucristo ha resucitado de la muerte, que sí ciertamente murió, pero que la cosa no terminó allí: “Os recuerdo,hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido en el el cual permenecéis firmes, por el cual seréis también salvos, si lo guardaís tal como os lo prediqué...Si no, habríais créido en vano… Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó, Y si no resucitó Cristo vana es nuestra predicación… si solamente para esta vida teneemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más desgrciados de todoslos hombres” (cfr. 1 Cor 15,1-34). Si Jesucristo fue tan solo un hombre extraordinario, que curó a enfermos, predicó un mensaje de paz, de reconciliación, fue rechazado por las autoridades religiosas de Israel y ajusticiado injustamente por los romanos y murió de la muerte hororosa que era la crucifixión, entonces el cristianismo es inútil, no sirve para nada, es una estafa, un engaño total y completo. No servirían pues ni todas las iglesias, grandes catedrales, Papa, obispos, sacerdotes, monjes, monjas etc. pues todo sería puro engaño.

A lo largo de los siglos, de manera particular en el siglo XX, se ha intentado dar explicaciones a este hecho fundamental del cristianismo, sobre el cual cae o se levanta, que no son el hecho de que Jesús verdaderamente resucitó de entre los muertos. En primer lugar, conviene que nos preguntemos qué significa resucitar en este contexto. De entrada, tenemos que descartar la hipótesis de la rescitucación de un cuerpo muerto, su vuelta a esta misma vida, como el caso de Lázaro en el Evangelio de San Juan. Los judíos, al menos algunos judíos como era el caso de los fariseso, pero no los saduceos, creían en una futura resurrección al final de los tiempos. Este fe surgió en los últimos siglos del Antiguo Testamento, como podemos constatar en el libro de Daniel y el Segundo Libro de los Macabeos. Según esta doctrina, el hombre moría e iba o al paraíso o al infierno, según que haya vivido bien o mal. Allí esperaba para el final de que Dios fuera a rectificar todo y le devolviera su cuerpo, pero un cuerpo más perfecta y restaurara todas las cosas. Pero a ningún judío de la época se le ocurría que en algún caso podría adelantarse este proceso en el caso de una persona, es decir, de Jesús, bien muerto en la cruz y sepultado en la tarde del Viernes Santo. Antes de Jesús y también después ha habido un buen número de personajes que se proclamaron Mesías en Israel y acabaron muertos por la mano de los romanos. A ninguno de sus discípulos que les sobrevivieron se les ocurrió decir que había resucitado.

Algunos historiadores y exegetas han propuesta la hipótesis según la cual se habría dado una muerte y resurrección mítica de Jesús semejante a lo que proponen religiones y mitos paganos de oriente. Por un lado, los discípulos vivían en un ambiente judío y es totalmente improbable que fueran a inventar un mito de este tipo; por otro lado los mitos están lejos de precisar momentos históricos en los que se habrían dado los supuestos hechos míticos. Jesús murió en un día concreto y al tercer día de su muerte resucitó, y nadie en su sano juicio da su vida por un mito. Platón creía en la inmortalidad del alma, pero no tenía ningún interés en la resurrección del cuerpo que consideraba una mera cárcel del alma. En definitiva, para los paganos greco-romanos no había ninguna resurrección. El muerto bajaba a Hades y allí quedaba sin poder salir de ninguna manera.

La única explicación convincente de los hechos reales históricos innegables como son la fundación de la Iglesia, las convicciones de los primeros cristianos acerca de la resurrección de Jesús que diferían en buena medida de lo que podía aceptar un judío. Los relatos de los cuatro evangelios contienen muchos detalles que no coinciden. Por ejemplo hay coinicdencia acerca de los ángeles o hombres que las mujeres encontraron en el sepulcro. Si se hubiera inventado un relato, no habría incluido estas divergencias. Los dos elementos, la tumba vacía y las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos son necesarios para la proclamación de la fe en la resurrección y la falta de uno de ellos haría imposible tal proclamación. Se trata de un cuerpo real, es decir, de alguna manera desapareció el cuerpo muerto de Jesús de la tumba y se reconstituyó, pero con nuevas cualidades como la capacidad de aparecer y desaparecer sin pasar por las puertas. También hay algo raro y curioso en el hecho de que en ocasiones los discipulos no pueden reconocerlo, como es el caso de los dos del camino a Emaús. También en la escena del desayuno al lado del Lago de Tiberiades, se dice: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Quién eres tú? Ya sabían que era el Señor” (Jn 21, 12). Ésta es una observación exatraordinaria considerando que se trata de una persona con quien habían convivido tres años. Si hubieran inventado la resurrección de Jesús, ciertmente habrian eliminado la intervención de las mujeres como los primeros testigos del hecho de la tumba vacía, y la primera aparición a María Magdalena, considerando que en la época la mujer no era considerada testigo fidedigno delante de un tribunal. Podemos constatar, por otra parte, que un poco más que veinte años más tarde, en la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, c. 15, ya no hay ninguna mención de las mujeres, por lo cual podemos deducir que los relatos evangélicos reproducen unas tradiciones muy tempranas y cercanas a los hechos, pues San Pablo escribía a unos 25 años de los hechos.

Sobre ese hecho de la resurrección real e histórico de Jesucristo que murió en la cruz bajo la sentencia de Poncio Pilato cae o se levanta el cristianismo y no hay otra explicación que de lejos pueda dar razón de los hechos que suciederon posteriormente, es decir, que los discípulos. El Papa Benedicto XVI, en su libro Jesús de Nazaret comenta:

Si se prescinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas
interesantes sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre y su deber ser —una especie de
concepción religiosa del mundo—, pero la fe cristiana queda muerta. En este caso, Jesús es
una personalidad religiosa fallida; una personalidad que, a pesar de su fracaso, sigue siendo
grande y puede dar lugar a nuestra reflexión, pero permanece en una dimensión puramente
humana, y su autoridad sólo es válida en la medida en que su mensaje nos convence. Ya no es
el criterio de medida; el criterio es entonces únicamente nuestra valoración personal que elige
de su patrimonio particular aquello que le parece útil. Y eso significa que estamos
abandonados a nosotros mismos. La última instancia es nuestra valoración personal. Antes de Jesús y también después ha habido un buen número de personajes que se proclamaron Mesías en Israel y acabaron muertos por la mano de los romanos. A ninguno de sus discípulos que les sobrevivieron se les ocurrió decir que había resucitado. Vol !!, p. 92-93).

Hoy podemos repetir con plena seguridad de la verdad que profesamos que Verdaderamente, Cristo ha resucitado, o como dice la Secuencia de la Misa de hoy: Scimus Christum surrexisse a mortuis vere (sabemos que verdaderamente Cristo ha resucitado de entre los muertos). Por lo tanto la promesa de renovar todas las cosas, de crear un cielo nuevo y una tierra nueva donde habite la justicia es real y ha comenzado a darse. El hecho de que Jesucristo ha resucitado significa que Él en su humanidad está en la presencia de Dios Padre y quiere llevarnos a nosotros con él. Sabemos que la esperanza viva de la que hablaba San Pedro, en el texto que hemos citado arriba, es real. Si estamos “gemiendo y llorando en este valle de lágrimas”, que esta situación no es la definitiva, que hay una gran esperanza.

Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva –porque el primer cielo y la primera tierra desapaecieroon y el ma no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios,engalanada como una novia ataviada para su esposo” (Ap 21,1-3). Si bien es cierto que hay mucho mal en el mundo y ninguno de nosotros puede decir que está libre del contagio de este mal, pero podemos tener la seguridad de que Dios cumple sus promesas como resucitó verdadermente a Jesús de entre los muertos, el Primogénito de los muertos. Ésta es nuestra fe! Alegrémonos en este Domingo de Pascua, el octavo día, el primer día de la nueva creación en la que hemos entrado con nuestro bautismo y esperamos que luego se complete según la promesa de Dios que no falla.



viernes, 25 de marzo de 2016

EL ORIGEN Y SENTIDO DE LA PASCUA



La Pascua (pesaq) era la primera de las grandes fiestas que celebraban los judíos a lo largo del año, y la siguen celebrando. Sería su principal fiesta, dado que lo que celebra es el evento fundante del Pueblo de Israel, el Éxodo o la liberación del pueblo de la opresión del Faraón en Egipto y el primer paso de su historia como Pueblo de Dios que llega a ocupar la tierra prometida, no antes de haber realizado la Alianza de Sinaí y de haber recibido el Decálogo por la mediación de Moisés. De igual manera la Pascua llegó a ser desde los primerísimos tiempos de la Iglesia la principal fiesta de los cristianos, y como veremos más adelante, durante bastante tiempo la única fiesta en el calendario anual. El hecho de que Jesús haya celebrado la Última Cena, haya sido apresado, condenado y haya muerto en la cruz en la ocasión de una Fiesta de Pascua no es fortuito. Todas las grandes intervenciones de Dios en la historia a favor de su pueblo Israel tienen su cumplimiento y su razón de ser en la persona de Jesús y en su misión, que culmina en el Misterio Pascual de su Pasión, Muerte y Resurrección. Por lo cual conviene examinar brevemente el origen y la naturaleza de la Pascua tanto en el caso del Pueblo de Dios de la Antigua Alianza, como entre nosotros los cristianos.

Orígenes remotos de la Pascua

Según la opinión común de los estudiosos, la Pascua del Pueblo de Israel tuvo su origen en una fiesta de primavera de los pastores tal vez por el nacimiento de los nuevos corderos y la transhumación de aquellos pueblos nómadas y semi-nómadas. Sabemos por el Libro del Génesis que Abrahán y su sobrino Lot era unos semi-nómadas que procedían originalmente de la Mesopotamia. Este hecho queda recogido en el Libro del Deuteronomio en lo que se llama el credo histórico del pueblo: “Mi padre ea un arameo errante qae bajó a Egipto y fue a refugiarse allí siendo pocos aún, pero se hizo una nación grande, poderosa y numerosa” (26, 5-6). Habría sido una fiesta de la familia o del clan de arte de aquellos pastores paganos con el fin de encomendarse a su dios pidiendo buena suerte y alejar a los malos espíritus. Se habría matado un cordero y celebrado un banquete, luego de haber untado los postes de las tiendas con la sangre del cordero.

En los capítulos 12 y 13 del Libro del Éxodo encontramos las prescripciones para la celebración de la Pascua. De hecho, Moisés y Aarón le habían pedido al Faraón permiso de salir de Egipto para celebrar una fiesta por orden de Yahvé: “Deja salir a mi pueblo para que me celebre una fiesta en el desierto! (Ex 5,2). Suponemos que tal fiesta sería la Pascua. Si bien los hebreos llevaban bastante tiempo viviendo en Egipto, por lo cual ya habían abandonado sus raíces pastoriles, es probable que habrían mantenido la tradición de esa fiesta pastoril de antaño.

Más que hacer celebraciones relacionadas con las estaciones, Israel celebraba las intervenciones maravillosas y poderosas de Yahvé a favor de su pueblo, la más grande de todas siendo el Éxodo o la liberación de la esclavitud de Egipto y su eventual ocupación de la Tierra Prometida por Yahvé ya a Abrahán. La descripción de la fiesta con sus normas que se recoge en el Éxodo sería una retroproyección de costumbres posteriores, pero lo importante es que ya no tiene que ver con una pueblo semi-nómada sino con la intervención de Yahvé que los salvó de la mano del ángel exterminador mandado a matar a los primogénitos de Egipto. Hay mucha discusión acerca del sentido de la palabra pezaq. Volveremos a esto más adelante. La fiesta se caracterizaría por ser una celebración hecha de prisa antes de la huida de Egipto, pues la tenían que celebrar “con los lomos ceñidos” como quien se prepara para huir. Posteriormente se les dio a los varios alimentos consumidos en la Pascua un significado simbólico relacionado con el éxodo de Egipto.

También el c. 12 del Éxodo nos entrega unas normas acerca de la fiesta de los Ázimos: “Durante siete días comerséis panes ázimos; ya desde el primer día quitaréis de vuestras casas la levadura. Todo el que coma pan fermentado ése tal será exterminado de en medio de Israel” (15). Obviamente no se trata ya de nómadas ni semi-nómadas con sus ovejas y cabras, sino de un pueblo asentado en la tierra que cultivo cereales como el trigo y la cebada. Habría sido una fiesta que probablemente los israelitas encontraron en Caná y asumieron, aunque le dieron un nuevo significado relacionado con la intervención poderosa de Yahvé y la unieron a la Pascua. Dado que la levadura la hacían dejando fermentarse un poquito de la masa anterior, la fiesta de los panes ázimos y el mandamiento de eliminar todo rastro de levadura de la casa simboliza un nuevo comienzo. Este nuevo comienzo se conjuga bien con el sentido de la Pascua.

En cuanto al significado de la a lo largo de los siglos de la monarquía en Israel, parece que seguía siendo una fiesta celebrada en familia en tiempos antes y durante casi todo el tiempo de la monarquía. Luego alrededor del año 621, a. C. vino la reforma promovida por el Rey Josías, a partir del descubrimiento del libro de la Ley en el templo (2 Re 22-24, y de manera especial 24,21-23). La centralización del culto en el templo de Jerusalén era un elemento fundamental de tal reforma. De hecho, se podría deducir que la celebración de la Pascua había caído en el olvido, cosa bien posible debido a la corrupción religiosa y la imposición de cultos extraños en el mismo templo de Jerusalén: “El rey dio esta orden a todo el pueblo: “Celebrad la Pascua en honor de Yavéh, vuestro Dios, según está escrito en este libro de la alianza. No se había celebrado la Pascua como está desde los días de los Jueces que habían juzgado Israel ni en los días de los reyes de Israel y delos reyes de Judá. Tan sólo en el año dicieocho del rey Josías se celebró una Pascua así en honor de Yavéh en Jerusalén”.

En tiempos de Jesús, la pascua se celebraba en las casas, pero se llevaba los animales a ser matados en el templo, de manera que al menos en parte la fiesta tenía relación con el templo. Según el evangelio de San Juan, la muerte de Jesús tuvo lugar en el día de la Pareseve, es decir, la víspera de la Pascua, precisamente cuando en el templo se realizaba la matanza de los corderos para la pascua. Aquí el simbolismo es obvio en cuanto que Jesús es el “verdadero cordero” que con su sacrificio en la cruz quitó el pecado del mundo, y así puso fin a la multitud se sacrificios realizados en el templo, poniendo fin también a sentido del mismo templo. Es el sentido que Juan da al gesto de la expulsión de los vendedores del templo: “Destruid este santuario y en tres días lo levantaré” y e evangelista explica que “el hablaba del Santuario de su cuerpo” ( cfr. Jn 2,13-22).

En tiempos del Nuevo Testamento no hay noticia de la celebración de la Pascua cristiana de parte de los fieles de las primeras generaciones. Según lo que podemos deducir del Libro de los Hechos, acudían al templo donde oraban, celebraban la “fracción del pan” en las casas. Podemos suponer que esta celebración, en cumplimento del mandato del Señor dado en la Última Cena “Haced esto en memoria mía”, lo realizarían en la noche del sábado, que según la costumbre judía de contar los días, sería ya domingo, como es el caso todavía hoy en día en las grandes fiestas y los domingos cuando se celebra la Eucaristía en la tarde del sábado o la víspera de la fiesta, debido a que se consideraba que el día empezaba en la tarde del día anterior. En el Apocalipsis leemos: “”Caí en éxtasis un día del Señor...” (1,10), de lo cual podemos deducir que la primera fiesta cristiana era El Día del Señor en té kyriaké heméra o en latín dies dominica. Esto indica que ya a finales del siglo I cuando se escribió el Apocalipsis, el día domingo era ya día festivo establecido, aunque era día de trabajo hasta tiempo de Constantino. Sería la única fiesta cristiana.

Ya a mediados del siglo II, aparecen los primeros indicios de la celebración de la pascha en las Iglesias cristianas. En la segunda mitad del siglo se dio lo que fue posiblemente la primera gran controversia en la Iglesia y se trataba de la fecha en la que se tendría que celebrar la Pascua. Las Iglesias de Asia menor, apoyándose en una tradición apostólica que probablemente se remontaba a San Juan el evangelista, insistían en celebrar la fiesta en el mismo día en el que los judíos celebrabansu Pascua, es decir, el 14 del mes lunar de nisan, aunque cayera entre semana. A estos se les ha denominado cuatridecimano. En cambio, las otras Iglesias, con Roma a la cabeza consideraba que Pascua cristiana, debía de celebrarse en el domingo, pues Jesús había resucitado el domingo. El domingo era considerado el octavo día, el primer día de la nueva creación inaugurada por la resurrección de Jesús, el principio del nuevo mundo en el que Jesús nos ha introducido por el bautismo. A mediados del siglo, San Policarpo, que había sido discípulo de San Juan Evangelista de joven en su ciudad de Esmirnia, ahora en Turquia, donde fue martirizado en el año 156, viajó a Roma y discutió con el Papa Aniceto sobre este tema, pero no lograron ponerse de acuerdo. El Papa Víctor a finales del siglo II decidió excomulgar a aquellos cristianos que seguían la costumbre de celebrar la fiesta el 14 de nisan. San Ireneo, a su vez discípulo de San Policarpo en Esmirnia, y que se habia trasladado a Occidente llegando a ser Obispo de León, sobre el Río Ródano, en Francia, escribió al Papa Víctor, pidiéndole que evitara medidas de fuerza y a resolver el tema pacíficamente. El nombre Ireneo, que proviene de eirené en griego, significa precisamente paz. No se sabe cómo al final se resolvió la controversia, pero con el paso del tiempo aquellas Iglesias de Asia Menor se sumaron también a la costumbre romana y del resto de las Iglesias y dejaron atrás sus costumbre de celebrar la fiesta de la Pascua el 14 de nisan. Todavía en el siglo IV parece que hubo problemas con el modo de fijar la fecha de la fiesta de la Pascua porque intervino el Concilio de Nicea (325 A.D.) y estableció que tendría que celebrarse el primer domingo después de la luna nueva de marzo, que es lo que todavía tenemos.

La Pascua en la Iglesia Antigua.

Aunque se dio esta diferencia de criterio acerca de la fecha de la Pascua, en lo que todos estaban de acuerdo era que antes de la celebración tenía que realizarse al menos un día de ayuno, o tal vez dos. Se trataba de ayuno completo, privándose de todo alimento, excepto en el caso de los enfermos y de las mujeres embarazadas. La celebración de la Vigilia Pascual se llevaba acabo a partir de media noche hasta la madrugada. El énfasis no estaba en una memoria histórica de los hechos protagonizados por Jesús antes de su muerte, como llegó a ser en la Edad Media, sino una vivencia del misterio del paso de Jesús a través del dolor y la muerta a la vida nueva de su victoria definitiva en la resurrección. En este contexto se puede comprender la importancia que tenía el bautismo dentro de la celebración de la gran vigilia. En aquellos primeros tiempo en medio de las persecuciones y las burlas de los vecinos paganos que los consideraban caníbales,los acusaban de incesto y otras barbaridades, los cristianos celebraban la Vigilia Pascual con la máxima alegría y con la esperanza del retorno del Señor, pensando que seguramente se daría precisamente en una noche de Pascua. La veían como prolepsis o anticipación de la segunda venida del Señor. Se leía hasta 12 lecturas bíblicas. Los ritos podían variar de una zona a otra, pero igualmente coincidían en lo principal. El bautismo se realizaba por inmersión, ya no en agua corriente como indica la Didajé que podría ser de Siria y de alrededor del año 100 A.D., pero no necesariamente se cubría la cabeza con el agua. Los neófitos llegaban vestidos de sayal en señal de penitencia. Se volvían hacia occidente, que simbolizaba las tinieblas y el mal, y renunciaban a Satanás y al mundo. Luego vueltos hacia oriente, que simboliza la luz, a Jesucisto Luz del Mundo, el verdadero Sol de la Justicia, y expresaban su fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Se realizaba también las unciones pre y post bautismales y lo que hoy llamamos el Sacramento de la Confirmación, llamado por los griegos myron. Al haberse desnudado, ingresaban el la pila de bautismo también desde occidente y los diáconos ayudaban de manera que se les echaba el agua sobre la cabeza y salían hacia oriente. En ese momento se les colocaba el vestido blanco simbolizando la nueva vida que había nacido en ellos, y procedían a participar por primera vez en la celebración de la Eucaristía, en la que además de participar en en cuerpo y la sangre del Señor, participaban en otra copa que contenía una mezcla de leche y miel, simbolizando su ingreso en la verdadera Tierra Prometida, pues en el Antiguo Testamento se trataba de una tierra que manaba leche y miel.

Toda la ceremonia, con las 12 lecturas, una homilía del Obispo que podía durar una hora y el canto de himnos y salmos terminaría al amanecer, cuando los fieles volverían a sus casas llenos de una intensa alegría. En el siglo tercero se fue introduciendo el catecumenado y la Cuaresma como elementos importantes en la preparación de los candidatos al bautismo. A partir de la época de Constantino, cuando por mandado del mismo Emperador, los funcionarios tenían que ser cristianos, la Iglesia estableció un catecumenado con mayor rigor para evitar que ingresaran conversos poco preparados y con intenciones equivocadas en la Iglesia. De esta época contamos con una serie de catequesis pre-bautismales de algunos de los Padres de la Iglesia tanto de Oriente como de Occidente. Como son las de San Cirilo de Jerusalmén, San Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia; en Occidente los Padres más conocidos e influyentes en cuanto a la predicació pascual son San Ambrosio y San Agustín. El mismo San Agustín entrega algunos datos acerca de su propio bautismo en Milán de la mano de San Ambrosio.

En una carta escrito a un tal Genaro, que le había enviado otra carta con unas consultas, San Agustín explica magistralmente el sentido de la Pascua como misterio y no mera conmemoración de un acontecimiento pasado. Hay que señalar que la palabra sacramento en griego se dice mysterion:

Hay sacramento en una celebración cuando la conmemoración de lo acaecido se hace de modo que se sobreentienda al mismo tiempo que hay un oculto significado y que ese significado debe recibirse santamente. Es lo que hacemos cuando celebramos la Pascua: no nos contentamos con traer a la memoria el suceso, esto es, que Cristo murió y resucitó, sino que lo hacemos sin omitir ninguno de los demás elementos que testimonian su relación al significado de los sacramentos. Dice el Apóstol: Murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación1. En esta muerte y resurrección del Señor queda consagrado el tránsito de la muerte a la vida. El mismo vocablo pascua no es griego, como suele pensar el vulgo, sino hebreo; así lo dicen los que conocen ambas lenguas. La realidad que se anuncia con esa palabra hebrea no es la pasión, pues padecer se dice en griego pásjein, sino el tránsito de la muerte a la vida, como he dicho. En el idioma hebreo, el tránsito se denomina pascha, como dicen los que lo saben. A eso aludió el mismo Señor al decir: Quien cree en mi, pasa de la muerte a la vida2. Se entiende que eso es principalmente lo que expresó el evangelista cuando decía de la Pascua que iba a celebrar el Señor con sus discípulos, y en la que les dio la cena mística: Habiendo visto Jesús que era llegada la hora de pasar de este mundo al Padre3. Lo que se celebra, pues, en la pasión y resurrección del Señor, es el tránsito de esta vida mortal a la inmortal, de la muerte a la vida.
http://www.augustinus.it/spagnolo/lettere/index2.htm

San Agustín explica que el tránsito que se ha de dar en nosotros de la muerte a la verdadera vida se realiza en la fe y en la esperanza en cuanto que todavía no se ha realizado plenamente en nosotros mientras estamos en este mundo. En la misma carta el Santo de Hipona explica por qué se celebra la Pascua en domingo y no el día que corresponde según el mes. El domingo es día de descanso y vuelve al Libro del Génesis para recordar el sentido del descanso, aunque en el paraíso el descanso se daría pero no sería sempiterno.:



Ahora caminamos en fe y en esperanza de lo que, como arriba expliqué, tratamos de alcanzar con el amor: un santo y perpetuo descanso de toda fatiga y de toda molestia. A ese descanso hacemos desde esta vida el tránsito, que nuestro Señor Jesucristo se dignó anunciar y consagrar en su pasión. En aquel descanso no reina una pereza desidiosa, sino una inefable tranquilidad de la actividad reposada. Al fin se descansa de las obras de esta vida, para empezar a gozar de la actividad de la otra. Tal actividad se emplea en la alabanza de Dios, sin fatiga de miembros, sin ansia de preocupaciones; no se entra en ella por el descanso de modo que le siga la fatiga; es decir, no empieza a ser actividad de modo que deje de ser descanso. No se vuelve a trabajar y preocuparse; permanece en actividad lo que produce el descanso, sin trabajar en fatigas ni vacilar en pensamientos. Y ya que por ese descanso se vuelve a la vida primitiva, de la cual cayó el alma al pecar, ese descanso está simbolizado en el sábado. La vida primitiva, que se devuelve a los que regresan de la peregrinación y reciben su primera estola56, es figurada por el primer día de la semana, que llamamos domingo. Si te fijas en los siete días del Génesis, hallarás que el séptimo no tiene tarde, porque simboliza el descanso sin fin57. La vida primitiva no fue sempiterna para el pecador; en cambio, el descanso último es sempiterno. Por eso, el día octavo es la bienaventuranza sempiterna; ese descanso, que es sempiterno, desemboca en el día octavo sin anochecer; de otro modo no sería eterno. Luego el día octavo será como el primero, porque no nos quitan la vida primitiva, sino que nos la devuelven eterna. (# 17)


Los cambios que se dieron a finales de la Edad de los Padres y  en la Edad Media, 


En los siglos posteriores, a lo largo de la Edad Media, se fue perdiendo este sentido de la Pascua como misterio, y se fue perdiendo el sentido originaria de la Pascua cristiana de los primeros siglos. Se trataba de un único misterio del paso o tránsito del Señor a través del dolor de la Pasión y la muerte hasta la gloria de la resurrección, y nuestro tránsito de la mano del Señor a la nueva vida prometida e inaugurada en el bautismo y llamada a ser completada en la vida gloriosa del cielo. El primer paso en este sentido se dio en a finales del siglo IV en Jerusalén que es donde se estableció lo que ahora llamamos La Semana Santa. Nuestro conocimiento de estos hechos lo tenemos gracias a la virgen Egeria que realizó una peregrinación a Oriente incluyendo Tierra Santa y fue testigo de las celebraciones de lo que sería la Semana Santa, comenzando en la víspera del Domingo de Ramos con una salida hacia Betania en recuerdo de la estadía de Jesús allí con Lázaro y sus hermanas. En canto al Domingo de Ramos cuenta con notables detalles cómo se realizaba la procesión con las palmas y olivos:
Todos los niños que hay por aquellos lugares, incluso los que no saben andar por su
corta edad, van sobre los hombros de sus padres, llevando ramos, unos de palmas, y
otros, ramas de olivo (cf. Mat. 21, 8). De este modo es llevado el obispo de la forma que
entonces fue llevado el Señor

Prosigue Egeria con el relato de los diversos oficios que se realizaban de Lunes Santo hasta el Miércoles Santo. El Jueves Santo la misa se celebraba a eso de las 4.00 de la tarde y dice posteriormente acerca de la salida del Obispo y del Pueblo hacia Getsemaní en la noche:

Luego, bajan a pie cantando himnos a Getsemaní con el obispo hasta el más pequeño
de los niños, donde una gran multitud de gente, cansada de tanta vigilia y agotados por
los diarios ayunos, van bajando de tan elevada montaña muy lentamente, poco a poco,
cantando himnos hasta el monte Getsemaní. Se tienen encendidas muchísimas antorchas
en la iglesia para iluminar al pueblo

El enfoque de la celebración del Viernes Santo era la cruz que era venerada por el pueblo y luego una serie de lecturas, salmos e himnos. Este proceso de ampliación de la celebración de la Pascua a toda la semana, sobre todo en Jerusalén donde están los lugares santos, en cierto sentido contribuyó a la pérdida del sentido original del misterio de la Pascua y la convirtió en un memorial histórico de los acontecimientos. Posteriormente, con el desarrollo de la liturgia y la pérdida de la particpación activa de los laicos en ella, se iba desarrollando lo que llamamos la religiosidad popular. La liturgia era un asunto exclusivo del clero y los monjes. Este proceso se aceleró a partir del siglo II, cuando se aumentó el comercio y la urbanización. Se formaron los gremios, cada uno con su santo protector y se solía celebrar su fiesta con una procesión. Igualmente se fueron formando las cofradías que fueron facilitando la participacíón de los laicos y la formación de una suerte de liturgia paralela en la calle con las procesiones del Corpus y de la Semana Santa. A lo largo del primer milenio, los crucifijos solían representar al Señor glorioso y vestido, siguiendo la línea expresada en el Evangelio de San Juan, según la cual la cruz es manifestación de la gloria de Jesús, su triunfo. En cambio, se puede constatar en el segundo milenio la diferencia de sensibilidad en el arte con la multiplicación de las Piedades, los Cristos Nazarenos, las llagas de Jesús en la Cruz, himnos como Stabat Mater Dolorosa, que apelan a los sentimientos acerca del dolor de Jesús en la Pasión y de la Santísima Virgen Dolorosa. A partir del Concilio de Trento la predicación emotiva e incluso las flagelaciones de parte del mismo predicador se hicieron comunes. La reforma litúrgica, promovida por el Movimiento Litúrgico que empezó alrededor de la época de la Primera Guerra Mundial, dio sus primeros frutos con la publicación de la Encíclica Mediator Dei del Papa Pío XII y la reforma de la celebración del Triduo Pascual puesta en marcha por el mismo Papa. El Vaticano prosiguió en el mismo sentido con un notable esfuerzo por recuperar el verdadero sentido de la Pascua con las celebraciones del Triduo Pascual. No se trata de perder los aspectos positivos que se lograron en el segundo milenio, sino de poner en el centro de toda la celebración la Gran Vigilia Pascual, “Madre de todas las Vigilias” en palabras de San Agustín. No se puede esperar que costumbres que llevan siglos se cambien de un día para otro. Muchos de los fieles le dan más importancia a la celebración del Domingo de Ramos que la de la Vigilia Pascual, el Domingo de Pascua. La multiplicación de las celebraciones tiene sus inconvenientes en cuanto que tiende a oscurecer la principal de ellas que es la Gran Vigilia.

Conclusión

Las tres grandes fiestas del pueblo de Israel eran la Pascua, que conmemoraba la liberación del pueblo de la opresión del Faraón en Egipto, la Fiesta de las Semanas, 50 días más tarde que conmemoraba la Alianza de Sinaí, y la Fiesta de las Tiendas o Sucot, que era una fiesta de la cosecha en el otoño. Por razones obvias desde los primeros tiempos de la Iglesia la más importante de estas fiestas para los cristianos era la Pascua, en cuanto que la muerte y resurrección de Jesús, su Pascua, o paso a través dela muerte a la victoria de la resurrección se dio precisamente en tiempo de Pascua. También en la ocasión de la Fiesta de las Semanas o Pentecostés, que significa cincuenta días, según el relato de San Lucas en los Hechos de los Apóstoles se dio la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y el nacimiento de la Iglesia, de manera que estas dos fiestas, en primer lugar la Pascua, llegaron a ser las principales fiestas a lo largo del año. Si bien es cierto, que la celebración del domingo, día del Señor, seguramente precede a la fiesta anual de la Pascua, ya a mediados del siglo II, era común la celebración d  la Pascua, con gran solemnidad. A lo largo de los siglos, la extensión de la Pascua originaria a incluir toda la semana empezando con el Domingo de Ramos, y luego otras fiestas ha tendido a dejar en cierto sentido en la sombra,  al menos en parte, la Pascua como como leatissimum spatium (un gran tiempo de alegría) como la llama San Agustín. La reforma litúrgica promovida por el Vaticano II ha querido volver a poner en su lugar la celebración de la Pascua y sobre todo la Vigilia Pascual, aunque en la mente de muchos de los fieles, la multitud de signos contenidos en esta celebración nocturna dice poco. En algunos países donde se utiliza el Rito de Iniciación Cristiana de los Adultos y se celebran los sacramentos de la iniciación cristiana en la Vigilia, se está progresando. Lamentablemente muchos, no solo fieles laicos,  prefieren guiarse por criterios prácticos y no valoran la importancia que la liturgia da al la Vigilia. Privan criterios mundanos según los cuales en la mentalidad actual la gente le da más importancia a alagar la vida que alcanzar la vida eterna. Los cristianos de los primeros tiempos más bien celebraban la Pascua ´con una grandísima alegría como anticipación de la alegría sin fin que deseaban alcanzar en la vida eterna. 




























domingo, 20 de marzo de 2016

LA ECONOMÍA DEL BIEN COMÚN

¿Qué es la "Economía del Bien Común? Los que hemos estudiado filosofía social y la Doctrina Social de la Iglesia sabemos que de manera especial desde la doctrina de Santo Tomás de Aquino, la Iglesia considera que el fin de la sociedad humana, la política, la economía la vida social, la cultura etc. es precisamente la búsqueda del bien común, que en realidad es el bien de todas las personas. Esta doctrina de Santo Tomás la han venido desarrollando los Papas a partir del León XIII, con su encíclica "Rerum Novarum". La Iglesia es consciente de que en este mundo marcado por el pecado tanto original en el que todos nacimos, como personal y social, la perfección y la sociedad perfecta no se puede alcanzar acá abajo. Los que han intentado establecer tal utopía probablemente bien intencionada han logrado masacrar a millones de personas en el intento. La Iglesia no avala ni el sistema socialista/comunista ni el capitalismo que en los últimos siglos han sido los que se han aplicado, ambos con resultados nefastos, uno peor que el otro. El experimento socialista más reciente que ha logrado meter en la miseria un país que tiene una cantidad enorme de recursos naturales es el de Venezuela. Si bien es cierto que el capitalismo crudo ya no existe como existía en el siglo XIX, en la época de los grandes magnates como Rockerfeller, J.P. Morgan y otros, pero lo que ha logrado ha sido dejar en la miseria a un gran porcentaje de la humanidad y producir una nueva serie de magnates como Carlos Slim, Gates y otros varios. Curiosamente estas élites quieren reducir drásticamente la población del mundo a través de anticonceptivos, aborto etc. Ni el capitalismo ni el socialismo corresponden a la verdadera naturaleza del hombre según el proyecto de Dios. No respeten la verdadera dignidad del hombre, ni su libertad ni su naturaleza social.

En los últimos años, un joven economista austraco, Christian Felber ha propuesto una nueva teoría económica que denomina: "La Economía del bien común". Él es católico y reconoce que la idea del bien común proviene de Santo Tomás, pero él dice que está proponiendo una teoría económica, no moral, que es lo que hace la Doctrina Social de la Iglesia, si bien es cierto que su teoría parece responder a lo que la Iglesia propone y lo que, según insiste, está expresado en todas las constituciones políticas de los estados democráticos.

Felber explica que la economía actual funciona a través de la acumulación de dinero, que el éxito económico se mide por la cantidad de dinero que la gente gana y gasta, así como el Producto Interior Bruto de los Países, es decir, un cálculo de la cantidad de bienes y servicios que un país produce cada año. Dice acertadamente que todo este esfuerzo de acumular dinero está mal enfocado porque el dinero es un mero medio, no el fin de la actividad económica, que el verdadero fin tanto de la actividad económico como de la gestión política de la sociedad es el bien común. Por ello, propone una verdadera reestructuración de toda la economía en general y del manejo económico de los gobiernos. Para ello, propone que se crea unas Agencias de Acreditación del Bien Común. Existen varias agencias de acreditación de riesgo que tienen su sede en Estados Unidos. Ellas estudian la economía de un país, de un banco, etc, y la califican según unos criterios. Así le conceden .A+, A-, etc. de manera que se puede establecer el valor de los bonos de emite un estado, una región, un banco o una empresa. Si el ente estudiado está casi en quiebra se dice que emite "bonos basura" y tiene que pagar un interés muy alto para que alguno los compre. Un país solvente como Alemania emite bonos y los entes financieros los compran a muy poco interés porque hay pocas posibilidades que entre en quiebra. Las Agencias de Acreditación del Bien Común estudiaría a las empresas, bancos, municipios, regiones y Estados, según unos criterios de medición del bien común. Tales criterios incluirían cosas como la participación de los trabajadores en la gestión de la empresa en en sus beneficios, la ecología, beneficios entregados a los trabajadores, conciencia social, solidariedad etc. Entonces, si una empresa alcanzara A plus, le vendrían muchos beneficios como la buena fama, una reducción en los impuestos que pagaría al fisco. Por otro lado, una empresa que tratara mal a los trabajadores, que no cumpliera las leyes laborales, que vendiera unos productos peligrosos para los consumidores, que dañara el medio ambiente, recibiría una pésima calificación y se vería castigado con una carga tributaria notablemente más alta que las empresas que tiene buenas prácticas que promueven el bien común. Lo mismo con un municipio. Si no se esfuerza en cumplir sus deberes hacia la sociedad, como por ejemplo ordenar la ciudad de manera que hay buenos parques, que se arreglen las calles etc. Recibiría una calificación alta en el tema del bien común y podría beneficiarse de mayores subsidios para seguir mejorando. Lo mismo dígase de los gobiernos regionales y estatales. Si hay corrupción y políticos y funcionarios roban los caudales públicos, eso se reflejaría en la calificación del bien común que recibiría el país. Otro ejemplo sería el de China. Si China sigue envenenando su población un un nivel de contaminación de sus ciudades, si sigue explotando a los trabajadores chinos, si explota de mala manera petroleo en Ecuador, por poner un ejemplo y pone en peligro la selva amazónica, etc, entonces recibiría una calificación bajísima calificación en el bien común. Eso tendría consecuencias nefastas para China porque los demás países estarían obligados por tratados a aumentar los aranceles a los productos chinos de manera que el gobierno chino tendría que cambiar radicalmente su modus operandi. Los mismo cualquier otro país.

Obviamente no se puede explicar adecuadamente esta teoría en un par de párrafos, pero creo que es una idea muy buena y tiene mucho que ver también con como se lleva a cabo la actividad política, dado que el bien común no se reduce al campo económico. En estos momentos grandes masas de la población están hartos del manejo político de sus países y está teniendo mucho auge el populismo con consecuencias nefastas en varias partes. En Europa se tiene lo que se llama "El Estado del Bienestar", gracias al cual es Estado se desempeña como verdadero "niñero", que gestiona sistemas de salud, educación y otros, además de repartir subsidios a muchos colectivos, de manera que la práctica totalidad de los Estados están en quiebra técnica, y los impuestos van por los cielos, amén de burocracia que es cada vez más pesado. La gente no quiere tener hijos y el precio de la vivienda ha crecido enormemente, gracias en buena medida a la carga tributaria que significa comprar un casa. Se necesita unos cambios radicales para que la gente se quede con mucho más del dinero que ganan y les quite menos el Estado para poder ser "niñero". En esto entre otras cosas consiste la libertad, que la gente aprenda a ser responsable de su propio futuro y que pueda ahorrar para tener una pensión digna, aunque el Estado podría garantizar un nivel mínimo y favorecer el ahorro por medios fiscales etc. ..



Chrisian Felber ha escrito al menos un libro (creo que dos en alemán), pero uno está traducido al español, y el habla perfectamente el español. Ha dado muchas conferencias en España, también alguna en Chile. A continuación enlazo un vídeo de Youtube entre los muchos que hay.
Aquí están los datos de su libro "La economía del Bien Común", la última edición siendo de septiembre de 2015.

https://www.amazon.es/Econom%C3%ADa-Del-Bien-Com%C3%BAn-Edici%C3%B3n/dp/8423420892/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1458498815&sr=1-1&keywords=christian+felber


https://www.youtube.com/watch?v=87Jdpa7Seqs