HOMILÍA, DOMINGO XVII DE TIEMPO ORDINARIO, 29 DE JULIO DE 2018,
Hoy y en los próximos domingos vamos a interrumpir la lectura seguida del Evangelio de San Marcos para tomar el c. 6 del Evangelio de San Juan. Es bien conocido el hecho de que en su relato de la última cena San Juan, a diferencia de los otros evangelistas, no incluye una descripción de la escena de la institución de la Eucaristía, pero eso no quiere decir que le falte una teología bien desarrollada de la Eucaristía que se encuentra precisamente en le c. 6 de su evangelio. Vamos a examinar hoy la primera parte de este importante capítulo que comienza con el relato de la multiplicación de los panes y peces, un episodio que se encuentra en los cuatro evangelios.
Como el domingo pasado, encontramos que un número muy grande de gente sigue a Jesús e incluso están dispuestos a ir a lugares retirados y lejanos para poder escucharlo. La persona de Jesús ejercía una gran fascinación sobre la gente sencilla de Galilea y de Jerusalén. Se encuentran hambrientos de algo fundamental que perciben que Jesús les puede dar. No se trata solamente de hambre de pan, sino de un verdadero sentido de sus vidas, algo que sucede hoy también. Sin embargo, mucho o la mayoría que siente tal inquietud hoy en día busca saciarla en cosas como el placer, sobre todo sexual, caen en varias adicciones como un supuesto alivio al vacío que sienten, del dolor que nadie puede evitar en esta vida.
Jesús sube a una montaña. En toda la Biblia, esto de subir a una montaña recurre ya desde Abrahán que subió al Monte Moria, que resulta ser donde posteriormente se encontraba Jerusalén. De igual manera, Moisés sube al Monte Sinaí para encontrarse con Dios y recibir las tablas de la Alianza, Elías subió al Monte Carmelo para enfrentarse con los falsos profetas y posteriormente al mismo Monte Sinaí para un encuentro con Dios, Jesús proclama la Nueva Ley, el Sermón de la Montaña en un monte y se Transfigura en el Monte Tabor. Por lo tanto, los montes tienen un papel muy importante en cuanto al encuentro con Dios en toda la Biblia. Se trata, por un lado de que el hombre se dirija para arriba y por otro que Dios se rebaja y se encuentra con el hombre. Al inicio de la Plegaria Eucarística antes del Prefacio, el sacerdote le dice al pueblo "Sursum corda", que literalmente se traduce como "arriba los corazones", es decir, hay que elevar el corazón a Dios y dejar a un lado para entrar en la parte más solemne y santa de la Misa.
Luego Jesús se siente. En la antigüedad la postura del maestro era la de sentarse y de los discípulos (palabra que significa ante todo los que están aprendiendo", se reúnen a sus pies. Jesús percibe que la gente tiene hambre y quiere remediar esta situación, aunque los apóstoles no se dan cuenta de qué es lo que piensa hacer. Hace que se sienta la gente y van repartiendo el pan y el pescado hasta que da de abasto y sobre para lo cinco mil presentes.
Este pasaje siempre se han comprendido como relacionado estrechamente con la Eucaristía. En San Juan siempre encontramos un significado más profundo en todos los gestos de Jesús, un sentido sacramental se puede decir. En primer lugar, el evangelista indica que estaban cerca de la Pascua. Igualmente en San Juan nada sobra ni nada falta, por lo cual si dice esto es que tiene un significado importante. Sin duda los lectores del evangelio fácilmente se daban cuenta de lo que hay aquí. Se trata de la liberación del pueblo de la esclavitud del Faraón, el sacrificio del Cordero Pascual que compartieron antes de escaparse y cruzar el Mar Rojo o de Cañas, momento fundante de toda la historia del pueblo renovado cada año en la Pascua. Además, a nadie se le escapaba que la Última Cena y la crucifixión de Jesús se dio en la ocasión de la Pascua y no por casualidad, sino que El era el verdadero Cordero que con su muerte en la cruz quitó los pecados del mundo.
Antes de multiplicar los panes, el evangelio nos dice que Jesús tomó panes y los pescados, los bendijo y se los dio a los apóstoles para los repartiera a la gente. Son las mismísimas palabras que aparecen tanto en los relatos de la institución de la Eucaristía de los otros tres evangelios como en la carta de San Pablo a los Corintios. Aquí podemos constatar un hecho interesante, con tan pocos panes y peces se sació el hambre de cinco mil personas. En el caso de la Misa, el pan (unas hostias y un poco de vino) se presenta al sacerdote y luego en la consagración, él actuando en la Persona de Cristo repite la fórmula utilizada por Jesús en la última cena y cumpliendo el mandato del Señor "haced esto en memoria mía) estos elementos tan pequeños y aparentemente insignificantes se convierte en el cuerpo y la sangre de Jesús y logan saciar el hombre espiritual de todos los presentes. Éste es un ejemplo de cómo actúa Dios en toda la historia de la salvación. Escoge lo no parece nada ni que tenga importancia alguna en su plan de salvación. Un ejemplo entre muchos es el hecho de haber escogido a María, una niña de unos 15 años de un pueblo retirado y de ninguna importancia, pues ni siquiera aparece nombrado en la Biblia para que siendo virgen y se mantuviera virgen diera a luz al Hijo de Dios, Señor del Universo.
Es difícil de exagerar la importancia de la Eucaristía en la vida del católico. Por una parte recibe el alimento de la Palabra de Dios en las lecturas, explicada y aplicada a la vida en la homilía, y por otra parte recibe el Pan de Vida que lo ha de llevar a la vida eterna, que le ha de dar fuerzas en la lucha contra el mal y el demonio, que también lo une íntimamente a todos sus hermanos en la Iglesia a lo largo de todo el mundo. Claro, tiene que ser digno y según San Pablo examinarse antes de recibir tan augusto don para no comer y beber para su propia perdición. El que se encuentra en pecado grave se ha separado de Jesús y de su Cuerpo que es la Iglesia, aunque no es que se anule su bautismo, sino se convierte en un miembro muerto, de ahí el concepto de pecado mortal. La recepción indigna de la Sagrada Comunión implica un pecado de sacrilegio, y posible escándalo. También, si valoramos lo que es la Misa, nos dispondremos bien para poder participar en ella con devoción, poniendo todo lo que está de nuestra parte para llegar a tiempo, para despejar la mente de otras preocupaciones y distracciones e intentar seguirla no con rutina sino con gran atención tanto a las oraciones, como las lecturas, participar activamente en los canto, pues San Agustín decía que el que canta reza dos veces. Luego, terminada la Misa hemos de llevar en nuestro corazón el tesoro que hemos recibido que ha de movernos a imitar a Jesús en la vivencia de las virtudes, sobre todo la caridad, también ha de ser una ocasión de aumentar nuestra fe y nuestra esperanza de alcanzar el encuentro pleno y definitivo con el Señor, con los ángeles y los santos en el cielo. En una palabra, vivir digna de la vocación que hemos recibido a lo largo de toda la semana, haciendo oración, examinado nuestra conciencia diariamente e intentando con la ayuda de la gracia del Señor a eliminar los vicios y practicar la virtud manifestada en la caridad fraterna.
sábado, 28 de julio de 2018
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