HOMILÍA, TERCER DOMINGO DE ADVIENTO, 17 DE DICIEMBRE DE 2017.
Tanto en el Adviento como en la Cuaresma, la Iglesia dedica un domingo en el que las lecturas bíblicas nos invitan a la alegría. Esta alegría se expresa en primer lugar en nuesta lectura del libro del Profeta Isaías donde afirma: "Yo regocijo plenamente en el Señor, mi alma exulta en mi Dios". En en Nuevo Testamento, sin duda San Pablo es el que más invita y exhorta a la alegría, y así es en nuestra segunda lectura de hoy de su carta a los cristianos de la ciudad griega de Tesalónica. De hecho, éste el el primer escrito cristiano que ha llegado a nosotros. Pudiera ser que Pablo les haya escrito más cartas a otras comunidades que no han llegado a nosotros. Se trata, pues, del primerísimo escrito de todos los que se han escrito desde entonces hasta nuestros días. Proviene de alrededor del año 50, unos 20 años después de la muerte y resurrección de Jesús. El Apóstol escribe: "Hermanos, estad siempre alegres, orad sin interrupción, en todas las cosas dad gracias, pues es la Voluntad de Dios en Cristo Jesús para vosotros"
Podemos constar al leer las cartas de San Pablo que suele hacer afirmaciones con mucha fuerza, pero pareciera que esta vez se ha pasado. Podríamos preguntarnos: ¿Cómo se puede estar alegres siempre? ¿Acaso podemos estar alegres y contentos en la ocasión de la muerte de un ser querido? Si se nos ha encendiado la casa y hemos perdido todas nuestras pertinencias, ¿podemos estar alegres? o ¿Si vamos al médico y nos dice que lamentablemente tenemos un cáncer? Para San Pablo, el hecho de la venida de Jesucristo, Hijo de Dios a nuestro mundo, de haber muerto en la cruz y resuctiado y por ellos logrado la victoria definitiva sobre el mal, la muerte, el pecado, todo, cambia radicalmente nuestra situación y el mismo mundo. Esta idea la desarrolla en su carta a los cristianos de Roma c. 8: "Porque estimo que los sufirimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros.... ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia?¿la persecucuón? ¿el hambre? ¿la desnudez? ¿los peligros? ¿la espada?...Pues estoy seguro que ni la muerte ni la vida ni los ángeles, ni los pricipados ni lo presente ni lo futuro ni las postestades, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Nuestro Señor". (Rom 8, 18-38).
No debemos de confundir la alegría a la que se refiere San Pablo con el mero placer. El placer lo provoca la satisfacción de nuestros institntos y pasiones. Existe un placer al comer y beber, en las relaciones sexuales, en la caída del agua caliente sobre el cuerpo en la ducha,etc. Aquí la alegría proviene de nuestra unión con Jesús, Hijo de Dios que siendo la segunda persona de la Sma. Trinidad, comparte desde toda la eternidad el amor del Padre que es el Espíritu Santo. Al encarnarse, o hacerse hombre, la fiesta que celebramos en la Naivdad, ha tomado sobre sí toda nuestra condición humana, excepto el pecado, nuestras alegrías y dolores, esperanzas e ilusiones. Todo lo auténticamente humana lo ha asumido y hecho suyo, llegando hasta el extremo de la cruz. En la resurrección, ha alcanzado una victoria y un triunfo tan grande que como se dice en el penúltimo capítulo del Libro del Apocalipsis, tabién el final de la Biblia: "Y enjugará las lágrimas de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos, ni fatigas porque el mundo viejo ha pasado... Mira que hago un mundo nuevo. Y añadió: Éstas son palabras ciertas y verdaderas" (Ap 21, 1ss). Cada uno de nosotros heos sido introducido a este mundo nuevo producido por la victoria de Jesús resucitado por nuestro bautismo, de manera todos los dolores y angustias que nos tocan en este mundo son pasajeros y estamos en el camino de alcanzar plenamente la participación en este mundo nuevo que es toda alegría y paz.
San Pablo prosigue: "Orad sin interrupción". Aquí repite algo que el mismo Jesús dice en el Evangelio de San Lucas, pero ¿cómo podemos cumplir este mandato? En los primeros siglos, los Padres de la Iglesia y en el siglo IV, los cristianos que se retiraban al desierto de Egipto tomaban muy en serio estas palabras. Los del desierto procuraban evitar toda distracción y se dedicaban a trabajos que no necesitaban mucha concentración mental como la fabricación de canastas para dejar la mente libre para poder elevarla al Señor. Incluso pensaban que a lo largo de la noche la misma respiración sería una suerte de oración. Los Padres de la Iglesia que han escrito tratados sobre la oración tratan este tema, de manera especial Orígenes de Alejandría del siglo III y San Augstín. Ellos, considerando que a partir del bautismo toda nuestra vida está unida a Jesús resucitado, todo lo que hacemos en cumplimiento de la voluntad de Dios a lo largo del día se convierte en oración. Claro, también sabían que la Iglesia oraba siete veces al día, la que llamamos La Liturgia de las Horas, y se invita al cristiano a dedicar tiempo a la oración para reforzar esta unión. San Agustín ve la oración como la expresión de un deseo de la unión con Dios y de estar en su casa o su morada, pero debido a nuestra flaqueza este deseo puede debilitarse, de manera que también es necesario dedicar tiempos específicos a la oración para fortalecer este deseo. También San Pablo invita a los cristianos de Roma a ofrecer sus cuerpos como sacrificio agradable a Dios (Rom 12,1ss).
También Pablo nos exhorta a dar gracias en todas las cosas. En realidad, nosotros por nuestras propias fuerzas somos incapaces de dar gracias debidamente a Dios por los inmensos beneficios que nos ha dado y nos sigue dando cada día. La misma palabra "eucaristía" significa "dar gracias bien". Teneos la tentación de dar por supuesto que vamos a recibir lo que Dios y los demás nos dan y nos olvidamos de dar gracias. En tiempos bíblicos, cuando el pueblo de Israel vivía al lado del desierto y sabía que cualquier año podría fallar la cosecha debido a la sequía, las plagas o la guerra. Por ello, existía ellos se daban cuenta de que si tenían de qué comer era por la gracia y la bondad de Dios. ¿Y nosotros oraos antes y después de comer? En la Nochebuena, vamos a reunirnos con los familiares, ¿y nos olvidaremos de dar gracias a Dios por todo lo que ha hecho, por la vida, por habernos reunido en tan señalada ocasión, por habernos dado todo lo que tenemos y somos? Recordemos el episodio de la curación de los diez leprosos por Jesús y que solo uno volvió a dar gracias y era un samaritano.
San Pablo prosigue: "esta es la voluntad de Dios hacia vosotros". Dios quiere que tengamos la íntima convicción que tenía el Apóstol sobre la victoria de Jesús sobre todo mal, el demonio y la muerte, y del hecho de que con Él nuestro mund, nuestra historia ha cambiado radicalmente, que "ha hecho nuevas todas las cosas". Este proeceso va adelante y nosotros formamos parte de él. Nos toca también colaborar a que de verdad se manifieste en nuestra vida y a nuestro alrededor esta novedad de vida que también se llama el Reino de Dios. Tal colaboración se concreta en el criterio que Jeús nos entrega para el juicio final: "Tuve hambre y me distéis de comer, tuve sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestistéis, en la cárcel y me visitaseis...." También en esta Navidad podríamos privarnos de algunas cosas y ofrecer una limosna para las personas más necesitadas recordando de manera especial a los cristianos perseguidos de Siria e Irak que todo lo han perdido a manos de los terroristas islámicos.
sábado, 16 de diciembre de 2017
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