HOMILÍA DEL PRIMER
DOMINGO DE CUARESMA, CICLO III
La Cuaresma tiene
su origen en los primeros siglos de la era cristiana como un período
de preparación espiritual para la celebración de la principal, la
Pascua y, en aquellos primeros siglos, la única fiesta anual. Los
cristianos consideraban que era necesaria un día, nuestro actual
Sábado Santo, o posteriormente dos, de ayuno. Sin tal ayuno
consideraban que no se podía celebrar adecuadamente la gran fiesta
del paso (la palabra Pascua proviene del hebreo pesaq,
traducido
al griego y al latín como pascha,
que significa paso
o
tránsito).
En primer lugar de Jesús a través del dolor y la muerte en la cruz
a la victoria definitiva de la resurrección, a través de la cual se
ha inaugurado la nueva creación, en la que ingresaban por su
bautismo. Tomaban en serio el deber del ayuno y se trataba de
abstenerse totalmente de alimentos el día sábado y posiblemente
también el viernes anteriores a la Gran Vigilia de la Pascua. Ya en
el siglo III se empezó a establecer el catecumenado como un período
de intensa preparación para el bautismo que duraría hasta tres años
a partir de la época de Constantino. Dentro del catecumenado, sin
olvidar la importancia del ayuno y la intensificación de la
oración,, se fue estableciendo los últimos cuarenta días (de ahí
la palabra cuaresma o cuarenta) como etapa final del catecumenado
cuando los a candidatos para el bautismo se les preparaba más
intensamente con a ayuda de una serie de sermones o catequesis dadas
por los obispos, y otros ritos como la entrega del Credo y del Padre
Nuestro, culminando en la gran Vigilia Pascual, llamada por San
Agustín “la madre de todas las Vigilias”, que se celebraba
desde la medianoche hasta la aurora del Domingo de Pascua. Esta
celebración alcanzaba una grandísima intensidad espiritual y se
pensaba que la vuelta gloriosa del Señor Resucitado se daría
precisamente en una noche de Pascua. Así como Jesús había
inaugurado la nueva creación, el nuevo mundo por su resurrección de
la tumba en la primera mañana de Pascua, su venida gloriosa en la
que completaría toda la obra de Dios a favor de los hombres y el
mundo entero, cuando acabaría con todo el mal y establecería el
Reino definitivo de Dios, se daría de esa manera. Además, los
cuarenta días de Cuaresma traen a la memoria los 40 días de
oración, ayuno y las tentaciones del demonio que vivió Jesús en el
desierto después de su bautismo y antes de dar inicio a su
ministerio público.
A
partir del siglo IV, comenzando
en Jerusalén, debido a que allí se encuentran los lugares santos
donde Jesús vivió los últimos días y horas de su vida, se dio
inicio a una conmemoración histórica con peregrinaciones a esos
lugares, en las
basílicas que Constantino
había levantado en
Jerusalén.
Así se extendió
la celebración a todos los días de la Semana que hoy llamamos
Santa. A lo largo de los siglos se fue perdiendo muchos aspectos
importantes de aquella celebración primordial de la gran Vigilia ,
que como he dicho, en el siglo II era la única celebración
anual,mientras la Pascua también
se
celebraba cada domingo desde los primerísimos tiempos. Hasta el año
1952. cuando el Papa Pío XII, como fruto de una cuarentena de años
de estudios litúrgicos que se denomina el Movimiento Litúrgico,
restauró la Vigilia y estableció la celebración del Triduo Pascual
como hoy en día la conocemos. Antes de esa fecha no se celebraba la
Vigilia y se consideraba que la Pascua empezaba a partir de mediodía
de Sábado Santo, que se llamaba “Sábado de Gloria”, que es un
error, porque la Pascua no se dio en el sábado sino en el tercer
día, es decir, el domingo, que era precisamente el primer día de la
semana, y considerado también el prime día de la nueva creación o
el octavo día. Recordemos que el Libro del Génesis relata en su
primer capítulo la creación del mundo en un esquema de seis días y
el séptimo día, el sábado como día de descanso de Dios. Pues, la
nueva creación comienza con el Domingo de Resurrección.
En
este Primer Domingo de Cuaresma tradicionalmente escuchamos la
lectura del relato de los cuarenta días de Jesús en el desierto en
oración y ayuno y las tentaciones del demonio. Hoy,
sin embargo, quiero fijarme en la primer lectura del Libro del
Deuterónimo, el quinto y último libro del Pentateuco,
situado al otro lado del Río Jordán como discurso de Moisés al
pueblo antes entrar en la tierra prometida. Se trata de una profesión
de fe del pueblo de Israel basada en la historia de las
intervenciones de Dios a favor del pueblo, empezando con la vocación
de Abrahán, la bajada de Jacob y sus hijos a Egipto siendo pocos,
cómo se multiplicaron allí, para dar paso al recuerdo de la
opresión del Faraón, la intervención de Dios para liberarlos del
poder del Faraón y llevarlos a la tierra que había prometido a
Abrahán, tierra que mana leche y miel, tierra en la cual estaban a
punto de entrar. Todas estas obras maravillosas de Dios exigen como
deber de justicia postrarse ante Dios rindiéndole culto y
agradeciéndole por tanta bondad como la que les había manifestado
en su historia hasta aquel momento.
La
fe de Israel se basa en hechos históricos concretos. La
palabra fe
proviene del latín fides
al castellano que significa confianza. Se trata de una virtud que
dispone al hombre aceptar las verdades reveladas por Dios y
expresadas en el Credo de la Iglesia, no por la evidencia
intrínseca que tienen sino en virtud que que Dios la evidencia que
tienen en sí mismas, sino basados en que confiamos en Dios que no
puede engañar ni ser engañado. La inteligencia no encuentra
suficientes motivos intrínsecos para creer en lo que Dios revela,
sino tiene que intervenir la voluntad para mandar a la voluntad que
las crea. Verdades como el misterio de la Santísima Trinidad, la
presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, o la transformación
del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Jesucristo no se pueden
conocer por la razón, ni la mente tiene motivos suficientes para
acogerlas racionalmente. Por ello, interviene la voluntad para mandar
a la inteligencia a asentir a estas y otras verdades de fe.
El
recuerdo de las grandes maravillas, que menciona nuestra primea
lectura de hoy, constituían motivos para que el pueblo de Israel
pusiera su fe en las promesas de Dios y esperara su posterior
cumplimiento. Son hechos reales históricos que formaban parte de las
tradiciones del pueblo y se traspasaban de generación a generación.
Con
la llegada de Jesús al mundo, con su predicación, sus milagros y
sobre todo su resurrección corporal se fueron cumpliendo las
promesas de Dios a su pueblo. Ahora
podemos pasar a comentar nuestra segundo lectura tomada de la Carta
de San Pablo a los cristianos de Roma, la manifestación más
profunda de la teología de San Pablo, enviada a Roma, a donde
todavía San Pablo no había llegado.
Pablo
comienza citando el mismo Libro del Deuteronomio: “La palabra está
cerca de ti; la tienes en tus labios y en el corazón”. Y
prosigue: “Se trata del mensaje de la fe que anunciamos”. Se
trata de un anuncio de salvación. El hombre bíblico estaba
convencido del hecho de que Dios creó un mundo bueno, muy bueno,
pero igual que nosotros sabía perfectamente que nuestro mundo está
en mala situación; pues en en él abunda el mal de todo tipo. Si
Dios es capaz de crear un mundo muy bueno y ahora vemos que no lo es
tanto, sí es un Dios todopoderoso; por lo tanto, al final tiene que
arreglar el desaguisado que el hombre ha creado en el mundo
maravilloso creado por Él. Éste es precisamente el plan de
salvación de Dios. Los Padres de la Iglesia se imaginaba la
situación del hombre individual, como también de toda la comunidad
humana, como un naufragio de uno de los barcos de madera que
utilizaban en aquella época. Lo imaginaban también como el diluvio
y el Arca de Noé. En el bautismo, Dios le pasa al hombre una tabla
de salvación, gracias a la cual se salva el hombre individual del
naufragio y lo incorpora en su Iglesia que es la comunidad encargada
de preparar un mundo nuevo para que luego se completa la obra de Dios
con la bajada de la Nueva Jerusalén del cielo, como se relata en los
últimos capítulos del Apocalipsis,
cuando Dios “hará nuevas todas las cosas”. El
primer paso en este gran proyecto de Dios es la proclamación de la
Palabra de Dios y su acogida en la fe.
San
Pablo prosigue y escribe: “Por la fe del corazón, llegamos a la
justicia”. La justicia es uno de los concepto fundamentales que
maneja San Pablo, pero no consiste en nuestro concepto actual de
justicia que tiene que ver con tribunales y la imagen de una mujer
con una balanza en la mano con la intención de establece la medida
correcta de las cosas y los asuntos. Se trata de rectificar la
situación que se ha provocado en el mundo debido al pecado, que se
remonta a los mismos inicios de la historia. La justificación,
pues, según San Pablo, es el paso del estado de enemistad con Dios
debido al pecado y sus consecuencias al estado de comunión e amistad
con Él. Se realiza ante todo en la muerte de Jesús en la cruz. Él
murió por todos cargando sobre sí el peso de nuestros pecados y
abriendo la puerta para que nosotros podamos entrar en su Reino, que
es reino de paz, de justicia, de amor y de libertad, porque el pecado
es precisamente un poder, un peso, una losa que pesa sobre todo
hombre y sobre la sociedad entera. Como resultado de esta obra de
Dios realizada en Jesús, tenemos la unión y la armonía de todo el
género human, en palabras de San Pablo, “griegos y judíos”.
La
fe también es una virtud. ¿Y qué es una virtud? Según Santo Tomás
de Aquino, es un hábito, una disposición permanente que a través
su práctica constante se convierte en parte de nuestro ser. Las
virtudes se dividen en teologales, la fe, la esperanza y la caridad;
y las morales que desde tiempo de los filósofos griegos se reúnen
bajo las virtudes llamadas cardinales(cardo
en latín significa bisagra).
La
prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Una virtud es
como un músculo, se fortalece con la práctica o el ejercicio. Las
virtudes teologales se llaman también infusas, porque no podemos
alcanzarlas por nuestras propias fuerzas sino que son dones de Dios,
que él nos da con la gracia o la justificación y en el bautismo,
que es Sacramento de Fe. Todos los sacramentos requieren la fe y su
eficacia depende de nuestra fe.
Por
todos estos motivos, y de manera especial por la relación que la
Cuaresma tiene y ha tenido siempre con el bautismo, la Iglesia desea
que en este tiempo volvamos a los fundamentos de nuestra vida
cristiana y en primer lugar la fe. En nuestro mundo actual
secularizado
y paganizado la
fe se está debilitando y un gran porcentaje de católicos abandonan
las prácticas que fortalecen la fe, como son el estudio y la
meditación de la Palabra de Dios, la practica de los sacramentos,
oración, la penitencia y el ayuno y la limosna o la práctica de la
misericordia. En esto queda retratado lo que la Iglesia nos propone
en este tiempo de gracia que es la Cuaresma.
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