sábado, 15 de febrero de 2020

LA LIBERTAD

HOMILÍA, VI DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO A, 16 DE FEBRERO 2020.

Hoy nuestra primera lectura está tomada del Libro de Sirácide que es un libro del que no encontramos muchas lecturas en la liturgia. Los libros del Antiguo Testamento se dividen normalmente en tres grupos. Los primeros cinco, que se llaman Pentateuco, que se refiere a un códice que contiene esos cinco libros. El siguiente grupo va desde el Libro de Josué hasta el segundo libro de las Crónicas y se denominan Libros Históricos. Luego vienen los libros proféticos de los grandes profetas como Isaías, Jeremáis y Ezequiel, además de los doce "menores" en cuanto que dejaron unos escritos más breves. Finalmente, el resto de los libros, llamados Los Escritos por los judíos, los llamamos sapienciales e incluyen los Salmos y diversos libros que en general tratan de la sabiduría o dan consejos sobre cómo vivir bien o sea según la ley de Dios. El libro de Sirácide pertenece  a este último grupo y proviene de un hombre sabio de este nombre que vivía en Jerusalén en la segunda parte del segundo siglo antes de Cristo. En general, propone unas reflexiones sobre la historia del Pueblo de Israel.

Nuestra lectura de hoy presenta el tema del libre albedrío o la libertad: "Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad". "Si quieres" indica que tenemos la opción de hacer o no hacer algo, lo que se denomina "libre albedrío". Se trata de una de las principales características que Dios nos ha dado. El niño, aunque tiene la facultad del libre albedrío, todavía en gran medida no es capaz de ejercerla. En prácticamente todos los aspectos de su vida se somete a la voluntad de sus padres. Lo levantan en la mañana, lo mandan o llevan al colegio, le dan de comer y si no le gusta lo que le dan, le obligan a comerlo etc. Está sometido a la voluntad de otros y se supone que gracias a ello, formará buenos hábitos y aprenderá luego a practicar la virtud. Luego llega a la adolescencia y comienza a querer hacer las cosas a su modo, a seguir no lo que le dicen sus padres sino los amigos, la cultura dominante, aunque  todavía depende en gran medida de sus padres. Ellos suelen dejarle una cierta libertad y normalmente le parece insuficiente e intenta  ampliar el espacio de su libertad. Se espera que llegue a la adultez y aprenda a ejercer la libertad con responsabilidad, pero hoy en día el concepto de la libertad que se maneja es "hacer lo que me viene en gana". Está bien hasta cierto punto que el adolescente quiere eso, pero que uno que ya es adulto lo quiera es señal de inmadurez y se le llama un adolescente perpetuo. La libertad o el ejercicio del libre albedrío va de la mano con la responsabilidad, es decir, asumir las consecuencias de los propios actos. Los buenos padres intentan inculcar en sus hijos la responsabilidad y ellos tienden a reconocer que una persona madura tiene que ser responsable, tiene que cumplir la palabra empeñada y una larga lista de deberes que reducen el campo de su libertad. Va reconociendo que no es el dueño de su vida ni del mundo, que vive con otros a quienes tiene que respetar. 

Tenemos, pues la opción de cumplir los mandatos del Señor. Hay dos tipos de mandatos del Señor, En primer lugar, los que provienen de nuestra misma naturaleza racional y que en Filosofía y Teología Moral se llama LA LEY NATURAL,  y el segundo son los mandamientos positivos que Dios nos ha revelado y se recogen en la Biblia. Se trata de la ley revelada por Dios, pero resulta que Dios revela también a través de la Biblia parte de lo que es la ley Natural. También , están las leyes positivas que provienen de la Iglesia o del Estado, pero no directamente de Dios. 

Vamos a desentrañar un poco estos tres tipos de leyes. La ley moral natural es lo que la razón humana reconoce como lo que debemos de hacer y evitar. Todo mundo sabe que tiene que hacer el bien y evitar el mal, que es el primer principio de la ley natural. Santo Tomás de Aquino explica que los primeros principios los conocemos automáticamente sin tener que aprenderlos. Ahora bien, hay que determinar qué es lo que hay que hacer y evitar, o qué es bueno y qué es malo. En el primer capítulo de su Carta a los Romanos, San Pablo afirma que no solo los judíos conocen la ley de Dios porque se los ha revelado sino también los paganos y que Dios los castiga por ello "llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, henchidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados, los cuales aunque del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen" (Rom 28-30). San Pablo da por supuesto que los paganos reconocen estas cosas como malas y que deberían de evitarlas. En general, los diez mandamientos recogen las principales fechorías que el hombre comete y no debería, como reconocer a Dios como Señor, la blasfemia, el asesinato, el adulterio y demás pecados contra el orden de Dios en el campo de la sexualidad que tiene como principal objeto la propagación de la especie, la mentira, el robo y el hurto etc. Dios los revela porque pocos y después de haber cometido muchos errores podrían descubrirlos por su propia reflexión, cosa que es consecuencia del pecado original que oscurece la mente, debilita la voluntad y nos lleva a dejarnos guiar por nuestros instintos y pasiones. 

En cuanto a las leyes positivas del Estado, para ser de verdad leyes y tener de obligación tienen que estar en conformidad con la Ley Natural que es de origen divina y corresponde al orden que Dios ha establecido en su creación y nos capacita con la misma razón humana para conocerla. Si el Estado intenta hacer leyes que  obligan o permitan el mal, como es el caso del aborto, la eutanasia,, el mal llamado matrimonio gay, que ni es gay ni matrimonio, el ciudadano no tiene ninguna obligación moral de aceptarlas sino la obligación de oponerse a ellas. Las leyes positivas que no sean injustas obligan en conciencia. Claro, el Estado tiene el poder de obligar el cumplimiento de sus leyes, que en teoría han de servir al bien común y puede multar o meter en prisión. También la Iglesia tiene el poder de hacer leyes que se recogen en el Derecho Canónigo y obligan a los católicos en conciencia, como por ejemplo, la obligación de asistir a Misa el domingo, de contribuir al sustento de la misma Iglesia etc, pero no tiene el poder de forzar su cumplimiento. 

Luego dice el autor que es "prudencia cumplir su voluntad". La prudencia es la primera y la principal de todas las virtudes morales. Una virtud es una disposición permanente de hacer o evitar algo, y sería lo que llamamos un hábito bueno. La prudencia es la virtud regidora de todas las demás virtudes. Sin ánimo de entrar en detalles, podemos definirla como el modo recto de actuar (recta ratio agibilium, en latín), o la disposición de escoger siempre los medios adecuados para alcanzar el fin, Nuestro fin último es la felicidad eterna con Dios en el cielo y hay muchos fines intermedios. No necesitamos dar una larga explicación sobre la prudencia de cumplir la voluntad de Dios. Ya he manifestado que Dios tiene un orden no solo en el universo físico de manera que el las estrellas, galaxias y demás entes cósmicos funcionan, sino también para las acciones del hombre. Si Dios ha establecido un orden, es obvio que nosotros hemos de actuar de acuerdo a él para que alcancemos el fin de nuestra existencia. 

Para terminar, conviene afirmar que la capacidad de hacer lo que queremos, o como se dice coloquialmente "lo que nos viene en gana" es limitada por nuestra misma naturaleza de personas racionales y sociales. También la limita una serie de hechos, pues si no estamos locos sabemos que si nos tiramos de de un edificio alto nos mataremos. O sea, la libertad está en una íntima relación con la verdad, como dice Jesús: "conoceréis la verdad y la verdad os hará libres". La virtud, según Aristóteles está en el medio o la moderación, evitando los extremos. Como hemos visto la libertad está restringido por la responsabilidad y gobernada por la prudencia. 


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