viernes, 16 de marzo de 2018

LA NUEVA ALIANZA

HOMILÍA PARA EL QUINTO DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B, 18 DE MARZO DE 2018.

La primera lectura de nuestra misa de hoy es uno de los textos más emblemáticos del Antiguo Testamento. Se trata de la promesa de Dios hecha a través del profeta Jeremías de una nueva alianza escrita y no en tablas de piedra, sino en el corazón del hombre (Jer 31,31-33). En la Biblia se dan varias alianzas propuestas por  Dios: la aliaza con Adán, con Noé, con Abrahán, con Moisés en el MOnte Sinaí,y la que se hizo con David. Una alianza es un pacto sagrado, en le caso de la Biblia, entre Dios y su pueblo a través de un representante del mismo, en el que Dios promete ciertas cosas y pide un compromiso del pueblo de cumplir lo propuesto. Eran comunes las alianzas etre un rey y sus vasallos. Dios se rebaja y propone un acuerdo con el pueblo, pero a los miembros del pueblo les corresponde un cumplimieto leal de lo que Dios les pide. Es fácil constatar que a lo largo de la historia sagrada del pueblo de Israel que fue infiel a las alianzas con su Dios. Si embargo, Dios nunca se cansó de ellos y los perdona una y otra vez dándoles otra oportunidad.

Pasemos ahora de las palabras del Profeta Jeremías a las de Jesús en la ültima cena al insituir la Eucaristía, en concreta las que pronuncia sobre la copa al convertir el vino en su sangre, que repetimos en cada una de nuestras Misas: "este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados". Ciertamente, caulquier judío como era el caso de los apóstoles se daría cuenta enseguida al escuchar estas palabras de Jesús que hacía referencia al texto de Jeremías, que en realidad se cumplía en aquel momento y luego el día siguiete en la cruz.

Esta nueva alianza profetizada por Jeremías, iba a ser sustancialmente más perfect y supeior a las anteriores. Ya no se trataría de unas estipulaciones de la alianza escritas en piedra o provenientes del exterior, sino que quedaría escrita en el mismo corazón del hombre. En el Libro de Ezequiel, Dios promete arrancar del hombre el corazón de piedra y darle un corazón de carne. Se trata, pues, no de una imposición de una serie de leyes sino de un cambio radical en el mismo hombre de manera que esta nueva alianza sería la definitiva que no fracasaría como las ateriores.

Sabemos que el hombre nace, como una tabla rasa, en palabras de Aristóteles. Su vida comienza ya con la concepción y es un ser mínúsculo que se va a desarrollar paulatinamente hasta llegar a ser hombre. También tiene necesidad de aprender muchas cosas, como por ejemplo cómo camniar, como hablar la propia legua matera, y todo lo demas que solemos aprender en la escuela y a lo largo de toda la vida. El que toca piano o el que juega golf, por ejemplo, tiene que aprender a través de un sin fin de repeticiónes como utilizar los dedos para tocar bien las teclas y producir un sonido musical, o cómo pegar la pelota con el palo convertiéndo en parte de sí mismo los prinicpios del juego o de la música o cualquier otro arte u oficio. Pasa lo mismo con los hábitos y las virtudes. A través del esfuerzo y la repetición el niño, y también el adulto, tiene que aprender a controalar su mal genio, a respetar a los demás, a pedir perdón cuando comete una falta que perjudica a los demás, y un sin fin de otras actividades que eventualmente llega a ser parte de su carácter y de su mismo ser, de manera que le resulta fácil y prácticamete automático realizar tales actos o la práctica de la virtud.

Así sucede también con la ley de Dios, que es una manifestación de su amor hacia nosotros. Es cierto que debido al pecado original y a lo que los teólogos llaman la concupiscencia, nos resulta difícil y prácticamente imposible evitar todo pecado y se nos hace más fáicl hacer el mal o no hacer el bien que hacerlo. San Pablo escribe a los romaos: ·El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazónes por el Espíritu Santo que se os ha dado )Rom 5,5). Por eso, Santo Tomás de Aquino afirma que "la nueva ley es el Espíritu Santo". En el bautismo fuimos convetidos en hijos de Dios en el Hijo,  Jesucristo y las tres divnias personas habita en nosotros. Este hecho provoca un cambio radical en nostoros que se llama técnicamete la justificación, o el paso de ser enemigos de Dios por el pecado original a ser sus hijos y amigos en su Hijo Jesucristo. Esto se llama la gracia santificante. Se nos convierte en santos y todo lo que os corresponde hace ren esta vida es cumplir esta consagración que es la santidad, cumpliedo en cada momento y cirucnstancia la voluntad de Dios como hizo Jesús. Ahora bien, todo lo que hace Dios, lo hace el Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. Así que el Arcángel Gabriel le dijo a María en la  Anunciación: "El Espíritu Santo vendrá sobre tí y el que va a nacer se llamar Hijo de Dios". El ser hijos de Dios implica la exisgencia de vivir como tales, y en eso consiste la ley de Dios. Un segundo paso en este proceso de nuestra divinización o partiicpación en la naturaleza divina, es que Dios infunde en nosotros las viturdes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, y las virtudes cardenales de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, como principios operativos, gracias a los cuales podemos actuar según nuesto nuevo ser y como dice San Pablo "caminar de la novedad de vida".

Por lo tanto, la moral cristiana no es una imposición externa y ajena a nuestro ser, sino  la consecuencia lógica de nuestra elevación a una vida nueva de como hijos de Dios o como se dice también la gracia santificante. No podemos pensar, pues que la ley de Dios es imposible de cumplir. Dios que os ama infinitamente no nos manda hacer nada imposible, sio por el contrario nos concede su gracia para poder hacer lo que es nuestro propio bien y asi alcanzar el destino de la felicidad eterna en el cielo, que en parte comienza ya e este mundo con nuestor bautismo.

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