HOMILÍA, XXXI DOMINGO DE TIEMPO ODINARIO, 5 DE NOVIEMBRE DE 2017.
Hoy nos ha tocado escuchar un pasaje del profeta Malaquías que correspondería a un profeta probablemente anónimo que habría precidado al rededor del año 450 a. C. Se trata del perídodo después de la vuelta del exilio que se dio a partir del años 538 y después de la reanudación del culto en el templo reconstruido. En primer lugar, el profeta recuerda quién es Dios, su grandeza: "Yo soy un rey grande, dice el Señor de los ejércitos, y mi nombre es terrible entre las naciones. Uno de los grandes vicios del hombre religioso es precisamente olvidarse de quién es realmente Dios, que es grande, como profesamos en el Credo "todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible". Estamos llamados a rendirle un verdadero culto de adoración, de alabanza, de acción de gracias, pero no con meras acciones exteriores, sino como dice Jesús "en espíritu y en verdad", Un gran vicio del hombre religioso, también del sacerdote y del religioso es el cumplimiento externo de los ritos sin meter en ello todo su corazón. Una de las principales misiones de Jesús como Mesías era precisamente la de renovar el culto. Los profetas no se cansaban de quejarse de la rutina en el culto, la falsa confianza que se ponía en el mero cumplimiento externo, sin tener el corazón metido en él. Podremos llegar a la celebración de la Eucaristía con el deseo de cumplir un mandamiento y estar preocupado para que se termine rápidamente. Dios se ha empeñado a fondo con nosotros, hasta el exrtemo de enviar as su Hijo a compartir nuestra vida, nuestros dolores, angustia, y alegrías, pero ese amor extremo de Dios no nos mueve, más bien nos parece algo normal y ordinario.
El profeta despotrica conta los sacerdotes del tempo de su tiempo. Dice que habían roto la alianza de Leví, que era la tribu de Aarón, hermano de Moisés y el primero de los sacerdotes. Hoy en día sabemos que un cierto porcentaje de sacerdotes ha traicionado su misión dando así el gran escándalo de la pederastia que tanto ha sacudido la Iglesia en estas últimas décadas. El Libro de Ezequiel contiene palabras tremendas en contra de los falsos pastores que se aprovechan de las ovejas para su satisfacer sus propias tendencias. Ha habido obispos que en vez de actuar adecuadamente y defender a las personas más vulnerables, no han actuado con fuerza y valentía para arreglar este grave problema. A veces, no existen verdaderas comunidades cristianas y el sacerdote se siente solo y no encuentra respuesta de parte de los fieles a las iniciativas que intenta promover. Hay personas que se dedican a criticar todo y a todos y así se desaniman los demás y gracias a la murmuración se destruyen las comunidades cristianas. Ojalá aprendiéramos todos, sacerdotes y laicos, que en vez de criticar y quejarnos, lo que corresponde es que cada uno ponga manos a la obra a corregir sus defectos, a practicar la virtud, pues nosotros somos los únicos que podemos superarnos y contribuir a construir el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia con nuestra engrega y generosidad, pues la gracia de Dios nunca falta.
San Pablo, en su primera carta a los Tesalonicenses, nos invita seguir su ejemplo de entrega amoroso, pues hubiera querido entregar hasta su propia vida a favor de ellos. Trabajaba día y noche para no ser un peso para nadie. Agradece a Dios la apertura de corazón y la generosidad de los tesilonecenses al acoger la Palabra de Dios que les había comunicado. Ellos habían acogido la Palabra no como palabra de hombre, sino como de verdad es, Palabra de Dios. Esta palabra que proviene de Dios no nos ha de dejar indiferentes ni hemos de acostumbrarnos a escucharla, pues ha de interpelar nuestra conciencia y remover nuestra vida.
Jesús, al dirigirse a los discípulos y a la gente, no quiere que actúen como los fariseos, que enseñan lo que Dios ha comunicado pero no lo practican. "Ellos se han sentado en la cátedra de Moisés". Ciertamente, Jesús rechaza siempre de la manera más tajante la hipocresía. Aquí va otro vicio del hombre religioso. De nada sirve predicar la Palabra de Dios cuando los oyentes se dan cuenta de que el predicador no hace un gran esfuerzo por practicar lo que predica. Esto se aplica a todos, a nosotros los sacerdotes, a los padres que a veces quieren corregir a los hijos cuando éstos ven que ellos caen en los mismos vicios que quieren corregir en los hijos. El problema de fondo de los fariseos, y ciertamente tabién de nosotros mismos, es la soberbia, el de considerarnos mejores que otros, por eso nos sentimos autorizados a criticarlos. Cuando sentimos la tentación de criticar a otros, deberíamos de ir formando el hábito de recordar en ese momento el hecho de que nosotros tenemos muchos defectos y vicios y no nos gusta que otros nos critiquen por ellos. En este pasaje, como en tantos otros, Jesús insiste en la necesidad de la humildad que es la tierra fértil enla que se puede cultivar todas las demás virtudes.
Que la Palabra de Dios que la Iglesia nos presenta hoy sea una ocasión para todos, sacerdotes y fieles, a examinarnos y procurar evitar estos vicios que se dan en las personas religiosas, la rutina o el cumplimiento externo de los deberes sin poner el corazón en el intento. La hipocresía o fareseismo que nos lleva a no practicar lo que predicamos, recordando que lo que de verdad impresiona a los demás es el ejemplo, la entega, la generosidad. Y en tercer lugar, que nos propongamos a poner el práctica la virtude de la humildad, y no meraente hablar de ella. .
sábado, 4 de noviembre de 2017
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