sábado, 18 de noviembre de 2017

LA PARÁBOLA DE LOS TALENTOS

HOMILÍA XXXIII DOMINGO DE TIEMPO DURANTE EL AÑO, 19 DE NOVIEMBRE DE 2017

La palabra talento ha cabiado radicalmente de significado debido a esta parábola, pero la pregunta es si lo que normalmente llamamos talento corresponde a lo que Jesús quiere que sacamos de su parábola en el evangelio. Hoy en día entendemos por talento una cualidad o facilidad en realizar una actividad como puede ser en la música, el deporte o en los negocios etc. En cambio, en la parabola de Jesús que nos toca examinar hoy talento no significa una cualidad o capacidad innata recibida de Dios, sino dones que el discípulo recibe del Señor y que tiene que guardar y hacer fructificar hasta su vuelta. Vamos a intentar comparar el valor de un talento  con nuestra moneda de hoy. Una mina valía cien denarios y un denario, como sabemos de la parábola de los trabajadores en la viña, era la paga de un jornal de trabajo. Un talento, pues, correspondía a lo que uno cobraría en 20 años, de manera que cinco talentos era un capital ingente, alrededor de cinco millones de euros o cinco millones y medio de dólares.Nada despreciable. Tenenos que valorar lo que Dios nos regala con la vida y todo lo que nos da indirectamente a través de la educación que hemos recibido de nuestros padres, de la escuela, de toda la experiencia que hemos podido acumular a lo largo de nuestra vida.

Conviene señalar que Jesús dice que el señor entregó los talentos "a cada uno según su capacidad". (Mt 5,5) Nos conviene reflexionar sobre el significado de esto de dar, compartir y cómo es un principio fundamental del evangelio. Primero, Dios Padre es el pincipio y fundamento de la divinidad y se la da, la entrega a su Hijo por generación.  Ese mismo compartir de todo lo que es la misma divinidad entre el Padre y el Hijo es lo que produce el Espíritu Santo. Es más, quiere Dios comunicarnos a nosotros una participación en esa vida divina que las tres divinas personas coparten eternamente. El Padre es Padre en relación al Hijo y así el Hijo en relación con el Padre y el Espíirtu Santo en relación con abmas personas. El secreto de la divinidad es darse, entegarse. Dice Jesus  a los apóstoles en la útlima cena: "Todo lo que me ha dado mi Padre os lo he dado a conocer" y "El que me ama, guardará mis mandamientos, y el Padre lo amará y vendremo sa él y haremos morada en él". Hay un dicho filosófico bonum est diffusivu sui, el bien se difunde, se comunica a si mismo. Si este principio demuestra cómo es Dios, que se da a sí mismo, nos hace partícipes de su misma vida divina "según nuestra capacidad", entonces a nosotros nos corresponde como sus criaturas, hechas a imagen y semejanza de él, y elevados por la gracia a ser hijos en el Hijo, hemos de superar la tendencia innata que tenemos de acaparar, de ser egoistas y soberbios, debido a las consecuencias del Pecado Oriiginal  demás pecados que nos afectan.

Todos sabemos que es una ley de los negocios que el que no se arriesga, no arriesga su capital no gana, antes pierde. Obviamente, los negocios requieren un riesgo prudente, no como el que apuesta en un casino.  Es lo que propone Jesús en la parábola. Alaba a los siervos que recibieron cinco y dos talentos porque los invirtieron y trabajaron duro para poder alcanzar una ganancia hasta del 100%. En cambio, el que recibió uno, y no pensemos que se trataba de poco dinero, queriendo prudente, pero en realidad no tanto, hizo un hoyo en la tierra y escondió el talento. Luego al regaresar el señor, lo reprende llamándolo perezoso y holgazán por no haber ganado nada con el talento. Manda que lo aten y lo echen fuera, mientras a los otros dos les asciende a una responsabilidad más alta.

El gran talento que hemos recibido nosotros es la fe. Nos toca acogerla, desarrollarla a través del estudio, del conocimiento de la Palabra de Dios, de lo que la Iglesia enseña, de practicarla y completarla con la esperanza y la caridad. La fe sin obras, nos enseña el Apóstol Santiago en su carta, está muerta y no nos salva. Nos parece normal que una persona salga a caminar en la mañana, otros vayan a un gimnasio o en bicicleta para hacer ejercicio y mejorar su salud. Otros que cuentan con algún capital intentan hacer algún negocio, tal vez comprar un piso para alquilar y sacar alguna renta o invertir en algún fondo de inversiones. Si nos parece normal y prudente este tipo de actividad tendente a aumentar nuestro patrimonio o nuestros ingresos, ¿cómo es que no hacemos lo mismo con el talento más grande que Dios nos ha dado, la fe católica? Así como el dinero muerto, escondido debajo del colchón o en  un hoyo no gana, ni mejora la salud si no hacemos ejercicio, pues tapoco la fe, la esperanza y el amor a Dios y al prójimo aumentan si no hacemos un gran esfuerzo por ejercitarlas. Lo que no se da, o se entrega desaparece. No basta decir que "no hago daño a nadie", que es lo mismo que hizo el que recibió un talento No hizo nada malo, pero el señor lo mandó atar y echar fuera a las tinieblas exteriores, que simbolizan el infierno. San Agustín decía, que "Dios, que nos ha hecho sin colaboración nuestra, no nos salvará sin nuestra colaboración". Es más, nos toca entregar lo que hemos recibido. Jesús dijo a los apóstoles cuando los mandaba a misionar a los pueblos: "Gratis habéis recibido, dad gratis". ¿¿Que hemos hecho nosotros para comunicar la fe a otros? ¿Nos damos cuenta de que éste es el mayor don que les podemos dar?

Propongámonos hacer algo para, en primer lugar aumentar nuestra fe, conocerla mejor y luego comuncicarla a los demás. ¿Hace cuando desde que he leído algún libro que me ha ayudado a conocer mejor a Jesús, a counicar la fe a los niños, sean hijos o nietos, pues todo requiere un esuferzo y no vamos a dar lo que no tenemos. ¿Por qué no hablo con mi párroco para preguntar cómo puedo participar en un grupo misionero que se dedica a propagar la fe? Aunque sea de edad avanzada y no puedo salir mucho de casas, siempre podré hacer algo, en primer lugar ir conociendo más el tesoro de la fe católica, rezar el rosario por la conversión de mis vecinos, de mis familiares. Ofrecer algunos sacrificios por las vocaciones. Si conozco a algún joven que pudiera seguir al Señor en la vocación sacerdotal o religiosa, San Juan Pablo II sugiere que lo invitemos a considerar la posibilidad de tal vocación. No nos quedemos como el de un talento y recordemos lo que le pasó. 

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