HOMILÍA II DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO A, 15 DE ENERO DE 2017
Hoy quiero fijarme en nuestra segunda lectura, tomada de la Primera Carta de San Pablo a Los Cristianos de Corinto, dado que a lo largo de los siguientes domingos vamos a estar leyendo una serie de extractos de esta importante carta de San Pablo. Después de su encuentro con el Señor resucitado, Pablo se retiró a Arabia, probablemente parte de lo que es ahora Jordania durante tres años. Luego cuenta que viajó a Jerusalén y estuvo predicando en Tierra Santa, pero al parecer su mensaje provocaba rechazo y un cierto miedo a que fuera a provocar persecución. Entonces, se retiró, o lo obligaron a retirarse a su ciudad natal de Tarso, que se encuentra en la costa oriental de lo que es ahora Turquía, no lejos de Siria. Pasado algún tiempo, llegó Bernabé a Tarso y lo llevó consigo a Antioquía. Después de un tiempo más la comunidad descidió enviar a Pablo y Bernabé a misionar, primero en Chipre y en el sur de lo que es ahora Turquía. Chipre era la tierra natal de Bernabé. Pensaría que dado que Bernabé era de allí, el evangelo tendría mejor acogida. La misión no fue un exito total. Posteriomente, se lanzaron a otra misión y ahora decidieron concentrarse en las comunidades judías de la dispersión, de manera que Pablo dedicó mucho tiempo y esfuerzo al intento de convencer a los judíos y a sus líderes en las sinagogas que Jesús era el Mesías esperado por el pueblo de Israel. Así que, dedicó mucho tiempo a discusiones con los judíos acerca de los tetos mesiánicos de los profetas, en el intento de convencerles de que lo que Dios había revelado en tales textos se cumplía en Jesús. Encontró mucha oposición y a veces lo apaleaban y lo expulsaban se su pueblo. Luego, llegó a Atenas, y estando paseando por la ciudad, se encontró con un templo dedicado al dios desconocido. Tramó un buen discurso y lo presentó a los filósofos, pero una vez que empezó a contarles cómo Jesús había resucitado le dijeron que lo escucharían otro día. No les interesaba el tema de la resurrección de los cuerpos, pues eran platónicos y esta doctrina contradecía la de Platón sobre el cuerpo como cárcel del alma. Cosechó, pues, otro fracaso.
Pablo se fue de Atenas hasta Corinto, que no está lejos. Era una ciudad cosmopolita, con un puerto importante y allí los romanos habían llevado a muchos colonos, veteranos de guerras. Allí recibió una revelación de Dios que le aseguraba que Él había preparado para sí allí en Corinto un gran pueblo. Se quedó allí más de dos años y formó la primera comunidad cristiana con la ayuda de Aquila y Priscila que era judíos expulsados de Roma con quienes se hizo amigo. Podemos suponer que la comunidad cristiana de Corinto, como las demás comunidades fundadas por Pablo y sus colaboradores con contaría con más de unas 50 o 60 personas. Se reunían en casas, pero casas de los más acaudalados, pero no tan grandes que pudieran caber en ellas muchas más personas. Pablo se había ido a otra parte a fundar otra comunidad y los cristianos de Corinto le enviaron una carta con una serie de consultas sobre problemas que había surgido entre ellos. Uno era la existencia de facciones en la comunidad, otro si era permitido a los cristianos comer carne sacrificada a los ídolos, otro sobre el modo de celebrar la Eucaristía, y finalmente sobre la resurrección de los muertos. Los siguientes domingos iremos escuchando pasajes relacionados con estos temas, pero en este momento vamos a comentar un poco el breve pasaje que nos toca hoy.
La carta comienza con un saludo, que era tradicional en la correspondencia epistolar de la época. Pudiera parecer que eso no pasa de ser algo convencional, pero hay más. La carta comienza con el nombre de Pablo, Paulos, en griego. Era un nombre romano, pero sabemos que en el camino a Damasco Jesús resucitado desde el cielo lo llamó "Saulo", que era su nombre judío, el nombre de Saùl, el primer rey de Israel. Pablo era también de la misma tribu que Saúl. Había asumido este nombre romano, pues se dedicaba a viajar por el Imperio propagando el cristianismo. Él había adquerido una excelente formación en la Biblia a los pies del gran rabino Gamaliel en Jerusalén. Prosige: "llamado apóstol de Cristo Jesús". Él no se presenta como uno que viene con su propia autoridad, sino como llamado para una misión. Su vida y su misión pertenecen a otro, a Cristo Jesús. La palabra Xristós en griego sigifinica ungido o maschal en hebreo, Mesías. Sabemos que el nombre Jesús, que el el mimso que Josué, que el ángel comunicó a María en la annciación, significa Yahvé salva. La identidad fundamental de Pablo, como apóstol, palabra que significa enviado, del verbo apostellein queda expresada por su relación con Jesús. A los Gálatas les dice "Ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí" (2,20). Así también, la identidad de todo cristiano queda establecida por su relación, su incorporación con Jesucristo que se ha realizado en el bautismo.
Pablo se declara apóstol por la voluntad de Dios. Tambièn nuestro salmo responsorial de hoy nos lleva a repetir "He aquí, Señor, yo vengo a hacer tu voluntad". Si para San Pablo, toda su vida, su ministerio, su misión corresponde a la voluntad de Dios claramente manifestada en su conversión en el camino a Damasco, entonces nosotros debemos de tomar en serio la voluntad de Dios en neustra vida. También la Carta a los Hebreos, citando este salmo manifiesta que la actitud de Jesús al entrar en este mundo fue precisamente su deseo de cumplir en todo la voluntad de su Padre. A lo largo de los evangelios, y sobre todo en su oración en el huerto de Gensemaní Jesús repite este leit motif: "No he venido a hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 6,38). Lo mismo dígase de la Santísima Virgen María cuando el ángel le reveló la misión que Dios le encomendaba. Ella responde clarmente "hágase en mí según tu palabra", y esta misma actitud regía toda su vida, como la de todos los santos. Es prácticamente imposible exagerar la importancia del cumplimiento de la voluntad de Dios en la vida de cada uno de los cristianos, de nosotros. La voluntad de Dios se manifiesta en la ley de Dios que nos enseña la Iglesia, en el cumplimiento de los deberes concretas de cada momento de nuestras vidas. En algunos aspectos es igual para todos, como por ejemplo el cumplimiento de los mandamientos, pero también varía según las circunstancias concretas de la vida de cada uno. ¿Cómo podemos alcanzar la santidad, la felicidad? Pues, la respuesta es muy sencilla, cumpliendo en cada momento la voluntad de Dios según nuestros compromisos y estado de vida. No será igual para una persona casada con hijos que para una religiosa o un sacerdote, para una persona viuda etc. No puede estar más allá de nuestras fuerzas cumplir la voluntad de Dios en cada momento. Si pensáramos eso, estaríamos cayendo en una suerte de blasfemia contra Dios y acusándole de imponernos deberes que nos son imposibles de sobrellevar. Estaríamos acusando a Dios de ser un embaucador.
Pablo prosigue a mencionar los destinatarios de su carta: "la Iglesia de Dios que está en Corinto". La palabra Iglesia, en griego ekklesía proviene de la preposición ek y del verbo kalein que significa llamar. Por lo tanto, los miembros de la Iglesia somos "llamados de", obviamente del mundo y consagrados a Dios por Jesucristo. En otras ocasiones, Pablo recuerda a sus cristianos ell tipo de vida que vivían antes de ser llamados a formar parte de la Iglesia, de llegar a ser hijos de Dios en su Hijo Jesucristo. Tiene que haber una diferencia radical entre el cristianos, llamado desde el mundo con toda la maldad, los vicios que lo caracterizan a ser miembro vivo del Cuerpo de Cristo. Es más, la Iglesia es de Dios. Nadie puede inventar la Iglesia o de ella otra cosa que no sea lo que eDios a querido y manifestado en Jesucristo Nuestro Señor.
El apóstol afirma que los miembros de la Iglesia en Corinto están "consagrados" en Cristo Jesús. También con frecuencia llama a sus cristianos santos. La palabra santo en el Antiguo Testamento signfica separado, pues en cuanto que Dios es transcendente, está separado del mndo y todo lo que está unido a Dios y en relación con Él es santo.
Pablo afirma: Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación. (1Tes 4, 3). Tal santificación se realiza por formar parte de la Iglesia, que a su vez es propiedad exclusiva de Dios, y para formar parte de ella, tenemos que ser llamados fuera del mundo y todo lo que signfica. La voluntad de s Padre era la ley suprema para Jesús, y sabemos cuánto le costó humanamente acogerla cuando se trataba del supremo suplicio de la cruz. Que al inico de este año, atendiendo a Jesús y a San Pablo aprendamos a cumplir con cabalidad la voluntad de Dios en todo momento y circunstancia, como tantas veces repetimos cuando rezamos el Padre Nuestro. Hágase tu voluntad en la tierra como el en cielo.
sábado, 14 de enero de 2017
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