sábado, 2 de mayo de 2015

La unión con Jesucristo

La vid y los sarmientos.

A lo largo del Evangelio Jesús hace una serie de declaraciones verdaderamente extraordinarias, incluso inauditas. "Yo soy la luz del mundo", "Yo soy el verdadero pan de vida. El que come este pan vivirá eternamente", "Yo soy el Buen Pastor". "Sin mí no pueden hacer nada",  y hoy escuchamos en nuestro pasaje del evangelio, "Yo soy la verdadera vida" .  Lo más que decían los antiguos profetas de Israel era que sus declaraciones eran "oráculo del Señor". Ningún otro profeta o fundador de una religión ni hombre santo se ha atrevido a decir nada semejante. En los cuatro evangelios, no sólo la gente y los discípulos se dan cuenta de que Jesús era totalmente único, extraordinario, que hablaba con autoridad, no como los escribas y los fariseos, sino que expulsaba a los demonios con la mayor facilidad, e igualmente hacía milagros incluso en beneficio de personas ausentes, sin ningún alarde de magia, ni siquiera sin esfuerzo, con el poder de su palabra.

A diferencia del caso de cualquier otro líder religioso, político, gran liberador de su pueblo, como pudiera ser Ghandi u otros, el seguidor de Jesús está llamado a conformar su vida Él de manera que hay una unión tan íntima como la de la vida y el sarmiento. San Pablo llega a decir "para mí vivir es Cristo".

Volviendo a nuestro evangelio de hoy, dice Jesús que la unión del discípulo con el se parece a la del sarmiento con la vida, es decir, una unión vital. Si él es la vida, la luz del mundo y también nosotros tenemos que ser luz para los demás, es absolutamente necesario estar unidos a él de manera vital. Muchas personas consideran muy difíciles las condiciones para la unión y seguimiento de Cristo. Es más, Jesús dice que el que no está unido a él no da fruto y el Padre "corta los sarmientos que en mí no dan fruto; los que dan fruto los poda, para que den aún más". Hoy en día la sociedad está a favor de la inclusión y contraria a la exclusión. Aquello de cortar los sarmientos que no dan fruto,  y quemarlos parece inaceptable a muchos.

Muchas personas consideran que tienen mal carácter, que nacieron así y que la cosa no tiene remedio. Gritan a los niños, provocan conflictos en la familia y no ven el modo de superarse, pese a los buenos deseos que tienen. Otros piensan que son "buena gente" porque acuden a la misa o forman parte de algún grupo parroquial, pero no se empeñan a fondo en superar sus vicios y practicar la virtud, sobre todo la caridad y la paciencia, o piensan que tienen que mentir o las mentiras que dicen son "piadosas" y evitan hacer sufrir a otros. ¿Cuáles son los frutos que tanto el Padre como Jesús esperan de nosotros? Ciertamente tanto el Padre como Jesús se manifiestan como misericordiosos en todos los evangelios, pero eso no nos ahorra a nosotros la sinceridad en nuestros esfuerzos en dar el fruto que el Señor busca. Recordemos el episodio en el evangelio de la higuera estéril. Allí también dice el señor de la viña, que hay que cortarlo "'¿para qué va a ocupar espacio?" si no da fruto. Según el relato del juicio final en Mateo 25,31-46, los frutos que Dios busca son ante todo la caridad fraterna, el acudir en ayuda a los más necesitados, los hambrientos, los enfermos, encarcelados, etc. y el mismo Señor se identifica con ellos.

Tanto en el Evangelio de San Juan como en su Primera Carta,  no deja de repetir "el que me ama guardará mis mandamientos". Un poco antes de nuestro evangelio de hoy que se encuentra en el c. 15 de San Juan, tenemos la escena del lavatorio de los pies. Allí dice Jesús: "¿Comprenden lo que acabo de hacer? Ustedes me llaman maestro y señor, y dicen bien. Pero si yo, que soy maestro y señor, les he lavado los pies unos a otros. Les he dado un ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes" (12-15).  Muchas personas piensan que les es imposible perdonar una ofensa, que tal ofensa ha sido demasiado pesada y dolorosa para ellas y en no pocos casos viven años de resentimiento y rencor hacia el que los ofendió. ¿Qué hacer?

Ciertamente por nuestra naturaleza humana y sus fuerzas frágiles no somos capaces de perdonar, ni tenemos la misma mentalidad o las mismas actitudes que las de Jesús. Por eso, Él dice que sin Él no podemos hacer nada. Pensemos bien en lo que significa eso y en quién es Él. En el Prólogo del Evangelio de San Juan leemos que en Él, por Él y para Él todo ha sido creado. En la Carta a los Colosenses, San Pablo escribe: "El es imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque por él fue creado todo, en el cielo y en la tierra, lo visible y lo invisible...El es anterior a todo y todo se mantiene en él (Col 1,17-17).

Sí es cierto que no podemos perdonar, no podemos amar como Jesús nos pide, pero si de verdad estamos en comunión con él "como el sarmiento y la vid", todo cambio. No estamos solos ni dependientes de nuestras propias fuerzas para lograr hacer el bien, cumplir sus mandamientos, sin Él nos da la fuerza. Nos envía su Espíritu que es fuerza y poder de Dios para alcanzar hacer lo que por nuestra naturaleza herida por el pecado, y por nuestras malas tendencias no podríamos hacer solos. Pero también tenemos que darnos cuenta que esta identificación no es no es algo que podemos alcanzar en un día y sin grandes esfuerzos, pues dice que el Padre hace la poda. Es un proceso doloroso pero necesario.

Para muchos, de acuerdo con la mentalidad contemporánea,  el gran mal del mundo es el sufrimiento, pero aquí en el evangelio parece que el mismo Padre es el que provoca el dolor y el sufrimiento. Si no se poda un árbol frutal, no da el fruto que se puede esperar de él. Así nosotros también, necesitamos de una "poda". Por ello, la Iglesia nos propone tiempos de penitencia como la Cuaresma para que podamos examinar bien nuestra conciencia  darnos cuenta de que no vamos tan bien que digamos. Pasa también lo mismo con la casa. De vez en cuando tenemos que darle una limpieza a fondo, fumigarla para eliminar insectos desagradables como las cucarachas.

Aquí en el Evangelio de San Juan, Jesús repite algo que también encontramos en los otros evangelios, cuando proclama que todo lo que le pedimos "en su nombre lo hará". Pedir en su nombre sólo se puede hacer si estamos en unión con Él, como dice San Pablo, "ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí". Si estamos sinceramente en comunión con Él, pediremos solamente lo que más nos conviene. En el Evangelio de San Lucas, añade que lo que nos dará es el Espíritu Santo, pues con él tenemos todo lo que necesitamos para vivir una vida según la voluntad de Dios y unir el cielo con la tierra, como lo que pedimos en el Padre Nuestro "Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo". Cuando San Agustín dice "ama y haz lo que quieras", se asemeja a esto que dice Jesús. No pediremos ni haremos lo que no está conforme a la voluntad del Señor.

Mientras estamos en este período de Pascua, aprovechemos para darnos cuenta de quién es el Señor, que en el bautismo nos ha incorporado a Él, nos ha comunicado el Espíritu Santo, que es el que lo guió a lo largo de todo su vida, hasta la cruz y lo comunicó a la Iglesia en Pentecostés, que no estamos solos, que no debemos desfallecer en nuestra lucha por seguirlo, que sin él no podemos hacer nada que valga la pena, y sobre todo no podemos alcanzar la meta de nuestra vida.
































































































































































































































































































































































































































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