El Libro de los Hechos de los Apóstoles comienza con el episodio de la Ascensión, es decir, el último acto de Jesús en esta tierra y su partida hacia "el cielo". ¿Y el cielo, qué y cómo será? Los niños tienen su concepción del cielo que incluye un lugar de abundantes juegos, caramelos y otras muchas cosas que aprecian y quieren tener. Los musulmanes, siguiendo el Corán y correspondiendo a una concepción primitiva del beduino del desierto de Arabia del siglo VII, conciben el cielo como una suerte de palacio lleno de grandes aposentos con 72 vírgenes a disposición de cada uno de ellos para abundante placer sexual. Es más, bastantes de ellos consideran que suicidándose en medio de una calle o un terminal de bus o un aereopuerto habiéndose ceñido con paquetes de explosivos los convierten en mártires y les de un billete directo al cielo que imaginan así. Algunos filósofos del siglo XVIII, denominado siglo de las luces, es decir, el racionalismo, veían a Dios como un ser ocioso que moraba en un cielo lejano, que sí había creado el mundo y había establecido las leyes del cosmos, pero prácticamente no intervenía en él, de manera que habría un separación radical del cielo de la tierra. Serían un edifico de dos pisos pero sin escalera alguna para acceder al segundo. Más adelante con la llegada de los filósofos ateos como Marx, Feuerbach y Freud ya descartaron el cielo, considerándolo como una proyección peligroso de las vanas esperanzas del hombre de este mundo. Peligroso, porque sería una distracción de su verdadera tarea, la de dedicarse a vivir y gozar del mundo presente y no andar tras "una torta en el cielo".
Tal separación del cielo y la tierra, como la concebían estos filósofos de la Ilustración, no es bíblica. Hay pocas cosas más contrarias a la concepción bíblica de Dios que un dios lejano y separado que no manifiesta ningún interés por los asuntos humanos de este mundo. A partir del libro del Génesis, pasando por los demás libros del Pentateuco, los históricos, proféticos, salmos y sapienciales Dios se involucra radicalmente en el mundo y la vida de los hombres, en su historia, de manera muy especial creando su propio pueblo a partir de Abrahán, siguiendo sus pasos hasta su bajada a Egipto, luego su liberación de la mano de Moisés, comprometiéndose con ese pueblo con la Alianza de Sinaí, interviniendo a cada para proteger y salvarlo como se constata en los libros que van de Josué y al Segundo de los Reyes, y luego en todos los profetas. Su solicitud por la humanidad no se reduce a un solo pueblo, aunque fuera su propio pueblo elegido. Ese mismo pueblo de Dios iba a ser instrumento de salvación para todos los pueblos. Toda esta historia de amor y de misericordia de parte de Dios hacia los hombres tiene su culmen en el nacimiento, vida, muerte y resurrección, Ascensión de Jesús al cielo, y la fundación de la Iglesia con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés.
La Biblia utiliza una división tripartita de la realidad, cielo, tierra y abismo o infierno. Ésta no es una división física sino un modo de ayudar a nuestra inteligencia limitada que depende de los sentidos y en concreto de la imaginación para poder captar mejor estas realidades. Jesús, Hijo de Dios, vino al mundo con la misión de proclamar y establecer el Reino de Dios, es decir, el reinado, la soberanía, el orden de Dios entre los hombres. Lo expresa en el Padre Nuestro: "Venga tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo". Todo el Antiguo Testamento es promesa, pero al mismo tiempo promesa que se encuentra con la rebeldía del pueblo, de tal manera que en el Libro de Ezequiel se le llama al pueblo "rebelde". En el Libro de Jeremías (31,31-33) Dios prometa una nueva alianza, ya no escrita piedra sin el el corazón de los hombres. Esto lo ha hecho Jesús, adelantándose en la Última Cena, como escuchamos en las palabras de la consagración del vino en la misa, y realizándolo en su muerte en la cruz y su resurrección. El misterio de la resurrección se completa con su Ascensión o exaltación a la derecha de Dios Padre, de donde volverá "para juzgar a vivos y muertos", como dice el Credo.
En nuestra primera lectura de hoy, hay unas palabras del ángel que aparece a los apóstoles que se nos pueden escapar: "¿Hombres de Galilea, por qué se quedan allí viendo al cielo. Ese mismo Jesús que han visto subir al cielo, de la misma manera retornará". Luego los manda a esperar la llegada del Espíritu Santo y a proclamar esta gran noticia empezando desde Jerusalén. Jesús ha completado una etapa de su misión y da inicio a otra nueva dimensión misterioso. Por un lado, parece que se ha ido y por eso los apóstoles están mirando con añoranza hacia el cielo, pero por otro, se ha quedado y por la acción del Espíritu Santo va formando su Iglesia que tiene la tarea de completar su misión hasta su retorno gloriosa en la parusía o segunda venida.
En el Credo también decimos que Jesús está sentado a la derecha del Padre en su gloria. También en el libro del Apocalipsis encontramos esta imagen. En tiempos bíblicos, los reyes tenían al personaje más poderoso, el visir, o principal ministro sentado a la derecha de su trono a quien le correspondía ejecutar todo lo que mandaba el rey. Así, en la Ascensión, Jesús es coronado de poder y gloria para guiar a su Iglesia a lo largo de los siglos.
En nuestra segunda lectura, de la Carta de San Pablo a los Efesios, el apóstol también dice que "Jesús está sentado a la derecha de Dios en el cielo pro encima de las principalidades, potestades, virtudes y dominaciones", como también nuestro evangelio de hoy de San Marcos. Pero también el evangelio incluye la misión entregada por Jesús a los once apóstoles a predicar su reino en todas partes, y que "el continuaba a trabajar con ellos por todas partes y confirmar el mensaje a través de los signos que los acompañaban". Es decir, que Jesús, aunque parece que se va de este mundo, en realidad se queda y actúa ya a través de la predicación de los apóstoles, de los milagros que ellos también realizaron, a través de su Iglesia. Jesús depende de nosotros para seguir cumpliendo su misión en el mundo hasta el final de los tiempos. Necesita de cada uno en el lugar y en la misión que le corresponde, seamos padres de familia, jóvenes, niños, abuelos, sacerdotes o personas consagradas, y no sobra ninguno.
sábado, 16 de mayo de 2015
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