sábado, 29 de junio de 2019

LA LIBERTAD

HOMILÍA, XII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO CICLO C.

SAN PABLO Y LA LIBERTAD.

Vivimos en una época en la que una de los máximos anhelos de las personas y especialmente los jóvenes es la libertad. Sabemos que Dios entregó al hombre el don del libre albedrío. Los animales no tienen tal libertad. Están cerrados en su mundo de instintos. Por ejemplo, es imposible que un animal haga una huelga de hambre. Si tiene hambre y hay alimento disponible no tiene ninguna libertad de tomarlo o no. Las abejas están programadas para hacer la miel de la manera que la hacen y no tienen ninguna posibilidad de cambiar o mejorar este método. Por más que han intentado enseñar a los monos palabras y en algunos casos les han podido enseñar hasta 250 palabras, pero más allá de repetirlas no son capaces de armar una oración juntando las palabras que les han enseñado. En cambio, como nos dice el Libro del Génesis, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y esta cualidad consiste en el hecho de que tiene un alma espiritual capaz de conocer la verdad y un apetito espiritual que es la voluntad que puede escoger entre actuar o no actuar, hacer algo bueno y algo malo. Esta semejanza con Dios le proporciona al hombre la dignidad que le es propia y que reconoce como tal.

No obstante, la libertad del hombre tiene muchos límites. Hemos nacido sin que fuera un acto libre de parte nuestra, ni escogimos donde íbamos a nacer, qué lengua iba a ser nuestra lengua materna. Nacimos con ciertos genes que podrán provocar ciertas enfermedades a lo largo de nuestra vida, pero nada de esto ha dependido de nuestra libertad. Nacimos en un cierto país con una cierta cultura. Por haber nacido en España o Hispanoamérica o en Europa en general, hemos adquirido o asimilado una cultura cristiana porque desde hace casi dos mil años el cristianismo ha penetrado profundamente nuestro país y queriéndolo o no hemos asimilado muchos aspectos de la cultura cristiana.

San Pablo dice en nuestra primera lectura de la Carta a los Gálatas: “Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado”. ¿A qué se refiere el Apóstol aquí? ¿Nos está diciendo que dado que somos libres podemos hacer lo que nos da la gana, o por el contrario nos está diciendo que debido a que Cristo nos ha liberado del pecado, del mal y de la muerte, somos verdaderamente libres? Pues resulta que lo que quiere decir es lo segundo. Para San Pablo, uno es esclavo o del pecado o esclavo a servidor de Cristo. Pero, si tanto anhelamos la libertad, parece que no se trata de lo que comúnmente se piensa. ¿Quién el más libre, el que tiene un vicio como el alcolismo, la droga, el juego o como es común hoy en día una adicción al móvil de forma que no parece que pueda vivir sin estas cosas?

San Pablo veía a los paganos como esclavizados, y eso los que no eran oficialmente esclavos porque caían en muchos vicios. Recordemos que lo primero que enseñó Jesús, según podemos constatar al inicio del Evangelio de San Marcos era la necesidad de la metanoia o cambiar de mente, de mentalidad o de actitud. Al ser bautizados hemos sido incorporados en Cristo y hemos sido hechos nuevas criaturas de manera que lo viejo, es decir los vicios y las malas tendencias han sido vencidos y hemos adquirido la mente de Cristo, pero eso no es automático o permanente. Podríamos vender o perder nuestra libertad y volver a caer en la esclavitud. Por eso dice Pablo: “No os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud”.

Hay una esclavitud que consiste en dejarse llevar por el egoísmo según nos dice el Apóstol a continuación. Fue por soberbia o egoísmo que Adán y Eva cayeron en la trampa de las serpiente que los engañó haciéndoles pensar que podrían decidir lo que es bueno y lo que es malo, es decir ser como Dios, y debido al egoísmo se dejaron engatusar por el demonio y perdieron no solo la libertad, sino la comunión con Dios, la felicidad y comunión mutua y se trajeron encima todos los males que todos conocemos.

Luego procede San Pablo: “Sed esclavos unos de otros por amor “ y recuerda que al amor mutuo es la síntesis de la ley. Conviene que recordemos que el hombre es un ser esencialmente social y necesita vivir en comunidad, en primer lugar en la familia, para poder desarrollarse y llegar a desarrollar las virtudes y cualidades que lo caracterizan como imagen y semejanza de Dio e Hijo suyo en Jesucristo Nuestro Señor. Por lo tanto, el amor a Dios y al prójimo están relacionados con la verdadera libertad.

Desde el Renacimiento y la Reforma Protestante se ha ido introduciendo cada vez más el individualismo. La familia es la primera comunidad que conocemos y es esencial para nuestro desarrollo y perfeccionamiento. La cultura que se ha ido desarrollando desde esa época que suele llamarse liberalismo priva el individualismo y la libertad negativa. Unos filósofos ingleses del siglo XVII, Thomas Hobbes y John Locke fueron los primeros en promover esta ideología y fueron seguidos por el francés Jean Jacques Rousseau en el siglo XVIII. Ellos no creen que el hombre sea un ser esencialmente social, sino que postulan una situación primitiva en la que no había armonía, o existía “el salvaje noble de Rousseau”, o que la introducción de la propiedad privada provocó desorden de manera que fue necesario establecer un contrato social para que haya orden y el hombre pudiera alcanzar un nivel de felicidad. No creen en las comunidades naturales queridos por Dios que son la familia y la comunidad política. El Estado sería neutral en relación con la religión, pero eso no es lo que se da. Ya hemos llegado al final de las posibilidades de este sistema que con la falsa noción de la libertad negativa que es una autodeteminación lo más amplia posible mientras no estorba la libertad del otro. Es lo que nos ha dado la revolución sexual, el transgenderismo y demás males que hoy conocemos.

Para alcanzar la verdadera libertad, tenemos que someter los instintos y pasiones al dominio de la razón iluminada por la fe. San Pablo, aquí en en otras cartas habla de la carne y el espíritu. Cuando se refiere a la carne no es solamente lo relacionado con el sexto mandamiento sino el reino del mal, de las tendencias malas no controladas, el egoísmo, la sensualidad y demás vicios. Luego habla del espíritu, aquí se trata de haber colocado todo nuestro ser bajo el dominio de Jesucristo y la acción del Espíritu Santo. En la carta a los Romanos habla de la lucha que se da entre la carne y el espíritu.


Es cierto que Dios nos ha dado el libre albedrío, pero como todos sus dones a nosotros nos toca formarnos, desarrollar estos dones de forma que nos ayuden a cumplir su plan para nuestra vida digna en este mundo y la felicidad plena y perfecta en el futuro en el cielo. El filósofo Aristóteles decía que el hombre nace como una tabla rasa, es decir, el niño tiene que aprender todo. Se trata, pues de una libertad virtual que tiene que desarrollarse y perfeccionarse. De lo contrario, no llegamos a la “plentitud de la edad de Cristo”. Hay variedad de talentos, pues no todo mundo tiene los mismos talentos musicales o literarios, aunque si nos dedicamos a practicar cualquier arte u oficio ciertamente mejoraremos, pero nadie garantiza que llegaremos a ser grandes artistas como Mozart o Miguel Ángel que tampoco es necesario. Influyen muchos factores como las circunstancias de nuestra niñez, el tipo de colegio o educación en general que hemos podido adquirir, el hecho de haber tenido unos padres y maestros que nos estimularon y dieron buen ejemplo, o el hecho de haber podido juntarnos con buenos compañeros etc. En todo caso, mucho depende de nuestra voluntad de practicar la virtud, de superar los vicios del egoísmo, la vanidad, la envidia, la pereza, la impaciencia, la tendencia a dar rienda suelta a nuestros vicios, el haber querido formar buenos hábitos. Si formamos parte de este grupo de personas, lo que nos dice San Pablo en nuestra segunda lectura de hoy nos ha de estimular y ayudar a alcanzar la meta que Dios nos tiene reservada. 

sábado, 22 de junio de 2019

MELQUISIDEC, REY Y SACERDOTE PREFIGURA A JESÚS EN LA EUCARISTÍA

HOMILÍA PARA LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE JESUCRISTO, 23 DE JUNIO DE 2019.

Hace unos años el Papa Benedicto XVI en su homilía de esta Fiesta de Corpus Christi recuerda que se trata de una fiesta que nos trae a la memoria el misterio de Jueves Santo, la Última Cena de Jesús con sus apóstoles en la que realiza dos actos totalmente extraordinarios, tomando el pan, fraccionándolo y dándolo a los apóstoles con las palabras "esto es mi cuerpo entregado por vosotros" y tomando el vino y  diciendo "este es mi sangre   de la nueva alianza derramada por vosotros. Decía que mientras Jesús en la última cena estaba con los apóstoles por última vez en este mundo antes de la entrega de sí mismo en la cruz, esta fiesta de Corpus Christi nos pone en presencia del Señor resucitado y glorioso que es el que se ha ofrecido para el perdón de nuestros pecados y para acompañarnos como su Cuerpo que es la Iglesia a lo largo de los tiempos hasta su segunda venida gloriosa. La Eucaristía siendo el cuerpo y la sangre de Cristo es el fundamento de la Iglesia, o con otras palabras, la Iglesia proviene de la Eucaristía y el misterio más grande que ella posee,

Quisiera comentar un poco las lecturas que la Iglesia nos propone para esta Celebración del Corpus Christi en el ciclo C de nuestra liturgia. Empezamos con una breve lectura del c. 14 del Libro del Génesis. Introduce un personaje bastante misterioso que se llama Melquidesec " Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino y bendijo a Abrán". Estas pocas palabras dicen mucho. El se encuentra con Abrahán después de que este hubiera alcanzado una victoria en su batalla contra unos reyes. El nombre Melquesidec significa "rey de justicia", También es rey de Salem, palabra que proviene de shalom que en hebreo significa "paz", y resulta que la ciudad de Jerusalén contiene esta palabra "salem", o sea ciudad de paz. Es más, ofrece sacrificio de pan y vino. Conviene que recordemos el significado de los sacrificios. SE trata de ofrecer a Dios algo de lo mucho que no ha dado para manifestar nuestro adoración, alabanza, acción de gracia o súplica. Normalmente estamos acostumbrados a encontrar los sacrificios cruentos de animales en el Antiguo Testamento, pero existían también los sacrificios de cereales por ejemplo en el caso de las primicias de la cosecha ofrecidas a Dios como reconocimiento de que todo provenía de él. La sangre significaba la vida y Dios es la fuente de la vida. Es obvio que este rey y sacerdote, Melquidisec, rey de justicia prefigura a Jesucristo que se ofreció a sí mismo en la cruz y anticipó esta entrega en la última cena como ofrenda de pan y vino. 

Melquisidec es una figura misterioso en la Bibla y sale solo tres veces. La segunda vez es el salmo 109, que es nuestro salmo responsorial hoy. El responso es "Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisidec". Se trata de un salmo que se cantaba en la ocasión de la coronación del rey de Judá en el templo de Jerusalén, El rey representaba la unidad del pueblo, así en el caso  de Saúl y David que reunieron en un solo reino los diversos tribus. Además, era también sacerdote, padre y pastor de su pueblo. La proclamación del rey como "sacerdote eterno según el rito de Melquidesec" indicaba que no era un rey cualquiera sino que prefiguraba el verdadero rey eterno que sabemos es Jesucristo Nuestro Señor. 

Pasemos a nuestra segunda lectura que está tomada de la Primera Carta de San Pablo que es su relato de la Institución de la Eucaristía, una tradición que él recibió cuando se convirtió que sería como tres años después de los hechos y su carta sería de unos 20 años más tarde y 20 años antes de los evangelios: "

«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva". 

El cuerpo de Cristo entregado por nosotros obviamente se refiere ante todo de su entrega en la cruz por nosotros. "La sangre de la nueva alianza" nos recuerda que en la Biblia la sangre simboliza la vida, y la nueva y eterna alianza se refiere a la promesa de Dios hecho al Profeta Jeremías en el c.31. Manda a los apóstoles a repetir el gesto que había hecho, de esa manera instituyendo el sacramento del Orden y hasta su vuelta gloriosa que es el tiempo de la Iglesia. 

Pasemos a la versión de San Lucas de la multiplicación de los panes que obviamente tiene relación con la Eucaristía. Los apóstoles quieren que Jesús despida a la gente con hambre, pero Jesús no quiere hacer eso sino que él les va a dar de comer. Se trata del cumplimiento de su misión real. Además de sacerdote, es rey y el rey representa la unidad del pueblo como hemos señalado y le corresponde proveer las condiciones para que tenga de qué comer. Claro, en el caso de Jesús, hay en el gesto un fondo simbólico en cuanto que el alimento que da es en palabras del Evangelio de San Juan "el pan bajado del cielo que da la vida al mundo". El alimento de vida eterna que Jesús nos da es la Eucaristía, pan de vida eterna. Seguirá en el mundo mientras no regresa al final de los tiempos para reunir a todos sus hermanos en el Reino eterno con su Padre, el Espíritu Santo, los ángeles y los santos. 

Como conclusión podemos darnos cuenta del papel esencial que la Eucaristía tiene para nuestra vida cristiana presente que es camino, peregrinación hasta la vida eterna. ¿La tomamos en serio? ¿Realmente creemos que Jesucristo es el Rey de Reyes que se ha dado por nosotros en la cruz y renueva su entrega en cada misa? ¿Acudimos a la Iglesia, su casa con reverencia, intentando disponer nuestras almas para recibir tan gran don? Recordemos que Jesús expulsó a los vendedores del templo. ¿No seremos nosotros como esos vendedores, pues el templo de Jerusalén era ciertamente un lugar santo, pero comparado con lo que es la presencia misma de Jesucristo Dios y Hombre, Rey y Sumo Sacerdote en nuestros altares y se ofrece a los que llegamos a recibir dignamente, el templo de Jerusalén era poca cosa. Durante una misa de exequias el otro día, llegaron unos tarde y se pusieron a saludarse interrumpiendo la misa. He tenido ocasión de ver a otros saludarse al estar en la fila para recibir la Sagrada Comunión? ¿Qué tipo de fe y reverencia tienen estos ante tan gran misterio? Les invito a examinar la conciencia e intentar recuperar lo que era antes la reverencia y el clima de oración que reinaba en las Iglesias antes y después de la celebración. También hay personas que acuden al altar de la Eucaristía al final de la misa a rezar y otro que ni se dan cuenta de que los están estorbando? ¿No dijo Jesús a los judíos que la casa de Dios es santo y no un lugar de comercio?




sábado, 15 de junio de 2019

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

HOMILÍA PARA LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, 16 DE JUNIO DE 2019.

Todos sabemos que el misterio de la Santísima Trinidad es el más profundo juntamente con la de la Encarnación redentora de Jesucristo Nuestro Señor, la segunda persona de la misma Trinidad. ¿Este hecho nos debe de asustar y evitar el intento de captarlo dentro de los límites de nuestra mente? Todos los misterios de la fe han de ser razonables, lo cual no quiere decir que podemos lograr comprenderlos, pues San Agustín dijo acertadamente "Si comprehendis, non est Deus". "Si lo comprendes, no es Dios". Sin embargo, el Credo que rezaremos dentro de unos momentos comienza con la profesión de fe en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible e invisible". El mismo San Agustín dedicó una parte notable de su tratado sobre la Trinidad a buscar vestigios de la Trinidad en la creación y de manera especial en el hombre, que según nos dice el Libro del Génesis, Dios lo creó a su imagen y semejanza. También la teología nos dice que la primera revelación de Dios es precisamente la creación. Además, aunque con argumentos racionales se puede llegar a descubrir la existencia de Dios y algunos de sus atributos, aunque no la Trinidad. Una vez revelado este gran misterio, podemos encontrar argumentos que demuestran que no es irracional sin razonable. Por lo tanto, dentro de los límites de una homilía y sirviéndome de las lecturas bíblicas que la Iglesia nos propone para esta fiesta, procuraré explicar brevemente lo que este misterio significa para nosotros, como se expresa en la liturgia e invitarnos a profundizar en la relación con las tres divinas personas sobre todo a través de la oración y la liturgia. En pocas palabras, es muy importante para el aumento de nuestra fe, esperanza y amor a Dios y al prójimo responder con gozo al amor que nuestro Dios Uno y Trino nos ha manifestado y que esto nos llene de alegría, de gratitud y una gran esperanza de llegar a gozar de su presencia eternamente en el cielo.

En la liturgia nuestro primer encuentro con la Sma. Trinidad ha sido nuestro bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo. Dado que en el bautismo hemos sido incorporados a Jesucristo, Hijo de Dios y convertidos en hijos en el Hijo, obviamente también a través de Jesús hemos entrado en comunión con Dios Padre y el Espíritu Santo, aunque luego la Confirmación nos ha comunicado al Espíritu Santo de manera más específica como sucedió con los apóstoles en Pentecostés. Decía Jesús en la Última Cena: "El que me ama guardará mis palabras y mi padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él". También prometió a los apóstoles en la misma ocasión que enviaría al Espíritu Santo como abogado defensor y que les ayudaría a recordar todo lo que les había enseñado. Además, nos conviene recordar que Dios no se reveló meramente para satisfacer nuestra curiosidad sino "por nosotros los hombres y por nuestra salvación". A lo largo de los siglos, muchos filósofos, reyes y otros han intentado salvar al hombre, pero sobre todo el siglo XX con sus ideologías nefastas nos ha demostrado que lo único que lograron ha sido unas masacres de alrededor de 100 millones de personas. La verdadera felicidad que todos anhelamos consiste exclusivamente en lo que Santo Tomás de Aquino llama la visión beatífica, que consiste en una relación intima, personal y eterna con las tres divinas personas  en lo que llamamos el cielo. Como he señalado esta relación comienza con el bautismo, pero en este mundo se basa en la fe que es por definición oscura. Nuestra fe se basa en el testimonio de los apóstoles que conocieron personalmente a Jesús tanto en su vida pública como después de su resurrección y sellaron su testimonio con el martirio. Además, Jesús cumplió lo profetizado por los profetas del Antiguo Testamento e hizo milagros extraordinarios. Se nota también el tipo de relación que tenía con su Padre a quien se refería como Papá (Abba en su lengua materna que era el arameo).

San Juan al inicio de su Evangelio dice: En el principio existía el Logos y el Logos estaba con Dios y el Logos era Dios...Todo se hizo por él y sin él nada de cuanto se hizo existe. No he traducido el término logos aunque todas las Biblias lo traducen como Palabra o Verbo. En realidad, es un concepto que tiene una larga historia en la filosofía griega, y en una Diccionario Bíblico se dedica varias páginas para expresar lo que significa. Decía que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza  y donde residen estas características del hombre es en la mente y en la voluntad. Entonces, logos sería la inteligencia, la racionalidad con las que Dios ha creado el universo y al hombre, y en la misma divinidad se expresa con este término. Dios Padre conociéndose a sí mismo genera al Hijo o Logos y por esto también Jesús decía que Él es la Verdad. Luego está la voluntad que es la capacidad de amar. El Padre ama al Hijo de manera que podemos, según explica San Agustín, discernir que tiene que haber uno que ama o el amante, luego el amado y el amor entre ellos, que viene siendo el Espíritu Santo y por eso San Agustín llama al Espíritu Santo amor y don.

Pasemos ahora a nuestras lecturas de hoy para que nos ayuden a captar esta realidad. En el Libro de los Proverbios, como  también en el Libro de la Sabiduría, se hace una personalización de la Sabiduría y en nuestro pasaje de hoy aparece como presente junto a Dios en la creación y existente antes de la misma creación: "Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando trazaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura, y fijaba las fuentes abismales.
Cuando ponía un límite al mar, cuyas aguas no traspasan su mandato; cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto cotidiano". Este texto como otros similares se consideran como anticipando en el Antiguo Testamento de alguna manera al Logos a través del cual, como he señalado arriba, todo fue hecho, según nos dice San Juan. 

El mismo San Juan en su primera carta afirma que Dios es amor y en nuestra segunda lectura de hoy de la Carta de San Pablo a los Romanos, el apóstol dice "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado". Dios no tenía ninguna necesidad de crear nada, ni el universo ni ninguno de nosotros, pues si tuviera tal necesidad no sería Dios. El fin que tenía al crearnos corresponde a su amor infinito que llega al extremo de enviar a su Hijo al mundo y permitir que llegara a la cruz para slavarnos a nosotros de la condena eterna que llamamos el infierno y para que podamos participar en su naturaleza divina, como dice San Pedro en su segunda carta. 

Nadie ama lo que no conoce. Por ello, les invito a reflexionar sobre este amor infinito de Dios a nosotros y el misterio de la inhabitación de las divinas personas en nuestra alma a partir del bautismo si no es que las hemos expulsado debido a algún pecado grave o mortal. Nosotros que participamos cada domingo o cada día en la Sagrada Eucaristía y si estamos atentos a las lecturas y las oraciones nos daremos cuenta cada vez más sobre quién es este Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo si realmente ponemos atención, si reflexionamos sobre lo que sucede en cada misa. También nos conviene buscar un tiempo para la oración, que según Santa Teresa de Jesús es una conversación con aquel que nos ama". Si nos esforzamos tanto en conocer como amar al Señor, a Dios Padre y el Espíritu Santo, un solo Dios, él nos dará la gracia de la alegría, de la paz interior, de manera que pese a los sufrimientos que inevitablemente tendremos que sobrellevar, viviremos con una gran esperanza sabiendo que al final de nuestro camino llegaremos a la meta de la vida eterna y ver a Dios cara a cara. 

sábado, 8 de junio de 2019

DOMINGO DE PENTECOSTES: UN REPASO DE LA ACCIÓN DEL EPÍRITU SANTO EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

HOMILÍA DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS, 9 DE JUNIO DE 2019.

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles, se cuenta un episodio curioso protagonizado por San Pablo cuando llegó a Éfeso: Se encontró a algunos discípulos y les preguntó "¿Habéis recibido el Espíritu Santo cuando habéis llegado a la fe?  y ellos contestaron "Ni siquiera hemos escuchado decir que existe un Espíritu Santo" . ¿No será este el caso de un gran porcentaje de los católicos actuales? Los padres, pese a no pisar la Iglesia más de un par de veces al año, presentan a los hijos para que se les bautice, y se comprometen a educarles en la fe, cosa evidentemente imposible para ellos porque no cumplen con lo mínimo requerido por el Derecho Canónico para que se permita el bautismo de un hijo, es decir, que haya una fundada esperanza de que se les vaya a educar en la fe. Luego a los 8 años vuelven a presentarlos a la parroquia para que reciban catequesis para la Primera Comunión, sin haber tenido ninguna experiencia de la fe católica en sus casas. Luego se da la gran fiesta de la Primera Comunión, para la cual no pocos sacan un préstamo del banco y a veces le dan al niño un viaje como a Disneyland de París. En cuanto a la Confirmación, la mayoría no la reciben porque al parecer no se es una fiesta como la de la Primera Comunión. ¿No es cierto que en tal caso, estamos en una mayor ignorancia del Espíritu Santo que aquellos de Éfeso en tiempos de San Pablo?

En esta homilía, quisiera hacer un breve repaso del papel del Espíritu Santo en la Historia de la Salvación. Ciertamente, se dice que los grandes acontecimientos de la historia human están jalonados por guerras y revoluciones. No así la historia sagrada. Empecemos con el primer versículo del Libro del Génesis: En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era algo caótico y vacío, y tinieblas cubrían la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas", y se procede con el relato de la creación como el establecimiento de un orden en el universo. Los Padres de la Iglesia veían la acción del Espíritu Santo como una suerte de línea roja que une los puntos luminosos a lo largo de la historia. San Basilio dice de la creación: "Piensa en la creación. Ella fue realizada en el Espíritu Santo que consolidaba y adornaba los cielos. Piensa en la venida de Cristo. El Espíritu la preparó y después en la plenitud delos tiempos, la ha realizado descendiendo sobre María. Piensa en la parusía. El Espíritu Santo no estará ausente tampoco entonces, cuando los muertos resucitarán de la tierra y nuestro Salvador se revelará desde el cielo" (San Basilio, Sobre el Espíritu Santo, 16, y 19).

Veamos el segundo relato de la creación del hombre: "El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo e insulfó en él el aliento de la vida, y resultó el hombre ser un ser viviente".  Tanto en hebreo como en griego y en latín, la palabra espíritu tiene que ver con la respiración, Dios le dio al hombre la libertad con la posibilidad de hacer mal uso de la misma, cosa que lamentablemente hizo. Así empezó la historia del pecado, del mal y de la muerte que se extendía cada vez más en la tierra hasta que Dios dice "Me arrepiento de haberlos creado", pero Dios no se deja vencer por el pecado y la maldad del hombre. Decide replasmar su creación en la primera operación de rescate de la historia que es la del Noé y el Arca. Es como si hubiera hecho una estatua de bronce, pero se corroe y se deforma con el paso del tiempo y la refunde. El antiguo y primer Adán le falló a Dios, pero decidió arreglar radicalmente la situación enviando a su Hijo Jesucristo al mundo como el "nuevo Adán". Esta vez no puede fallar porque su mismo Hijo se hace hombre y Jefe de la nueva humanidad. Esta obra maravillosa la realizó "por obra del Espíritu Santo" y la colaboración de María Santísima.

Toda la vida de Jesús, su vida escondida en Nazaret como carpintero, su predicación, sus grandes milagros y la expulsión de los demonios la lleva acabo bajo el signo del Espíritu Santo. Sobre todo con el bautismo de Jesús en el Jordán fue consagrado en el Espíritu y poder (Hechos 10,38) para llevar la buena noticia a los pobres y es conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el demonio. Se va revelando al Espíritu ya no solamente como fuerza y poder de Dios sino como persona. De igual manera que el Espíritu acompaña y guía la acción evangelizadora de Jesús, así también sucede con la Iglesia. Es enviado al mundo y condenará al mundo mientras llevará a los discípulos a la verdad plena (Jn 14-16) y San Pablo añade que el mismo Espíritu orará en los discípulos "con gemidos inefables" (Rom 8,26). De hecho, en el c. 20,22 de San Juan, Jesús resucitado en su primera aparición a los apóstoles respira sobre ellos y los invita a recibir el Espíritu Santo para poder perdonar los pecados, de manera que hay un paralelismo perfecto entre la acción del Espíritu en la vida pública de Jesús y luego en la vida de la Iglesia, su Cuerpo Místico.

Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, así como la Navidad es el nacimiento de Jesús en la encarnación, y en ambas ocasiones María Santísima está presente cumpliendo un rol importante. Ya San Juan la había incluida entre las personas que estaban cerca de la cruz a la muerte de Jesús. La que desde la Anunciación del Arcángel Gabriel había llegado a ser Madre de Jesús, llega ahora a ser Madre de la Iglesia naciente en el Cenáculo de Jerusalén. Así Dios cumple su promesa hecha a través del Profeta Isaías de hacer algo nuevo (43,19). Nuestro Salmo Responsorial de hoy reza: "Envía tu Espíritu, Señor y renovarás la faz de la tierra.

El episodio de la Torre de Babel en el Libro del Génesis había hecho patente el fruto de la arrogancia del hombre como un esfuerzo de llegar al cielo por sus propias fuerzas y su propia tecnología, cosa que tiene hoy en día una gran actualidad. La división, la separación y  la imposibilidad de comunicarse entre los hombres que se dio en Babel, se deshace en Pentecostés cuando los apóstoles hablan al grupo de personas reunidas para la fiesta del norte, sur, oriente y poniente y todos los entienden en su propia lengua.

La humanidad ha de aprender a comunicarse con una nueva lengua comunicada por el Espíritu Santo que es el amor, es decir, impresa en el corazón del cristiano. Los que somos católicos, hemos de esforzarnos cada día por dejarnos conducir por el Espíritu Santo porque solo así podemos aprender el verdadero amor a Dios y al prójimo. San Agustín en su tratado sobre la Trinidad afirma que el Espíritu Santo es en persona el amor entre el Padre y el Hijo y San Pablo afirma que "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado". Claro,  en este mundo mientras no lleguemos a la segunda venida del Señor, alcanzar el amor es una lucha, necesita mucho sacrificio y seguimiento del camino de Jesús que lo llevó al Calvario. No hemos de desfallecer en el intento porque aunque todavía no se ve plenamente la victoria de Jesucristo sobre el mal y la muerte, es una realidad y nos invita a colaborar para que esta victoria por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en cada cristiano vaya ganando más almas y progresando en esta victoria hasta que llegue a la plenitud. 




viernes, 31 de mayo de 2019

EL MISTERIO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

HOMILÍA PARA LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR, 2 DE JUNIO DE 2019.

La obra de San Lucas tiene dos partes, primero el evangelio en el que recoge lo relacionado con la vida y el ministerio de Jesús desde los inicios hasta su Ascensión fuera de Jerusalén en Betania. La segunda parte es el libro de los Hechos de los Apóstoles, que igualmente comienza con el mismo episodio de la Ascensión, por lo cual podemos deducir que para San Lucas, iluminado por el Espíritu Santo, este misterio tiene un notable importancia. Así termina el Evangelio de San Lucas y es el evangelio que nos toca hoy: "Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo.Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.La idea que comúnmente se tiene de la Ascensión es que Jesús subió al cielo habiendo determinado su misión aquí en la tierra y ahora nos toca esperar su vuelta gloriosa al final de los tiempos, momento que no conocemos y ciertamente habrá que esperar muchos siglos. Sin embargo, el texto evangélico dice que volvieron a Jerusalén con gran alegría y que estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. Por tanto, no se trataba de una despedida dolorosa y una larga espera de la vuelta del Señor. San Mateo en el final de su evangelio, cuando se reúne con los discípulos en una montaña de Galilea, les dice "yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos. 

Dado que de alguna manera nuestra mente que siempre depende de las cosas físicas o las imágenes sensibles para conocer la realidad y por ello tenemos que imaginarnos de alguna manera las realidades celestiales para poder hablar de ellas. En la Biblia, comúnmente se divide el mundo o la realidad en tres o se encuentra en tres lugares: el cielo, es decir, más allá de las nubes es donde Dios mora con su corte celestial, nuestra tierra donde se da todo lo que conocemos y experimentamos y el infierno o el mundo subterráneo que es donde existe el sheol, donde terminan los muertos, similar a Hades en la mitología griega. Por lo tanto, se presenta a Jesús subiendo en una nube. La imagen de la nube es común en la Biblia cuando se trata de la presencia extraordinaria de Dios como es el caso de Moisés en el Monte Sinaí y en la Transfiguración. 

En nuestro mundo marcado por la ciencia, este tipo de imaginación no sirve de mucho para explicar el Misterio que hoy celebramos. San Pablo en el segundo capítulo de su carta a los Filipenses presenta lo que muchos biblistas consideran un himno que es anterior a él. Dice que Jesucristo, que poseía la forma divina, se despojó de su rango, se humilló a sí mismo haciéndose  como uno cualquiera y luego se rebajó más llegando a la cruz. Luego, Dios lo exaltó y lo colocó sobre todas las postestades de manera que todas se postran delante de él. Hoy también San Lucas dice que los discípulos se postraron ante Jesús. 

Pasemos ahora al Libro de los Hechos de los Apóstoles de cuyo inicio está tomada nuestra primera lectura. San Lucas da una breve síntesis del contenido de su "primer libro", es decir de su evangelio". Escribe: "Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del Reino de Dios.".  Primero, afirma que Jesús probó de varias maneras de que estaba vivo después de su resurrección, como constata en el Evangelio de San Lucas especialmente cuando llegó a comer pescado asado delante de los discípulos para desterrar su asombro y su dificultad en creer en su resurrección.  En cuanto a los 40 días, no es necesario tomarlo literalmente, como si se tratara de 40 y no de 39 o 41. En la Biblia 40 días es un período no muy corto, pero tampoco demasiado largo. Tres días sería un período corto y cuarenta años toda una vida. Señala el evangelista que les hablaba del Reino de Dios, que es el tema fundamental de la predicación de Jesús a lo largo de su ministerio público. De manera especial, las parábolas tienden a darnos una idea sobre la naturaleza del Reino. 

En el Antiguo Testamento, hay tres grandes instituciones en el Pueblo de Israel: La profecía, el sacerdocio y la realeza. Jesucristo cumple a la perfección todo lo que estaba previsto en el Antiguo Testamento, y en concreto proclama la llegada del Reino o reinado de Dios o el dominio o soberanía de Dios. Con la aparición de Jesús, con su predicación, sus milagros y sobre todo con el Misterio Pascual de su Pasión, muerte en la cruz y su resurrección había llegado el Reino de Dios a nuestro mundo. El gran exegeta del siglo III Orígenes decía que el Reino trata de lo que llamaba en griego autobasileia, queriendo decir que Jesucristo mismo es el Reino. También, las dos peticiones del Padre Nuestro: Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" indican lo que es el Reino proclamado y hecho presente por Jesús tanto antes como después de su resurrección. 

Ciertamente, la Ascensión implica un nuevo tipo de presencia de Jesús en medio de su comunidad de discípulos, es decir, a través del Espíritu Santo que es el alma de la Iglesia. Ya en el  discurso de Jesús en la última cena en el Evangelio de San Juan se desarrolla largamente la futura misión del Espíritu Santo que ayudará a los apóstoles a recordar todo lo que les había enseñado Jesús en su vida terrena. La Ascensión trata, pues del final de una etapa de la historia de la salvación, la de la presencia de Jesús en medio de sus discípulos tanto antes como después de la resurrección y ahora se abre la etapa nueva con su presencia a través del Espíritu Santo y la Iglesia. Aquí entra la importancia de la predicación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos, especialmente el bautismo y la eucaristía. San León Mago, Papa de 440 a 461 señala que a partir de la Ascensión. 

El episodio de la Ascensión era la ocasión para que los discípulos aprendieran una importante lección. Ellos preguntaban a Jesús si era el momento en el que Él  iba  a restaurar el reino de Israel. Se ve cómo todavía estaban imbuidas de la mentalidad del judaísmo contemporáneo que esperaba un reino político y militar como el de David. Jesús les reprende diciendo que no les toca conocer los tiempos y fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Les promete "fuerza de lo alto" que es el Espíritu Santo para que empezando desde Jerusalén lleguen a ser sus testigos en Judea, Samaría y hasta los confines de la tierra, hecho que constituye en síntesis lo que San Lucas narra en el resto del libro de los Hechos. 

Luego de haberse separado de los discípulos, ellos seguían viendo hacia el cielo y aparecen dos hombres vestidos de blanco, que podemos entender que eran ángeles y les dicen: "Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse» Dan a entender el hecho de que tienen una misión urgente que realizan en la tierra

El Misterio de la Ascensión de Jesús es el misterio de la vuelta, la exaltación de Jesús muerto y resucitado al cielo para estar al lado de su Padre y desde allí reinar sobre el cielo y la tierra.  Queda la espera de la venida del Espíritu Santo, para que comenzaran a proclamar el reinado de Jesucristo al mundo entero, y no es que él se ausente, sino que está presente de varias maneras, a través de su Palabra, de la misma Iglesia, de los sacramentos, todo ello bajo la dirección del Espíritu Santo, y el próximo domingo llegaremos a celebrar esta gran Fiesta de Pentecostés con la que termina nuestra celebración del Misterio Pascual este año 2019. 

sábado, 25 de mayo de 2019

LA JERUSALÉN CELESTIAL

 HOMILÍA VI DOMINGO DE PASCUA, 26 DE MARZO DE 2019,

El domingo pasado, hemos podido ver la importancia de las ciudades en la Biblia. En el Libro del Génesis se atribuye a Caín, después de haber matado a su hermano Abel, la construcción de las primeras ciudades. Luego sabemos que Abraham era de Ur, una ciudad de los caldeos no lejos del Golfo Pérsico. También a los israelitas oprimidos en Egipto se les obligó a construir con trabajos forzados las ciudades del Faraón. En el mismo Apocalipsis, hemos visto que Jesús en su gloria envía unas cartas a siete ciudades que se encontraban en la Provincia de Asia, al sureste de lo que es ahora Turquía. Entre las más importante de todas obviamente era Roma, y también Alejandría, fundada por Alejandro Magno. Sin embargo, la ciudad más importante en la Biblia es ciertamente Jerusalén, que era la capital de los jebuseos hasta que la conquistó el Rey David y la hizo la capital de sus territorios que incluían el norte y el sur. Allí, aunque fue su hijo Salomón quién construyó el templo, David había preparado los elementos necesarios para la realización de esa gran tarea. La parte más antigua e importante de Jerusalén, donde se encuentra el templo, se llamaba Sión y aparece en muchos salmos y textos proféticos. Otras ciudades famosas que aparecen en la Biblia son Babilonia y Ninevé cuyos gobernantes en un momento y otro sometieron a su dominio el pueblo de Israel, exiliando a buena parte del pueblo y en el caso de Babilonia destruyendo el templo de Jerusalén. Una ciudad es un lugar donde su realizan diversos tipos de actividades, como el comercio, el gobierno, obras de arte a veces de gran ingenio, jardines, plazas, templos etc. Son centros culturales, y si el hombre no hubiera aprendido a cultivar la tierra y posteriormente organizarse en pueblos y ciudades, la cultura humana no se hubiera desarrollado como se hizo. También la Iglesia, en sus primeros siglos de existencia se desarrolló casi exclusivamente en ciudades. El primero conocido por llegar el Evangelio al campo era San Martín de Tours y la gente de campo se les denominaba “paganos”. San Patricio, apóstol de Irlanda, no encontró ciudades en la isla por lo cual organizó la Iglesia alrededor de los monasterios y durante varios siglos era así.

Nuestro pasaje del Apocalipsis de hoy proviene del último capítulo, el 22. Ya hemos visto el domingo pasado como al final Dios va a arreglar y ordenar todo, que se va a volver a realizar la relación esponsal entre Dios y su pueblo, como hará nuevas todas las cosas y que no puede ser de otra manera, pues no se podría comprender por qué Dios hubiera creado el universo y al hombre y hubiera permitido que prevaleciera el mal, el pecado y la muerte. Esta es la gran consolación que encontramos en este, el último libro de la Biblia. Nuestra lectura de hoy comienza: “El ángel me transportó a un monte altísimo y me enseño la ciudad santa de Jerusalén que bajaba del cielo”. Recordemos cómo Satanás al tentar a Jesús también lo llevó a un monte alto y le enseñó todos los reinos de la tierra y le ofreció el dominio sobre ellos, y obviamente las ciudades contenidos en ellos, porque decía que le pertenecían y podría dárselos a Jesús. Esta visión presentado por el demonio trata del mundo antiguo nuestro dominado por él, pero ahora al final cuando ya la victoria de Dios y de Jesucristo es patente, la ciudad santa de Jerusalén baja del cielo. Esto es muy importante. Está clarísimo que el hombre no es capaz de salvarse por sí mismo ni acabar con el mal que hay dentro de sí y en el mundo entero. El siglo XX nos pone delante las diversas ideologías que a través de la ingeniería social intentaron alcanzar un mesianismo humano y como en el proceso dejaron más de 100 millones de muertos, es decir, sobre todo en el caso del comunismo en sus varias versiones y el nazismo. Hoy en día, tenemos otro tipo de ingeniería social e ideologías incluso más nefastas porque ya no tienen campamentos de concentración ni gulags en Siberia donde enviar a la muerte a los que no aceptan su ideología y por ellos sus promotores son más listos. Ahora convencen a la gente, empezando con la juventud que con abundancia de pornografía, y demás tipos de sexo, con el consumismo, ya tienen una libertad jamás alcanzada, pero lo que han logrado es lo que San Agustín llamaba “libido dominando”, es decir, el deseo de dominar y someter a la gente a su dominio y al mismo tiempo la gente piensa que tiene más libertad que nunca. En cambio, la verdadera Ciudad de Dios, la Ciudad Santa de Jerusalén baja del cielo, proviene de Dios, y “trae la gloria de Dios”. La gloria de Dios es la manifestación clara de su grandeza, de su magnificencia, de todo su poder y belleza, que es lo que existe en el cielo. Y es lo que pedimos en el Padre Nuestro cuando rezamos “Venga tu Reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Como Dos es el creador del universo y de cada uno de nosotros está claro que solo alcanzaremos la verdadera felicidad cumpliendo su voluntad como se hace en el cielo. Como ya hemos visto, se trata de la unión del cielo y la tierra, que es lo que Jesucristo alcanzó con su muerte en la cruz y su gloriosa resurrección.

Luego viene una descripción de cómo va a ser esta ciudad santa de Jerusalén. En primer lugar, tendrá una gran muralla. De hecho, la palabra santa significa separado, o perteneciente a la esfera de Dios. La muralla la separa en toda su belleza y orden de todo lo que es el caos, cosa que ya vimos que Dios hizo en el primer capítulo del Génesis al crear de manera ordenada todos los seres en los seis días y descansó el séptimo día que tiene que ver con el sábado judío, es decir el culto a Dios. Las ciudades antiguos tenían puertas en las murallas y así también la ciudad santa de Jerusalén tiene doce de ellas correspondientes a los doce tribus de Israel. Recordemos que el número 12 es 3x4, todos números simbólicos. También los apóstoles son doce y cabe señalar que en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, San Pedro propuso la elección de uno para que tomara el lugar de Judas implicando la importancia de que el número de los apóstoles fuera doce. Luego la ciudad estaba fundada sobre doce cimientos con los nombres de los “doce apóstoles del Cordero”. En unos momentos rezaremos el Credo y profesaremos nuestra fe en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Así vemos la importancia de la apostolicidad de la Iglesia y la tarea esencial de ella de mantener y desarrollar la Tradición Apostólica y no inventar ninguna doctrina nueva que no venga de Jesús y de los apóstoles.

Puede parecer extraño que se diga a continuación que en la ciudad no había templo porque “es su Templo el Señor Todopoderoso y su Cordero”. En el Antiguo Testamento, el templo era de importancia extraordinaria dado que se veía como la morada de Dios en medio de su pueblo. Allí más que en otro lugar se podía experimentar la presencia de Dios. Esto nos recuerdo el episodio de la expulsión de los vendedores del templo y como las autoridades se quejaron preguntándole con qué autoridad había hecho tal cosa. Jesús respondió que en tres días destruiría este templo lo y reconstruiría, y el evangelista comenta que se refería a su cuerpo, de manera que Jesús es el verdadero templo, o lugar del encuentro con el Dios vivo.

Tampoco la ciudad necesitaba de lámparas porque el Señor Dios y su Cordero son la luz que ilumina todo. El tema de la luz es uno de los principales en el Evangelio de San Juan. Jesús se declara como la luz del mundo, pues las tinieblas siempre simbolizan el mal, el pecado y la muerte. Hemos visto el domingo pasado que ya no va a haber muerto. Se distingue entre varios tipos de luz. Primero la luz física que proviene del sol. Luego la luz de la razón que es el tipo de inteligencia que Dios nos ha dado y a través de la cual podemos conocer el mundo y a nosotros mismos por nuestra capacidad de autoconciencia. Además, la fe es una luz aunque no plena pero sí ayuda a la razón a descubrir a Dios tanto en su creación pero sobre todo en su revelación de sí mismo culminando en Jesucristo Nuestro Señor. Luego en el cielo existe lo que los teólogos llaman “lumen gloria”, que es un nuevo tipo de luz gracias a la cual alcanzamos “ver a Dios”, es decir, una relación plena directa con Él que se llama la visión beatífica.


Si Jesucristo es la luz del mundo, también nosotros como miembros de su Cuerpo estamos llamados a serlo como dice Jesús en el Sermón de la Montaña. Nos toca reflejar la luz que es Jesús mismo. Ojalá y Dios quiera que estos días de la Pascua nos hayan dado la oportunidad de eliminar algunas de las tinieblas que inevitablemente tenemos en nuestra vida y a través del conocimiento y unión con Jesús seamos realmente luz para los que conviven con nosotros.

viernes, 17 de mayo de 2019

EL TRIUNFO FINAL DE DIOS; NUEVOS CIELOS Y NUEVA TIERRA

HOMILÍA PARA EL V DOMINGO DE PASCUA, 19 DE MAYO DE 2019, CICLO C.

Desde hace un mes, nuestra segunda lectura de estos Domingos de Pascua nos ha presentado una serie de texto tomados todos del libro del Apocalipsis. Hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre la estrecha relación entre el Apocalipsis y la Pascua, de considerar la importancia del hecho de que la Iglesia lo haya colocado como el último libro de la Biblia, además de recordar el verdadero sentido de la palabra "apocalipsis" en el griego original, y traducida al latín "revelatio", como desvelar, o revelar el verdadero sentido de toda la obra de Dios desde el inicio hasta el final y no una serie de desgracias o una hecatombe. No es que el Apocalipsis no contenga unas advertencias importantes para todos nosotros sobre la importancia de nuestra vida presente y su relación con "las cosas últimas" o "novísmos", como se dice en latín. Pues, hoy nuestro pasaje está tomado del c. 21 del mismo libre y nos da la oportunidad de hacer un breve repaso de toda la historia de la salvación como la encontramos a lo largo de la Biblia, y al mismo tiempo llenarnos de una gran esperanza, pues Dios no deja que nadie le gane en generosidad o que nadie dude del hecho de que Dios va a triunfar sobre el pecado, el mal y la muerte, y que en realidad ese triunfo ya ha sido alcanzado en la muerte y resurrección de Jesús o el Misterio Pascual

En el primer relato de la creación en el primer capítulo del Libro del Génesis, encontramos que Dios comienza su obra desde las aguas del caos y a lo largo de los "seis días", va ordenando todo según un orden maravilloso y al final encuentra que toda su obra era buena. No obstante, todos nosotros nos damos cuenta de que en nuestro mundo, en nuestra misma vida hay muchas cosas que no están bien ajustadas,  y sin embargo, quisiéramos que nuestra vida y nuestro mundo fuera mejor. Si pasamos al tercer capítulo del mismo Libro del Génesis encontramos la causa de que todo no está tan bien que digamos, Se trata de la rebelión de Adán y Eva, su desobediencia debido a su soberbia y de haberle hecho caso a los malos consejos del demonio o Satanás, representado como serpiente. Dios había sacado un orden maravilloso del caos inicial y ahora debido a este primer pecado, que consistí, como todos los pecados posteriores, en establecerse el hombre como su propio dios y desobedecer al verdadero Dios que es el único que le puede dar la verdadera felicidad que tanto anhela.

Los tres siguientes capítulos del Génesis constituyen una historia de la extensión del pecado empezando con el pecado de Caín al matar a su hermano Abel. Ya en el c. 6, la Biblia presenta a Dios lamentándose de haber creado al hombre porque no había hecho más que pecar e introducir otra vez el caos. Pero Dios no se desespera del hombre y no va a abandonarlo nunca ni va a permitir que su creación termine en la destrucción. Por tanto, lanza su primer plan de rescate a través de Noé y el Arca. En Biblia el agua y concretamente el mar, con sus animales enormes y peligrosos simboliza el caros y así es como Dios permite que se destruya el mundo con el diluvio para volver a empezar con Noé, su familia y los animales en el Arco, que a su vez es una imagen de la Iglesia. Dios procede con la vocación de Abrán a quien le da el hombre de Abraham a quien promete un prole numerosa, más que la arena de la playa o las estrellas del mar y una tierra. Luego el nieto de Abraham, Jacob, luego de haber mentido y engañado a su padre para recibir la herencia tiene que escaparse y lejos de su tierra lucha con Dios. Se le da el nombre de "Israel" que significa precisamente eso. Dios no y hace  nunca a su pueblo Israel y hace varias alianzas con él, lo libera de la opresión del Faraón, de los ataques de los filisteos y otros enemigos. Cuando los reyes, sacerdotes y la gente se desvía de la alianza y se ponen a adorar a los falsos dioses de alrededor, o se someten a los paganos y acogen sus dioses, Dios los llama a renovar la alianza a través de los profetas. Les da el templo como expresión del verdadero culto y a lo largo de unos 1800 años de historia que nos entrega la Biblia, vemos por un lado la infidelidad constante del pueblo y la paciencia de Dios que no se cansa de ellos. Sí también vienen grandes castigos como otro esfuerzo de Dios para que volvieran al buen camino, de manera especial el Exilio de Babilonia. Toda esta historia culmina en el nacimiento, la vida, el ministerio y sobre todo la muerte y resurrección de su mismo Hijo, Jesucristo.

En los domingos anteriores hemos hecho hincapié en el hecho de que el libro del Apocalipsis está al final de la Biblia y hoy llegamos al penúltimo capítulo, el c. 21: "Yo Juan vi un cielo nuevo y una tierra nueva: el primer cielo y la primera tierra ya han pasado y el mar no existe". Si el mar ya no existe, como hemos señalado, es que ya no existe el caos, sino el orden perfecto que Dios ha querido desde el principio. Nuestra experiencia cotidiana nos convence hecho de que nuestro mundo está lleno de mal, de todo tipo de injusticia, de egoísmo y demás vicios. Conocemos muchos intentos de remediar el mal que existen en nuestro mundo a través de las utopías los más conocidos siendo 
 el comunismo, el nazismo y la que padecemos que podemos llamar el secularismo. Solo Dios puede remediar el mal que hay en el mundo y lo ha hecho. El Apocalipsis nos presenta ahora ese nuevo mundo que va a crear o ya está creando Dios donde no va a haber mal, ni muerte, ni lágrimas, ni dolor. El primero mundo ha terminado". "He aquí, estoy haciendo nuevas todas las cosas". No se trata, pues de ninguna destrucción sino de una verdadera renovación o regeneración y una vuelta al plan original de Dios, que ciertamente Él no había abandonado nunca. Lo que dice Jesús en su gloria al vidente es "estoy haciendo nuevas todas las cosas". Se trata de un proceso que en realidad ya empezó una vez que Adán y Eva había caído en el pecado original y ha tenido su punto culminante en la resurrección del Señor en la que nosotros hemos sido incorporados por el bautismo. Dios está realizando de manera silenciosa su obra en el mundo sin que nos demos cuenta, y la presencia del bien que es mucho más fuerte que el mal no se nota tanto en nuestro mundo y no deberíamos de olvidarnos nunca del hecho de que Dios saca bien del mal. San Pablo en su carta a los Romanos en el c. 8 habla del cosmos como sufriendo dolores de parto y por tanto el nuevo mundo se está gestando y al final se va a manifestar en todas su grandeza, gloria y esplendor. Se trata como las flores de la primavera que comienzan a brotar incluso tan temprano que la nieva todavía no termina de desaparecer.  A veces, vemos como las nubes oscuras y espesas se despejan y aparece un sol espléndido, escribía en su primera carta a unos cristianos dispersos que sufrían persecución Así es también la obra que el Señor va realizando en nuestro mundo.  Esta es la gran esperanza que nos  la Biblia en los últimos capítulos. San Pedro escribía en su primera carta a unos cristianos dispersos que sufrían persecución invitándoles a recordar que habían sido "regenerados a una esperanza viva" debido a la resurrección del Señor.