HOMILÍA PARA EL V DOMINGO DE PASCUA, 19 DE MAYO DE 2019, CICLO C.
Desde hace un mes, nuestra segunda lectura de estos Domingos de Pascua nos ha presentado una serie de texto tomados todos del libro del Apocalipsis. Hemos tenido la oportunidad de reflexionar sobre la estrecha relación entre el Apocalipsis y la Pascua, de considerar la importancia del hecho de que la Iglesia lo haya colocado como el último libro de la Biblia, además de recordar el verdadero sentido de la palabra "apocalipsis" en el griego original, y traducida al latín "revelatio", como desvelar, o revelar el verdadero sentido de toda la obra de Dios desde el inicio hasta el final y no una serie de desgracias o una hecatombe. No es que el Apocalipsis no contenga unas advertencias importantes para todos nosotros sobre la importancia de nuestra vida presente y su relación con "las cosas últimas" o "novísmos", como se dice en latín. Pues, hoy nuestro pasaje está tomado del c. 21 del mismo libre y nos da la oportunidad de hacer un breve repaso de toda la historia de la salvación como la encontramos a lo largo de la Biblia, y al mismo tiempo llenarnos de una gran esperanza, pues Dios no deja que nadie le gane en generosidad o que nadie dude del hecho de que Dios va a triunfar sobre el pecado, el mal y la muerte, y que en realidad ese triunfo ya ha sido alcanzado en la muerte y resurrección de Jesús o el Misterio Pascual
En el primer relato de la creación en el primer capítulo del Libro del Génesis, encontramos que Dios comienza su obra desde las aguas del caos y a lo largo de los "seis días", va ordenando todo según un orden maravilloso y al final encuentra que toda su obra era buena. No obstante, todos nosotros nos damos cuenta de que en nuestro mundo, en nuestra misma vida hay muchas cosas que no están bien ajustadas, y sin embargo, quisiéramos que nuestra vida y nuestro mundo fuera mejor. Si pasamos al tercer capítulo del mismo Libro del Génesis encontramos la causa de que todo no está tan bien que digamos, Se trata de la rebelión de Adán y Eva, su desobediencia debido a su soberbia y de haberle hecho caso a los malos consejos del demonio o Satanás, representado como serpiente. Dios había sacado un orden maravilloso del caos inicial y ahora debido a este primer pecado, que consistí, como todos los pecados posteriores, en establecerse el hombre como su propio dios y desobedecer al verdadero Dios que es el único que le puede dar la verdadera felicidad que tanto anhela.
Los tres siguientes capítulos del Génesis constituyen una historia de la extensión del pecado empezando con el pecado de Caín al matar a su hermano Abel. Ya en el c. 6, la Biblia presenta a Dios lamentándose de haber creado al hombre porque no había hecho más que pecar e introducir otra vez el caos. Pero Dios no se desespera del hombre y no va a abandonarlo nunca ni va a permitir que su creación termine en la destrucción. Por tanto, lanza su primer plan de rescate a través de Noé y el Arca. En Biblia el agua y concretamente el mar, con sus animales enormes y peligrosos simboliza el caros y así es como Dios permite que se destruya el mundo con el diluvio para volver a empezar con Noé, su familia y los animales en el Arco, que a su vez es una imagen de la Iglesia. Dios procede con la vocación de Abrán a quien le da el hombre de Abraham a quien promete un prole numerosa, más que la arena de la playa o las estrellas del mar y una tierra. Luego el nieto de Abraham, Jacob, luego de haber mentido y engañado a su padre para recibir la herencia tiene que escaparse y lejos de su tierra lucha con Dios. Se le da el nombre de "Israel" que significa precisamente eso. Dios no y hace nunca a su pueblo Israel y hace varias alianzas con él, lo libera de la opresión del Faraón, de los ataques de los filisteos y otros enemigos. Cuando los reyes, sacerdotes y la gente se desvía de la alianza y se ponen a adorar a los falsos dioses de alrededor, o se someten a los paganos y acogen sus dioses, Dios los llama a renovar la alianza a través de los profetas. Les da el templo como expresión del verdadero culto y a lo largo de unos 1800 años de historia que nos entrega la Biblia, vemos por un lado la infidelidad constante del pueblo y la paciencia de Dios que no se cansa de ellos. Sí también vienen grandes castigos como otro esfuerzo de Dios para que volvieran al buen camino, de manera especial el Exilio de Babilonia. Toda esta historia culmina en el nacimiento, la vida, el ministerio y sobre todo la muerte y resurrección de su mismo Hijo, Jesucristo.
En los domingos anteriores hemos hecho hincapié en el hecho de que el libro del Apocalipsis está al final de la Biblia y hoy llegamos al penúltimo capítulo, el c. 21: "Yo Juan vi un cielo nuevo y una tierra nueva: el primer cielo y la primera tierra ya han pasado y el mar no existe". Si el mar ya no existe, como hemos señalado, es que ya no existe el caos, sino el orden perfecto que Dios ha querido desde el principio. Nuestra experiencia cotidiana nos convence hecho de que nuestro mundo está lleno de mal, de todo tipo de injusticia, de egoísmo y demás vicios. Conocemos muchos intentos de remediar el mal que existen en nuestro mundo a través de las utopías los más conocidos siendo
el comunismo, el nazismo y la que padecemos que podemos llamar el secularismo. Solo Dios puede remediar el mal que hay en el mundo y lo ha hecho. El Apocalipsis nos presenta ahora ese nuevo mundo que va a crear o ya está creando Dios donde no va a haber mal, ni muerte, ni lágrimas, ni dolor. El primero mundo ha terminado". "He aquí, estoy haciendo nuevas todas las cosas". No se trata, pues de ninguna destrucción sino de una verdadera renovación o regeneración y una vuelta al plan original de Dios, que ciertamente Él no había abandonado nunca. Lo que dice Jesús en su gloria al vidente es "estoy haciendo nuevas todas las cosas". Se trata de un proceso que en realidad ya empezó una vez que Adán y Eva había caído en el pecado original y ha tenido su punto culminante en la resurrección del Señor en la que nosotros hemos sido incorporados por el bautismo. Dios está realizando de manera silenciosa su obra en el mundo sin que nos demos cuenta, y la presencia del bien que es mucho más fuerte que el mal no se nota tanto en nuestro mundo y no deberíamos de olvidarnos nunca del hecho de que Dios saca bien del mal. San Pablo en su carta a los Romanos en el c. 8 habla del cosmos como sufriendo dolores de parto y por tanto el nuevo mundo se está gestando y al final se va a manifestar en todas su grandeza, gloria y esplendor. Se trata como las flores de la primavera que comienzan a brotar incluso tan temprano que la nieva todavía no termina de desaparecer. A veces, vemos como las nubes oscuras y espesas se despejan y aparece un sol espléndido, escribía en su primera carta a unos cristianos dispersos que sufrían persecución Así es también la obra que el Señor va realizando en nuestro mundo. Esta es la gran esperanza que nos la Biblia en los últimos capítulos. San Pedro escribía en su primera carta a unos cristianos dispersos que sufrían persecución invitándoles a recordar que habían sido "regenerados a una esperanza viva" debido a la resurrección del Señor.
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viernes, 17 de mayo de 2019
lunes, 18 de mayo de 2009
La solemnidad de la Santísima Trinidad
La doctrina de la Trinidad, de que en Dios hay tres personas con una misma naturaleza, es juntamente con la de la encarnación y la redención por la muerte y resurrección de Jesucristo, la más característica del cristianismo. De hecho, los musulmanes la consideran “triteísmo”, doctrina de tres dioses en contraste el monoteísmo, la creencia en un solo Dios. Sin embargo, empezamos el Credo todos los domingos en la misa con la afirmación: “Creo en un solo Dios”. Muchos cristianos piensan poco en esta doctrina de la Trinidad. La consideran muy difícil, un misterio que no tiene mucho que ver con la vida diaria, real. Estamos en una época denominada de secularización. La palabra “secularización” se deriva del latín “saeculum”, que significa “mundo”, o también “siglo”, refiriéndose a nuestro mundo actual, y no considerando otro posible mundo futuro. En épocas anteriores, la religión tenía una gran preponderancia en la vida de las personas, en dar explicación a los fenómenos de la naturaleza, y de la vida diaria. Este hecho lo podemos constatar al leer la Biblia, y también en la mitología de los pueblos antiguos. Hoy en día en vez de recurrir a explicaciones religiosas para comprender los cambios de clima y otros fenómenos naturales, recurrimos a la ciencia, que supuestamente está basada en la razón del hombre. Antiguamente los mismos saludos que se dan entre las personas hacían referencia a Dios. Por ejemplo el saludo “Buenos días”, tiene su versión completa en “Buenos días nos dé Dios”, de manera que en realidad era una oración. En el siglo XVI, Santa Teresa de Jesús y sus contemporáneos medían el tiempo según el número de “Aves Marías que uno podía recitar. Hoy contamos con relojes sumamente precisos y a cada rato la radio nos indica la hora. Como resultado de este proceso que lleva muchos siglos, y que por otra parte no es que sea del todo negativo, se ha llegado hoy en día a un olvido de Dios en la vida concreta. Llegó primero el ateísmo militante y luego el agnosticismo. Según esta última posición, si Dios existe no sabemos, y no podemos saber nada de Él. Tiene poca diferencia con el ateísmo, que suele ser más militante, como fue el caso del Comunismo que sin excepciones se dedicaba a una persecución religiosa feroz, por considerar la religión retrógrada y un obstáculo para el avance de la humanidad. En nuestro tiempo sigue existiendo este tipo de ateísmo, pero es más común la indiferencia, es decir, vivir como si Dios no existiera.
El paganismo antiguo creía en muchos dioses, posiblemente uno de ellos sería el principal, y los otros como los cortesanos en la corte de un gran rey o señor. Tales dioses provocaban miedo y angustia. Por ello, había que hacer oraciones y sacrificios, a veces sacrificios humanos, como en el caso de los Aztecas, para aplacar la ira de aquellos dioses caprichosos. Ya en el Antiguo Testamento gracias a la intervención personal de Dios en la historia, empezando con Abrahán, y siguiendo a la largo de los 1800 años que lo separa de la venida de Jesucristo, Dios se fue revelando como un Dios cercano que se preocupaba por la suerte de su pueblo, un Dios rico en misericordia y clemencia. Ya en el libro del Deuteronomio se da el gran mandamiento que Jesús hizo suyo y llevó a nuevas alturas: “Escucha, Israel, El Señor tu Dios es el único Dios. Amarás a tu Dios con todo el corazón, con todo el alma, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo”, y que haciendo esto Israel tendría vida.
Jesús, desde su primera aparición como niño de 12 años, según lo cuenta San Lucas, ya tiene una experiencia única de Dios como su Padre, “Abbá” en su lengua materna, el arameo. Le contestó a María, su madre, después de haberse perdido en el templo y de haber causado no poco angustia a María y a José: “¿No sabíais que tenía que estar ocupado en los asuntos de mi Padre”. La experiencia central y más radical de Jesús es la de Dios como su propio Padre, pero con una intimidad inaudita entre sus contemporáneos o sus antecesores en Israel. Queda reforzada esta experiencia en su bautismo, cuando también bajó sobre el Espíritu Santo en la forma de una paloma. Lo mismo dígase en el episodio de la transfiguración, cuando se encontraba en una encrucijada en su misión. Se escucha la voz del Padre que manda escucharlo. A partir de allí se dirige decididamente a Jerusalén, donde sabe que va a sufrir y morir, mientras también prepara a sus discípulos para esa eventualidad. Otra vez, en Getsemaní, cuando siente el peso tremendo de la durísima misión que el Padre le había encomendado, y le pide apartar de Él ese “cáliz”, pero le pide también que se haga la Voluntad del Padre, revela la relación íntima que tiene con Él. Todo eso queda resumido de forma admirable en el Padre Nuestro, su propia oración que entrega a los discípulos, precisamente cuando ellos lo vieron en oración, según cuenta San Lucas.
Desde el primer momento de la existencia de Jesús, cuando el Ángel Gabriel anuncia a María su concepción virginal, le dice: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el que va a nacer de ti se llamará Hijo de Dios”. Sobre todo a partir de su bautismo en el Jordán, Jesús es guiado y conducido por el Espíritu Santo. En el momento de su muerte, San Juan dice que “entregó su espíritu”. Los Padres de la Iglesia entienden ese episodio como entrega del Espíritu Santo. Igualmente en los relatos de la Resurrección en San Juan, Jesús ´resucitado respira sobre los discípulos y les comunica el Espíritu Santo, juntamente con la misión de proclamar la Buena Noticia que es el Evangelio a todos. San Mateo tiene el episodio del encuentro de Jesús resucitado en una montaña de Galilea donde los manda a bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”, predicando y haciendo discípulos de todos los pueblos.
Solo a partir de la resurrección y la venida del Espíritu Santo los apóstoles fueron reconociendo la divinidad de Jesús. Si hay muchos indicios de su extraordinaria autoridad, que él mismo se coloca por encima de Moisés, que había entregado la Ley, por encima del Rey Salomón, que representaba la sabiduría en Israel, y por encima de los profetas. En la segunda lectura de hoy encontramos la fórmula trinitaria que utilizamos con frecuencia como saludo al inicio de la Santa Misa: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con vosotros”. Esto ya a unos treinta años de su muerte y resurrección. Si nos fijamos en las oraciones de la Misa, encontraremos que prácticamente todas son trinitarias. Se dirigen al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo.
Dios no se reveló a nosotros como tres personas en una misma substancia para satisfacer nuestra curiosidad, sino para manifestarnos su amor, que es los que nos indica el evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo, no para que el mundo se pierda, sino para que se salve por Él”.
NOTICIAS Y COMENTARIOS
El próximo domingo es la Fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Esta fiesta es de gran raigambre en todo el mundo católico. Tiene su inicio en el siglo XIII, en Liege, ahora en Bélgica. Una monja recibió una visión del señor, pidiendo que se estableciera esta fiesta. Primero su obispo estableció la fiesta en la diócesis. Luego ese obispo llegó a ser Papa y la extendió al toda la Iglesia.
Es una ocasión para hacer manifestación pública de nuestra fe en Jesús en la Eucaristía, como alimento espiritual, el verdadero Pan de Vida. Hoy en día hay una campaña de notable fuerza desde gobierno y bastantes medios de comunicación que intenta acabar con cualquier manifestación pública de la fe católica, e intenta convencer a la sociedad de que la religión es una cosa privada, sin ninguna incidencia en la vida pública. Al mismo tiempo se quiere indoctrinar a los niños con una supuesta “educación para la ciudadanía” que promueve ideologías nefastas acerca de la persona, y la sexualidad. Invito a todos a participar en la Santa Misa con gran devoción en el día del Corpus, y luego en la procesión, manifestando públicamente su fe en Jesús que está presente en medio de nosotros en la Eucaristía.
El paganismo antiguo creía en muchos dioses, posiblemente uno de ellos sería el principal, y los otros como los cortesanos en la corte de un gran rey o señor. Tales dioses provocaban miedo y angustia. Por ello, había que hacer oraciones y sacrificios, a veces sacrificios humanos, como en el caso de los Aztecas, para aplacar la ira de aquellos dioses caprichosos. Ya en el Antiguo Testamento gracias a la intervención personal de Dios en la historia, empezando con Abrahán, y siguiendo a la largo de los 1800 años que lo separa de la venida de Jesucristo, Dios se fue revelando como un Dios cercano que se preocupaba por la suerte de su pueblo, un Dios rico en misericordia y clemencia. Ya en el libro del Deuteronomio se da el gran mandamiento que Jesús hizo suyo y llevó a nuevas alturas: “Escucha, Israel, El Señor tu Dios es el único Dios. Amarás a tu Dios con todo el corazón, con todo el alma, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo”, y que haciendo esto Israel tendría vida.
Jesús, desde su primera aparición como niño de 12 años, según lo cuenta San Lucas, ya tiene una experiencia única de Dios como su Padre, “Abbá” en su lengua materna, el arameo. Le contestó a María, su madre, después de haberse perdido en el templo y de haber causado no poco angustia a María y a José: “¿No sabíais que tenía que estar ocupado en los asuntos de mi Padre”. La experiencia central y más radical de Jesús es la de Dios como su propio Padre, pero con una intimidad inaudita entre sus contemporáneos o sus antecesores en Israel. Queda reforzada esta experiencia en su bautismo, cuando también bajó sobre el Espíritu Santo en la forma de una paloma. Lo mismo dígase en el episodio de la transfiguración, cuando se encontraba en una encrucijada en su misión. Se escucha la voz del Padre que manda escucharlo. A partir de allí se dirige decididamente a Jerusalén, donde sabe que va a sufrir y morir, mientras también prepara a sus discípulos para esa eventualidad. Otra vez, en Getsemaní, cuando siente el peso tremendo de la durísima misión que el Padre le había encomendado, y le pide apartar de Él ese “cáliz”, pero le pide también que se haga la Voluntad del Padre, revela la relación íntima que tiene con Él. Todo eso queda resumido de forma admirable en el Padre Nuestro, su propia oración que entrega a los discípulos, precisamente cuando ellos lo vieron en oración, según cuenta San Lucas.
Desde el primer momento de la existencia de Jesús, cuando el Ángel Gabriel anuncia a María su concepción virginal, le dice: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el que va a nacer de ti se llamará Hijo de Dios”. Sobre todo a partir de su bautismo en el Jordán, Jesús es guiado y conducido por el Espíritu Santo. En el momento de su muerte, San Juan dice que “entregó su espíritu”. Los Padres de la Iglesia entienden ese episodio como entrega del Espíritu Santo. Igualmente en los relatos de la Resurrección en San Juan, Jesús ´resucitado respira sobre los discípulos y les comunica el Espíritu Santo, juntamente con la misión de proclamar la Buena Noticia que es el Evangelio a todos. San Mateo tiene el episodio del encuentro de Jesús resucitado en una montaña de Galilea donde los manda a bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”, predicando y haciendo discípulos de todos los pueblos.
Solo a partir de la resurrección y la venida del Espíritu Santo los apóstoles fueron reconociendo la divinidad de Jesús. Si hay muchos indicios de su extraordinaria autoridad, que él mismo se coloca por encima de Moisés, que había entregado la Ley, por encima del Rey Salomón, que representaba la sabiduría en Israel, y por encima de los profetas. En la segunda lectura de hoy encontramos la fórmula trinitaria que utilizamos con frecuencia como saludo al inicio de la Santa Misa: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con vosotros”. Esto ya a unos treinta años de su muerte y resurrección. Si nos fijamos en las oraciones de la Misa, encontraremos que prácticamente todas son trinitarias. Se dirigen al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo.
Dios no se reveló a nosotros como tres personas en una misma substancia para satisfacer nuestra curiosidad, sino para manifestarnos su amor, que es los que nos indica el evangelio de hoy: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo, no para que el mundo se pierda, sino para que se salve por Él”.
NOTICIAS Y COMENTARIOS
El próximo domingo es la Fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Esta fiesta es de gran raigambre en todo el mundo católico. Tiene su inicio en el siglo XIII, en Liege, ahora en Bélgica. Una monja recibió una visión del señor, pidiendo que se estableciera esta fiesta. Primero su obispo estableció la fiesta en la diócesis. Luego ese obispo llegó a ser Papa y la extendió al toda la Iglesia.
Es una ocasión para hacer manifestación pública de nuestra fe en Jesús en la Eucaristía, como alimento espiritual, el verdadero Pan de Vida. Hoy en día hay una campaña de notable fuerza desde gobierno y bastantes medios de comunicación que intenta acabar con cualquier manifestación pública de la fe católica, e intenta convencer a la sociedad de que la religión es una cosa privada, sin ninguna incidencia en la vida pública. Al mismo tiempo se quiere indoctrinar a los niños con una supuesta “educación para la ciudadanía” que promueve ideologías nefastas acerca de la persona, y la sexualidad. Invito a todos a participar en la Santa Misa con gran devoción en el día del Corpus, y luego en la procesión, manifestando públicamente su fe en Jesús que está presente en medio de nosotros en la Eucaristía.
El sentido de la Pascua
El sentido de la Pascua.
No es difícil para nosotros imaginarnos como fue el nacimiento de Jesús en Belén, o la misma crucifixión. Hay hasta películas que nos dan una idea bastante aproximada de cómo fueron estos acontecimientos de la vida de Jesús. Sin embargo, con la resurrección no es lo mismo. Los evangelios nos cuentan que las mujeres fueron al sepulcro muy de mañana y que lo encontraron vacío, que se les aparecieron o ángeles o hombres vestidos de blanco para anunciarles que el cuerpo de Jesús no estaba allí. En un caso preguntaban: “¿Por qué buscan entre los muertos a aquel que vive? (Lucas 24,5). Jesús o fue inmediatamente reconocible, pues ni María Magdalena, ni los dos que iban de camino hacia Emaús lo reconocieron en un primer momento, ni los apóstoles que lo encontraron al lado del lago después de haber estado pescando la noche entera y no pescar nada. Jesús aparecía en medio de ellos, sino tener que pasar por la puerta, pero también está claro que es Él mismo y no un fantasma.
La resurrección de Jesús es un hecho único en la historia, que no se reduce a la historia, sino que la trasciende. Ciertamente no se puede explicar el cambio radical que se operó en los apóstoles y demás discípulos de ser unos timoratos que había huido por miedo a las autoridades de los judíos a ser unos testigos intrépidos de de la resurrección de Jesús, hasta el punto de entregar gozosamente sus vidas por Jesús, con la firma esperanza de volver a encontrarse con él en el paraíso, como fue el caso de Esteban, el primer mártir. La Resurrección dejó claras huellas en la historia hasta el punto de ser el acontecimiento definitivo que transformó radicalmente la vida de los discípulos de Jesús, y con el tiempo toda la historia humana. Por lo tanto, San Pablo pudo decir “si Cristo no ha resucitado nuestra fe es vana” y “y somos las criaturas más miserables”. También considera un sin sentido por la fe en Jesucristo para esta vida solamente.
Si la vida de Jesús no terminó en la muerte en la cruz y si, como afirma nuestra fe cristiana, Jesús vive, necesariamente Jesús tiene que haber alcanzada una vida superior, nueva y desconocida por nosotros hasta ese momento. Es cierto que los judíos creían en la resurrección, al menos un buen número de ellos, en particular los fariseos y sus secuaces. De eso se encuentra algunos testimonios en el Antiguo Testamento y en los mismos evangelios. Se trataba de una resurrección al final de los tiempos juntamente con el juicio final. Se había llegado a esa convicción debido a que si esta vida es la única no se veía como se puede explica el hecho de que muchos malvados parecían prosperar y muchos justos sufrían. El caso de Jesús es único; se adelanta la resurrección final y recibe la vida eterna ya.
Jesús no es un personaje histórico cualquiera, sino el Mesías, el Hijo de Dios, Cabeza de la nueva humanidad, de manera que su resurrección, el hecho de haber pasado por la muerte y llegado a la vida verdadera, eterna y feliz con Dios Padre y el Espíritu Santo es algo que atañe profundamente a nosotros también. Así como a partir de la caída de nuestros primeros padres se propagó el pecado y el mal en el mundo, y Adán es el padre del primer mundo que cayó en el pecado, como explica San Pablo a los cristianos de Roma, Jesucristo es la Cabeza de la nueva humanidad redimida, es decir rescatada de la muerte y del mal.
Esta transformación radical se produjo en nuestro caso en el bautismo. Es muy probable que no nos hemos dado cuenta de la trascendencia fundamental del bautismo en nuestra vida. San Pablo dice que los que somos de Cristo y vivimos en Él somos criaturas nuevas. Una criatura es un ser nuevo que sólo puede tener la vida por haberla recibido de Dios. Sólo Dios puede crear una persona de la nada. Los padres colaboran en esta obra de Dios, pero ellos no crean a sus hijos. La teoría de la evolución habla de mutaciones y saltos cualitativos. Se pasó a lo largo de muchos millones de años de la naturaleza muerta a la vida vegetativa, luego a la vida sensitiva de los animales, finalmente a la vida del hombre que comparte con los animales la vida del hombre que es al mismo espiritual y material. Se puede proponer otra salto o mutación que lleva el hombre a un tipo de vida superior, y que comienza a en este mundo con nuestro bautismo. En el bautismo fuimos insertados en Cristo resucitado. Como lo explica San Pablo a los romanos, fuimos incorporados a Cristo, hechos solidarios con su muerte, su sepultura para poder llegar con Él a la resurrección.
En la mente de muchos hoy día el cristianismo no es esa gran novedad, esa buena noticia de que la muerte no tiene la última palabra, como no la tuvo en el caso de Jesús, como indica un canto que se canta en la liturgia de la Pascua: “¿La muerte, dónde está la muerte? ¿Donde su victoria?”. Se ha desplazado nuestro egoísmo, nuestro orgullo y hemos sido insertados en Cristo, de manera que San Pablo decía: “Ya no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí”. En los primeros siglos del cristianismo, los adultos que se bautizaban dedicaban unos tres años al catecumenado, o una intensa preparación para su incorporación a Jesucristo en el bautismo, reforzado por la confirmación y coronado por la recepción de la Eucaristía en la noche de la Vigilia Pascual. Posteriormente recibían más instrucción acerca de los sacramentos, particularmente la Eucaristía.
Muchos de nosotros nos hemos quedado con unas nociones vagas que han quedado flotando en nuestras cabezas llenas de preocupaciones mundanas desde que hicimos la Primera Comunión. Nos ha quedado pequeño el traje de la primera comunión y hemos progresado en la vida civil y profesional, pero con frecuencia. Llevamos una vida cristiana de sonámbulos sin pensar ni reflexionar sobre lo más importante de la vida, que es el mismo sentido de ella. Abogamos que no tenemos tiempo de pensar en estas cosas, que tenemos que trabajar y pagar las cuentas, luego descansar para volver a trabajar. Ojalá el Señor nos despierte de ese sueños, de ese letargo (de hecho resurrección significa un despertar) y no lleguemos al final de nuestra vida como sonámbulos, o considerando que lo más importante en la vida es la salud física, cuando la verdadera salud es precisamente la salvación, la verdadera libertad que nos tiene preparado Jesucristo ya en esta vida y plenamente en la vida eterna.
No es difícil para nosotros imaginarnos como fue el nacimiento de Jesús en Belén, o la misma crucifixión. Hay hasta películas que nos dan una idea bastante aproximada de cómo fueron estos acontecimientos de la vida de Jesús. Sin embargo, con la resurrección no es lo mismo. Los evangelios nos cuentan que las mujeres fueron al sepulcro muy de mañana y que lo encontraron vacío, que se les aparecieron o ángeles o hombres vestidos de blanco para anunciarles que el cuerpo de Jesús no estaba allí. En un caso preguntaban: “¿Por qué buscan entre los muertos a aquel que vive? (Lucas 24,5). Jesús o fue inmediatamente reconocible, pues ni María Magdalena, ni los dos que iban de camino hacia Emaús lo reconocieron en un primer momento, ni los apóstoles que lo encontraron al lado del lago después de haber estado pescando la noche entera y no pescar nada. Jesús aparecía en medio de ellos, sino tener que pasar por la puerta, pero también está claro que es Él mismo y no un fantasma.
La resurrección de Jesús es un hecho único en la historia, que no se reduce a la historia, sino que la trasciende. Ciertamente no se puede explicar el cambio radical que se operó en los apóstoles y demás discípulos de ser unos timoratos que había huido por miedo a las autoridades de los judíos a ser unos testigos intrépidos de de la resurrección de Jesús, hasta el punto de entregar gozosamente sus vidas por Jesús, con la firma esperanza de volver a encontrarse con él en el paraíso, como fue el caso de Esteban, el primer mártir. La Resurrección dejó claras huellas en la historia hasta el punto de ser el acontecimiento definitivo que transformó radicalmente la vida de los discípulos de Jesús, y con el tiempo toda la historia humana. Por lo tanto, San Pablo pudo decir “si Cristo no ha resucitado nuestra fe es vana” y “y somos las criaturas más miserables”. También considera un sin sentido por la fe en Jesucristo para esta vida solamente.
Si la vida de Jesús no terminó en la muerte en la cruz y si, como afirma nuestra fe cristiana, Jesús vive, necesariamente Jesús tiene que haber alcanzada una vida superior, nueva y desconocida por nosotros hasta ese momento. Es cierto que los judíos creían en la resurrección, al menos un buen número de ellos, en particular los fariseos y sus secuaces. De eso se encuentra algunos testimonios en el Antiguo Testamento y en los mismos evangelios. Se trataba de una resurrección al final de los tiempos juntamente con el juicio final. Se había llegado a esa convicción debido a que si esta vida es la única no se veía como se puede explica el hecho de que muchos malvados parecían prosperar y muchos justos sufrían. El caso de Jesús es único; se adelanta la resurrección final y recibe la vida eterna ya.
Jesús no es un personaje histórico cualquiera, sino el Mesías, el Hijo de Dios, Cabeza de la nueva humanidad, de manera que su resurrección, el hecho de haber pasado por la muerte y llegado a la vida verdadera, eterna y feliz con Dios Padre y el Espíritu Santo es algo que atañe profundamente a nosotros también. Así como a partir de la caída de nuestros primeros padres se propagó el pecado y el mal en el mundo, y Adán es el padre del primer mundo que cayó en el pecado, como explica San Pablo a los cristianos de Roma, Jesucristo es la Cabeza de la nueva humanidad redimida, es decir rescatada de la muerte y del mal.
Esta transformación radical se produjo en nuestro caso en el bautismo. Es muy probable que no nos hemos dado cuenta de la trascendencia fundamental del bautismo en nuestra vida. San Pablo dice que los que somos de Cristo y vivimos en Él somos criaturas nuevas. Una criatura es un ser nuevo que sólo puede tener la vida por haberla recibido de Dios. Sólo Dios puede crear una persona de la nada. Los padres colaboran en esta obra de Dios, pero ellos no crean a sus hijos. La teoría de la evolución habla de mutaciones y saltos cualitativos. Se pasó a lo largo de muchos millones de años de la naturaleza muerta a la vida vegetativa, luego a la vida sensitiva de los animales, finalmente a la vida del hombre que comparte con los animales la vida del hombre que es al mismo espiritual y material. Se puede proponer otra salto o mutación que lleva el hombre a un tipo de vida superior, y que comienza a en este mundo con nuestro bautismo. En el bautismo fuimos insertados en Cristo resucitado. Como lo explica San Pablo a los romanos, fuimos incorporados a Cristo, hechos solidarios con su muerte, su sepultura para poder llegar con Él a la resurrección.
En la mente de muchos hoy día el cristianismo no es esa gran novedad, esa buena noticia de que la muerte no tiene la última palabra, como no la tuvo en el caso de Jesús, como indica un canto que se canta en la liturgia de la Pascua: “¿La muerte, dónde está la muerte? ¿Donde su victoria?”. Se ha desplazado nuestro egoísmo, nuestro orgullo y hemos sido insertados en Cristo, de manera que San Pablo decía: “Ya no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí”. En los primeros siglos del cristianismo, los adultos que se bautizaban dedicaban unos tres años al catecumenado, o una intensa preparación para su incorporación a Jesucristo en el bautismo, reforzado por la confirmación y coronado por la recepción de la Eucaristía en la noche de la Vigilia Pascual. Posteriormente recibían más instrucción acerca de los sacramentos, particularmente la Eucaristía.
Muchos de nosotros nos hemos quedado con unas nociones vagas que han quedado flotando en nuestras cabezas llenas de preocupaciones mundanas desde que hicimos la Primera Comunión. Nos ha quedado pequeño el traje de la primera comunión y hemos progresado en la vida civil y profesional, pero con frecuencia. Llevamos una vida cristiana de sonámbulos sin pensar ni reflexionar sobre lo más importante de la vida, que es el mismo sentido de ella. Abogamos que no tenemos tiempo de pensar en estas cosas, que tenemos que trabajar y pagar las cuentas, luego descansar para volver a trabajar. Ojalá el Señor nos despierte de ese sueños, de ese letargo (de hecho resurrección significa un despertar) y no lleguemos al final de nuestra vida como sonámbulos, o considerando que lo más importante en la vida es la salud física, cuando la verdadera salud es precisamente la salvación, la verdadera libertad que nos tiene preparado Jesucristo ya en esta vida y plenamente en la vida eterna.
La Pascua y la Vida
LA PASCUA Y LA VIDA.
Llevamos seis de las siete semanas de este período de la Pascua. Hemos escuchado mucho en la liturgia acerca de la alegría de la Pascua, las diversas apariciones de Jesús, referencias al bautismo de la Primera Carta de San Pedro, unas indicaciones preciosas acerca de la vida de los primeros cristianos tomadas del Libro de los Hechos de los Apóstoles. Conviene reflexionar y examinarnos sobre nuestra verdadera vivencia de la Pascua y de la misma vida cristiana. Al parecer muchos consideran que el deber principal de un católico es rezar y participar en la Santa Misa. Eñ año pasado el Papa invitaba a los obispos de Portugal a fijarse más en Dios y en Jesucristo que en la Iglesia.
¡Con qué facilidad nos dedicamos a criticar la Iglesia! Pero, a qué nos referimos cuando hablamos de la “Iglesia”. ¿No serán los obispos, nosotros los sacerdotes y los diversos organismos de la Iglesia, sea a nivel internacional, local y local? La Iglesia es en primer lugar Jesucristo, luego los apóstoles, todos los grandes santos de todos los 20 siglos de historia, y los millones de personas santas que han vivido a lo largo de la historia y que hoy día se encuentran en todas las parroquias del mundo, y también cada uno de nosotros. Tenemos la tendencia de criticar a otros y a la Iglesia con gran facilidad. El que se dedica a criticar implícitamente considera que él sabe hacer las cosas mejor, o sea se entrega al orgullo, pues en la gran mayoría de los casos desconoce todos los detalles del caso que critica, lo cual desautoriza sus críticas. La Resurrección de Jesucristo es una invitación a pasar de lo viejo a lo nuevo, pues Jesucristo es toda novedad y hay mucho de viejo en nosotros todavía. Preguntémonos si de verdad estamos asumiendo lo que significa nuestro bautismo. O por el contrario, si nuestro compromiso cristiano no incide en nuestra vida concreto de cada día.
San Pablo, al explicar el sentido de la muerte y la resurrección de Jesús aplicado a nosotros, escribe: “Porque, si nos hemos hecho una misma cosa con él, con una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante …Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6.5,8). Esta identificación con Jesucristo crucificado y resucitado se da en el bautismo, que nos incorpora a Jesucristo, haciéndonos miembros de su cuerpo que es la Iglesia. Esto no se logra por arte de magia. Los sacramentos sí son acciones de Cristo que son eficaces al realizarse, pero también son expresión de la fe. La fe es una virtud, que sí es don de Dios, pero como un músculo, necesita de ejercicio y práctica para fortalecerse. La fe se tiene que manifestar en obras concretas, son solamente en oraciones, o actos como ponerle flores a la imagen de la Santísima Virgen. La fe es un compromiso que se plasma en unas actitudes que luego se manifiestan en nuestras acciones diarias. Es más, creer en Cristo es empeñarnos en conformar nuestras vidas al modo de ser y de comportarse de Él. Esto no nos viene por naturaleza. De hecho, como resultado del pecado original y de las tendencias que heredamos desde el inicio de la historia, es más fácil hacer el mal, o no hacer el bien que hacerlo. San Pablo lo expresa así en el mismo pasaje de su carta a los cristianos de Roma: “Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. (Rom 6,10)
Dado que en el bautismo nos hemos hecho un solo cuerpo con Jesucristo, contamos con la fuerza que viene de Él, fuerza en virtud de la cual Dios lo resucitó de la muerte y le entregó la vida nueva de la que ahora goza. Por lo tanto no debemos desanimarnos, Él nos hace partícipes de esa vida nueva y de la fuerza de su resurrección. Se hace patente en el caso de grandes conversiones que a veces se dan, pero también en nuestro caso, se puede alcanzar una conversión, un cambio de mentalidad, asumiendo la de Jesús. Tradicionalmente hemos considerado una conversión el hecho de abandonar otra religión, o pasar de no creer en Dios a creer. Jesús invita a todos a la conversión constante
Otra parte de la gran noticia de la resurrección de Jesús y nuestra participación en ella es la seguridad de que la muerte no es la suerte definitiva del hombre. Por lo tanto, la fe en la resurrección de Jesús nos ha de llenar de esperanza y de alegría. San Pablo consideraba que los paganos eran personas sin esperanza, pues ellos inevitablemente tenían que sufrir en este mundo, pero consideraban que el hombre termina su existencia con la muerte, de manera que vivían en el miedo y la desesperación. En cambio, el cristiano, seguidor de Jesús, cuya vida y suerte están unidas a la de Él, puede mirar al futuro con una gran esperanza, una esperanza que no defrauda, como dice San Pedro en su primera carta. Si nosotros tenemos dentro de nuestro corazón esa alegría, se debería de ver en nuestro rostro, debemos de manifestarla con nuestros gestos, nuestra sonrisa, con nuestras acciones. Podemos y debemos comunicar esa esperanza y esa alegría a los que están a nuestro alrededor. ¡Cuánta gente mayor de edad hoy día vive en la tristeza, sin esperanza, esforzándose por cuidar la salud con tantas pastillas, siente mucha soledad y angustia! ¿Cómo podemos llamarnos seguidores de Jesús resucitado si no les comunicamos esperanza y la seguridad de una vida mejor en unión con Jesús, que se unió a las penas y alegrías de todos?
Llevamos seis de las siete semanas de este período de la Pascua. Hemos escuchado mucho en la liturgia acerca de la alegría de la Pascua, las diversas apariciones de Jesús, referencias al bautismo de la Primera Carta de San Pedro, unas indicaciones preciosas acerca de la vida de los primeros cristianos tomadas del Libro de los Hechos de los Apóstoles. Conviene reflexionar y examinarnos sobre nuestra verdadera vivencia de la Pascua y de la misma vida cristiana. Al parecer muchos consideran que el deber principal de un católico es rezar y participar en la Santa Misa. Eñ año pasado el Papa invitaba a los obispos de Portugal a fijarse más en Dios y en Jesucristo que en la Iglesia.
¡Con qué facilidad nos dedicamos a criticar la Iglesia! Pero, a qué nos referimos cuando hablamos de la “Iglesia”. ¿No serán los obispos, nosotros los sacerdotes y los diversos organismos de la Iglesia, sea a nivel internacional, local y local? La Iglesia es en primer lugar Jesucristo, luego los apóstoles, todos los grandes santos de todos los 20 siglos de historia, y los millones de personas santas que han vivido a lo largo de la historia y que hoy día se encuentran en todas las parroquias del mundo, y también cada uno de nosotros. Tenemos la tendencia de criticar a otros y a la Iglesia con gran facilidad. El que se dedica a criticar implícitamente considera que él sabe hacer las cosas mejor, o sea se entrega al orgullo, pues en la gran mayoría de los casos desconoce todos los detalles del caso que critica, lo cual desautoriza sus críticas. La Resurrección de Jesucristo es una invitación a pasar de lo viejo a lo nuevo, pues Jesucristo es toda novedad y hay mucho de viejo en nosotros todavía. Preguntémonos si de verdad estamos asumiendo lo que significa nuestro bautismo. O por el contrario, si nuestro compromiso cristiano no incide en nuestra vida concreto de cada día.
San Pablo, al explicar el sentido de la muerte y la resurrección de Jesús aplicado a nosotros, escribe: “Porque, si nos hemos hecho una misma cosa con él, con una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante …Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6.5,8). Esta identificación con Jesucristo crucificado y resucitado se da en el bautismo, que nos incorpora a Jesucristo, haciéndonos miembros de su cuerpo que es la Iglesia. Esto no se logra por arte de magia. Los sacramentos sí son acciones de Cristo que son eficaces al realizarse, pero también son expresión de la fe. La fe es una virtud, que sí es don de Dios, pero como un músculo, necesita de ejercicio y práctica para fortalecerse. La fe se tiene que manifestar en obras concretas, son solamente en oraciones, o actos como ponerle flores a la imagen de la Santísima Virgen. La fe es un compromiso que se plasma en unas actitudes que luego se manifiestan en nuestras acciones diarias. Es más, creer en Cristo es empeñarnos en conformar nuestras vidas al modo de ser y de comportarse de Él. Esto no nos viene por naturaleza. De hecho, como resultado del pecado original y de las tendencias que heredamos desde el inicio de la historia, es más fácil hacer el mal, o no hacer el bien que hacerlo. San Pablo lo expresa así en el mismo pasaje de su carta a los cristianos de Roma: “Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. (Rom 6,10)
Dado que en el bautismo nos hemos hecho un solo cuerpo con Jesucristo, contamos con la fuerza que viene de Él, fuerza en virtud de la cual Dios lo resucitó de la muerte y le entregó la vida nueva de la que ahora goza. Por lo tanto no debemos desanimarnos, Él nos hace partícipes de esa vida nueva y de la fuerza de su resurrección. Se hace patente en el caso de grandes conversiones que a veces se dan, pero también en nuestro caso, se puede alcanzar una conversión, un cambio de mentalidad, asumiendo la de Jesús. Tradicionalmente hemos considerado una conversión el hecho de abandonar otra religión, o pasar de no creer en Dios a creer. Jesús invita a todos a la conversión constante
Otra parte de la gran noticia de la resurrección de Jesús y nuestra participación en ella es la seguridad de que la muerte no es la suerte definitiva del hombre. Por lo tanto, la fe en la resurrección de Jesús nos ha de llenar de esperanza y de alegría. San Pablo consideraba que los paganos eran personas sin esperanza, pues ellos inevitablemente tenían que sufrir en este mundo, pero consideraban que el hombre termina su existencia con la muerte, de manera que vivían en el miedo y la desesperación. En cambio, el cristiano, seguidor de Jesús, cuya vida y suerte están unidas a la de Él, puede mirar al futuro con una gran esperanza, una esperanza que no defrauda, como dice San Pedro en su primera carta. Si nosotros tenemos dentro de nuestro corazón esa alegría, se debería de ver en nuestro rostro, debemos de manifestarla con nuestros gestos, nuestra sonrisa, con nuestras acciones. Podemos y debemos comunicar esa esperanza y esa alegría a los que están a nuestro alrededor. ¡Cuánta gente mayor de edad hoy día vive en la tristeza, sin esperanza, esforzándose por cuidar la salud con tantas pastillas, siente mucha soledad y angustia! ¿Cómo podemos llamarnos seguidores de Jesús resucitado si no les comunicamos esperanza y la seguridad de una vida mejor en unión con Jesús, que se unió a las penas y alegrías de todos?
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