sábado, 25 de mayo de 2019

LA JERUSALÉN CELESTIAL

 HOMILÍA VI DOMINGO DE PASCUA, 26 DE MARZO DE 2019,

El domingo pasado, hemos podido ver la importancia de las ciudades en la Biblia. En el Libro del Génesis se atribuye a Caín, después de haber matado a su hermano Abel, la construcción de las primeras ciudades. Luego sabemos que Abraham era de Ur, una ciudad de los caldeos no lejos del Golfo Pérsico. También a los israelitas oprimidos en Egipto se les obligó a construir con trabajos forzados las ciudades del Faraón. En el mismo Apocalipsis, hemos visto que Jesús en su gloria envía unas cartas a siete ciudades que se encontraban en la Provincia de Asia, al sureste de lo que es ahora Turquía. Entre las más importante de todas obviamente era Roma, y también Alejandría, fundada por Alejandro Magno. Sin embargo, la ciudad más importante en la Biblia es ciertamente Jerusalén, que era la capital de los jebuseos hasta que la conquistó el Rey David y la hizo la capital de sus territorios que incluían el norte y el sur. Allí, aunque fue su hijo Salomón quién construyó el templo, David había preparado los elementos necesarios para la realización de esa gran tarea. La parte más antigua e importante de Jerusalén, donde se encuentra el templo, se llamaba Sión y aparece en muchos salmos y textos proféticos. Otras ciudades famosas que aparecen en la Biblia son Babilonia y Ninevé cuyos gobernantes en un momento y otro sometieron a su dominio el pueblo de Israel, exiliando a buena parte del pueblo y en el caso de Babilonia destruyendo el templo de Jerusalén. Una ciudad es un lugar donde su realizan diversos tipos de actividades, como el comercio, el gobierno, obras de arte a veces de gran ingenio, jardines, plazas, templos etc. Son centros culturales, y si el hombre no hubiera aprendido a cultivar la tierra y posteriormente organizarse en pueblos y ciudades, la cultura humana no se hubiera desarrollado como se hizo. También la Iglesia, en sus primeros siglos de existencia se desarrolló casi exclusivamente en ciudades. El primero conocido por llegar el Evangelio al campo era San Martín de Tours y la gente de campo se les denominaba “paganos”. San Patricio, apóstol de Irlanda, no encontró ciudades en la isla por lo cual organizó la Iglesia alrededor de los monasterios y durante varios siglos era así.

Nuestro pasaje del Apocalipsis de hoy proviene del último capítulo, el 22. Ya hemos visto el domingo pasado como al final Dios va a arreglar y ordenar todo, que se va a volver a realizar la relación esponsal entre Dios y su pueblo, como hará nuevas todas las cosas y que no puede ser de otra manera, pues no se podría comprender por qué Dios hubiera creado el universo y al hombre y hubiera permitido que prevaleciera el mal, el pecado y la muerte. Esta es la gran consolación que encontramos en este, el último libro de la Biblia. Nuestra lectura de hoy comienza: “El ángel me transportó a un monte altísimo y me enseño la ciudad santa de Jerusalén que bajaba del cielo”. Recordemos cómo Satanás al tentar a Jesús también lo llevó a un monte alto y le enseñó todos los reinos de la tierra y le ofreció el dominio sobre ellos, y obviamente las ciudades contenidos en ellos, porque decía que le pertenecían y podría dárselos a Jesús. Esta visión presentado por el demonio trata del mundo antiguo nuestro dominado por él, pero ahora al final cuando ya la victoria de Dios y de Jesucristo es patente, la ciudad santa de Jerusalén baja del cielo. Esto es muy importante. Está clarísimo que el hombre no es capaz de salvarse por sí mismo ni acabar con el mal que hay dentro de sí y en el mundo entero. El siglo XX nos pone delante las diversas ideologías que a través de la ingeniería social intentaron alcanzar un mesianismo humano y como en el proceso dejaron más de 100 millones de muertos, es decir, sobre todo en el caso del comunismo en sus varias versiones y el nazismo. Hoy en día, tenemos otro tipo de ingeniería social e ideologías incluso más nefastas porque ya no tienen campamentos de concentración ni gulags en Siberia donde enviar a la muerte a los que no aceptan su ideología y por ellos sus promotores son más listos. Ahora convencen a la gente, empezando con la juventud que con abundancia de pornografía, y demás tipos de sexo, con el consumismo, ya tienen una libertad jamás alcanzada, pero lo que han logrado es lo que San Agustín llamaba “libido dominando”, es decir, el deseo de dominar y someter a la gente a su dominio y al mismo tiempo la gente piensa que tiene más libertad que nunca. En cambio, la verdadera Ciudad de Dios, la Ciudad Santa de Jerusalén baja del cielo, proviene de Dios, y “trae la gloria de Dios”. La gloria de Dios es la manifestación clara de su grandeza, de su magnificencia, de todo su poder y belleza, que es lo que existe en el cielo. Y es lo que pedimos en el Padre Nuestro cuando rezamos “Venga tu Reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Como Dos es el creador del universo y de cada uno de nosotros está claro que solo alcanzaremos la verdadera felicidad cumpliendo su voluntad como se hace en el cielo. Como ya hemos visto, se trata de la unión del cielo y la tierra, que es lo que Jesucristo alcanzó con su muerte en la cruz y su gloriosa resurrección.

Luego viene una descripción de cómo va a ser esta ciudad santa de Jerusalén. En primer lugar, tendrá una gran muralla. De hecho, la palabra santa significa separado, o perteneciente a la esfera de Dios. La muralla la separa en toda su belleza y orden de todo lo que es el caos, cosa que ya vimos que Dios hizo en el primer capítulo del Génesis al crear de manera ordenada todos los seres en los seis días y descansó el séptimo día que tiene que ver con el sábado judío, es decir el culto a Dios. Las ciudades antiguos tenían puertas en las murallas y así también la ciudad santa de Jerusalén tiene doce de ellas correspondientes a los doce tribus de Israel. Recordemos que el número 12 es 3x4, todos números simbólicos. También los apóstoles son doce y cabe señalar que en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, San Pedro propuso la elección de uno para que tomara el lugar de Judas implicando la importancia de que el número de los apóstoles fuera doce. Luego la ciudad estaba fundada sobre doce cimientos con los nombres de los “doce apóstoles del Cordero”. En unos momentos rezaremos el Credo y profesaremos nuestra fe en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Así vemos la importancia de la apostolicidad de la Iglesia y la tarea esencial de ella de mantener y desarrollar la Tradición Apostólica y no inventar ninguna doctrina nueva que no venga de Jesús y de los apóstoles.

Puede parecer extraño que se diga a continuación que en la ciudad no había templo porque “es su Templo el Señor Todopoderoso y su Cordero”. En el Antiguo Testamento, el templo era de importancia extraordinaria dado que se veía como la morada de Dios en medio de su pueblo. Allí más que en otro lugar se podía experimentar la presencia de Dios. Esto nos recuerdo el episodio de la expulsión de los vendedores del templo y como las autoridades se quejaron preguntándole con qué autoridad había hecho tal cosa. Jesús respondió que en tres días destruiría este templo lo y reconstruiría, y el evangelista comenta que se refería a su cuerpo, de manera que Jesús es el verdadero templo, o lugar del encuentro con el Dios vivo.

Tampoco la ciudad necesitaba de lámparas porque el Señor Dios y su Cordero son la luz que ilumina todo. El tema de la luz es uno de los principales en el Evangelio de San Juan. Jesús se declara como la luz del mundo, pues las tinieblas siempre simbolizan el mal, el pecado y la muerte. Hemos visto el domingo pasado que ya no va a haber muerto. Se distingue entre varios tipos de luz. Primero la luz física que proviene del sol. Luego la luz de la razón que es el tipo de inteligencia que Dios nos ha dado y a través de la cual podemos conocer el mundo y a nosotros mismos por nuestra capacidad de autoconciencia. Además, la fe es una luz aunque no plena pero sí ayuda a la razón a descubrir a Dios tanto en su creación pero sobre todo en su revelación de sí mismo culminando en Jesucristo Nuestro Señor. Luego en el cielo existe lo que los teólogos llaman “lumen gloria”, que es un nuevo tipo de luz gracias a la cual alcanzamos “ver a Dios”, es decir, una relación plena directa con Él que se llama la visión beatífica.


Si Jesucristo es la luz del mundo, también nosotros como miembros de su Cuerpo estamos llamados a serlo como dice Jesús en el Sermón de la Montaña. Nos toca reflejar la luz que es Jesús mismo. Ojalá y Dios quiera que estos días de la Pascua nos hayan dado la oportunidad de eliminar algunas de las tinieblas que inevitablemente tenemos en nuestra vida y a través del conocimiento y unión con Jesús seamos realmente luz para los que conviven con nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario