sábado, 7 de agosto de 2021

El PAN DE VIDA QUE HA BAJADO DEL CIELO

HOMILÍA DEL DOMINGO XIX CICLO B TIEMPO ORDINARIO, 8 DE AGOSTO, 2021.

Hoy procedemos con la lectura del c. 6 del Evangelio que trata de la Eucaristía. Primero, vamos a ver el contexto de la primera lectura del c, 19 del Primer Libro de los Reyes. El profeta Elías se había enfrentado con los profetas del dios pagano Baal y había ganado la batalla matando a 400 de ellos. La Reina Jezabel que era pagana y devoto de Baal llamó al ejército para detener al profeta. Se escapaba hacia el sur pero se cansó y sintió que no podía seguir más. Se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: “Basta, Señor, ¡Quítame la vida que yo no valgo más que mis padres!”. Se le acabaron las ganas de seguir luchando, cosa que se da con no pocas personas en nuestros días. Ya no aguantan más problemas y angustias y desean la muerte, o se deprimen. Aparece un ángel con un jarrón de agua y un pan y le manda comer y beber. Lo hace y vuelve a descansar pero otra vez lo llama el ángel: Levántate, come! Que el camino es superior a tus fuerzas. Elías se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. Obviamente, no se trata de un pan cualquiera sino de un pan que le dio fuerzas para seguir su camino hasta el monte de Dios.


Jesucristo no nos ofrece pan ordinario que nos quita el hambre unas horas y luego tenemos que comer más para no tener más hambre. Además, en tiempos de Jesús, el pan era el alimento básico de todos los días. El ofrece “el pan que baja del cielo para que el hombre coma de él y no muera”. La muerte de la que habla Jesús aquí no es la muerte física que todos llegaremos a experimentar un día, sino la muerte eterna o la separación definitiva de Dios nuestro creador que tiene un plan para nosotros que San Juan llama la vida eterna. En el bautismo hemos recibido la nueva vida que nos hace partícipes de la naturaleza divina, pero necesitamos más. Necesitamos este pan que dura hasta la vida eterna que es el mismo Jesús que llega a ser para nosotros pan para el camino o viático. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Nada en este mundo dura para siempre. Si viajamos a Roma, podremos ver las ruinas del Foro Romano, que era realmente majestuoso con sus templos y mercados, su gran plaza etc. pero ahora se trata de una serie de ruinas. Es cierto que la técnica virtual nos puede dar una idea de cómo era aquello, pero no la cosa real. Jesús promete aquí un alimento que es su mismo cuerpo que durará para siempre y nos llevará a la vida eterna. No es de extrañar que su oyentes no pudieron tragar este discurso y que hayan protestado. Hace unas semanas decíamos que al hombre, a diferencia de los animales no le satisface plenamente nada de lo que puede ofrecerle este mundo, porque no está hecho para permanecer aquí para siempre. En la Eucaristía lo que era pan y vino se convierte, se transforma en el cuerpo y la sangre del Señor. La Iglesia llama este misterio, la Presencia Real, en cuanto que ya no existe el pan y el vino a partir de la consagración sino el cuerpo y la sangre de Jesús. No basta el bautismo que es un nuevo nacimiento a una vida plena y superior, sino que hace falta también este nuevo alimento que nos da la fuerza para llegar a la vida eterna.


¿Pudo Dios darnos algo más grande que el cuerpo y la sangre de Jesús? NO, pero ¿cómo es posible que la gran mayoría de los católicos se pasan de la Misa Dominical? No es de extrañar, pues que caen en pecados graves de diversos tipos. Está el sacrilegio que San Pablo describe de esta manera en su Primera Carta a los Corintios: “Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo”. Todo católico está obligado a participar en la Santa Misa todos los domingos y fiestas de precepto. Si no lo hace sin una excusa válida como puede ser la enfermedad, la incapacidad por debilidad achaques de salud o cuidar a una persona enferma que necesita la presencia de otro para cuidarlo está obligado a cumplir este precepto que se basa en el Tercer Mandamiento de la Ley de Dios. Lo gobiernos con la excusa de un supuesto virus cuya existencia nadie ha probado han inventado una serie de normas absurdas que no tienen fundamento ni científico ni médico y la práctica totalidad de la gente las cumple a pies juntas, pese a que son perjudiciales para la salud mientras se saltan a la torrea la ley de Dios. Prácticamente nadie se confiesa, por lo cual hay que suponer que casi todos los católicos españoles son unos santos. Los gobiernos les meten miedo, como hacían los Nazi y los Comunistas y la gente por miedo cumple a rajatabla todas las normas absurdas como las mascarillas pese a que hay al menos 120 estudios científicos que demuestran que son perjudiciales para la salud Andan todo el día lavándose las manos con gel cuando en realidad toda la piel está cubierta de bacterias, virus, hongos y otros microbios. Si no los tuviéramos no podríamos sobrevivir. Luego está el así llamado “distanciamiento social” que es otra cosa absurda, pues ¿como puede social la separación de las personas, la prohibición de los abrazos etc, cuando forman parte de la misma naturaleza del hombre que es esencialmente social. Obedecen el nefasto confinamiento que provoca mucho mal, como si el supuesto virus cuya existencia ningún gobierno ha probado, como decía, no estuviera en la casa y sí en la calle y en los parques. Cómo quisiera yo que se cumpliera la Ley de Dios como se cumplen estas normas absurdas, pues por ser absurdas no obligan a nadie, Una ley tiene que ser razonable. Obviamente la Ley de Dios, tanto la natural como la revelada es eminentemente razonable, pero la gran mayoría de los católicos la pasan por alto, ¿Por qué? Por falta de racionalidad, miedo, falta de sentido común y sobre todo por falta de FE. También he de decir que también a los obispos y el clero les ha faltado fe al someterse a tales medidas absurdo sin decir ni mu.


Vuelvo a invitar a todos a repasar este gran capítulo 6 del Evangelio de San Juan y que no seamos como los oyentes de Jesús que rechazaron su mensaje diciendo que era demasiado duro. Ya dejaron de seguir a Jesús. Suponemos que pensaban que el mensaje que traía del cielo iba a estar cortada a su medida. Cuando Jesús preguntó a los apóstoles si ellos querían marchar también, San Pedro respondió “¿A quién iremos, tú tienes palabras de vida eterna? Las palabras de Jesús no siempre son agradables ni se adecúan a nuestra mentalidad mundana.







 

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