sábado, 20 de junio de 2020

LA MISIÓN PROFÉTICA DE TODOS LOS BAUTIZADOS

HOMILÍA DOMINGO 21 DE JUNIO DE 2020

Hoy nos toca una lectura impresionante del Profeta Jeremías. Probablemente, bastantes católicos no conocen mucho de este profeta. Salen algunas lecturas de a lo largo del los tres ciclos de lecturas bíblicas dominicales. Frecuentemente, la primera lectura de las Misas de Ordenaciones se proclama. Me acuerdo que se leyó en mi ordenación. Como es normal en la Biblia, se identifica al personaje diciendo de quién era hijo y de donde era. Era hijo de Jilquías, sacerdote de Anatot, que era un pequeño pueblo tal vez a unos 30 km de Jerusalén. Hay un desacuerdo sobre su fecha de nacimiento. Algunos sostienen que nació alrededor del año 651 a. C. mientras otros sostienen que fue el año 630 más o menos. En todo caso, vivió un una época de una grandísima crisis para el pequeño reino de Judá y obviamente para Jerusalén. Como en el caso de otros profetas, se nos presente el relato de su vocación profética: Dios se comunica con él y le dice: ""Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí.", Jeremías, como otros profetas con la excepción de Isaías no tiene muchas ganas de aceptar la misión que Dios le entregaba y pone la objeción de su escasa edad que era un muchacho y que no sabía hablar en público, posiblemente alrededor de 16 a 18 años, pero Dios insiste: ""No digas: «Soy un muchacho», pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás. 8.No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte - oráculo de Yahveh", Entonces, Dios alargó su mano la colocó  sobre su boca y le dijo: ""Mira que he puesto mis palabras en tu boca. 10.Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar." Obviamente, Dios no le estaba entregando una misión fácil, pues extirpar y destruir, perder y derrocar no iba a poder realizarse sin mucha oposición, que es lo que caracterizó a Jeremías a lo largo de su vida. El profeta es uno que habla de parte de Dios y como sabemos son muchos que simplemente no quieren escuchar el mensaje de Dios porque se opone a sus planes y su búsqueda del placer, de la riqueza o del poder. 

La crisis que afectaba el Reino de Judá en la época de Jeremías era que el Rey de Babilonia, luego de haber derrocado el Imperio de Asiria en el año 609 a. C. , que igual que Babilonia se encuentra en lo que es ahora Irak,  como cualquier imperio se pone a dominar y exigir tributo a los pequeños países periféricos o conquistarlos e integrarlos en su imperio. Ese ere al plan del Rey Nabucodonosor de Babilonia de manera que mandó a su ejército dos veces a Jerusalén y se llevó al exilio en Babilonia un nutrido grupo de judíos, de la gente importante e influyente, incluyendo a sacerdotes, entre ellos el Profeta Ezequiel, que también era del estamento sacerdotal. Resulta que Dios le mandaba a Jeremías que profetizar en el templo y pidiera a la gente que se entregara al Rey de Babilonia. Había otra facción que esperaba que Egipto les ayudara, pero ningún profeta era favorable a someterse a Egipto porque Dios había sacado su pueblo de la opresión del Faraón en Egipto, y volver allí sería como una negación de todo lo que Dios había hecho a favor del pueblo. Muchos consideraban a Jeremías como un traidor por pedir que se entregaran al Rey de Babilonia, y de ahí la tremenda oposición que encontró de parte de los funcionarios, sacerdotes y falsos profetas. Es lo que constatamos en nuestra primera lectura, que forma parte de lo que se llama La Confesión de Jeremías. Proclamaba terror por todos lados y como hoy en día, nadie quiere escuchar un mensaje de terror y destrucción. Hasta sus amigos decían: "A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.". 

Jeremías se dirige a Dios para lamentarse de su situación. El rey, manejado por sus consejeros, se opuso al Rey de Babilonia que puso sitio a Jerusalén y Jeremías había ido al templo a proclamar la palabra de Dios que indicaba que tenían que rendirse al Rey de Babilonia. Lo escuchó Pasjur, el jefe del Templo y lo metió en el calabozo, pero Jeremías le aseguró que él moriría a manos de los caldeos y que sus allegados serían conducidos a Babilonia al exilio. En esta situación, Jeremías se dirige a Dios: ""Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban.". Sin embargo, a pesar de su situación dice"No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre.» Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajada por ahogarlo, no podía" y  "Pero Yahveh está conmigo, cual campeón poderoso. Y así mis perseguidores tropezarán impotentes; se avergonzarán mucho de su imprudencia: confusión eterna, inolvidable" (20,11). Pese a todo, Jeremías puede decir "pero Yahveh está conmigo, cual campeón poderoso". Para él, la Palabra de Dios es como un fuego ardiente dentro de sus huesos y no lo puede apagar. Como que la la fuerza la tiene que comunicar. Jeremías era una persona sensible, amante de su país y preocupado por la suerte de sus contemporáneos que iban a morir o ser llevados a Babilonia como exiliados, y no pudo callar lo que Dios le comunicaba. 

El Concilio Vaticano II afirma que todo bautizado es profeta, es decir, le corresponde proclamar la Palabra de Dios a los que están a su alrededor. Vivimos en un mundo de extremo secularismo y lo cómodo sería callar y evitar líos, pues la gran mayoría de la gente de hoy no quiere escuchar la Palabra de Dios. "Y así mis perseguidores tropezarán impotentes; se avergonzarán mucho de su imprudencia: confusión eterna, inolvidable".

 Vivimos en un mundo extremadamente secularista y relativista, como decía el Papa Benedicto, reina la dictadura del relativismo, y un gran porcentaje de la gente se opone  tajantemente a la Palabra de Dios, no la quieren escuchar y no es que sean tolerantes. . Es la primera vez en la historia de la humanidad en la que se quiere vivir la vida sin ninguna referencia a un Dios o creador ni hacerle caso a las exigencias morales. Muchos tienen su confianza en la ciencia como la única fuente de la verdad y consideran el planteamiento de la fe cristiana como mero mito a no ser tomado en serio y reaccionan con mucha virulencia como los contemporáneos de Jeremías. Probablemente la mayoría de los católicos se quedan callados, no comunican su fe, incluso entre sus familiares. Es un tema tabú. En el mundo actual prevalece la ideología masónica que proclama el secularismo, la supuesta tolerancia, aunque ellos son extremadamente intolerantes ante el cristianismo, Una norma de los masones que se que se habla de la religión ni la política en la logia, algo que ha sido asumido por muchos católicos. ¿Acaso algún político español y menos un francés, aunque sea católico,  menciona a Dios? Muchos católicos piensan que no les corresponde como laicos la misión profética, que es cosa de curas y monjas. Pero, ¡qué dice Jesús? Antes de subir al cielo les dijo a un gran grupo de sus seguidores en una montaña de Galilea " Id y hacen discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y yo estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos" (Mt 28,16-20). Había un tiempo en el que en Europa se consideraba que esta comisión se había cumplido y para poder proclamar el evangelio había que ir a otra parte del mundo. Hoy en día, lo que hay es un nuevo paganismo, mucho peor que el paganismo que encontró San Pablo, que en buena medida estaba abierta a la proclamación del Evangelio. Entonces, uno tendría que pensar que ante esta apostasía generalizada todos los católicos están llamados a hacer un esfuerzo especial por evangelizar sea en la familia, en el lugar de trabajo, en cualquier circunstancia, pero son pocos los que asumen esta obligación, 
¿Si por el bautismo somos profetas, ¿a quién ha llegado nuestro mensaje? ¿Al menos hemos hecho un esfuerzo sincero y constante para darla a conocer como hizo el Profeta Jeremías aunque pocos querían hacerle caso? En el año 1969, el entonces Profesor Ratzinger, en una charla de radio en Alemania dejó una profecía sobre el futuro de la Iglesia, que a mi parecer se está cumpliendo ya hoy: "El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible.
Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Y, por tanto, por seres humanos que perciben más que las frases que son precisamente modernas. Por quienes pueden ver más que los otros, porque su vida abarca espacios más amplios.
La generosidad que libera a las personas se alcanza sólo en la paciencia de las pequeñas renuncias cotidianas a uno mismo. En esta pasión cotidiana, la única que permite al ser humano experimentar de cuántas formas diferentes, lo ata su propio yo, en esta pasión cotidiana y sólo en ella, se abre el ser humano poco a poco. Él solamente ve en la medida en que ha vivido y sufrido. Si hoy apenas podemos percibir aún a Dios, se debe a que nos resulta muy fácil evitarnos a nosotros mismos y huir de la profundidad de nuestra existencia, anestesiados por cualquier comodidad. Así, lo más profundo en nosotros sigue sin ser explorado. Si es verdad que sólo se ve bien con el corazón, ¡qué ciegos estamos todos!
¿Qué significa esto para nuestra pregunta? Significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una Iglesia sin Dios y sin fe son palabras vanas. No necesitamos una Iglesia que celebre el culto de la acción en oraciones políticas. Es completamente superflua y por eso desaparecerá por sí misma. Permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano y que nos promete la vida más allá de la muerte.
De la misma manera, el sacerdote que sólo sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y otros especialistas. Pero seguirá siendo aún necesario el sacerdote que no es especialista, que no se queda al margen cuando aconseja en el ejercicio de su ministerio, sino que en nombre de Dios se pone a disposición de los demás y se entrega a ellos en sus tristezas, sus alegrías, su esperanza y su angustia.
Demos un paso más. También en esta ocasión, de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros.
Ciertamente conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora. Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica.
Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo.
El proceso será largo y laborioso, al igual que también fue muy largo el camino que llevó de los falsos progresismos, en vísperas de la revolución francesa –cuando también entre los obispos estaba de moda ridiculizar los dogmas y tal vez incluso dar a entender que ni siquiera la existencia de Dios era en modo alguno segura– hasta la renovación del siglo xix.
Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas.
A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, ya exánime, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte.
La Iglesia católica sobrevivirá a pesar de los hombres y las mujeres, no necesariamente gracias a ellos. Y aun así, todavía nos queda trabajo por hacer. Debemos rezar y cultivar el autosacrificio, la generosidad, la lealtad, la devoción sacramental y una vida centrada en Cristo.
En 2007, se publicó Fe y futuro, un libro donde queda recogido al completo este discurso del padre Joseph Ratzinger. https://es.aleteia.org/2016/11/28/cuando-el-sacerdote-joseph-ratzinger-predijo-el-futuro-de-la-iglesia/
¿Cómo nos va en este momento ante tales desafíos?









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