martes, 2 de junio de 2009

¿Tenemos demasiada tecnología?

Después del episodio del diluvio del que se salvó Noé y sus sietes familiares, juntamente con los animales, la Biblia cuenta la historia de la Torre de Babel. Según relata el libro del Génesis , el mundo fue destruido precisamente como castigo de los pecados de los hombres. El hombre no hacía más que pecar en el mundo de la mañana hasta la noche. Los hombres se multiplicaron otra vez, pero todos hablaban la misma lengua, según nos cuenta el relato bíblico. Decidieron construir una torre que llegara hasta el cielo. Pusieron manos a la obra y la torre la estaban haciendo de ladrillos y alquitrán, es decir con la tecnología del mundo antiguo, no con elementos tomados directamente de la naturaleza, piedras y cemento Si la Biblia menciona este detalle, no le falta significado. La torre es símbolo de la arrogancia del hombre que deseaba ya en el caso de Adán y Eva, “ser como Dios, conociendo el bien y el mal”. Por lo tanto, el mal uso de la tecnología puede verse como otro modo de realizar el sueño del hombre malvado de tomar el lugar de Dios, pues en el fondo en eso consiste el pecado. Quería levantar un monumento a su egoísmo y demostrar que no necesitaba de Dios para realizar sus sueños de felicidad y de dominio sobre el mundo y sus semejantes. No es el uso de su ingenio para inventar objetos que no se encuentran en la naturaleza lo que condena al hombre, sino su mal uso de él.

Hay otros momentos en la Biblia cuando la prepotencia del hombre que pone su confianza en los medios como ejércitos poderosos es desbaratada. Por ejemplo, los carros del Faraón quedan destruidos ante las aguas del Mar Rojo al intentar perseguir a los israelitas bajo el mando de Moisés al escaparse de Egipto. Goliat, con toda su fuerza y armadura, no es nadie ante David que se defiende con unas cuantas piedras, pero cuenta con el apoyo del Señor. En el libro de los Jueces en varias ocasiones Dios libera a su pueblo de graves peligros a mano de sus enemigos por unos cuantos. Es el caso del Juez Gedeón a quien Dios le manda reducir su ejército hasta quedarse con trescientos hombres contra un gran ejército. Sansón es invencible mientras sigue fiel a su voto nazareno expresado en el hecho de lo haber cortado su pelo. Al final, ya ciego, el Espíritu le da fuerza para derrumbar el templo de los filisteos. En estas y otros episodios se pone de manifiesto el poder de Dios y la futilidad de los medios humanos producto del ingenio del hombre a través de la tecnología.

Con esto no se quiere condenar el progreso de la ciencia ni sus aplicaciones en las tecnologías cada vez más sofisticadas. Sin embargo, cabe preguntarnos si se puede tener demasiada tecnología, si la tecnología en vez de ser una gran ayuda al servicio del hombre, puede llegarlo a un nuevo tipo de esclavitud. En este mundo no existe ni el bien ni el mal absoluto. Debido a las consecuencias del pecado original que obnula la mente del hombre, debilita su voluntad y hace que sus pasiones lo lleven a hacer el mal con más facilidad que el bien, también se puede hacer un mal uso de la tecnología, como de hecho ha sido el caso en la historia. Muchos de los progresos tecnológícos de la humanidad han sido propulsado por las guerras. No el menor de ellos es la aplicación de los grandes avances en la física de la mano de Einstein y otros genios de la ciencia en el siglo XX llevaron a las armas nucleares. Es verdad también que muchos de los descubrimientos que en un primer momento encuentran su aplicación en el campo militar llegan luego a ser de gran utilidad en el campo civil, como fue el caso del descubrimiento del radar y otros a mediados del siglo pasado.

No me refiero a tales casos donde queda claro que el mal uso de la tecnologia ha tenido consecuencias tan nefastas como la de la bomba de Hiroshima, ni tampoco los daños ecológicos que la industrialización ha producido y sigue produciendo. Se trata de aplicaciones más comunes y diarias de la tecnología, como es el caso del coche o el Internet. El coche ha llegado a ser algo tan común para el transporte que no pensamos en los aspectos negativos que tiene, más allá de la contaminación atmosférica. Se nota una gran falta de cortesía entre los conductores en la carretera. Puede que se dé más entre los que cuentan con coches más potentes, lujosos o los así llamados todo terreno. Sus choferes tienden a circular con mucha prepotencia. Si uno deja pasar a otro coche por cortesía, no es raro que piten los demás. Tampoco es común dejar pasar a otro cuando indica que desea alcanzar una salida de una autopista. Muchos, que tal vez si se topan con otro en la calle, piden disculpas, cuando entran en un coche y se ponen al volante se convierten en unos energúmenos mal educados. Luego, si acaso otro provoca un pequeño accidente pierden la calma y gritan al culpable. El que ha provocado el accidente debido a algún despiste, cosa completamente humana, pues es humano errar, ya lo está pasando mal aunque tenga el seguro para pagar los daños. Diversos tipos de vehículos tienden a hacer mucho ruido, pero los que los llevan, con frecuencia jóvenes no se dan cuenta de la molestia que le causan a los vecinos.

Hace unos días ví en la Televisión una entrevista a un señor en Estados Unidos que acaba de publicar un libro sobre el tema del exceso de tecnología. Cuenta que su padre es médico y se dedicaba a escribir muchos artículos. Cuando salieron los primeros procesadores de palabras y él era un chico de catorce años, se dio cuenta de que debido a ese cambio veía muy poco a su padre y se redujo mucho el tiempo que pasaban juntos. Era un chico normal al que le fascinaba la tecnología. Este hecho lo provocó a reflexionar sobre la utilidad de tanta tecnología. Fue a estudiar en MIT, una universidad tecnológíca en Boston, la Mecca de los centros de la tecnología en Estados Unidos. Se propuso escribir una tesis sobre estos aspectos oscuros y cuestionables del progreso tecnólogico. Obviamente no encontró mucho apoyo entre los profesores de tal universidad. Prosiguíó en su intento. Después de graduarse se casó con su novia que trabajaba en un ente financiero en Boston. Se le ocurrió que enseguida después de la luna de miel ir a vivir en una comunidad de protestantes que hay en Estados Unidos que llegaron allí de Europa en el siglo XVII y han rehusado aceptar la tecnología moderna. Algunos se llaman Mennonitas, otros Amish. Son descendientes de los anabaptistas que se remontan al tiempo de Lutero. Algunos son más estrictos que otros. Unos utilizar coches y máquinas, pero otros no utilizan máquinas ni fontanería en las casas. Viven en lugares rurales en Pennsilvania y algunos otros estados. Convenció a su novia que lo acompañara y que arrendaran una granja en una comunidad de este tipo durante un año y medio.

También cuenta que antes se había convertido al catolicismo. Un amigo suyo católico lo introdujo a la Iglesia. Le llamó la atención la doctrina de la Iglesia que rechaza el uso de los anticonceptivos, mientras sí permite el uso de los medios naturales de planificación familiar. Leyó la encíclíca Humanae Vitae Papa Pablo VI y convencieron los argumentos propuestos por el Papa a favor de la vida y la naturaleza y en contra de las píldoras y otros dispositivos. También le conocieron lo que el Papa afirma acerca de los peligros que se darían,, y hoy día constatamos que se han dado debido a la separación del sentido unitivo y el procreativo de la sexualidad humana: “Los hombres rectos podrán convencerse todavía de la consistencia de la doctrina de la Iglesia en este campo si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad. Consideren, antes que nada, el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad. No se necesita mucha experiencia para conocer la debilidad humana y para comprender que los hombres, especialmente los jóvenes, tan vulnerables en este punto tienen necesidad de aliento para ser fieles a la ley moral y no se les debe ofrecer cualquier medio fácil para burlar su observancia”.

Podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoístico y no como a compañera, respetada y amada. 

Reflexiónese también sobre el arma peligrosa que de este modo se llegaría a poner en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales. ¿Quién podría reprochar a un gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz? En tal modo los hombres, queriendo evitar las
dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal.” (HV 17). Le parecía que el respeto por la naturaleza y sus ritmos era una posición católica.

En el último momento cuando se disponía a hacer el viaje al lugar donde vivía esa comunidad, -su esposa ya estaba de acuerdo con el experimento y dispuesta a hacerlo- le entró mucho miedo al considerar que iba a renunciar a tantas comodidades como la luz eléctrica etc. Cuenta que aprendió muchas lecciones. Por ejemplo, tenía que cortar el pasto de su jardín con una máquina segadora mecánica, lo cual le exigía esfuerzo física. No se utiliza la motosierra para cortar la madera. Con éstas y otras labores necesariamente tenía que hacer mucho ejercicio. No tenía que ir a ningún gimnasio porque se ejercitaba cada día en los trabajos. No tenía que preocuparse por la comida sana sin conservantes, la tenía totalmente natural producida en la propia granja. Se liberó de la televisión y del océano de noticias y frivolidades que proporciona cada día a los que dedican varias horas a verla. Curiosamente descubrió que tenía mucho tiempo libre y podía relacionarse con los vecinos. Ellos se ayudan mutuamente, se prestan herramientas, viven comunitariamente. Concluyó que ellos habían mantenido muchos aspectos de vida comunitaria característicamente católicas que nosotros los católicos hemos perdido, debido al individualismo y el consumismo. Al final del período del año y medio pactado con su esposa volvieron a la ciudad porque ella es alérgica a los caballos. Sin embargo, decidieron vivir de forma nueva y sencilla, con el mínimo de tecnología en la ciudad. Compraron una casa grande y ellos mismos la restauraron. Lograron hacer buenas relaciones con los vecinos. Educan a sus hijos en casa. No tienen coche, pues viviendo cerca del centro de la ciudad, tampoco lo necesitan. Caminan y utilizan la bicicleta. Él trabaja como taxista, pero con un carrito de ruedas que él mismo lleva. Ofrece ese servicio en un estadio cerca de su casa.

No gasta en gasolina, ni en arreglo de coche, ni pasa horas en retenciones para llegar a su casa como hacen una mayoría de los norteamericanos. No gasta en gimnasios ni mucho en luz, pues tiene un mínimo de aparatos. Ya en la granja utilizaban una lavadora mecánica. Pensábamos que los electrodomésticos iban a liberar a las mujeres del trabajo en las casa, facilitar la cocina. Las comidas preparadas facilitarían el trabajo de cocinar. Así también los hornos microondas. Sin embargo, lo que constatamos que hoy en día todo mundo se queja del estrés y que no tiene tiempo para nada. El pretexto de no tener tiempo es el más común de todos. ¿Cómo es que con tanto aparato que supuestamente iba a aligerar las tareas diarias, cada vez más personas se encuentran más ocupadas, no tienen tiempo para nada? ¿Será verdad que la tecnología no nos ayuda tanto como pensábamos?

Uno de los factores que mueven a las personas a endeudarse para comprar lo último en inventos es la publicidad. Aunque la mayoría de las personas nos aseguran que ellos no se dejan convencer por la publicidad, pero no es cierto. Mucha de la publicidad está dirigida a los níños y a través de la manipulación de ellos, llegan a los padres. En buena medida la publicidad mueve la economía del consumo y ya desde el principio del siglo XX, cuando empezó su auge, ha echado mano de los principios psicológicos más refinados para lograr vender sus productos. ^Promueve las marcas, gana la confianza de la gente, utiliza descaradamente el sexo o lo que se denomina en inglés “sex appeal”, a los famosos como futbolistas, tenistas, cantantes para aprovecharse de la su fama y vender productos. Juntamente con la potencia de la publicidad, que financia los medios de comunicación, está la vanidad de las personas que frecuentemente se sienten obligados a comprar lo que está de moda, o que lo tienen los vecinos. Pocas personas se dan cuenta de las sofisticadas estrategias que utiliza la publicidad para atraer al posible comprador. Juntamente con eso está la facilidad del crédito que hasta la reciente crisis económica y financiera. El resultado ha sido que muchos se han ahogado con los pagos aplazados por productos, incluso por vacaciones, viajes de fin de semana, o cirugía estética y otros lujos.

Otro problema con el exceso de tecnología es que nos aleja de la naturaleza, y con frecuencia muchos niños, adolescentes y jóvenes, por no decir también adultos, viven principalmente en un mundo virtual. El Papa Benedicto XVI, en su reciente mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, titulado Nuevas tecnologías, nuevas relaciones. Promover una cultura de respeto, de diálogo y amistad, auguraba una nueva era de respeto, diálogo y amistad. También advierte del peligro de que el deseo de lograr nuevas amistades en línea sea en detrimento de la disponibilidad para la familia, los vecinos y aquellos que forman parte de nuestra realidad cotidiana. Pone en guardia contra un uso obsesivo de este tipo de comunicación y relaciones virtuales. No se trata de asumir la actitud idólatra de la naturaleza que algunos ambientistas manifiestan, sino una actitud católica de respeto por los ritmos de la creación y el orden establecido por Dios en ella.

La tecnología está aquí para quedarse y nadie duda de que ha aportado múltiples beneficios a la humanidad desde los tiempos de la permanencia de la humanidad en las cuevas. Parece que es o era esencial para la supervivencia de la especie humana, tan pobre en dotes naturales y fortaleza física. El problema no es la tecnología en sí sino la falta de sabiduría, prudencia o discernimiento en su utilización. La Biblia repite con frecuencia que “el principio de la sabiduría es el temor de Dios”. El temor de Dios no es un miedo angustioso o atroz de un dios caprichoso, inpredecible y castigador. Se trata de un Dios providente, amoroso que siempre busca el bien del hombre. Temerlo en el sentido bíblico significa reverenciarlo, practicar la humildad dándose cuenta de la pequeñez del hombre y su fragilidad. St. Tomás de Aquino repite en diversos lugares que “sapientis est ordinare” (es propio del sabio poner orden). Dios es el supremo ordenador que ha creado el universo con sabiduría y amor. El orden significa ante todo reconocerlo, alabarlo, servirle a Él como fin último y ordenar todo lo demás con el debido discernimiento y según su proyecto que nuestra razón es capaz de descubrir. Este orden de denomina la ley natural. Para este discernimiento el hombre cuenta con la conciencia. El pecado es el principio del desorden que apareció en el mundo desde el principio con el pecado original. La sabiduría lleva a distinguir en entre fines y medios. No es infrecuente hoy en día rendir culto a la democracia, que no pasa de ser un medio o modo de organizar la vida social y política de forma que se pueda salvaguardar los derechos y la dignidad del ser humano. Esta lucha entre el bien y el mal, entre el orden y racionalidad proveniente de un Dios creador providente, y el desorden que tiene su origen en el demonio, mentiroso desde el principio, se tiene que llevar a cabo en cada uno y en toda la sociedad. La educación no consiste en una mera instrucción, en proporcionar información, que hoy día abunda. Tiene que educar en la sabiduría que escasea tanto en nuestros días. “ El temor del Señor es el comienzo de la sabiduría, los necios desprecian la sabiduría y la instrucción”. (Proverbios 1,7).
La Sabiduría no entra en un alma que hace el mal, ni habita en un cuerpo sometido al pecado.
1:5 Porque el santo espíritu, el educador, huye de la falsedad, se aparta de los razonamientos insensatos, y se siente rechazado cuando sobreviene la injusticia”. ( Sabiduría 1,4)

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