jueves, 4 de junio de 2009

Escándalos y celibato

En los últimos meses se han dado dos escándalos de parte de personas consagradas al ministerio sacerdotal, uno como obispo, ahora Presidente de Paraguay, Fernando Lugo, y otro un sacerdote joven muy conocido en el mundo hispano debido a sus programas de radio y televisión, Alberto Cutié. Este último nacido en Cuba y criado en Puerto Rico, y ejercía el ministerio en Miami. La crónica es bastante conocida. Pues al ex-obispo, ahora Presidente había tenido relaciones con varias mujeres, incluso una chica de 16 años, que le han demandado para hacer que asuma sus deberes paternas. Alberto Cutié fue pillado por paparazzi en compañía de una mujer entonces desconocida en una para muchos católicos. Tales casos, como los de los sacerdotes pederastas, son muy lamentable y hacen mucho daño a la Iglesia y a la conciencia de muchas personas.

La palabra "escándalo" significa literalmente (skandalon) en el griego original "una piedra de tropiezo", o un palo que que hace caer la trampa. Se trata de un palabra, acción o omisión, real o aparentemente mala que puede ser ocasión para que otro caiga en pecado. El que da escándalo no solamente incumple su deber, sino falta al amor al prójimo que debería de llevarlo a evitar el pecado. Las palabras de Jesús al respecto son de las más duras que se puede encontrar en los evangelios. No dejan lugar a duda acerca de la importancia que da a este asunto. "Mas quien escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, conviene que le cuelguen al cuello un rueda de molino y lo sumerjan en el fondo del mar. ¡Ay de aquel por quien viene el escándalo" ( (Mt 18,16s). San Pablo trata del tema en su Primera Carta a los Corintios en el contexto de problema surgido sobre si se permitía a los cristianos comer la carne sacrificada a los ídolos. Él mismo dice que dado que los ídolos no son en realidad nada, que sí hay libertad para hacerlo (1Cor 8,7-10,13). Sin embargo, añade que si por comer carne daba escándalo a un hermano con una conciencia más débil o menos formada, entonces no comería jamás carne. "Mejor no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tu hermano tropiece o se escandalice o se haga débil" (Rom 14,13,20s). Esta actitud cristiana corresponde al amor al prójimo, la ley suprema del cristianismo. Existe lo que se llama el escándalo farisaica o fingida. Jesús mismo se encontró con esta frecuentemente. Un ejemplo claro es el del discurso del Pan de Vida (Jn 6,60-67). Dado que él proclamaba la verdad, prefería dejar marchar a un buen número de sus seguidores. En el caso de los fariseos, se trataba de mal intencionados que debían de haber conocido la Escritura y estar abiertos al anuncio del evangelio de parte de Jesús. Es es escándalo falso. Además, por caridad cristiana, la persona que da escándalo está obligada dentro de lo posible, a reparar el daño causado a través de una acción equivalentemente buena.

En una época en la que la incoherencia o la hipocresía está tan mal vista por la grandísima mayoría de la gente, aunque por otra parte abundan los escándalos políticos, los escándalos del tipo mencionado en la Iglesia son más nefastos aún si cabe. Aquí no se trata de juzgar las intenciones de las personas sino las consecuencias de sus actos. A los que ya odian a la Iglesia estos escándalos los reafirman en sus prejuicios. A los que se han distanciado aunque pueden tener algunas dudas de conciencia sobre la rectitud de su comportamiento y sus opciones los confirman en en su conciencia errónea. A los católicos fervorosos les da mucha pena por estas personas llamadas a ejercer el liderazgo de Jesucristo Buen Pastor de su Iglesia. Lamentablemente algunos en vez de evangelizar y llamar a la conversión según la misión entregada por Jesucristo cuando se ordenaron sacerdotes, se dejan “evangelizar” por la cultura dominante y aceptan sus criterios contrarios al evangelio y a la buena conciencia cristiana.

Uno de los valores que manifiestan quien es una persona es la fidelidad a la palabra empeñada. La total coherencia de Jesús entre los que predicaba y lo que practicó y que lo llevó al sacrificio supremo de su vida en la cruz es muy atrayente para cualquier época, máxime la nuestra. Igualmente impresiona la coherencia de vida de tanto y tantos miles de mártires que dieron su vida a lo largo de los siglos por defender su fe y anteponerla a cualquier otro valor. Por el contrario personas que se han consagrado a Dios a vivir en celibato a ejemplo de Jesucristo y que gracias al ministerio que les encomendó la Iglesia lograron alcanzar una notable fama e influencia en la vida de otros, precisamente por haberse dedicado a predicar la doctrina de la Iglesia y luego abandonan este camino llegan a hacer gran daño a las personas. En nuestros días con la comunicación instantánea se aumento exponencialmente este daño. Difícilmente pueden ellos defenderse con el pretexto de la ignorancia, pues para llegar a ser ordenado sacerdote uno tiene que realizar un mínimo de seis años de estudios de filosofía y teología. En la filosofía se ha de estudiar la lógica que incluye las falacias. No se trata de ignorancia. Alberto Cutié, que llevaba una vida doble durante varios años, cometiendo fornicación con la mujer divorciada con la que se enamoró, se defiende en una entrevista televisivo para la que cobró $10,000 que “debajo de la sotana lleva pantalones”. Parece que lo que quería decir que se bajó los pantalones, que no es lo mismo en lenguaje popular que “llevar pantalones”. Ganó fama y prestigio como sacerdote católico joven y guapo en el mundo de la imagen. Dice que intentó por todos los medios ser fiel a sus compromisos, pero que no pudo. Asumió los compromisos libremente después de muchos años de estudio y discernimiento. En el evangelio Jesús habla de un demonio que se echó de una persona y como quedó la casa limpia y ordenada, pero vacía. Luego el demonio fue a buscar a siete demonios más para apoderarse de esa persona, de manera que el estado último de esa persona fue peor que la primera. Parece que Cutié le abrió la puerta de su alma al demonio y se apoderó de su mente y corazón, de forma que ahora se defiende como puede con criterios extrañas al evangelio. San Pablo nos asegura que nadie es tentado más allá de sus fuerzas. Jesús les advirtió a los apóstoles en el Jardín de Getsemaní: “Vigilad y orad para no caer en tentación”. Cutié no puede decir que Dios le falló o que no tuvo más remedio que pecar o fornicar, y causar un escándalo tan grave. Además, si no lo hubiera pillado el paparazzi con su amante en la playa, obviamente hubiera seguido en su doble vida, pese a haber negado que vivía una doble vida. Pidió disculpas a la gente, pero se olvidó de la ofensa grave a Dios y el abuso de la confianza que la Iglesia puso en el.

El caso de Lugo, ahora Presidente de Paraguay es de la máxima gravedad. He reconocido haber seducido como obispo a una muchacha de 16 años y mantenido una relación sexual con ella a lo largo de unos 9 años, de la que nació un niño. Mientras tanto, de lo que posteriormente trascendió, tenía relaciones con varias mujeres. Además, en la campaña electoral se empeñó en negar los rumores que se propagaban acerca de sus actividades amatorias. No hace falta ponderar mucho la gravedad de su comportamiento.

Estos dos acontecimientos han tenido mucho eco en los blogs y otros medios. Muchos han aprovechado para criticar a la Iglesia por mantener el celibato para los sacerdotes, o como se le suele llamar “celibato impuesto”. Primero, no se trata de ninguna imposición. Primero, el ministerio sacerdotal es una respuesta a una vocación. El mismo Jesús dijo a los apóstoles: “Vosotros no me habéis elegido a mí; yo os he elegido para vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure”. Se trata de una vocación divina que necesita de un serio discernimiento para descubrir si de verdad Dios está llamando a una persona a servirlo en el sacerdocio. Para ellos, se precisan tres cosas: un deseo profundo o inclinación hacía ese estilo de vida, o a servir a Dios y a los hermanos en el sacerdocio siguiendo a Jesucristo como Buen Pastor; en segundo lugar, se necesita tener las necesarias cualidades para cumplir tal vocación, cualidades morales, intelectuales, psicológicas y espirituales; también se necesita una llamada de parte de la autoridad en la Iglesia. Esta autoridad es normalmente el obispo, o en el caso de los religiosos los superiores competentes. La vocación es como una semilla que el Señor planta en el alma de una persona y que a lo largo de su vida va creciendo y madurando. La Iglesia, movida por el Espíritu Santo, a lo largo de muchos siglos ha querido aunar a la vocación al ministerio sacerdotal el carisma del celibato. Existen estudios teológicos y históricos que demuestran una fuerte tendencia hacia el celibato para los ministros ordenados, es decir, obispos, presbíteros, comúnmente llamados sacerdotes, y diáconos desde los tiempos apostólicos. Esto se cumplía en parte en el caso de las personas casadas que se ordenaban para estos ministerios con la norma de la continencia. Es decir, que estos ministros casados, una vez ordenados a uno de estos tres ministerios por el sacramento del orden, seguían conviviendo con sus esposas y familias, pero sin unirse sexualmente. Este norma perduró en las Iglesias Ortodoxas hasta un concilio celebrado en Constantinopla en el año 692, llamado o bien “quinisexto” (no se llegó a formar parte de los primeros siete concilios universalmente reconocidos como ecuménicos, o “In Trullo”, refiriéndose al salón del palacio imperial donde se celebró). Allí se estableció la disciplina que rige hasta el presente el las Iglesias Ortodoxas. Permiten la ordenación de hombres casados, pero una vez ordenados sacerdotes no pueden casarse. Los que no se casan antes de la ordenación están obligados a quedarse célibes y de ese grupo se elige los obispos. Obviamente los monjes sacerdotes son célibes, de manera que con muchos de los obispos son elegidos de entre los monjes.
Por lo tanto no se trata de ninguna imposición. Este concepto no corresponde para nada a la vocación en sentido cristiano. Ésta es divina en su origen y no se puede sostener que Dios imponga algo malo o indeseable a nadie.

Aunque la tradición del celibato de los sacerdotes en la Iglesia Católica no es algo que entra dentro de los dogmas, esto no significa que sea una mera norma canónica disciplinar como por ejemplo la norma que obliga al párroco a residir en la casa parroquial o la que manda a los clérigos vestirse con un vestimenta clerical. Su intención es ayudar al sacerdote a identificarse más profundamente con Jesucristo que vivió célibe. En el contexto de una discusión con los fariseos sobre el divorcio, Jesús, a diferencia de Moisés, excluye totalmente cualquier posibilidad de divorcio. Luego los discípulos observan: “Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse.” (Mt 19, 10). Jesús prosigue: «No todos entienden este lenguaje, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (11-12). En el contexto al hablar de “eunucos que se hicieron tales” se refiere a los que escogen voluntariamente el celibato, y eso por el Reino. Es decir, que el celibato tiene una dimensión escatológica que es los que le da sentido. El gran tema de la predicación de Jesús es el Reino, que él mismo inaugura en el mundo con su predicación, con los milagros, o signos, la misma predicación de la buena noticia a los pobres, como señala en la sinagoga de Nazaret (Lc 4...) El Reino no tiene su plena realización en este mundo, de manera que los “eunucos por el Reino del los cielos”, son aquellos que se consagran a colaborar en hacer avanzar el Reino. Esto no minusvalora de ninguna manera el matrimonio, pues la discusión de Jesús sobre esto se encuentra en el contexto de su defensa del verdadero sentido de matrimonio como indisoluble según el proyecto original de Dios.

San Pablo recomienda a sus fieles de Corinto quedarse en el estado en que se encuentran, precisamente por razones escatológicas: “Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa.” 1Cor 7,29-32)
La persona que viven en la virginidad o celibato tiene un valor de signo del Reino futuro que ya irrumpe en nuestro mundo desde que Jesús mismo inauguro su predicación del evangelio. Este tipo de signos o actos proféticos se dan también en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, Dios manda al profeta Oseas a casarse con una ramera, como signo de la infidelidad de su pueblo Israel a Él y a la Alianza. Manda a Jeremías a la tienda del alfarero y el profeta ve lo ve trabajar con el barro. Mientras intenta moldear la vasija con sus manos se echó a perder, y tuvo que hacer otra vasija que le pareció mejor (Jer 18). Esto simbolizaba el rechazo de Dios a su pueblo por su infidelidad y el nuevo pueblo que iba a convocar. De hecho, toda nuestra vida cristiana es lo que se llama prolepsis, o anticipación o realización anticipada pero incompleta del Reino en esto mundo, que se completará en el futuro. En este sentido el celibato es una anticipación o un irrumpirse de alguna forma de esa vida futura del Reino.

En otra ocasión Jesús tuvo una discusión con los Saduceos, que era un partido entre los judíos que negaban la resurrección, sobre el tema de la resurrección de los muertos. Ellos para ridiculizar la doctrina de la resurrección de los muertos propusieron un caso de una mujer que se hubiera casado sucesivamente con siete hermanos. Le preguntaban a Jesús de quién sería esposa en la resurrección. Jesús responde terminantemente que el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob es un Dios de vivos y no de muertos, Pues, Entonces respondió Jesús y les dijo: erráis porque no conocéis las escrituras, ni tampoco el poder de Dios; porque en la Resurrección de los muertos no se casan ni se dan en casamiento, sino que son como los ángeles que están en el cielo” (Mateo 22: 29). Es decir, en el Reino futuro no habrá casamiento de manera que el celibato es una anticipación de esa vida futura en el cielo.

El sacerdocio célibe produce una fascinación no solamente entre los fieles católicos, sino entre los demás. Por esto casos como los que hemos comentado producen tanto escándalo, como los de los sacerdotes que han abusado a niños, más allá de lo absolutamente reprobable de tal comportamiento. El celibato tiende a decir que otro mundo es posible, que incluso existe y se adelanta de cierta manera en nuestro mundo. Muchos que consideran que la castidad, sea de jóvenes o de personas casadas no es posible. Se intenta negar que la Santísima Virgen fuera “siempre virgen” y que tuvo otros hijos con San José, que Jesús estuvo casado con María Magdalena y otras ideas peregrinas que no tienen fundamento en el Nuevo Testamento o en la tradición primitiva de la Iglesia. Dado que ellos se han rendido a la mentalidad y comportamiento predominante del mundo secularizado actual, consideran que estas cosas no son posibles. Atacan a la Iglesia por “imponer!” a los sacerdotes algo inhumano. Afirman que el “amor” es totalmente natural. Coloco entre paréntesis la palabra “amor”, porque lo entienden en un sentido restringido a meros sentimientos y emociones. Muchos de ellos, por no decir la casi totalidad, desconocer tanto la Sagrada Escritura como la Tradición de la Iglesia, las vidas de tantos santos, y la doctrina de la Iglesia. Sin embargo, se permite pontificar sobre lo que debería enseñar la Iglesia. Claro, todo mundo tiene una opinión y hoy día tiene más posibilidades de expresarla en Internet. Sin embargo, tales opiniones en la gran mayoría de los casos no tienen ningún valor, pues no pasan de ser meros sentimientos o impresiones sin conocimiento de causa. Eso sí, sería bueno que nosotros los sacerdotes diéramos a conocer mejor los motivos que la Iglesia tiene para mantener esta tradición del celibato. También podríamos preguntarnos si se está dando una suficiente formación en el celibato en los seminarios, considerando el mundo tan hostil en el que tendrán que desempeñar su ministerio los futuros sacerdotes que en ellos se forman.

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