HOMILÍA PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA, 24 DE ABRIL DE 2022.
Este segundo domingo de Pascua corresponde al octavo día de la Pascua. El octavo día es un concepto muy importante y reiterado en la Biblia. Volviendo al primer capítulo del Génesis encontramos los siete días de la creación siendo el domingo el primero y el último el sábado o día de descanso. Sigue luego el octavo día que es también domingo y corresponde al día de la nueva creación, del nuevo mundo inaugurado por la resurrección de Jesucristo Nuestro Señor. Ya he comentado que la resurrección es el misterio central e imprescindible del cristianismo. San Pablo en el c. 15 de su primera carta a los corintios lo expresa claramente. Si Jesucristo no ha resucitado y por lo cual tampoco nosotros tenemos esperanza alguna de la resurrección y la nueva vida que se nos ha prometido en el bautismo, el cristianismo es un fraude y nosotros los más miserables habiendo puesto nuestra esperanza en un fraude. Sin la resurrección de Jesús, la Iglesia no existiría y el mundo sería otro.
También este domingo ha sido declarado Domingo de la Misericordia por el Papa San Juan Pablo II, siguiendo la petición de Nuestro Señor comunicada por la monja polaca San Faustina de establecer esta conmemoración de la misericordia en este domingo. Además, hoy damos inicio a una serie de lecturas, la segunda, tomada del Libro del Apocalipsis. No es que se lee con frecuencia este libro en nuestra liturgia, vamos a comentarlo dentro de lo posible en las próximas siete domingos del Tiempo de Pascua. Es un libro sumamente apropiado para el tiempo de Pascua. Se trata del último libro de la Biblia y esto no es algo de poco monto. La Biblia, tanto el antiguo como el nuevo testamento, es un conjunto de libros o escritos de diversas índoles considerados inspirados por Dios, no dictados como los musulmanes piensan acerca del Corán como dictado por el Arcángel Gabriel a Mahoma. Los autores bíblicos movidos por Dios, escribieron con su propio estilo, sus propias palabras. En el caso del Antiguo Testamento, se fueron ordenando a lo largo de los siglos llegando a completarse en los últimos siglos antes de Cristo. El Nuevo Testamento, de manera similar se fue compilando a lo largo de los siglos II y III de manera especial. Ya en el siglo IV con San Atanasio de Alejandría se había establecido el canon bíblico completo que tenemos ahora y finalmente fue definido por el Concilio de Trento en el siglo XVI como definitivo de manera que no no se puede añadir ni quitar nada de lo definido por ese concilio ecuménico. Algunos escritos demoraron más tiempo que otros en ser incorporados al Canon, entre ellos está nel Apocalipsis, la Carda de Santiago, y la de los Hebreos. En este momento no es el caso de entrar en este tema, pero señalar que el Libro del Apocalipsis ha sido colocado al final como el último. Más adelante, cuando lleguemos a comentar los últimos capítulos volveremos a este tema.
La palabra apocalipsis significa revelación, palabra que significa recorrer el velo. Así comienza nuestro libro: Revelación de Jesucristo: se la concedió Dios para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto, y envió a su ángel para dárselo a conocer a su siervo Juan.
Un ángel ha sido enviado a comunicar el mensaje del libro a un cierto Juan que sería el vidente. Tradicionalmente, al menos desde el siglo IV, este Juan es conocido como el mismo a quien se atribuye el cuarto evangelio. Sin embargo, en épocas más recientes los autores no ven tan claro que sea de San Juan Evangelista, hijo de Zebedeo. Esto se basa en un análisis del lenguaje que maneja. El ángel mencionado pudiera ser el mismo Jesucristo que comunica su mensaje a este Juan. Conviene señalar que en la iglesia primitiva había muchos profetas que tenían una posición importante y San Pablo los coloca después de los mismos apóstoles.
La primera parte del libro consiste en un saludo y unas cartas dirigidas a las siete iglesias: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Todas estas ciudades se encuentran en lo que es ahora la parte sur este de Turquía o Asia Menor. San Pablo había evangelizado aquellos lugares y en el libro de los Hechos de los Apóstoles podemos encontrar abundante información sobre sus viajes en aquella zona. Se trataba de un lugar donde el cristianismo había sido arraigado fuertemente. El saludo se asemeja a los que San Pablo utilizaba en sus cartas: Gracias y paz a vosoros de parte de Aquel que es,que era y que va a venir (1,4). Jesucristo es aquel que es, que era y que vendrá. Se trata del Señor resucitado que, como afirma Juan en su Prólogo, el logos por el que todas las cosas fueron hechas, que también es Rey y Sacerdote que gobierna cielo y tierra. Es testigo fiel. Es el Primogénito de entre los muertos. Jesucristo es el primero en alcanzar la nueva vida, la nueva generación y se hace Rey y Sacerdote. A él le toca todo poder en el cielo y en la tierra y como es el primero, muchos lo van a seguir.
Después de la introducción vienen las siete cartas a las Iglesias de Asia. Primero el autor dice que un domingo cayó en éxtasis. Importante este detalle, pues la visión la tuvo un Día del Señor. SE encontraba en la Isla de Patmos que se encuentra en la costa de lo que es ahora Turquía. Se trata de una isla a donde enviaban los romanos los revoltosos, un poco como lo fue Australia al inicio de siglo XIX. SE supone que había una persecución y mayormente se piensa que se trata de una persecución de parte del Emperador Domiciano, que era conocido como un tirano. Sin embargo, hoy en día hay expertos que niegan que hubiera una gran persecución sino una local y de poca importancia. El vidente escuchó una voz potente que le ordenaba escribir lo que oía y veía en un libro. Había siete candelabros de oro, cosa que nos ha de recordar del candelabro de siete brazos de los judíos que había en el templo. El personaje que vio estaba en medio de los candelabros “una figura humana” vestido con una túnica “con un centurón de oro a la altura del pecho”. Al verlo el vidente cayó a sus pies como muerto”. Este tipo de vestido sería de un sacerdote o Sumo Sacerdote. Obviamente, se trata de Jesús que además le dice luego de haber colocado su mano derecha sobre él: “No temas. Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos y tengo las llaves de la muerte y del abismo. El Señor Jesús le manda escribir todo lo que ve.
Muchos piensan que el Apocalipsis trata del fin de los tiempos, pero si fuera así son se podría explicar que entrega un mensaje para todos lo tiempos, pues el fin del mundo vendrá en una época mientras el mensaje del Apocalipsis es para ahora y e futuro. Sí ha mucho desorden, una verdadera hecatombe. Esto se explica porque un mundo que no está sujeto al dominio de Jesucristo Rey del Universo es un caos. Es verdad que con su resurrección Jesús ha logrado la victoria sobre el mal, el pecado y el demonio, pero todavía no se manifiesta plenamente u eso no se dará hasta su segunda venida o parousía, palabra que significa llegada y se traduce al latín como advento. o llegada.
Estamos al final de una época y todo lo antiguo está pasando, por eso el caos, y todavía no aparece a nosotros el triunfo del Señor. Por ello, nos corresponde la vigilancia para estar listos y preparado para el momento que llegará el Señor para llevarnos consigo a la verdadera vida que ha conquistado con su muerte y resurrección.