Recientemente en un par de ocasiones he tenido la experiencia de estar hablando con la madre de un niño o una niña unos minutos al salir de la Misa. En ambas ocasiones las madres estaban acompañadas por un hijo o una hija de unos diez años. En ambos casos, la niña y el niño interrumpieron la breve conversación y empezaron a tirarle a la madre por el brazo, pedir y protestar para que se fuera. No es infrecuente estar hablando con una persona, por ejemplo una catequista, y se presenta un niño e interrumpe la conversación para pedir algo. Aquí en la parroquia a veces tengo ocasión de escuchar las sesiones de catequesis. Parece que en ningún momento los niños se callan y escuchan a la catequista. Las sesiones parecen un jaleo constante. En ocasiones cuando he asistido a alguna celebración con ocasión de un bautizo, por ejemplo, noto que hay muy pocos niños y los niños pequeños tienen la atención casi constante de un adulto u otro. Pareciera que hoy día con menos niños, los padres y demás adultos involucrados en su educación lograría un nivel más alto que en épocas pasados cuando era común la familia numerosa. Sin embargo, es difícil no concluir que el caso es el contrario.
Está claro que los anunciantes de productos dirigen buena parte de la publicidad a los niños para que ellos persuadan a los padres a comprarles tal o cual producto. Ya desde los tres años al niño se le coloca en una guardaría. Allí se encuentra con un nutrido grupo de sus coetáneos. Observa las cosas que tienen los demás niños, el tipo de mochila, la ropa de marca, las zapatillas etcetera. El niño de tres años comienza a compararse con los compañeros y a sentir la presión de ser “popular” y aceptado entre ellos. Siente el deseo de tener lo que tienen sus nuevos amigos. Lo normal es que los padres sucumban a los deseos y peticiones del niño y le compran lo que les pide. Según un reciente estudio hecho en Francia, los niños gastan personalmente 3,800 euros anuales e influyen poderosamente en la mitad de los gastos de la familia. Sus gustos son determinantes en 72% de los gastos de los de ocio y en 43 % de las decisiones sobre el destino de las vacaciones. Si es hijo único, y un buen porcentaje de los niños en España lo son, o si el primogénito, los padres harán lo que haga falta para satisfacer los caprichos del niños mimado en la compra de ropa, juguetes, ocio y viajes. Que la mayoría sean hijos únicos, no hace falta hacer un estudio de las estatísticas. Lo constato yo cada mañana cerca de un convento donde voy a celebrar la Misa, y donde hay un colegio de niños. Se ve a las madres, y algunos padres, llevar al niño al colegio. ¡Cuánto han cambiado las cosas desde cuando yo era niño! Ningún niño deseaba que el padre o la madre lo llevara de la mano al colegio, pues eso sería motivo de burlas de parte de los demás niños. Íbamos a la escuela con nuestros hermanos y vecinos. Obviamente había menos peligro de atropellos porque había menos coches. Sin embargo, nos enseñaban como cruzar la calle. Incluso venía un polícía a realizar esa tarea.
Otro problema son los teléfonos móviles de los niños, cada vez más sofisticados. Hace un par de años se dio un fenómeno en Gran Bretaña que se se extendió a otros países, denominado “happy slapping”. Significa que un niño agrediría a otro mientras otros lo filmaba con el móvil para luego subir la grabación a Internet. Además de este tipo de problemática, está el del gasto del niño en llamadas y la presión de cambiar el aparato por uno más moderno porque los amigos lo tienen.
Luego los padres, dado que todos ellos padecen de la patología de no “no tener tiempo” o de estar “ocupados”, o no son capaces de educar a los niños en la cortesía y las buenas formas. El pretexto más común que escucho cuando propongo cualquier actividad es que no “no tengo tiempo”. Los varones que vienen a escuchar las charlas que se imparten para el bautismo de un hijo, casi universalmente dicen que “no tienen tiempo” para participar en la parroquia. Algunos han dicho: “yo no tengo tiempo para ir a la Iglesia todos los días”. ¿Pero quién les dice que tienen que ir a la Iglesia todos los días? El pueblo, que tiene unos 1200 habitantes, muchos de ellos personas jubiladas, tiene 16 bares. Parece que todos tienen sus clientes, algunos tienen proyectores para proyectar los grandes partidos de fútbol, y concurren muchos clientes. Bastantes de las madres no trabajan y se ve muchas personas mayores sentadas aquí y allá en el pueblo sin que tengan nada en que ocuparse. Pero, ninguno tiene tiempo cuando se trata de organizar Caritas en la parroquia. Hice una pequeña encuesta sobre el particular e hice muchos intentos de reunir a un grupo de ellos para formar la directiva y echar a andar Caritas. La conclusión era que sí sería bueno que existiera Caritas en el pueblo, pero “que lo hagan otros”, que ellos no tienen tiempo. No parece que tengan tiempo o energía para controlar a los niños. Hace un par de años unos niños irrumpieron en la Iglesia durante la Misa de gallo de Nochebuena. A lo largo del verano es común ver a niños corriendo en la plaza y calles hasta la 1.00 de la madrugada.
Si los niños son descorteses y mal educados, no es solamente porque los padres “no tienen tiempo”, que en parte es una excusa barata. Tampoco ellos lo son y “nadie da lo que no tiene”. Es de sentido común que la persona que no tiene autocontrol poco o nada puede lograr en la vida. Atistóteles consideraba que el autocontrol no es virtud, pero sin él no hay virtud posible. Cuando celebramos alguna fiesta como Primeras Comuniones, en la que participa mucha gente que casi nunca acude a la Iglesia, es casi imposible lograr que se callen y atiendan. Claro, una Iglesia o templo es un lugar dedicado al culto divino. Bastantes de ellos acuden principalmente para ver el niño bien vestido y guapo en la ocasión de la Primera Comunión, y menos o nada para rendir culto a Dios. Se siente un murmullo entre las personas que están dentro del templo, que no termina cuando se da inicio a la ceremonia o cuando el cura está predicando. Otros entran y salen en cualquier momento, como si de un mercado se tratase. Si los adultos son incapaces de respetar el lugar y la ceremonia que se está realizando, ¿cómo se puede esperar que ellos enseñen a sus hijos tal respeto y autocontrol? Ya el Apóstol Santiago en su carta escribe: “el que controla la lengua es un varón perfecto”. También las personas que acuden regularmente a la Iglesia se ponen a hablar y crear barullo enseguida después de terminada la liturgia, sin respetar a los que desean quedarse a prolongar su oración. Me pregunto ¿si llegaran a entrar en una mesquita, respetarían el lugar? ¿se quitarían los zapatos? Supongo que sí, por que de lo contrario podrían enfrentarse con consecuencias. La ubicuidad de los móviles hace que con cierta frecuencia suenen en la Iglesia, de manera que muchas Iglesias tienen avisos que van como: “Favor de apagar el móvil. Dios no necesita de móvil”. Pese a ello, no es raro que se retiren del templo para contestar la llamada.
Parte del fondo de este problema es la gratificación inmediata y el deseo de los padres de tener contento al niño. En la vida real nadie puede realizar sus sueños o deseos inmediatamente. El que quiere llegar a ser un buen deportista, o tocar bien un instrumento musical, o aprender una lengua, necesariamente tiene que armarse de paciencia y empeñarse con gran esfuerzo y sacrificio hasta llegar a la meta deseada. Parte esencial de la educación de cualquier persona humana es la experiencia de la necesidad de mucha paciencia para lograr cualquier cosa en la vida. Esta verdad corresponde a nuestra naturaleza. Vivimos inmersos en el tiempo y nuestra maduración tanto física como emocional y espiritual es un proceso largo y con frecuencia, por no decir siempre, doloroso. El intento de muchos padres de convertir a los niños en miniadultos es un disparate absoluto. No se puede saltar las etapas. Ni siquiera conviene intentar abreviar las etapas de la niñez y privar al niño de las experiencias correspondientes a cada etapa. Dado que con frecuencia los padres no vuelven a casa del trabajo hasta varias horas después de que el niño termina el colegio, lo inscriben en una serie de cursos, o lo mandan a un tutor particular porque no es capaz de sacar buenas notas, a karate y otras actividades. Si de niño lo ha criado el Ayuntamiento u otra entidad que llevar guardarías, no es de extrañar que los padres lo conozcan poco, o él a ellos. Si el padre llega tarde del trabajo, es probable que el niño ya estará acostado. Tampoco el padre tendrá tiempo ni energía para interesarse en los asuntos del hijo o ayudarle en sus tareas.
También el deseo de satisfacer los caprichos del niños es producto del hecho de no tener más que uno o dos hijos. Todos los que llegan a la parroquia a pedir el matrimonio están convencidos, como si fuera un dogma de fe, que no es posible tener una familia numerosa. Eso que hoy en día en España una familia de tres se considera numerosa. La mayoría se casan a más de treinta años, edad en la que la fertilidad de la mujer comienza a disminuir. Debido al estrés producido por el trabajo, aunque no utilicen medios anticonceptivos es menos probable que se conciban más hijos. Se han metido en un ciclo de consumismo tal que consideran muchos productos, que antes eran un lujo, ahora una necesidad. La burbuja inmobiliaria que se ha dado un muchos países ha aumentado el precio de las viviendas, en parte debido a la corrupción urbanística, hace que para muchos sea imprescindible que los dos trabajen a tiempo completo. Dado que este sistema se ha instalado casi universalmente en la sociedad, ellos no conciben otra posibilidad. Más de alguno me ha preguntado: “cuánto cuesta criar a un hijo”. Para ellos criar a un hijo es un algo verdaderamente heroico.
Hay muchos expertos que dan buenos consejos a los padres, consejos que no pasan de ser lo que se llamaban sentido común. Si fuera tan común, los expertos no estarían apareciendo en programas de televisión o escribiendo libros para delucidarlo. Si el sentido común no es tan común como pensábamos, tal vez leer algunos de los libros de autoayuda sobre como educar a los hijos, y de paso educarse a a uno mismo, puede ayudar, o la asistencia a conferencias sobre el tema. Los padres enseñarán mucho con el ejemplo. No deben de pensar que los colegios sólos educarán a los hijos. Entre las muchas cosas que tienen que aprender, según todos los expertos, es a decir no. Los padres tienen la patria potestad y autoridad que proviene de Dios, en cuanto que son ellos los responsables de la vida y bienestar de sus hijos. Ejercer esa autoridad no es fácil, pero bien vale la pena aguantar los berinches de un niño mal educado y manipulador. Poder decir no no está reñido con ser razonable e intentar que el niño comprenda los motivos por los que uno le está prohibiendo cierto comportamiento. Que se aburran los niños no es ninguna tragedia. Es una oportunidad de ejercer su creatividad y de encontrar unas actividades útiles y provechosas para pasar bien un rato. Es obvio que la prudencia indica que se controle el acceso del niño a Internet y los programas que puede ver en la televisión. Se dirá que el niño irá a la casa de vecinos o primos y no habrá más remedio que ser más permisivo con él. Aunque los vecinos o familiares consideren que uno es rígido, hay que hacer valer los proprios principios, tal vez no permitiéndole ir a tal o cual casa. La vocación de ser padres no es algo para el cual uno está habilitado por el mero hecho de estar casado o tener hijos. Los padres tienen que darse cuenta de que ellos tienen mucho que aprender y madurar ellos mismos. Lamentablemente hay muchos padres que no han pasado de la mentalidad de adolescentes y quieren ser “amigos” de sus hijos, o pero esclavos de ellos. El control de las chucherías que comen los niños a cualquier hora puede ser una buena manera de formar su carácter. Lo que comen influyen en su comportamiento. La así llamada “comida chatarra” y los muchos chupetes, así como las horas sentadas en frente de un televisor, un playstation o un ordenador lo hace más irritables y hiperactivos. En cambio la lectura puede tener un efecto contrario, además del desarrollo de su imaginación y otras facultades, como el aumento de su dominio del lenguaje. ¿Cuántos padres leer cuentos a los niños al acostarlos? De paso, la Biblia contiene muchos relatos interesantes que están disponibles en varias ediciones de “La Biblia para niños”. No es tiempo de cruzarse los brazos y pensar que no hay nada que hacer. Se puede y se debe hacer mucho para formar los buenos hábitos en los niños y no permitir que lleguen a ser unos diablillos insoportables.
martes, 26 de mayo de 2009
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