lunes, 18 de mayo de 2009

La Ascensión del Señor

La Solemnidad de la Ascensión.
¿Cuál es el sentido de esta Solemnidad de la Ascensión del Señor? En la Biblia encontramos una división tripartita de la realidad, el cielo que se encuentra arriba, la tierra en la que nos toca vivir, y los infiernos o regiones inferiores, que en el Antiguo Testamento se denominaba el “sheól”. Obviamente nuestra mente tiene mucha dificultad en comprender realidades inmateriales o espirituales. Esto se debe a que todos nuestros conocimientos provienen en primer lugar de los sentidos. Hay un dicho filosófico que reza: “no hay nada en la mente que antes no haya estado en los sentidos”. Este esquema tripartito nos sirve de para formarnos una noción de la distinción entre los tres aspectos de la realidad. Se pensaba que Dios habita en los cielos con su corte celestial, un poco como un rey de la época y su corte, mientras el demonio y sus secuaces, otros demonios, viven debajo de la tierra. Estas imágenes están presentes también en la mitología griega por ejemplo.
La primera lectura y el evangelio de hoy recurren a este modo de imaginar las cosas para hacernos ver que Jesús fue exaltado, que a partir de su resurrección está con Dios. No es que haya que tomar al pie de la letra lo que se cuenta de que los apóstoles estuvieron viendo hacia el cielo y que Jesús subió en una nube. Lo importante es que Jesús, con su resurrección y ascensión terminó una etapa de su vida y su misión y abrió otra. Su muerte en la cruz era algo evidente a todos. Su resurrección dejó en nuestro mundo unos signos como la tumba vacía que encontraron María Magdalena y las demás mujeres. Lo definitivo sin embargo, no es la tumba vacía, sino la convicción a la que llegaron los discípulos de que Jesús vivía y la experiencia de su presencia entre ellos después de su resurrección. San Pablo en el capítulo 15 de su Primera Carta a los Corintios da un resumen de las apariciones de Jesús resucitado, incluyendo su propia experiencia en el camino a Damasco. SE puede considerar la escena de la resurrección tal como la cuenta San Lucas en los Hechos de los Apóstoles como una de esas experiencias.
La Ascensión es también una exaltación por la que Jesús alcanza plenamente su destino como Hijo de Dios que sienta a su derecha y reina. Para San Juan la exaltación comienza en la cruz. Es con su exaltación en la cruz con la que Jesús atraerá a todos hacia sí. Esta triple situación se encuentra también en el famoso himno que San Pablo nos da en el segundo capítulo de su carta a los filipenses: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de sirvo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobretodo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos”. Con la fiesta de hoy se completa este triple ciclo.
Jesús compartió en todo nuestra humanidad menos en el pecado, incluso rebajándose al nivel de esclavo y muriendo en la cruz para rescatarnos a nosotros de la muerte eterna. La fiesta de la Ascensión nos pone delante el hecho de haber cumplido su misión en este mundo y de haber alcanzado la vida eterna, vida nueva con Dios Padre en el cielo. Además, va implícito en este hecho el que a nosotros nos quiere llevar consigo para que también nosotros podamos superar la muerte, resultado del pecado y vivir en comunión con Él, con los ángeles y los santos para siempre. En el tiempo que queda en el mundo nos entrega la misión de anunciar esta buena noticia a los demás. Por eso, los discípulos se pusieron a orar y esperar la venida del Espíritu Santo. De hecho, todas las apariciones de Jesús resucitado incluyen la misión de anunciar a los demás la noticia del triunfo de Jesús en su resurrección. Hoy escuchamos el evangelio de San Mateo donde, desde una montaña en Galilea, Jesús envía a los discípulos a predicar y a bautizar y hacer discípulos de todas las naciones. Promete también estar con ellos todos los días hasta el fin del mundo. Esta misión encomendada por Jesús a sus discípulos hace dos mil años está lejos de verse cumplida. De hecho en muchos aspectos se está retrocediendo. Hay muchas zonas del mundo donde el mensaje de Jesús no ha llegado, y donde sí ha llegado desde el inicio, como es el caso de España, muchos lo están rechazando y prefiriendo las falsas promesas del placer inmediata, del consumismo, del dinero y nuevos ídolos que tanto atraen nuestros contemporáneos.

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