lunes, 18 de mayo de 2009

El sentido de la Pascua

El sentido de la Pascua.
No es difícil para nosotros imaginarnos como fue el nacimiento de Jesús en Belén, o la misma crucifixión. Hay hasta películas que nos dan una idea bastante aproximada de cómo fueron estos acontecimientos de la vida de Jesús. Sin embargo, con la resurrección no es lo mismo. Los evangelios nos cuentan que las mujeres fueron al sepulcro muy de mañana y que lo encontraron vacío, que se les aparecieron o ángeles o hombres vestidos de blanco para anunciarles que el cuerpo de Jesús no estaba allí. En un caso preguntaban: “¿Por qué buscan entre los muertos a aquel que vive? (Lucas 24,5). Jesús o fue inmediatamente reconocible, pues ni María Magdalena, ni los dos que iban de camino hacia Emaús lo reconocieron en un primer momento, ni los apóstoles que lo encontraron al lado del lago después de haber estado pescando la noche entera y no pescar nada. Jesús aparecía en medio de ellos, sino tener que pasar por la puerta, pero también está claro que es Él mismo y no un fantasma.
La resurrección de Jesús es un hecho único en la historia, que no se reduce a la historia, sino que la trasciende. Ciertamente no se puede explicar el cambio radical que se operó en los apóstoles y demás discípulos de ser unos timoratos que había huido por miedo a las autoridades de los judíos a ser unos testigos intrépidos de de la resurrección de Jesús, hasta el punto de entregar gozosamente sus vidas por Jesús, con la firma esperanza de volver a encontrarse con él en el paraíso, como fue el caso de Esteban, el primer mártir. La Resurrección dejó claras huellas en la historia hasta el punto de ser el acontecimiento definitivo que transformó radicalmente la vida de los discípulos de Jesús, y con el tiempo toda la historia humana. Por lo tanto, San Pablo pudo decir “si Cristo no ha resucitado nuestra fe es vana” y “y somos las criaturas más miserables”. También considera un sin sentido por la fe en Jesucristo para esta vida solamente.
Si la vida de Jesús no terminó en la muerte en la cruz y si, como afirma nuestra fe cristiana, Jesús vive, necesariamente Jesús tiene que haber alcanzada una vida superior, nueva y desconocida por nosotros hasta ese momento. Es cierto que los judíos creían en la resurrección, al menos un buen número de ellos, en particular los fariseos y sus secuaces. De eso se encuentra algunos testimonios en el Antiguo Testamento y en los mismos evangelios. Se trataba de una resurrección al final de los tiempos juntamente con el juicio final. Se había llegado a esa convicción debido a que si esta vida es la única no se veía como se puede explica el hecho de que muchos malvados parecían prosperar y muchos justos sufrían. El caso de Jesús es único; se adelanta la resurrección final y recibe la vida eterna ya.
Jesús no es un personaje histórico cualquiera, sino el Mesías, el Hijo de Dios, Cabeza de la nueva humanidad, de manera que su resurrección, el hecho de haber pasado por la muerte y llegado a la vida verdadera, eterna y feliz con Dios Padre y el Espíritu Santo es algo que atañe profundamente a nosotros también. Así como a partir de la caída de nuestros primeros padres se propagó el pecado y el mal en el mundo, y Adán es el padre del primer mundo que cayó en el pecado, como explica San Pablo a los cristianos de Roma, Jesucristo es la Cabeza de la nueva humanidad redimida, es decir rescatada de la muerte y del mal.
Esta transformación radical se produjo en nuestro caso en el bautismo. Es muy probable que no nos hemos dado cuenta de la trascendencia fundamental del bautismo en nuestra vida. San Pablo dice que los que somos de Cristo y vivimos en Él somos criaturas nuevas. Una criatura es un ser nuevo que sólo puede tener la vida por haberla recibido de Dios. Sólo Dios puede crear una persona de la nada. Los padres colaboran en esta obra de Dios, pero ellos no crean a sus hijos. La teoría de la evolución habla de mutaciones y saltos cualitativos. Se pasó a lo largo de muchos millones de años de la naturaleza muerta a la vida vegetativa, luego a la vida sensitiva de los animales, finalmente a la vida del hombre que comparte con los animales la vida del hombre que es al mismo espiritual y material. Se puede proponer otra salto o mutación que lleva el hombre a un tipo de vida superior, y que comienza a en este mundo con nuestro bautismo. En el bautismo fuimos insertados en Cristo resucitado. Como lo explica San Pablo a los romanos, fuimos incorporados a Cristo, hechos solidarios con su muerte, su sepultura para poder llegar con Él a la resurrección.
En la mente de muchos hoy día el cristianismo no es esa gran novedad, esa buena noticia de que la muerte no tiene la última palabra, como no la tuvo en el caso de Jesús, como indica un canto que se canta en la liturgia de la Pascua: “¿La muerte, dónde está la muerte? ¿Donde su victoria?”. Se ha desplazado nuestro egoísmo, nuestro orgullo y hemos sido insertados en Cristo, de manera que San Pablo decía: “Ya no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí”. En los primeros siglos del cristianismo, los adultos que se bautizaban dedicaban unos tres años al catecumenado, o una intensa preparación para su incorporación a Jesucristo en el bautismo, reforzado por la confirmación y coronado por la recepción de la Eucaristía en la noche de la Vigilia Pascual. Posteriormente recibían más instrucción acerca de los sacramentos, particularmente la Eucaristía.
Muchos de nosotros nos hemos quedado con unas nociones vagas que han quedado flotando en nuestras cabezas llenas de preocupaciones mundanas desde que hicimos la Primera Comunión. Nos ha quedado pequeño el traje de la primera comunión y hemos progresado en la vida civil y profesional, pero con frecuencia. Llevamos una vida cristiana de sonámbulos sin pensar ni reflexionar sobre lo más importante de la vida, que es el mismo sentido de ella. Abogamos que no tenemos tiempo de pensar en estas cosas, que tenemos que trabajar y pagar las cuentas, luego descansar para volver a trabajar. Ojalá el Señor nos despierte de ese sueños, de ese letargo (de hecho resurrección significa un despertar) y no lleguemos al final de nuestra vida como sonámbulos, o considerando que lo más importante en la vida es la salud física, cuando la verdadera salud es precisamente la salvación, la verdadera libertad que nos tiene preparado Jesucristo ya en esta vida y plenamente en la vida eterna.

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