sábado, 25 de julio de 2020

¿QUÉ PEDIR AL SEÑOR O QUÉ ES LO QUE DE VERDAD VALE PARA NOSOTROS'

HOMILÍA DEL XVII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO A, 26 DE JULIO DE 2020.

Y su el Señor se nos presentara en un sueño como hizo con el Rey Salomón, o de otro modo y nos dijera que podemos pedir lo que más deseamos, ¿qué pediríamos? ¿Tendríamos una idea clara acerca de lo que nos convendría pedir? O en otras palabras cuáles son nuestras verdaderas prioridades.  El Rey Salomón era el hijo de David que había heredado el reino de su padre y suponemos que era joven, pero se daba cuenta de que la tarea de gobernar el reino no iba a ser fácil. Pidió a Dios un corazón atento para juzgar al pueblo y discernir entre el bien y el mal. Dios quedó contento con la petición del rey porque no pidió ni vida larga ni riquezas ni la vida de sus enemigos sino inteligencia para atender a la justicia. Le prometió un corazón sabio y prudente para gobernar al pueblo.

¿Hemos pensado ya lo que pediríamos? Muchas personas me han dicho que para ellos lo más importante en la vida es la salud o la familiar. No dicen que es tener dinero, tal vez porque les da vergüenza porque serían tachados de codiciosos. Pasemos al evangelio de hoy para tener una idea de lo que Jesús quisiera fuera nuestra prioridad. Tenemos dos parábolas, la de la perla preciosa y la del tesoro en el campo. El mercader de perlas tendría muchas perlas de valor, pero viendo una de más valor que todas lo que poseía prefería venderlas para comprar la que supera en valor a todas las que tenía. El que encontró el tesoro en el campo se va y vende lo que tiene `para comprar el campo con el tesoro. Como es el caso en casi todas las parábolas, Jesús las presenta como revelaciones de uno y otro aspecto del Reino de Dios.

¿Cuál debe ser el valor del Reino si para ingresar en él, hay que renunciar a todo lo que uno tiene y considerarlo más valioso que todo lo demás? Precisamente porque Jesús quiere que captemos con más facilidad lo que es el Reino o Reinado de Dios, echa  mano de muchas parábolas para que la podamos captar lo que es. Se trata de la soberanía de Dios en nuestra vida y en toda la sociedad, Corresponde a lo que pedimos en el Padre Nuestro cuando rezamos "Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. El Reino o reinado de Dios lo inaugura el mismo Jesucristo y quiere que nosotros formemos parte de él. En otra ocasión Jesús decía: "El que ama a su padre o su madre o hijos o su misma vida más que a mí, no es digno de mí". Esto implica una exigencia inaudita, pues en lo humano y por naturaleza los vínculos familiares son muy fuertes y ciertamente tenemos obligaciones hacia los familiares, pero Jesús exige que lo colocamos a Él por encima de todos ellos e incluso de nosotros mismos. Nadie más ha dicho algo semejante. No solamente nos ha creado de la nada y sin ninguna necesidad de nada, pues Dios no puede tener necesidad de nada porque si así fuera no sería Dios, sino que entregó a su Hijo para salvarnos de la muerte eterna o el infierno.

Si a lo largo del día o de la semana ni siquiera pensamos en Dios, en Jesucristo o lo hacemos en el extremo de estar en un gran apuro y acudimos al dios fontanero para sacarnos de la angustia, él no es nuestra prioridad. -Como he señalado lo esencial del Reino y es hacer la voluntad de Dios en cada momento y circunstancia y Jesús pide mucho cuando dice que se haga su voluntad así en la tierra como en el cielo.  En el cielo los santos ya no viven de la fe sino que gozan de lo que se llama la visión beatífica, o conocen a Dios cara a cara, de manera que es mucho más fácil para ellos cumplir en cada momento y circunstancia la voluntad de Dios.  Una de las características de la fe es la oscuridad y por eso San Pablo dice que la fe tiene que ver con lo no visto. Además, como consecuencia del pecado de Adán y Eva hemos heredado lo que se llama el pecado original. Nacimos con una debilidad congénita por lo cual no alcanzamos la amistad con Dios si no es por el bautismo. Sin embargo, queda una debilidad que no nos permite evitar el mal con facilidad o cumplir con facilidad la voluntad de Dios. San Pablo dice a los Romanos "el bien que quiero hacer, no lo hago;  el mal que no quiero hacer, eso hago".   

El primer paso que necesitamos para saber realmente lo que pedir a Dios es conocernos a nosotros mismos. Conviene estar atentos a nuestros pensamientos, acciones y sentimientos para descubrir los aspectos que hay que corregir y los que conviene mejorar. Esto exige sinceridad y humildad porque a nadie le gusta reconocer sus defectos. Nos ayuda en esta tarea el ejercicio llamado "examen de conciencia". Nuestra conciencia suele no solo indicarnos lo que deberíamos de hacer sino también después de haber hecho algo que no debíamos nos lo recuerda. Al final del día, conviene  hacer un examen de conciencia de manera que podamos agradecer a Dios las cosas buenas que hemos hecho en el día y pedir perdón por los fallos, haciendo un propósito de enmienda. Como solemos repetir los mismos fallos, se necesita un esfuerzo constante, pero Dios tiene paciencia con nosotros, Volvamos a nuestro planteamiento del inicio: Si Dios nos ofrece darnos lo que vamos a pedir como hizo en el caso del Rey Salomón, ¿qué le pediríamos?




sábado, 18 de julio de 2020

LA OMNIPOTENCIA DE DIOS Y EL PROBLEMA DEL MAL

HOMILÍA DEL XVI DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO A, 19 DE JULIO DE 2020

Como sabemos, Jesús prefería enseñar con parábolas y esto por varias razones. Sus enseñanzas estaban dirigidas a personas del campo o de aldeas con poca formación o capacidad para discursos retóricas como era el caso de los filósofos griegos que iban de pueblo en pueble enseñando a la gente la sabiduría, es decir, cómo vivir bien y según la naturaleza.

La parábola consiste en una similitud o un ejemplo de comportamiento bueno o malo que concretiza la enseñanza que Jesús quería comunicar. Jesús empezaba con una situación fácilmente comprensible para la gente, pues las tomaba de la experiencia común. De ahí luego sacaba una enseñanza, pues normalmente comenzaba la parábola con "El Reino de Dios se parece a......", en el caso de nuestro evangelio de hoy; "a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó".  Una vez  sembrada la semilla, crece de día y de noche, porque Dios ha dispuesto que las semillas sean así una vez sembradas y teniendo las condiciones necesarias como buena tierra y agua.  En este caso surge algo imprevisto, que un enemigo llegue de noche y siembre cizaña en el campo. El enemigo tendría que haber guardado mucho odio al agricultor para tomar la molestia de ir al campo de su enemigo y sembrar cizaña en el campo del otro.No debemos de extrañarnos porque la maldad del hombre es muy grande y el malo utiliza su mente y demás facultades para perjudicar al que odia. Él, agricultor que representa a Dios, en su sabiduría  no está de acuerdo con arrancar de cuajo la mala semilla de la cizaña hasta la cosecha cuando la buena semilla se recoge en los graneros y la mala se quema. Obviamente, se trata del día del juicio. Con esta paciencia se logra que se evita prejuicio para la buena semilla, o sea no conviene acabar con todo mal enseguida porque pudiera seguir un mal peor para los buenos. Además, conviene dar al malvado la oportunidad de convertirse y abandonar el camino del mal en el que se ha metido.

La primera lectura del Libro de la Sabiduría, considerado el libro más tardía del Antiguo Testamento, afirma; Fuera de ti, no hay otro dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Dios es omnipotente sin ningún límite y su modo de proceder no entra en nuestra pequeña mente. Es eterno, que significa que no está sometido al tiempo, algo que ni podemos imaginar. El filósofo del siglo VI Boecio definía la eternidad como "la perfecta posesión de una vida sin fin todo a la vez". Este hecho se expresa en el episodio de la zarza ardiente con Moisés, cuando le dice su nombre que se traduce como "el que es" o "Yo soy". En el evangelio de San Juan, Jesús se atribuye este nombre también. Dios no tiene límites y gobierna el mundo con sabiduría y amor. Lo expresa muy bien nuestro pasaje del Libro de la Sabiduría que hemos escuchado: "Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento. Dice San Pablo a los Corintios que "la sabiduría del hombre es necedad para Dios". Santo Tomás de Aquino dice que lo propio del sabio sabiduría es ordenar" (sapientis est ordenare), El orden se refiere a dirigir todas las cosas hasta su fin último establecido por Dios. La sabiduría también nos mueve a no hundirnos en el pesimismo viendo que hay tanto mal en el mundo, sino a tener "la dulce esperanza" de que Dios quiere ante todo que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Por tanto, nos da la oportunidad de arrepentirnos y también San Pablo nos asegura que nadie es tentado más allá de sus fuerzas, que Dios nos dará la gracia para alcanzar la vida eterna. Esto no nos exime  de hacer lo que nos corresponde. De lo contrario estaríamos cayendo en la necedad que es lo opuesto a la sabiduría, y se llama el pecado de la presunción, Este pecado consiste en la expectación necia de alcanzar la salvación sin poner los medios necesarios para ello, No pensemos que es fácil. Si fuera fácil el mismo hombre hubiera tenido la fuerza necesaria para lograrla. Esta es la herejía que se llama Pelagianismo, promovida por un monje británico del siglo V, que decía que "si Dios me ha dado libre albedrío" puede ejercerlo, entiendo que podía salvarse y en todo caso Jesucristo no es más que un buen ejemplo y estímulo par nuestra salvación, Hemos de confiar en Dios como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que depende de Dios, como dice Jesús en la última cena "sin mí no podéis hacer nada".


sábado, 11 de julio de 2020

El POdr de la Palabra de Dios

HOMILÍA DEL DOMINGO XV DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO A, 12 DE JULIO DE 2020.

Hay un dicho en inglés que dice que las palabras son baratas y otro que reza "los palos y piedras pueden romper tus huesos, pero las palabras no te harán daño". ¿De verdad es así? No necesariamente. Las palabras no son necesariamente baratas ni son incapaces de hacernos daño. Cualquiera que ha sido víctima de un insulto y se ha sentido herido sabe que la palabra no es necesariamente inocua. Santiago en su carta nos advierte del poder de las palabras o la lengua y la compara con el timón de un barco. Sabemos que hay varios tipos de lenguaje. Ciertamente que hay palabras frívolas que ni hacen bien ni mal, pero hay otras que sí hacen o bien o mal. Por ejemplo, podemos recordar desde la niñez unos consejos de nuestros padres que nos impactaron y nos guiaron en varias circunstancias para hacer el bien o evitar el mal, o algo que hemos escuchado de un maestro que nos ha iluminado y ha llegado a ser un tesoro para nuestra vida.

Nuestra primera lectura de hoy es del Libro del Profeta y se trata de un breve pasaje sobre el poder de la Palabra de Dios: "Como baja la lluvia y la nieve del cielo y no vuelven allá sino hasta germinar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar... También en el evangelio de hoy hemos escuchado la Parábola del Sembrador que también compara la Palabra de Dios con unas semillas que en sí mismas tiene la potencialidad de producir abundante grano según sea el estado de la tierra en la que caen.u

En Hebreo la palabra se traduce como "dabar" que tiene la connotación de una palabra y eso nos recuerda lo que encontramos en el primer capítulo del Libro del Génesis donde Dios dice "hágase la luz y la luz se hizo". Se trata de la Palabra creadora de Dios que crea de la nada. De manera semejante la Carta a los Hebreos nos dice: "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón" (4,2). 

En griego "dabar" la expresa San Juan en su prólogo al evangelio como logos. Comienza escribiendo que "En el principio el verbo (o la palabra) y el verbo estaba con Dios y el verbo era Dios". Cuando escribía San Juan su Evangelio, el término logos tenía una larga historia de más de 400 años en la filosofía griega. De hecho, significa mucho más de lo que nosotros entendemos por palabra o verbo. Un diccionario bíblico cualquiera contiene una larga lista de significados para esta expresión, incluyendo, orden, razón o racionalidad. La Cuarta Plegaria Eucarística dice refiriéndose a Dios: Te alabamos, Padre Santo, porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor, es decir, en la creación se descubre un plan maravilloso y sabio que también manifiesta el amor de Dios. Es más, se trata del Logos con Dios desde toda la eternidad y es Dios, obviamente  San Juan se refiere aquí a Jesucristo Nuestro Señor, Hijo de Dios que como dice más adelante se hizo carne y puso su tienda o su morada en medio de nosotros e incluso dentro de nosotros. 

Volvamos a Isaías. La palabra de Dios se parece a la semilla que se siembra y con la ayuda de la lluvia riega hace fructífera la tierra de manera que no vuelve a Dios "vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo", Nos indica también la Parábola del Sembrador la necesidad de que la palabra de Dios como la semilla caiga sobre tierra bien dispuesta y preparada para que dé su fruto. La Palabra (Logos) es el orden del universo, creación de Dios. Así como es obvio que el universo tiene un orden y unas leyes, es igualmente cierto que la actividad libre o moral del hombre lleva un orden establecido por Dios que se llama la ley moral y hay que cumplirla para alcanzar cumplir el plan de Dios sobre nosotros. Esta ley está inscrita en nuestra conciencia y se dice que es la voz de Dios en nuestro anterior. Es también la ley nueva traído por Jesucristo que es también el Logos, el único capaz de dar sentido a nuestra vida porque en Él, por Él y para Él fuimos creados a imagen y semejanza de Dios y Él es la imagen perfecta de su Padre. 

Sabemos que la Misa tiene dos grandes partes, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Es decir, que el Señor está presente y nos habla por su Palabra que tiene que ser "viva y eficaz" en nosotros. Por lo tanto, al salir de la celebración de la Sagrada Eucaristía no podemos estar contentos si no hay ningún cambio, si Jesucristo tanto en su Palabra como en el Sacramento no ha tocado nuestra vida, no ha iluminado nuestra inteligencia y si no ha caldeado nuestro corazón para amarlo uno poco más este domingo. Todos tenemos el deber de escuchar con atención la proclamación de la Palabra de Dios, y nosotros los sacerdotes tenemos el deber adicional explicarla, darla a entender mejor y aplicarla a la vida concreta de los fieles en cuanto posible, Pidamos al Señor, pues, que abra nuestro espíritu y nuestro corazón a su Palabra y que nosotros los sacerdotes cumplamos cada día mejor el ministerio de la Palabra, que significa el servicio de la misma. Dice Isaías que como la lluvia que riega los campos y produce el fruto de la semilla, así nosotros estamos llamados a dar fruto por haber recibido la Palabra de Dios en cada celebración de la Santa Misa. 


sábado, 4 de julio de 2020

El Reino de David y el Reino de Jesucristo

HOMILÍA DEL XIV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO A, 5 DE JULIO DE 2020.

Hoy nos toca una lectura del Libro del Profeta Zacarías, uno de los doce profetas menores. Se les llama menores, no porque su mensaje no sea importante, especialmente el de Zacarías, sino porque nos han dejado unos escritos menos largos que los cuatro profetas llamados mayores; Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. De hecho, el libro de Zacarías es uno de los más citados o con referencias en el Nuevo Testamento. Zacarías profetizó a finales del siglo VI y principios del siglo V. Se trata de la época del dominio de los persas que permitieron a los judíos que habían sido exiliados a Babilonia en el año 587/86, e incluso antes en 593 por el Rey de Babilonia.

Israel tenía conciencia de ser una nación única escogida por Dios que había sido liberado de la opresión del Faraón en Egipto y recibido la tierra prometida, "una tierra donde manaba leche y miel". Como podemos constatar en los libros históricos, luego de muchas peripecias y luchas contra los filisteos y otros, David había logrado establecer un reino de cierta categoría, pues comparado con las grandes potencias de Medio Oriente, como eran Egipto, Asiria, Babilonia y Persia, era casi nada. Los israelitas tenían la conciencia no solo de ser el pueblo escogido de Dios, sino también el instrumento por el cual Dios llegaría a reinar sobre todas las naciones. Sin embargo, ya con el nieto de David, Roboboam, hijo de Salomón, parecía frustrado ese gran sueño porque el reino quedó divido con una parten el sur con Jerusalén y el resto en el norte que con no poca frecuencia se peleaban entre sí, hasta que el 721 a C. la gran potencia de la época, Asiria, destruyó el reino del norte, Israel, y el Rey de Babilonia hizo lo mismo destruyendo Jerusalén y el templo mismo y, como he señalado llevando gran parte de la población a su país.

A partir del año 538, el Rey  de Persia, Ciro, permitió a los exiliados volver a Jerusalén y ponerse a reconstruir las murallas de la ciudad y el templo. Se trataba de regenerar la nación, pero tuvieron que enfrentarse con un desafío enorme, y no todos regresaron. Para ellos la serie de desastres sufridas por era sobrecogedor y tendía a poner en duda para no pocos las promesas de Dios y se desanimaban. Aquí entra nuestro pasaje de Zacarías de hoy. "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica". El profeta proclama un mensaje de gran esperanza y alegría, pero la situación concreta no parecía dar pies a tanto optimismo. Este pasaje se cita en el evangelio cuando Jesús ingresa en Jerusalén el día de Domingo de Ramos.  Se trata no de un rey que entra conquistando sobre su cabalgadura y enfrente de su ejército sino en un asno, o sea con humildad. Jesús es ese rey de la paz que le dijo a Pilato que era rey ,pero su reino no era de este mundo. De hecho, Jesús a lo largo de su ministerio público proclamaba el Reino o Reinado de Dios que se iba manifestando a través de él, de sus palabras y gestos, sobre todo sus milagros. 

El Reino de Dios se iba implantando en el mundo, pues el mismo Jesús, como decía Orígenes, gran Padre de la Iglesia del siglo III, es "autoreino". Hasta la resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés los mismos apóstoles comprendían muy poco el mensaje de Jesús. Ellos esperaban un reino político y militar y como no se daba, no nos ha de extrañar que Judas quedó desilusionado porque no veía como esta profecía de Zacarías y otras iban a cumplirse en Jesús. Las profecías parecían indicar que el Mesías conquistaría Jerusalén como había hecho David más de 1000 años antes. Establecería allí el reinado de Dios allí y el verdadero culto en el templo. Todos los pueblos enviarían sus representantes y se someterían al verdadero Dios, el Dios de Israel. 

¿Se cumplió esta y las otras profecías? Sí, pero no de manera literal, más bien de manera paradójica. Jesús murió en la cruz y parecía, como sentían los dos discípulos que iban camino a Emaús, que todo lo de Jesús había sido un gran sueño, pero se acabó y regresaban a sus casas y a la vida normal. Las grandes obras de Dios comienzan siendo casi nada. Así los inicios de la Iglesia. Con el paso de los siglos, la Iglesia fue aumentando y evangelizando más y más pueblos, construyendo grandes catedrales y realizando otras grandes obras de arte y literatura, grandes pensadores filósofos y teólogos, Hoy en día la Iglesia ha llegado a todos los continentes. Sin embargo, falta mucho, no solo en cuanto a la predicación del evangelio a todas las gentes, sino la tarea de la Nueva Evangelización como decía San Juan Pablo II. Los mismos países tradicionalmente católicos se están repaganizando y se están llenando de musulmanes. Los europeos ya no quieren tener hijos o cuando más uno o dos, mientras los inmigrantes islámicos suelen tener muchos hijos. ¿Estaremos en una situación similar a los judíos cuando el exilio de Babilonia?   Ellos no se imaginaban lo que les venía encima, la destrucción de su nación, del templo, el exilio de la población. ¿Por qué les sucedió esa gran desgracia? Pues, pusieron su confianza en una interpretación literal de las promesas de Dios y jamás se imaginaban que se destruiría el templo. Ponían su confianza en el culto, pero no hicieron caso a las profecías de Jeremías y demás profetas, que Dios no necesitaba sus ofrendas sino su corazón. 

Como dice San Pablo: "El que cree estar en píe, mire que no caiga".