sábado, 4 de julio de 2020

El Reino de David y el Reino de Jesucristo

HOMILÍA DEL XIV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO A, 5 DE JULIO DE 2020.

Hoy nos toca una lectura del Libro del Profeta Zacarías, uno de los doce profetas menores. Se les llama menores, no porque su mensaje no sea importante, especialmente el de Zacarías, sino porque nos han dejado unos escritos menos largos que los cuatro profetas llamados mayores; Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. De hecho, el libro de Zacarías es uno de los más citados o con referencias en el Nuevo Testamento. Zacarías profetizó a finales del siglo VI y principios del siglo V. Se trata de la época del dominio de los persas que permitieron a los judíos que habían sido exiliados a Babilonia en el año 587/86, e incluso antes en 593 por el Rey de Babilonia.

Israel tenía conciencia de ser una nación única escogida por Dios que había sido liberado de la opresión del Faraón en Egipto y recibido la tierra prometida, "una tierra donde manaba leche y miel". Como podemos constatar en los libros históricos, luego de muchas peripecias y luchas contra los filisteos y otros, David había logrado establecer un reino de cierta categoría, pues comparado con las grandes potencias de Medio Oriente, como eran Egipto, Asiria, Babilonia y Persia, era casi nada. Los israelitas tenían la conciencia no solo de ser el pueblo escogido de Dios, sino también el instrumento por el cual Dios llegaría a reinar sobre todas las naciones. Sin embargo, ya con el nieto de David, Roboboam, hijo de Salomón, parecía frustrado ese gran sueño porque el reino quedó divido con una parten el sur con Jerusalén y el resto en el norte que con no poca frecuencia se peleaban entre sí, hasta que el 721 a C. la gran potencia de la época, Asiria, destruyó el reino del norte, Israel, y el Rey de Babilonia hizo lo mismo destruyendo Jerusalén y el templo mismo y, como he señalado llevando gran parte de la población a su país.

A partir del año 538, el Rey  de Persia, Ciro, permitió a los exiliados volver a Jerusalén y ponerse a reconstruir las murallas de la ciudad y el templo. Se trataba de regenerar la nación, pero tuvieron que enfrentarse con un desafío enorme, y no todos regresaron. Para ellos la serie de desastres sufridas por era sobrecogedor y tendía a poner en duda para no pocos las promesas de Dios y se desanimaban. Aquí entra nuestro pasaje de Zacarías de hoy. "Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica". El profeta proclama un mensaje de gran esperanza y alegría, pero la situación concreta no parecía dar pies a tanto optimismo. Este pasaje se cita en el evangelio cuando Jesús ingresa en Jerusalén el día de Domingo de Ramos.  Se trata no de un rey que entra conquistando sobre su cabalgadura y enfrente de su ejército sino en un asno, o sea con humildad. Jesús es ese rey de la paz que le dijo a Pilato que era rey ,pero su reino no era de este mundo. De hecho, Jesús a lo largo de su ministerio público proclamaba el Reino o Reinado de Dios que se iba manifestando a través de él, de sus palabras y gestos, sobre todo sus milagros. 

El Reino de Dios se iba implantando en el mundo, pues el mismo Jesús, como decía Orígenes, gran Padre de la Iglesia del siglo III, es "autoreino". Hasta la resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo en Pentecostés los mismos apóstoles comprendían muy poco el mensaje de Jesús. Ellos esperaban un reino político y militar y como no se daba, no nos ha de extrañar que Judas quedó desilusionado porque no veía como esta profecía de Zacarías y otras iban a cumplirse en Jesús. Las profecías parecían indicar que el Mesías conquistaría Jerusalén como había hecho David más de 1000 años antes. Establecería allí el reinado de Dios allí y el verdadero culto en el templo. Todos los pueblos enviarían sus representantes y se someterían al verdadero Dios, el Dios de Israel. 

¿Se cumplió esta y las otras profecías? Sí, pero no de manera literal, más bien de manera paradójica. Jesús murió en la cruz y parecía, como sentían los dos discípulos que iban camino a Emaús, que todo lo de Jesús había sido un gran sueño, pero se acabó y regresaban a sus casas y a la vida normal. Las grandes obras de Dios comienzan siendo casi nada. Así los inicios de la Iglesia. Con el paso de los siglos, la Iglesia fue aumentando y evangelizando más y más pueblos, construyendo grandes catedrales y realizando otras grandes obras de arte y literatura, grandes pensadores filósofos y teólogos, Hoy en día la Iglesia ha llegado a todos los continentes. Sin embargo, falta mucho, no solo en cuanto a la predicación del evangelio a todas las gentes, sino la tarea de la Nueva Evangelización como decía San Juan Pablo II. Los mismos países tradicionalmente católicos se están repaganizando y se están llenando de musulmanes. Los europeos ya no quieren tener hijos o cuando más uno o dos, mientras los inmigrantes islámicos suelen tener muchos hijos. ¿Estaremos en una situación similar a los judíos cuando el exilio de Babilonia?   Ellos no se imaginaban lo que les venía encima, la destrucción de su nación, del templo, el exilio de la población. ¿Por qué les sucedió esa gran desgracia? Pues, pusieron su confianza en una interpretación literal de las promesas de Dios y jamás se imaginaban que se destruiría el templo. Ponían su confianza en el culto, pero no hicieron caso a las profecías de Jeremías y demás profetas, que Dios no necesitaba sus ofrendas sino su corazón. 

Como dice San Pablo: "El que cree estar en píe, mire que no caiga".     




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