HOMILÍA DEL XVII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, CICLO A, 26 DE JULIO DE 2020.
Y su el Señor se nos presentara en un sueño como hizo con el Rey Salomón, o de otro modo y nos dijera que podemos pedir lo que más deseamos, ¿qué pediríamos? ¿Tendríamos una idea clara acerca de lo que nos convendría pedir? O en otras palabras cuáles son nuestras verdaderas prioridades. El Rey Salomón era el hijo de David que había heredado el reino de su padre y suponemos que era joven, pero se daba cuenta de que la tarea de gobernar el reino no iba a ser fácil. Pidió a Dios un corazón atento para juzgar al pueblo y discernir entre el bien y el mal. Dios quedó contento con la petición del rey porque no pidió ni vida larga ni riquezas ni la vida de sus enemigos sino inteligencia para atender a la justicia. Le prometió un corazón sabio y prudente para gobernar al pueblo.
¿Hemos pensado ya lo que pediríamos? Muchas personas me han dicho que para ellos lo más importante en la vida es la salud o la familiar. No dicen que es tener dinero, tal vez porque les da vergüenza porque serían tachados de codiciosos. Pasemos al evangelio de hoy para tener una idea de lo que Jesús quisiera fuera nuestra prioridad. Tenemos dos parábolas, la de la perla preciosa y la del tesoro en el campo. El mercader de perlas tendría muchas perlas de valor, pero viendo una de más valor que todas lo que poseía prefería venderlas para comprar la que supera en valor a todas las que tenía. El que encontró el tesoro en el campo se va y vende lo que tiene `para comprar el campo con el tesoro. Como es el caso en casi todas las parábolas, Jesús las presenta como revelaciones de uno y otro aspecto del Reino de Dios.
¿Cuál debe ser el valor del Reino si para ingresar en él, hay que renunciar a todo lo que uno tiene y considerarlo más valioso que todo lo demás? Precisamente porque Jesús quiere que captemos con más facilidad lo que es el Reino o Reinado de Dios, echa mano de muchas parábolas para que la podamos captar lo que es. Se trata de la soberanía de Dios en nuestra vida y en toda la sociedad, Corresponde a lo que pedimos en el Padre Nuestro cuando rezamos "Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. El Reino o reinado de Dios lo inaugura el mismo Jesucristo y quiere que nosotros formemos parte de él. En otra ocasión Jesús decía: "El que ama a su padre o su madre o hijos o su misma vida más que a mí, no es digno de mí". Esto implica una exigencia inaudita, pues en lo humano y por naturaleza los vínculos familiares son muy fuertes y ciertamente tenemos obligaciones hacia los familiares, pero Jesús exige que lo colocamos a Él por encima de todos ellos e incluso de nosotros mismos. Nadie más ha dicho algo semejante. No solamente nos ha creado de la nada y sin ninguna necesidad de nada, pues Dios no puede tener necesidad de nada porque si así fuera no sería Dios, sino que entregó a su Hijo para salvarnos de la muerte eterna o el infierno.
Si a lo largo del día o de la semana ni siquiera pensamos en Dios, en Jesucristo o lo hacemos en el extremo de estar en un gran apuro y acudimos al dios fontanero para sacarnos de la angustia, él no es nuestra prioridad. -Como he señalado lo esencial del Reino y es hacer la voluntad de Dios en cada momento y circunstancia y Jesús pide mucho cuando dice que se haga su voluntad así en la tierra como en el cielo. En el cielo los santos ya no viven de la fe sino que gozan de lo que se llama la visión beatífica, o conocen a Dios cara a cara, de manera que es mucho más fácil para ellos cumplir en cada momento y circunstancia la voluntad de Dios. Una de las características de la fe es la oscuridad y por eso San Pablo dice que la fe tiene que ver con lo no visto. Además, como consecuencia del pecado de Adán y Eva hemos heredado lo que se llama el pecado original. Nacimos con una debilidad congénita por lo cual no alcanzamos la amistad con Dios si no es por el bautismo. Sin embargo, queda una debilidad que no nos permite evitar el mal con facilidad o cumplir con facilidad la voluntad de Dios. San Pablo dice a los Romanos "el bien que quiero hacer, no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso hago".
El primer paso que necesitamos para saber realmente lo que pedir a Dios es conocernos a nosotros mismos. Conviene estar atentos a nuestros pensamientos, acciones y sentimientos para descubrir los aspectos que hay que corregir y los que conviene mejorar. Esto exige sinceridad y humildad porque a nadie le gusta reconocer sus defectos. Nos ayuda en esta tarea el ejercicio llamado "examen de conciencia". Nuestra conciencia suele no solo indicarnos lo que deberíamos de hacer sino también después de haber hecho algo que no debíamos nos lo recuerda. Al final del día, conviene hacer un examen de conciencia de manera que podamos agradecer a Dios las cosas buenas que hemos hecho en el día y pedir perdón por los fallos, haciendo un propósito de enmienda. Como solemos repetir los mismos fallos, se necesita un esfuerzo constante, pero Dios tiene paciencia con nosotros, Volvamos a nuestro planteamiento del inicio: Si Dios nos ofrece darnos lo que vamos a pedir como hizo en el caso del Rey Salomón, ¿qué le pediríamos?
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