lunes, 18 de mayo de 2009

La Pascua y la Vida

LA PASCUA Y LA VIDA.
Llevamos seis de las siete semanas de este período de la Pascua. Hemos escuchado mucho en la liturgia acerca de la alegría de la Pascua, las diversas apariciones de Jesús, referencias al bautismo de la Primera Carta de San Pedro, unas indicaciones preciosas acerca de la vida de los primeros cristianos tomadas del Libro de los Hechos de los Apóstoles. Conviene reflexionar y examinarnos sobre nuestra verdadera vivencia de la Pascua y de la misma vida cristiana. Al parecer muchos consideran que el deber principal de un católico es rezar y participar en la Santa Misa. Eñ año pasado el Papa invitaba a los obispos de Portugal a fijarse más en Dios y en Jesucristo que en la Iglesia.
¡Con qué facilidad nos dedicamos a criticar la Iglesia! Pero, a qué nos referimos cuando hablamos de la “Iglesia”. ¿No serán los obispos, nosotros los sacerdotes y los diversos organismos de la Iglesia, sea a nivel internacional, local y local? La Iglesia es en primer lugar Jesucristo, luego los apóstoles, todos los grandes santos de todos los 20 siglos de historia, y los millones de personas santas que han vivido a lo largo de la historia y que hoy día se encuentran en todas las parroquias del mundo, y también cada uno de nosotros. Tenemos la tendencia de criticar a otros y a la Iglesia con gran facilidad. El que se dedica a criticar implícitamente considera que él sabe hacer las cosas mejor, o sea se entrega al orgullo, pues en la gran mayoría de los casos desconoce todos los detalles del caso que critica, lo cual desautoriza sus críticas. La Resurrección de Jesucristo es una invitación a pasar de lo viejo a lo nuevo, pues Jesucristo es toda novedad y hay mucho de viejo en nosotros todavía. Preguntémonos si de verdad estamos asumiendo lo que significa nuestro bautismo. O por el contrario, si nuestro compromiso cristiano no incide en nuestra vida concreto de cada día.
San Pablo, al explicar el sentido de la muerte y la resurrección de Jesús aplicado a nosotros, escribe: “Porque, si nos hemos hecho una misma cosa con él, con una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante …Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (Rom 6.5,8). Esta identificación con Jesucristo crucificado y resucitado se da en el bautismo, que nos incorpora a Jesucristo, haciéndonos miembros de su cuerpo que es la Iglesia. Esto no se logra por arte de magia. Los sacramentos sí son acciones de Cristo que son eficaces al realizarse, pero también son expresión de la fe. La fe es una virtud, que sí es don de Dios, pero como un músculo, necesita de ejercicio y práctica para fortalecerse. La fe se tiene que manifestar en obras concretas, son solamente en oraciones, o actos como ponerle flores a la imagen de la Santísima Virgen. La fe es un compromiso que se plasma en unas actitudes que luego se manifiestan en nuestras acciones diarias. Es más, creer en Cristo es empeñarnos en conformar nuestras vidas al modo de ser y de comportarse de Él. Esto no nos viene por naturaleza. De hecho, como resultado del pecado original y de las tendencias que heredamos desde el inicio de la historia, es más fácil hacer el mal, o no hacer el bien que hacerlo. San Pablo lo expresa así en el mismo pasaje de su carta a los cristianos de Roma: “Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. (Rom 6,10)
Dado que en el bautismo nos hemos hecho un solo cuerpo con Jesucristo, contamos con la fuerza que viene de Él, fuerza en virtud de la cual Dios lo resucitó de la muerte y le entregó la vida nueva de la que ahora goza. Por lo tanto no debemos desanimarnos, Él nos hace partícipes de esa vida nueva y de la fuerza de su resurrección. Se hace patente en el caso de grandes conversiones que a veces se dan, pero también en nuestro caso, se puede alcanzar una conversión, un cambio de mentalidad, asumiendo la de Jesús. Tradicionalmente hemos considerado una conversión el hecho de abandonar otra religión, o pasar de no creer en Dios a creer. Jesús invita a todos a la conversión constante
Otra parte de la gran noticia de la resurrección de Jesús y nuestra participación en ella es la seguridad de que la muerte no es la suerte definitiva del hombre. Por lo tanto, la fe en la resurrección de Jesús nos ha de llenar de esperanza y de alegría. San Pablo consideraba que los paganos eran personas sin esperanza, pues ellos inevitablemente tenían que sufrir en este mundo, pero consideraban que el hombre termina su existencia con la muerte, de manera que vivían en el miedo y la desesperación. En cambio, el cristiano, seguidor de Jesús, cuya vida y suerte están unidas a la de Él, puede mirar al futuro con una gran esperanza, una esperanza que no defrauda, como dice San Pedro en su primera carta. Si nosotros tenemos dentro de nuestro corazón esa alegría, se debería de ver en nuestro rostro, debemos de manifestarla con nuestros gestos, nuestra sonrisa, con nuestras acciones. Podemos y debemos comunicar esa esperanza y esa alegría a los que están a nuestro alrededor. ¡Cuánta gente mayor de edad hoy día vive en la tristeza, sin esperanza, esforzándose por cuidar la salud con tantas pastillas, siente mucha soledad y angustia! ¿Cómo podemos llamarnos seguidores de Jesús resucitado si no les comunicamos esperanza y la seguridad de una vida mejor en unión con Jesús, que se unió a las penas y alegrías de todos?

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