HOMILÍA PARA EL IV DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO, 30 DE ENERO DE 2022.
Nuestra primera lectura de hoy proviene de inicio del libro del Profeta Jeremías: Antes de formarte en el vientre, te escogí, anes de que salieras del seno materno, te consagré: Te nombré profeta de las naciones. No les tengas miedo, que i no, yo te meteré miedo de ellos. Mira¨yo te convierto hoy en plaza fuerte. Es un pasaje que comúnmente se utiliza en la liturgia de la ordenación sacerdotal. De hecho, me acuerdo que fue escogido en mi ordenación. Es verdad que es muy común en la Biblia presentar la vocación de un profeta o de uno o varios apóstoles. En el caso de Jeremías, se trataba de una vocación sumamente difícil, aunque hay que reconocer que ninguna vocación de Dios es fácil de aceptar. Jeremías vivió en una época de gran perturbación debido al peligro de la invasión de Jerusalén de parte de los caldeos. Se trataba de un castigo de Dios por la infidelidad de los reyes, sacerdotes y en general la gente pudiente del reino. Dios afirma que la vocación que dirige a Jeremías tuvo lugar “antes de formarte en el vientres, te escogí, antes de que salieras del seno materno, te consagré”. Jeremías había sido escogido por la vocación profética antes de que fuera concebido. Dios no acepta la excusa de Jeremías que le dice que es un mero muchacho. El lo ha escogido e irá y cumplirá su misión de ser profeta a las gentes, no solo a Israel o a Jerusalén. Dios es consciente de la dureza de la misión que entrega a Jeremías, pero insiste y le asegura que que él estará con su profeta. No les tengas miedo...mira: yo convierto en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce frene a todo el país, frente a lo reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo; lucharán contra tí, pero no te podrán”
Hoy en día las cosas se ven de otra manera. Yo tengo mis planes y ellos son mi prioridad. En la Biblia, es Dios quien nos crea y tiene en sus manos nuestro destino, no nosotros. El es el nos llama y no olvidemos que todos participamos desde nuestro bautismo en la misión profética de Jesús y es universal. Al final del Evangelio de San Mateo, Jesús envía a los apóstoles a proclamar el evangelio a toda la creación.
En nuestro pasaje evangélico a Jesús les tocó leer la lectura bíblica en la sinagoga de Nazaret. Llega a su pueblo luego de haber dado inicio a su ministerio también profético en cando que al profeta le corresponde proclamar la Palabra de Dios. La costumbre era que cualquier varón de la comunidad podía leer la lectura y escoger el pasaje que quería. Por lo tanto, el hecho de que Jesús haya escogido la lección de Isaías que escogió no es por azar. Jesús indirectamente estaba reconociendo su misión mesiánica y aplicando el contenido del pasaje de Isaías a sí mismo. Como hemos visto la semana pasada, en un primer momento los paisanos de Nazaret se sentían orgullosos porque uno de ellos había hecho milagros, aunque no era más que el hijo de José el carpintero. Cuando se dieron cuenta de que se presentaba como el Mesías, rápidamente cambiaron su actitud a una de rechazo. Jesús se presenta como el profeta rechazado en su propio tierra y pueblo. Igual que en el caso de Jeremías, como también Elías y Eliseo, todos ellos siendo profetas enviados también a las naciones en el caso de Jeremías y en el caso de Elías a Sarepta en lo que es ahora Líbano, o en el caso de Eliseo de haber curado a Namán el sirio que formaba parte de un pueblo enemigo de Israel. La misión de Jesús incluía a los paganos y los de Nazaret no eran capaces de tragar tal cosa de manera que lo echaron de su sinagoga y lo empujaron hacia el precipicio donde estaba su pueblo, pero Jesús logró escaparse de sus manos. Así desde el inicio de su misión profético y mesiánico se prefigura el rechazo de a gente de su propio pueblo y posteriormente de otros, de manera especial de los fariseos y escribas de Israel, como también de los sacerdotes. Se prefigura aquí el camino de la cruz.
La estima de los nazarenos hacia Jesús duró poco. Igualmente, Jeremías fue al templo a pronunciar lo que Dios le comunicaba y no encontraba más que dolor y rechazo. El tenía una profunda conciencia del hecho de ser profeta que comunicaba al pueblo la Palabra Dio Dios y el pueblo la rechazaba y no solo el pueblo, todo era oposición, cosa que experimentó Jesús a cada paso. Podemos suponer que Jesús había reflexionado largo y tendido acerca de la misión de los profetas y cómo el pueblo los rechazaba, y se habría dado cuenta que a él le tocaría la misma suerte. Así como eremías sentía un gran dolor por el rechazo de los reyes, sacerdotes y en general todo el pueblo, al mensaje que comunicaba de parte de Dios, igual Jesús, como podemos constatar cuando lloró sobre Jerusalén dándose cuenta de que todo quedaría destruido precisamente porque lo rechazaron como el verdadera Mesías. Igualmente, sus grandes milagros hechos en Capernaún, Corazaín y otros pueblos cerca del lago no tuvieron el efecto deseado y Jesús afirmaba que si tales milagros se hubieran hecho en Tiro y Sidón o en el mismo Sodoma, la gente de esos pueblos se hubieran convertido manifestando su arrepentimiento con cenizas y sayal.
¿Acaso nosotros somos mejores que los de Jerusalén y Galilea que rechazaron los grandes milagros de Jesús? No pensemos que somos buena gente y que estamos destinados al cielo porque hacemos oraciones o asistimos asiduamente a la Santa Misa cumplimiento el precepto. Los fariseos y los escribas se consideraban “buena gente”, pero tal y como los juzga Jesús no eran muy buenos que digamos. Cambiar nuestras actitudes y acciones es difícil como lo era para los contemporáneos de Jesús. Nosotros llegamos unos dos mil años posteriores a ellos y contamos con el ejemplo de grandes santos, una multitud mártires, la doctrina de la Iglesia recogida en el Catecismo de la Iglesia Católica, pero ¿nos enteramos? Jesús vino a salvar a los pecadores, no la “buena gente”.
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